Su marido estaba tan nervioso como ella, por lo que Sara podía juzgar, y también parecía triste. "¿Pero por qué?", se preguntó a sí misma. "¿y qué papel juega el señor Gallardo?".
Por fin terminó la pomposa reunión y se marchó el último invitado. Estaban cargando el equipaje de Sara en el carruaje que los llevaría a la estación del ferrocarril. Las maletas de Philliphe ya habían sido cargadas. Partirían de Tres Olmos en una hora y, a pesar de sus temores, Sara descubrió que se sentía feliz de abandonar la casa fría y elegante en donde se había criado. Probablemente jamás volviera a verla, cosa que no le causó pesar. No había sido feliz allí y quería dejar atrás todos los recuerdos vacíos y solitarios. No obstante, no podía negar el hecho de que sentía un nudo en la boca del estómago al pensar en que una vez que saliera por esas enormes puertas dobles, cortaría cualquier lazo que pudiera existir entre ella y su padre, Tres Olmos Y España. Estaría sola, sin contar con Philliphe, pero él era prácticamente un extraño para ella.
Sara estaba contemplando los jardines bañados por la luz del crepúsculo, pensando que echaría de menos su columpio favorito entre las rosas, donde con frecuencia había pasado horas y horas sumergida en la emoción y el romance de una novela de Jane Austen o Gustavo Adolfo Becker, cuando un criado le informó que su padre quería verla en la biblioteca. Algo intrigada, se dirigió a toda prisa a la habitación llena de libros y saturada de aroma a piel.
Su padre estaba sentado con aire lánguido detrás de un escritorio estilo Sheraton y Philliphe en un sillón de cuero rojo con respaldo alto. La habitación estaba en silencio, roto por el tictac de un reloj de marquetería sobre la repisa de mármol. El brillo suave de la luz de gas bañaba la habitación, dándole un aire de intimidad.
Philliphe se puso de pie cuando ella entró y la hizo sentar en un sillón igual al de él, situado junto a una esquina del escritorio. Después de echarle una mirada rápida, Sara vio que estaba bajo una terrible tensión. Como él no dijo nada y ni siquiera la miró a los ojos, ella se volvió con expresión interrogante hacia su padre.
Don Miranda sonrió con algo de dureza.
-Tu marido acaba de sufrir una gran desilusión. Debo confesar que en parte, la culpa la tengo yo. Parece que si bien tu marido está satisfecho con la dote que te he constituido, no le gusta la idea de que la haya adjudicado en un fideicomiso que administrará un banco de Natchez.
-Me temo que no entiendo -confesó Sara azorada.
-Es muy simple, querida -dijo Philliphe con tono mortificado-. Tu padre es un hombre muy desconfiado. Decidió que no soy lo suficientemente competente como para manejar tu dinero.
Miranda emitió una risa desagradable.
-¡Usted, jovencito, no es competente como para manejar sus propios asuntos, y mucho menos los de Sara!
Philliphe se puso de pie, humillado. Apretó los puños contra los costados y dijo impetuosamente:
-¡Señor! ¡No tengo por qué quedarme aquí para que me insulte de esa manera!
-No, ¿verdad? ¡Pero se quedará! Siéntese, Mignon, y se lo explicaré a mi hija. Espero que tenga la inteligencia suficiente como para comprender lo que digo.
Sara se ruborizó y se miró las manos que tenía apretadas sobre el regazo. En ese instante casi detestaba a su padre; sí, lo detestaba por la forma en que estaba tratando a Philliphe y por la forma en que menospreciaba la inteligencia de ella. Hubo silencio durante un instante y luego Don Toomas emitió un suspiro exagerado y murmuró:
-¿Quieres prestarme atención, por favor?
Sara irguió la cabeza y ocultando sus sentimientos detrás de una máscara de inocencia, le devolvió la mirada. Con ojos serenos, dijo:
-Ya tienes nuestra atención, papá. Y te aseguro que comprenderé todo lo que digas. En
Don Tomas entornó los párpados y por un instante, Sara creyó que diría algo más, pero aparentemente se había cansado de burlarse de ella y de Philliphe, pues habló con tono condescendiente.
-No mencionaré la suma de dinero en cuestión, pues significaría poco para ti. Basta decir que es una fortuna y que te permitirá vivir con la elegancia a la que estás acostumbrada el resto de tu vida. A ti, a los hijos que puedas tener y a tu marido, si fuera necesario. Pero como Philliphe es un joven pudiente, eso no será necesario... -Miró a Philliphe con desdén y terminó diciendo:- ...Eso espero.
Philliphe se puso pálido y exclamó:
-¡Muy amable de su parte, señor!
Pasando por alto las palabras de su yerno, Tomas miró a su hija y continuó.
-Hice los arreglos necesarios para que, hasta que cumplas treinta años, la firma bancaria de Tyler y Deering en Natchez controle tu fortuna. Tendrán que pagar todas las cuentas y aprobar todos los gastos, menos los más triviales. Se te dará una asignación que deberá cubrir las chucherías que quieras comprarte. Pero todo tiene que ser aprobado por ellos. Eso incluye hasta las cuentas de tu modista. Cuando cumplas treinta años, si ellos piensan que es prudente hacerlo, Philliphe pasará a administrar el fideicomiso como lo crea adecuado y -agregó con cinismo- es de esperar que para entonces haya dejado de lado algunas de sus costumbres más costosas.
Si Don Tomas quería humillar y degradar a su yerno, no podría haber elegido una forma mejor de hacerlo. Fue una de las peores cosas que podía hacerle al joven, y Sara se dio cuenta de inmediato. Sintiéndose de pronto muy cansada, dijo en voz baja:
-¿Eso es todo, papá? Si es así, creo que es hora de que Philliphe y yo nos pongamos en camino, ¿no te parece? Pienso que has logrado lo que te proponías.
Ahora fue Philliphe el que pareció no comprender. Se sorprendió al ver que la tímida y callada Sara podía hablar con tanta frialdad y a su padre, nada menos. Sara también se sorprendió, pero había descubierto una ardiente llamarada de rencor contra su padre, y con ella llegó el coraje de chocar espadas verbales con él. Con ojos algo desafiantes, aguardó a que él respondiera.
Don Tomas esbozó una sonrisa nada agradable y murmuró:
-Vaya, la ratita se ha convertido en un gatito que araña. Quizás el matrimonio te esté haciendo bien.
Con un movimiento nada característico en ella, Sara irguió la cabeza con altivez y se puso de pie.
-Gracias, padre. Philliphe y yo te agradecemos tus felicitaciones por nuestro matrimonio. Me gustaría disponer de más tiempo que pasar contigo, pero creo que el carruaje está esperándonos. Discúlpanos, por favor.
Fue una partida majestuosa y la inusual ira de Sara duró hasta que Tres Olmos quedó muy lejos de ellos. Cuando llegaron a la estación del ferrocarril, temblaba de temor por el futuro y por los efectos de su conducta audaz e inusitada. Le horrorizaba haber sido tan desfachatada como para hablar por su marido y con voz temerosa le preguntó:
-¿Estás enfadado conmigo, Philliphe, por lo que lo dije a mi padre? No quise hablar cuando no me correspondía, pero estaba furiosa.
Philliphe dejó escapar un suspiro cansado. Le dio unas palmadas en la mano con suavidad y dijo con tono fatigado:
-No, querida, no me molesta en absoluto. A decir verdad, me siento agradecido por lo que dijiste. Pero por el momento preferiría no hablar del asunto. Olvídalo por ahora, querida, y mañana o pasado hablaremos de ello.
No era lo que ella deseaba escuchar, pero Sara se sintió satisfecha y, obediente como siempre, hizo lo que él le pedía. Además, este sería el comienzo de una vida nueva para ella y decidió en ese instante que disfrutaría de él... ¡a pesar de cualquier cosa!
Al entrar en el elegante compartimiento de primera clase que había sido reservado para el viaje a Portsmouth, Sara descubrió con placer la figura regordeta de Bernarda Gonzales preparando su ropa de noche. Reflejando en el rostro el placer que sentía, le preguntó:
-Bernarda, ¿qué haces aquí?
-Pues le diré, señorita... ejem... señora, en este momento, ¡ni yo misma lo sé! He estado tan atareada desde esta tarde que no sé dónde estoy parada -replicó Bernarda con un brillo risueño en sus ojos azules-. Fue entonces que a su marido se le ocurrió que usted no tenía ninguna criada para el viaje. Dijo que sería mejor si tenía a alguien conocido que la sirviera antes que tomar a una desconocida.
Una sonrisa trémula se dibujó en el rostro de Sara.
-¡Qué amable de su parte! -dijo, feliz-. La idea de no tener a nadie conocido a mi lado me asustaba muchísimo. -y como Bernarda Gonzales siempre había sido una de sus criadas favoritas, dijo de forma impulsiva:- Pues bien, no podría haber elegido a nadie que me diera tanto placer.
-¡Vaya si es bueno escuchar eso, señorita! -respondió Bernarda con una gran sonrisa, mirando con afecto a la preciosa jovencita que tenía adelante-. Estoy muy contenta de estar aquí. Y no se imagina cómo me entusiasma la idea de servirla durante este viaje.
Una idea golpeó a Sara de pronto, y la hizo preguntar con ansiedad:
-¿Vendrás a Norteamérica conmigo, verdad? No es necesario que regreses a Tres Olmos, ¿no es así? Una sonrisa alegre y satisfecha iluminó el rostro tosco.
-Vaya, señorita, si quiere que vaya, ¡claro que lo haré! El señor Mignon dijo que dejáramos que lo decidiera usted, pero me preguntó si yo tendría objeciones para abandonar España y establecerme en Norteamérica. ¡Qué curioso que él supiera que usted me lo preguntaría!
Una cálida oleada de afecto hacia su marido por haber sido tan intuitivo invadió a Sara, y la muchacha hizo eco mentalmente de las palabras de Bernarda. Qué inteligente había sido Philliphe y qué amable al intuir cómo se sentía ella y lo bien que le haría tener a Bernarda en Natchez. El viaje en el tren denominado El Planeta transcurrió sin inconvenientes. Sara durmió profundamente en el compartimiento de primera clase, sola, pues Philliphe se dirigió al salón donde fumaban los caballeros y aparentemente permaneció allí hasta que llegaron a Portsmouth. Allí los transportaron sin pérdida de tiempo al elegante hotel donde permanecerían durante los siguientes dos días, antes de subir a la nave que los llevaría a Norteamérica.Y fue allí donde las dudas de Sara comenzaron a acosarla.
No fue por nada que Philliphe hizo, más bien fue por lo que no hacía. Ella no pensó demasiado en eso cuando durmió sola en el confortable compartimiento del tren, pero cuando descubrió que Philliphe había reservado habitaciones en el hotel para ambos-era obvio que el estado de castidad de Sara continuaría así- se sintió perpleja. A pesar de que el tema de la cama matrimonial y lo que sucedía en ella era algo misterioso para ella, no era tan ingenua como para no darse cuenta de que era algo extraño que el recién casado evitara acostarse con su mujer. Por desgracia, era demasiado tímida y vergonzosa como para hablar con su marido de eso y las mismas razones le impidieron sincerarse con Bernarda. Quizá, se dijo esperanzadamente, él estaba esperando a que estuvieran en el barco rumbo a Norteamérica.
Aparte del hecho de que evitó el lecho matrimonial durante los días que pasaron en Portsmouth, Philliphe fue todo lo que una recién casada podía desear; la acompañó sin protestar por la ciudad portuaria, indicándole los lugares de interés, como por ejemplo el Castillo Southsea, construido por Enrique VIII y luego tomado por las fuerzas parlamentarias en 1642, quedando parcialmente desmantelado, y las ruinas del Castillo Porchester, antigua fortaleza normanda. La mimaba escandalosamente, comprándole chucherías, frascos de costosos perfumes y polvos, además de joyas finísimas. Ella se sentía halagada y feliz con los obsequios, pero de noche, arropada dentro de su cama virginal, con gusto hubiera renunciado a todos ellos con tal de que Philliphe la tomara entre sus brazos y le enseñara todo acerca del amor físico.
No fue hasta la tarde antes de partir con la marea del anochecer cuando descubrió la razón probable por la que Philliphe se negaba sus derechos conyugales. Estaba sentada sola a la mesa en el salón de té del hotel, disfrutando de una deliciosa taza de té Earl Grey, mientras Philliphe se ocupaba de los últimos preparativos para el viaje, cuando uno de los hombres que estaban en una mesa detrás de ella dijo algo que captó la atención de Sara.
-Vi a Quique Gallardo hace unas horas.
-¡Ese pederasta! Pensé que estaría pavoneándose por Madrid. Me pregunto qué lo traerá a Portsmouth.
-¡Creo que hay que decir quién en lugar de qué! Acabo de verlo con ese americano Mignon y hasta un ciego podría haberse dado cuenta de que Gallardo está enamorado del joven. -El hombre emitió una risa desagradable y agregó:- Y que Mignon estaba rechazando sus avances... quizá debería decir rechazando sus últimos avances.
Sara se puso pálida y con mano temblorosa, dejó la taza de té. ¿Qué estaban insinuando, por Dios? Un pensamiento incrédulo detrás de otro se le agolparon en la mente y ninguno le resultó sensato. Sólo sabía que había algo de esa conversación que debería comprender, pero se le escapaba... quizá porque ella deseaba que así fuera.
Inquieta y angustiada sin ninguna razón aparente, no pudo permanecer sentada a la mesa ni un segundo más. ¿Acaso temía escuchar algo que la hiciera comprender? No se quedó para averiguarlo, sino que huyó como una gacela asustada a su habitación, negándose a pensar en lo que acababa de escuchar. Una vez que estuvo a salvo en su dormitorio, las palabras volvieron a atormentarla y a hacerla desear haber sido una jovencita más sofisticada.
Con los ojos brillándole con febril intensidad, contempló el océano que se veía por la ventana del hotel. Dentro de unas pocas horas subiría a bordo del buque que la alejaría de España. ¿Dejaría que lo que no eran más que chismes maliciosos destruyeran su matrimonio y su futuro? Por un segundo, la imagen de Tres Olmos le volvió a la mente y sintió otra vez el odio de Ruth y la frialdad de su padre. ¡No! ¡No podría regresar allí! Su futuro estaba con Philliphe. Philliphe, que la quería y se preocupaba por ella. Tenía que creerlo y olvidar aquella desagradable conversación. Philliphe entró en ese momento, y le sonrió con calidez.
-¿Y bien, mi vida, estás lista para el largo viaje a Norteamérica? Sé que te resultará algo aburrido, pero cuando lleguemos a Nueva Orleáns sentirás que ha valido la pena.
Al mirarla más de cerca, vio las señales de agitación que ella no podía disimular. De inmediato adquirió una expresión preocupada y preguntó:
-¿Qué sucede, querida?
Al oír la nota bondadosa de la voz de Philliphe, el corazón de ella se contrajo de forma dolorosa. Esos hombres eran criaturas perversas y malvadas que esparcían horribles mentiras, se dijo con vehemencia. Y luego, porque después de todo no era más que una niña inexperta e ingenua, estalló en lágrimas casi histéricas y se arrojó a los brazos de Philliphe.
Alarmado y sorprendido por la evidente angustia de Sara, él la abrazó con fuerza.
-Mi amor, mi amor, calla -murmuró dentro de los rizos pálidos que le acariciaban el mentón-. ¿Qué te ha perturbado? ¿Acaso estás triste porque dejas tu hogar? No lo estés, por favor... Te haré feliz te lo prometo. -Casi con rabia, agregó:- ¡A pesar de todo!
Horrorizada porque había reaccionado de forma tan vergonzosa, Sara trató en vano de contener los sollozos que la sacudían. Miró el rostro consternado de Philliphe con sus ojos violetas bañados en lágrimas y preguntó con patética desesperación:
-¿Me amas, Philliphe? ¿Me amas de veras?
Lo sintió ponerse rígido y sin poder comprender sus propios motivos, se aferró a los hombros de Philliphe.
-¡Dime la verdad, te lo suplico! ¿Me amas?
Mirándola a los ojos, Philliphe le apartó un rizo que le había caído sobre la frente.
-Sarita, ¿qué sucede, querida? Sabes que te amo. No me hubiera casado contigo si no te quisiera más que a cualquier mujer en el mundo. -Con voz ronca por la emoción, agregó:- Eres mi esperanza para el futuro. Y si descubro que no puedo... no puedo... contigo, entonces estoy realmente perdido.
-¿Si no puedes qué, Philliphe? -susurró Sara, nuevamente al borde de las lágrimas.
Philliphe la abrazó con más fuerza. Tenía una expresión atormentada en el rostro. Con una voz apenas audible, murmuró:
-Encontrar la felicidad. Si no puedo encontrar la felicidad contigo, entonces me merezco cualquier cosa que pueda depararme el futuro.
La miró a los ojos durante un largo instante y luego inclinó la cabeza lentamente y la besó con intensidad. Sintiendo la boca de él suave y cálida sobre la suya, Sara le devolvió el beso, ¡Obligándose a conformarse con las promesas de Philliphe en cuanto al futuro. Le creía. No tenía razones para no hacerlo, de modo que con un suave suspiro, se apretó contra él. Los brazos de Philliphe la aferraron con fuerza y su boca se movió de forma provocativa sobre la de Sara. Fue un beso dulce y ella sintió pena cuando terminó. Pero demasiado pronto, Philliphe levantó la.cabeza y la miró. Con expresión bondadosa le preguntó en voz baja:
-¿Te sientes mejor, ahora? ¿Ya no temes que no te ame?
Una sonrisa trémula comenzó a reflejarse por los ojos violetas .Convencida de que la amaba, Sara respondió con timidez:
-¡Sí, sí! ¡Es decir, no! -El rió ante su indecisión y ella agregó rápidamente:- Ya sabes lo que quiero decir.
-Claro que lo sé, querida. -Le tomó una mano y se la besó con suavidad.- Confía en mí, mi amor. Todo saldrá bien. ¡Confía en mi!
5 comentarios:
Sospecho que Mignon no va a poder alcanzar la felicidad con Sara, y aún menos ella con él, así que seguiremos a la espera...
Buenooo, Buenooo...yo sigo a la espera como Dora, espero la pasión desbordá que pueda dar el pistolero Jjajajajaj el Mignon cariño le pone pero... ya compararé yo más adelante Jjajajaj más que amantes estos dos, llegarán a tener una amistad porque malo no le veo al chico ¿no?.
Pues nada Princesas, aquí a la espera de la continuación y sigo diciendo que el Tomás es un cabronazo de primera Jjajajajjaaj Uffffffff a ver cuando empiezan los sofocos Jjajajajaj, Un besazo corazones.
Ayla.
Estoy deseando que lleguen a Nueva Orleans, porque me parece a mi que el Mignon este.....pierde muuucho aceite y esta mujer lo que necesita es... jajajaj, bueno ya sabemos todas lo que necesita.
Un beso. Blue.
A la espera de que aparezca el pistolero , porque este Mignon es mas blandito que el pan blanco.Y aqui lo que hace falta es pasion , que seguro que alguien sera capaz de darla. Menos mal que ya hemos perdido de vista los Tres Olmos que el ambiente era cargante.
Gracias chicas por vuestro esfuerzo por darnos todo esto.
CHIQUI.
Me encanta!
Continuenlo pronto..
Quien es el escritor/ra?
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