08 octubre 2008

Pasion; Aitor Carrasco

Pasaron solamente una noche en Nueva Orleáns y la mañana del último lunes de enero encontró a Sarita despertándose mecida por el susurro de las olas contra el paquebote que los llevaba a Galveston.

Charity resultó ser una doncella muy capaz y ayudó a su señora a vestirse con una chaquetita corta con ribetes de encaje y una amplia falda de muselina verde. Un sombrero de paja con bordes de terciopelo verde y un par de guantes cortos blancos completaban el cuadro. Y era un cuadro muy bonito el que presentaba Sarita con sus resplandecientes ojos verdes y el cabello rubio peinado en largos bucles a cada lado del rostro.

Sin tener conciencia de su propia belleza, Sarita salió con entusiasmo de su camarote y cruzó la cubierta para detenerse junto a la baranda y contemplar las aguas casi turquesas del Golfo de México. Estaba viajando realmente hacia Santa Fe, pensó con creciente placer.
-Buenos días, querida -dijo Philliphe repentinamente a su derecha, sobresaltándola un poco.

-¡Philliphe! ¡Me has asustado! -exclamó ella.

-Lo siento, Sarita, creí que habías oído acercarme -respondió él con tono distraído. Tenía los ojos algo hinchados a causa de haber pasado la mayor parte de la noche en las mesas de juego debajo de cubierta.

Adivinando lo que había sucedido, Sarita preguntó con tono resignado:
-¿Perdiste mucho anoche?

Philliphe hizo una mueca.
-Lo suficiente. Pero no tienes que preocuparte, mi vida. -Vaciló un instante, luego dijo con reticencía:- Me pregunto... ¿te importaría si un caballero joven se une a nuestra mesa para el desayuno?

Sarita se puso rígida y miró a su marido con incredulidad. Philliphe de inmediato comprendió la dirección de sus pensamientos y exclamó ansiosamente:
-¡No pongas esa cara, Sarita! ¿No pensarás que te traería a un joven que yo... ? -Se interrumpió, horrorizado ante la idea de que ella lo creyera capaz de presentarle a uno de sus amantes. Muy tieso, dijo:- Aitor Carrasco es un joven de Nueva Orleáns que casualmente Viaja a San Antonio. Lo conocí anoche y como ambos Viajamos a San Antonio, me pareció cortés invitarlo a nuestra mesa. Si te opones, tendré que inventar una excusa. Aunque no tengo idea de qué le diré para explicar el repentino cambio de idea -terminó Philliphe con tono preocupado.

Compungida, Sarita intervino de inmediato.
-No, no, no será necesario. Perdóname, Philliphe. Debí haber imaginado que no harías una cosa así.

-Sarita, sé que las cosas no han sido fáciles para ti -murmuró él-. Pero por favor, créeme que nunca tendrás que preocuparte. No te lastimaré más de lo que ya lo he hecho.

Ella le dio unas palmadas en el brazo con gentileza.

-Lamento haber sacado conclusiones erróneas, Philliphe. No hablemos más de eso. Tengo muchos deseos de conocer al señor Carrasco.

-Creo que te gustará -comentó él-. Es joven, un poco mayor que tú y muy alegre.

-¿Qué lo lleva a San Antonio? -quiso saber Sarita-. ¿Va de visita a casa de amigos como nosotros en Santa Fe o piensa establecerse allí?

-Un poco de cada cosa, creo. Aparentemente tiene primos o parientes con quienes se quedará. Parece que su padre le aconsejó que vea qué posibilidades hay de establecerse en esa zona.

-Comprendo -dijo Sarita sin demasiado interés. Pero cuando lo conoció unos instantes más tarde, se sintió atraída por él.

¿Quien no lo estaría? Aitor Carrasco era escandalosamente apuesto y cautivante. Era alto y tenía el cuerpo de un atleta, ojos verdes, pelo negro y los modales más encantadores de toda la ribera del Misisipí. Para los hombres también resultaba un compañero agradable, siempre estaba listo para cualquier travesura, era un excelente tirador, generoso con su dinero. En fin, un tipo de lo más agradable. Sus críticos -que afortunadamente eran muy, muy pocos- se quejaban de su carácter irascible y de su excesiva ansiedad por arreglar la más trivial de las disputas con un duelo.

Pero Sarita, que no sabía nada de esto, se sintió favorablemente impresionada por él. Y Aitor... Bueno, el pobre Aitor echó una sola mirada a esa criatura exquisita que estaba delante de él y se enamoró precipitadamente... algo que su padre, Jason Carrasco, comentaba con sorna que solía sucederle.

Pero Sarita, para gran angustia de Aitor, se mostró indiferente a su nuevo esclavo, pues lo veía sólo como un compañero agradable y entretenido. Era dos años mayor que ella, pero con el correr de los días, comenzó a considerarlo un hermano menor o un viejo amigo.

Como Philliphe pasaba la mayor parte del tiempo jugando, Sarita y Aitor estaban bastante en compañía el uno del otro.

Era una relación inocente por parte de Sarita. Aitor era un pillo encantador que la hacía reír como nunca antes lo había hecho. Le divertía su compañía y se sentía halagada por las atenciones de él.

Era Aitor el que acompañaba a la señora Mignon durante sus paseos por la cubierta; era Aitor el que se sentaba con ella por las noches en el salón y jugaba inocentes juegos de naipes; y era Aitor el que la entretenía durante el desayuno y el almuerzo, mientras Philliphe dormía después de una noche de juego y bebidas. No fue extraño, entonces, que ella y Aitor se convirtieran en amigos entrañables.

El largo viaje a Galveston se acercaba a su fin. La noche antes de que llegaran a destino, Sarita y Aitor pasearon por cubierta conversando amigablemente.

Con el entrecejo fruncido, Aitor preguntó de pronto:
-Sarita, ¿Philliphe pierde mucho dinero en el juego? -Al ver la reserva de ella, se maldijo por su torpeza.- Perdón -dijo enseguida-. No quise ser impertinente.

Sarita sonrió. No lo culpaba por hacerle esa pregunta. La preocupación de Philliphe por las mesas de juego había sido más que obvia en estos días y era lógico que alguien lo notara. Pero no quería hablar de su marido con este joven, de modo que dijo:
-No te disculpes. Hagamos de cuenta de que no me preguntaste nada. La noche es demasiado hermosa como para discutir.

-Me parece una idea excelente -asintió Aitor.

Pero siguió pensando que el matrimonio de los Mignon era extraño, sobre todo si uno pensaba en el hermoso joven que siempre estaba con Philliphe desde hacía unos días. Era un ridículo patán llamado Reinald Percy. Aitor notó un desagradable aire de intimidad entre ambos y la situación le pareció extraña por demás. Si Sarita fuera su mujer, pensó, no la dejaría ni un momento fuera de su vista... ni de su cama, pensó con una sonrisa traviesa. Sus ojos se clavaron en el cuerpo esbelto de Sarita y suspiró. Era tan hermosa y no le prestaba la más mínima atención, pensó, entre fastidiado y divertido.

Sin tener conciencia de la frustración de él, Sarita murmuró:
-Lamentaré tener que despedirme de ti mañana. Disfruté mucho de tu compañía en este viaje. Será extraño no verte todos los días.

-¡Pero si lo harás! Como ambos vamos a San Antonio, decidí que en lugar de permanecer en Galveston, iré directamente a San Antonio con vosotros. Ya se lo comenté a tu marido y no pareció importarle. Será un viaje más seguro para todos si yo y mis cuatro sirvientes nos unimos. -y tú no tienes idea de que cambian mis planes por ti, mi dama de hielo, pensó Aitor.

-¡De veras! -exclamó ella, entusiasmada-. ¿No estás bromeando?

-Vamos, Sarita -dijo él fingiendo ofenderse-. ¿Alguna vez he bromeado?

Ella rió.
-Todo el tiempo, amigo mío, todo el tiempo. No has hecho otra cosa que reírte de mí desde que nos conocimos. ¡Y no trates de negarlo! -Impulsivamente, le tocó una mano.- Y me ha encantado, Aitor. No puedo decirte cuánto has alegrado mis días. Eres un buen amigo y espero que nuestra amistad dure mucho.

-No te preocupes, Sarita -respondió él con tono casi sombrío-. No tengo intención de desaparecer de tu vida en breve.

Poco después se despedían frente a la puerta del camarote de ella. Y fue entonces cuando Aitor no pudo resistir la tentación de besar brevemente aquellos labios preciosos.

Sarita dio un respingo y se apartó instintivamente y Aitor, tomando conciencia de lo que había hecho, se apresuró a disculparse.
-¡Sarita! ¡Perdóname! No sé qué me ha sucedido. Te pido disculpas. -Le dedicó una sonrisa traviesa y agregó con todo des parpajo:- Es sólo que siento que eres como una de mis hermanas, a pesar de que nos conocemos desde hace poco tiempo y ¡siempre les doy un beso de buenas noches a mis hermanas!

Sarita no supo si darle un tirón de orejas o reír. La risa ganó.
-¡Aitor, eres un pillo! -lo reprendió con una sonrisa-. No creo que mi marido apruebe esta... efusividad por parte de un joven al que conozco desde hace tan poco.

El adoptó un aire ofendido y bromeó:
-Pero, Sarita, siento como si nos hubiéramos conocido desde siempre. ¡Sin duda éramos almas gemelas en otra vida!

-¡Basta de tonterías! -dijo Sarita, pegándole suavemente en los nudillos-. Compórtate como es debido, o tendré que tomar medidas, jovencito -amenazó con un brillo divertido en los ojos.

-¿Estoy disculpado? -preguntó Aitor.

Sin poder resistirse a la expresión risueña de él, Sarita respondió con sinceridad:
-Sí, pero no tendría que perdonarte. Ahora tengo que irme. ¡Es tarde y no quiero que nadie piense que estoy entreteniendo a jovencitos audaces en mi camarote!

Después de que Sarita cerrara la puerta del camarote, Aitor permaneció inmóvil durante unos segundos y después se alejó silbando por lo bajo, muy satisfecho consigo mismo.

A pesar de la facilidad con que había descartado el incidente frente a Aitor, Sarita se sentía preocupada. Comprendía que nunca habría nada más que una amistad entre ellos, y era demasiado buena como para alentar las esperanzas de él cuando no tenía intención de permitir que la relación se tornara más profunda. No, Aitor no era para ella; podía ser apuesto, encantador, pero sólo llegaba a su corazón de una forma fraternal. Se recordó con firmeza que el beso de él había sido sólo eso: un saludo fraternal. Ella sabía lo que significaba que la besaran con pasión, y por un instante, el rostro moreno de Lucas Fernandez se representó en su mente. Tuvo que admitir de mala gana que quizás el encanto de Aitor radicaba en que le hacía recordar a Lucas. Descartó esa idea de inmediato y se obligó a pensar en lo que había sucedido esa noche. Se preguntó si Aitor sentiría algo más que una amistad por ella y se mordió el labio con fastidio. Disfrutaba mucho de la compañía de él; la hacía sentirse joven y alegre, no seria, sensata y recatada, cosas que había sido durante tanto tiempo. Desde que lo había conocido, ni una vez había pensado en Briarwood ni en lo extraño de su matrimonio, ni había deseado que su futuro fuera diferente. No volvería a las virtudes de antes, que ya no la atraían. ¡Sería alegre, joven, feliz... y despreocupada! ¡Sí! Y Aitor la ayudaría, pensó, desafiante. ¡No iba a convertirse en una mujer amarga y frustrada!

Aitor hubiera estado encantado de poder quitarle sus frustraciones, y al recordar qué cerca había estado de delatarse cuando habían estado frente a la puerta del camarote de ella, sintió que el pecho se le oprimía de forma incómoda. Por un instante se sintió entristecido, pero luego se alegró. Ella no se había mostrado demasiado disgustada y había aceptado la excusa sin un murmullo de protesta. Y mientras saboreaba su segundo coñac, procedió a convencerse a sí mismo de que ella sólo había sentido timidez y que su persistencia se vería recompensada.

Aitor no era el único que saboreaba la idea de una seducción esa noche. Philliphe había descubierto que el joven y delicado señor Percy era de su mismo carácter y finalmente terminó envuelto en un ardiente abrazo. Sin pensar por un instante en su mujer ni en la impotencia que acosaba su matrimonio, Philliphe le demostró con éxito y pericia cuán experto era en las artes de amar... a los hombres. Pasaron la noche en el camarote del señor Percy, que por desgracia, resultó ser adyacente al de Aitor.

Lo peor de todo era que Aitor, sin querer, había tomado la caja de rapé del señor Percy y a la mañana siguiente, llamó a la puerta para devolvérsela. Como nadie respondiera, giró el picaporte y la puerta se abrió. El espectáculo de Philliphe y el señor Percy juntos en la cama fue un gran golpe aun para un hombre experimentado como Aitor. Asqueado y horrorizado, huyó de inmediato. Ahora comprendía por qué a Philliphe.no parecía importarle que su mujer anduviera en compañía de otro hombre.

Pero aquí Aitor se equivocaba. Philliphe era perfectamente capaz de hacer la vista gorda respecto de muchas cosas que otro hombre no hubiera pasado por alto. Pero también era un hombre esencialmente egoísta y, si bien podía parecerle bien que Sarita anduviera en compañía de un joven apuesto como Aitor, siempre estaba alerta por cualquier amenaza que pudiera cernirse sobre su propio bienestar. Esa mañana, tras despedirse del señor Percy, puesto que el paquebote atracaría en Galveston en unas pocas horas, Philliphe decidió, después de escuchar la conversación alegre de Sarita cuyo tema principal era Aitor, que quizá no había sido una idea tan buena presentarle su mujer a ese joven. Aitor era demasiado atractivo y Philliphe no quería que Sarita comenzara a tener ideas tontas. Quizá llegara a la conclusión de que su extraño matrimonio no era satisfactorio y que otro hombre podía hacerla más feliz.

Al ver la amistad entre Sarita y Aitor, Philliphe comenzó a pensar con verdadero desagrado en la idea de que Aitor y su grupo viajaran con ellos hasta San Antonio. Pero no era posible hacer nada al respecto, pensó con pesar, deseando no haber consentido a esta ridícula y alocada ocurrencia de Sarita.

Pasaron la mayor parte del día reservando habitaciones en el hotel donde pasarían algunos días y deshaciendo las maletas. A Philliphe la ciudad le pareció horrible y no dejó de protestar por lo bajo. Pero las quejas de Philliphe no fueron lo único que preocupó a Sarita, mientras recorrían la ciudad Había visto a un hombre alto, moreno y apuesto desaparecer entre dos edificios y durante un terrible instante creyó que se trataba de Lucas Fernandez. Se preguntó por qué, si estaba tan contenta y satisfecha con su relación con Philliphe, podía reaccionar con tanta intensidad ante la imagen de un hombre que quizá ni siquiera era el que ella quería que fuese. Por primera vez desde que había tomado la decisión de seguir siendo la esposa de Philliphe a pesar de su impotencia y sus relaciones homosexuales, se preguntó si no habría sido increíblemente estúpida al hacerlo. "Quizá fui injusta con ambos", decidió con tristeza, y como se sentía culpable, se esmeró por prestar atención a los comentarios que Philliphe hacía sobre la ciudad

Sarita ocultó su propio desengaño ante la ciudad y por primera vez, toda la magnitud del viaje que había emprendido la golpeó. Estaban alejándose de la comodidad y de la elegancia a la que estaban acostumbrados. Iban hacia la frontera, una frontera donde la gente vivía con cierta comodidad, pero donde la opulencia de Briarwood era tan extraña para ellos como lo era esta ciudad bulliciosa y rústica para Sara.

La tarde antes de partir, Philliphe se mostró particularmente venenoso en sus comentarios acerca de la ciudad, la gente y el paisaje. Sarita huyó a su habitación en el hotel para evitar estallar y comentar algo poco gentil acerca del comportamiento de él.

Ambos hombres notaron el malestar de ella y cada uno le dio su propia interpretación. La de Philliphe fue la más exacta: comprendió un poco tarde que su desagrado ante la situación estaba arruinándole el placer del viaje a Sarita. Sintiéndose culpable por su breve relación con Percy, llamó a la puerta de ella, arrepentido y compungido.

Al principio, Sarita no quiso verlo, pero luego decidió discutir todo con franqueza y le dijo que pasara.
Philliphe no le dio oportunidad de hablar. Atravesó la habitación con pasos largos y tomó la mano de ella, besándosela luego con afecto.

-Mi querida -dijo con tono apesadumbrado-. ¡He sido un desconsiderado de lo peor! Sé cuánto significa este viaje para ti y sé que hubieras preferido que yo no viniera... ¡y qué es lo que hago sino quejarme de todo! Perdóname, por favor, mi vida. Trataré de ser más agradable y de guardarme mis comentarios. De ahora en adelante trataré de que recordemos este viaje con alegría y placer.

Sarita se sintió inmediatamente vivificada. Era cierto que las protestas de Philliphe le habían estado arruinando el placer del viaje. Pero también era cierto que una de las cosas que hacían que su matrimonio fuera tolerable eran los deseos de él de complacerla en cuanto comprendía que algo era importante para ella.

Sarita rió:
-¡Philliphe, sí, te has comportado muy mal! Pero me alegro de que ya no estemos disgustados.

El murmuró:
-Me tratas demasiado bien, Sarita. Deberías haberme regañado antes y no haberme permitido estropearte tu diversión. Por favor, en el futuro, no me lo permitas.

Ella sonrió y lo besó en la mejilla.
-Muy bien; cuando te regañe, recuerda que me has dado permiso para hacerlo. ¡Ten cuidado, porque me estoy volviendo muy irascible!

Cuando se encontraron para la cena. Aitor notó de inmediato la intimidad entre ellos y sacó sus propias y celosas conclusiones. Al ver que intercambiaban miradas afectuosas durante la comida, el alma se le fue a los pies.

En consecuencia, se disculpó de forma algo cortante cuando se levanto de la mesa y se negó a unirse a ellos para una breve caminata. Con el apuesto rostro inexpresivo, dijo en voz baja:
-Disculpadme si no os acompaño. Tengo planes para esta noche.

Era una mentira, pero Aitor se marchó de inmediato, pensando en si debía retar a duelo a Philliphe o estrangular a Sarita por su comportamiento coqueto. Abandonó el hotel y se dirigió a una taberna pequeña, donde pidió un whisky puro.

Aitor lo bebió en silencio durante algunos minutos; la taberna parecía estar vacía, a no ser por él y el tabernero. De pronto se puso rígido al notar la presencia de otro hombre.

Era una figura oscura en las sombras. Las botas negras cubiertas de polvo y las piernas largas y fuertes se veían con claridad; una espiral de humo se arremolinaba cerca de su cabeza y la punta encendida del cigarro brillaba en la oscuridad. Aitor tuvo la incómoda sensación de que el otro hombre lo estaba mirando.

Herido por el comportamiento de Sarita y Philliphe, Aitor estaba ansioso por pelear con alguien y decidió que no le gustaba la forma en que lo miraba aquel hombre. Con expresión belicosa, comenzó a avanzar hacia el otro sujeto, pero se detuvo al oír la voz burlona que provenía de las sombras.
-¿Siempre tan irascible, jovencito? Es bueno que la pistola no sea desconocida para ti.

Al oír esa voz levemente acentuada y atisbar esas facciones morenas y enjutas, el rostro de Aitor se iluminó con una sonrisa incrédula.
-¡Lucas! -exclamó, entusiasmado-. ¿Qué demonios haces aquí? No esperaba verte antes de llegar a la hacienda.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Oh ¡¡el morenazo está ahí!! bien. Cada vez me gusta más esta novela.
Blue.

Anónimo dijo...

No sé si puedo esperar al siguiente capítulo.... aaaaahhhhh, que ya está aquí el pistolero Fernández....
María A.

Anónimo dijo...

El Pollito es familia del pistolero? uffffffff vaya la que nos espera jajajajaj yo tampoco puedo esperar, madreeee... cómo me enciendo cuando aparece el Fernández jajajjaajja

Esto cada vez está más interesante con el morenazo,como dice Blue y el personaje de Aitor le va a dar mucha vidilla al asunto.
Besos y esperando la continuación.

Ayla.

Anónimo dijo...

Haber como reaccionan Lucas y Sara cuando se encuentren, espero que se arregle todo aunque sea un poco

Sonia

Anónimo dijo...

Ay madre la que se va a liar , por fin volvio a aparecer el pistolero.
El pollito nos dara vidilla? , mas bien nos va a tocar las narices , como casi siempre.

Esto cada vez esta mas interesante.

CHIQUI.

Anónimo dijo...

Woooo!!

Contiinueenlo prontoo!!





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