04 octubre 2008

Pasion; La traicion

Sara no supo con seguridad qué sucedió después, porque su mente no se aclaró hasta una hora más tarde, cuando vestida con un suave camisón, se sentó sobre la cama en la casa de la Avenida Esplanade para beber una taza de chocolate caliente. Llevaba el pelo recogido en dos largas trenzas que le llegaban hasta los senos. Silvia estaba con ella bebiendo chocolate recostada en un extremo de la cama.
-¿Quieres hablar de eso? -preguntó en voz baja. Sara esbozó una sonrisita.

-No hay nada de qué hablar. El señor Fernandez me siguió hasta el guardarropa y su mujer nos encontró allí. Ya sabes el resto.

Sin mirar a Sara, Silvia preguntó con cautela:
-¿Ruth tuvo motivos para enfurecerse?

-Supongo que sí -admitió Sara con expresión culpable-. El señor Fernandez me besó, pero cómo lo supo ella, no lo sé. -Con expresión angustiada, agregó en voz baja:- Estaba mal, lo sabía, pero nunca he conocido a nadie como él, Silvia. No podría haberlo detenido y lo más horrible de todo es que ¡no quería hacerlo! -Emitió un suspiro triste.- Debo de ser una mujer muy casquivana. ¿Por qué otra razón permitiría a un desconocido tanta intimidad?

-¡Dudo que tú le hayas permitido algo a Lucas Fernandez! -respondió Silvia con humor-. Conociéndolo, querida, no tenías ni la más mínima posibilidad de salvarte si él había decidido besarte. Siento que se haya tomado tanta libertad y sobre todo lamento que Ruth haya armado tanto escándalo. Mañana le gritará la historia a todo aquel que quiera escucharla y, por desgracia, ¡hay más de uno que querrá hacerlo! Estoy segura, también, de que exagerará bastante la historia. Sólo espero que tu marido no decida retar a un duelo estúpido a Lucas. ¡Eso sería el colmo! Los labios de Sara comenzaron a temblar y ella supo que en un instante estaría llorando como una niña. Tratando de ocultar su angustia creciente, tragó con dificultad y murmuró:

-¡Ay, Silvia, qué embrollo tan horrible es este! No quiero ser el blanco de chismes, ¡ni quiero que Philliphe se bata a duelo por mí! y hubiera dado cualquier cosa para que el señor Fernandez no me siguiera. Pero más que eso, deseo que Philliphe hubiera estado conmigo y que tuviéramos la relación fácil y cómoda que tenéis tú y Gonzalo. Silvia la miró con afecto.

-Vamos, querida, no te pongas así. Tú y Philliphe estaréis muy bien. Todo lo que necesitáis para ser un buen matrimonio es tiempo. Mira, apuesto a que dentro de unos meses recordarás esta conversación y te preguntarás cómo pudiste ser tan tonta. Y, en cuanto a Ruth, esperemos que Lucas pueda convencerla de no armar un escándalo. El único que puede persuadirla es él. -Silvia vaciló y prosiguió con tono levemente preocupado:- Desearía que Gonzalo y yo no tuviéramos que marcharnos pasado mañana. Sin nosotros, no habrá nadie excepto Lucas para rebatir las mentiras de Ruth. Lo que no queremos es que ella forme un escándalo tan grande que llegue contigo hasta Natchez.

Horrorizada, Sara balbuceó:
-¿Pe... pero por qué habría de hacerlo? Odia a Lucas, hasta yo me di cuenta. ¿Para qué querría calumniarme y revelar el hecho de que él encuentra a las demás mujeres más atractivas que ella? ¡Si yo encontrara a Philliphe en una situación comprometedora, por cierto que no querría que todo el mundo se enterara!

-Tampoco lo desearían la mayoría de las mujeres. Pero claro, tienes que comprender a Ruth Montalban de Fernandez -respondió Silvia con ironía. Se habría detenido allí, pero Sara dijo en voz baja:

-Sigue, por favor... Me gustaría saber cómo pudo casarse con una mujer así. ¿Cómo pudo amarla?

Silvia hizo una mueca burlona.
-Ese es exactamente el problema, mi vida. Fue un casamiento arreglado. Verás, a pesar de la abuela mestiza, la familia de Lucas es muy rica y aristocrática. La historia es larga, pero básicamente esto es lo que sucedió. Lucas y su madre, doña Faith, fueron capturados por los comanches cuando Lucas tenía alrededor de dos años.

-La exclamación angustiada de Sara hizo que Silvia se interrumpiera y la mirara.

-Querida, no te escandalices así; los comanches siempre toman rehenes y roban mujeres y niños con regularidad. Nadie sabe cuántos prisioneros blancos tienen los comanches y es algo que todas las mujeres de la frontera temen. Casi nunca se vuelve a saber de ellos, pero en ocasiones, como en el caso de la madre de Lucas, se tienen noticias. -Silvia frunció el entrecejo mientras trataba de recordar el orden de los acontecimientos.- Oí el cuento de boca de mi madre muchas veces, pero nunca recuerdo cuánto tiempo pasó hasta que un mestizo comanche llegó a San Antonio y habló de la muerte de doña Faith. Creo que fue dos años más tarde y él dijo que había muerto un año antes. En cualquier caso, estaba muerta, pero él había visto al niño, Lucas, y dijo que había sido adoptado por una familia comanche y que estaba muy bien.

Maravillada, Sara preguntó:
-¿Nadie trató de encontrarlo? No lo dejaron allí tan fácilmente,¿verdad?

Silvia hizo una mueca.
-Sarita, es tan difícil explicar... Hay muchos ataques de comanches y van de un lado a otro de forma constante. Las distancias son muy grandes, algunas zonas todavía no han sido exploradas por los blancos y es casi imposible encontrarse con ellos... en circunstancias amistosas. Es como si los prisioneros desaparecieran de la faz de la Tierra; algunos pasan a otros grupos o tribus y otros sencillamente mueren. Los Fernandez tuvieron suerte al enterarse de que doña Faith había muerto. A veces pasan años hasta que alguien sepa qué suerte corrieron los prisioneros. -Con voz sombría, agregó:- Otras veces, eso nunca sucede.

-¿Y qué sucedió luego? Una vez que supieron que doña Faith estaba muerta y que Lucas seguía vivo, ¿qué hicieron? -quiso saber Sara.

-Nada. Creo, y también lo creen muchas otras personas, que don Lorenzo estaba muy contento con la situación. Por cierto que perdió poco tiempo en arreglar otro matrimonio conveniente para don Paco, el padre de Lucas. Ese matrimonio, debo decir, produjo sólo niñas, para gran fastidio de don Lorenzo.

-¿Y? -la alentó Sara con impaciencia. Quería saber más sobre Lucas.

-Bien, cuando se volvió evidente que no habría un heredero, don Lorenzo comenzó a pensar en el nieto robado por los comanches. No sé cómo lo logró; todos creen que fue a través de ese mismo mestizo que entraba y salía de San Antonio todo el tiempo, pero don Lorenzo finalmente logró rastrear a Lucas y lo hizo capturar por sus hombres. Fue arriesgado y peligroso, pero don Lorenzo estaba decidido. Su orgullo español quería un heredero y aun uno con sangre comanche en las venas y criado por los comanches serviría a sus propósitos.

Con la voz llena de compasión por el joven Lucas, Sara preguntó en voz baja:
-¿Y Lucas? ¿Cómo se sintió? ¿Fue feliz al reunirse con su familia?

-Lucas era, para todos, poco más que un animalito -admitió Silvia de mala gana-. Les llevó casi tres años "domesticarlo" en el rancho de la familia antes de que don Lorenzo sintiera que era prudente enviarlo a España para proseguir con su educación y capacitación. Fue mientras estaba en España cuando su abuelo arregló el casamiento con la familia de Ruth. Tanto Ruth como Lucas se vieron obligados a ceder ante la presión familiar, desafortunadamente para ellos. Siempre me pregunto -musitó Silvia con aire pensativo- qué presión pudieron haber ejercido sobre Lucas para que aceptara casarse con ella. Lo único que se me ocurre es que su abuelo hubiera amenazado con algún tipo de represalia contra los comanches, quizá nombró específicamente a la familia que crió a Lucas. Debió de haber sido algo drástico para que él accediera a casarse con Ruth.

-¿Cómo sabes tanto acerca de la familia de Lucas? -preguntó Sara, frunciendo el entrecejo-. No creo que lo que me estás diciendo lo sepa todo el mundo.

Silvia sonrió.
-Ahí es donde te equivocas. ¡Todos en San Antonio saben acerca de Lucas Fernandez! Cuando su madre fue capturada por los comanches, no fue posible ocultarlo, como tampoco lo fue cuando Lucas regresó... aunque nadie supo eso hasta casi un año más tarde. ¡Ni siquiera su padre estaba al tanto de las actividaddes de don Lorenzo! Por una u otra razón Lucas siempre fue blanco de habladurías... ¡aun desde antes de nacer!

-¿A Lucas no le importa fastidiar a su abuelo?

-¡Le encanta! Ciertamente disfruta viéndolo ponerse rojo de ira cuando oye sus últimas andanzas. Hay tanto odio entre ellos que a veces me pregunto cómo terminará todo. Si Lucas no fuera el único heredero varón de don Lorenzo, temería por su vida.

-¡Su abuelo no lo mataría! No puedo creer eso, Silvia. Sin duda estás exagerando.

-No conoces a don Lorenzo, y si don Paco tuviera otro hijo de su segunda mujer, la vida de Lucas no valdría un penique. A veces me pregunto quién lo odia más, si su mujer o su abuelo.

-¿Es por eso por lo que Ruth propagaría mentiras sobre él? ¿Para lastimarlo?

-En parte, sí. -Silvia tenía una expresión pensativa.- Y en parte, es para hacerte quedar mal ante los ojos de Lucas, creo.

-A mí? -exclamó Sara-. ¿Para qué querría hacerlo? ¿Especialmente cuando ella no lo quiere?

-Ah, allí está el secreto. Verás, ella no quiere a Lucas, ni oculta el hecho de que no soporta que la toque. Razón por la cual con frecuencia perdona a las diversas mujeres que comparten la cama de él; eso también lo sabe todo el mundo. A veces siento deseos de estrangular a Lucas por la forma en que se pavonea con sus conquistas. Pero si bien Ruth no quiere a Lucas para sí, él es su marido y no desea que tenga una relación permanente con otra mujer. Puede tolerar una ramera, pero no a alguien que podría significar algo para él. Y querida, lamento decírtelo, pero aunque Lucas es un famoso mujeriego, debo admitir que eres la primera muchacha inocente con quien coquetea. Por lo general, sus aventuras son con mujeres casadas y maduras que saben perfectamente bien en qué se están metiendo. Normalmente, no demuestra interés por alguien tan joven e ingenua como tú. -Silvia frunció el entrecejo y admitió con lentitud:- Y eso es lo que me preocupa. Si Ruth piensa que eres distinta, que hay algo más que el mero deseo físico que motiva a Lucas, hará todo lo posible no sólo para destruirte a ti, sino también el interés que pueda tener él. ¿Comprendes por qué estoy preocupada?

Sara asintió. Los ojos verdes parecían enormes y atemorizados. Con voz temblorosa, murmuró:
-¡Ojalá no hubiera asistido a ese baile! Pero más que nada, desearía que tú no tuvieras que marcharte. ¿Qué haré, Silvia?

-¡Vamos! -respondió ésta con tono alentador-. Probablemente exageré toda la situación y no haya nada que temer. Lucas, sin duda, aplacará las sospechas de Ruth y si tenemos suerte, lo que sucedió esta noche entre tú y Lucas no pasará a mayores. Y si sucede lo peor, aférrate a la idea de que pronto tú y Philliphe partiréis de Nueva Orleáns y dejaréis atrás cualquier escándalo. A decir verdad, no creo que ella pueda armar demasiado escándalo con lo poco que descubrió esta noche. Recuerda, todo lo que realmente sabe es que tú y Lucas estuvisteis a solas en el guardarropa durante unos minutos, y aunque tiene una lengua venenosa, eso es todo lo que podrá decir al respecto.

-Eso espero -terció Sara sombríamente-. ¡Qué final tan horrible para mi primer baile! Creo que jamás podré volver a asistir a uno sin recordar lo que sucedió en este.

-No seas tan dramática, mi vida -la reprendió Silvia-. En un año no recordarás nada de esto. Ahora vete a dormir y no pienses más. Es decir, piensa sólo en cosas agradables, en lo mucho que te estabas divirtiendo hasta que apareció Lucas.

-Tienes razón -admitió Sara con expresión culpable-. Estoy convirtiendo esto en una gran tragedia; dejare de hacerlo de inmediato:

-¡Bien! Te vere por la manana, Sarita. Que descanses.

Sara se despertó poco después de las diez y descubrió que era una hermosa mañana. Se tomó tiempo para vestirse, de modo que no fue hasta pasadas las once cuando bajó la escalinata en busca de Silvia. Fue hasta el salón donde habían cenado la noche anterior y allí encontró una criada que le dijo que el señor y la señora Montoya habían salido, pero que doña Silvia regresaría en un momento. Mientras tanto, ¿desearía la señora Mignon beber chocolate caliente con medialunas frescas? ¡ciertamente la señora Mignon lo deseaba!

Así fue como Silvia encontró a Sara saboreando los dulces más delicados que había probado en su vida, cuando regresó media hora más tarde.
-Vaya, te levantaste antes de lo que esperaba. Pensé que dormirías hasta la tarde. ¿Los sirvientes te dieron todo lo que necesitabas?

-Sí, sí. ¿Y qué te hace pensar que yo dormiría hasta la tarde, cuando es obvio que tú has estado levantada desde temprano? -preguntó Sara con una sonrisa.

-Ah, pero yo tenía cosas que hacer -replicó Silvia con tono misterioso. Los ojos oscuros tenían un brillo divertido.

Presintiendo de inmediato cuáles habían sido esas cosas, Sara preguntó con ansiedad:
-¿Te refieres a lo que sucedió anoche?

-Sí. Y deja de preocuparte. Fui a ver a Margarita Costa esta mañana con el pretexto de que había perdido un guante anoche y mientras buscábamos, chismorreamos sobre Ruth. ¡No creo que tengas motivos para preocuparte! Aparentemente, Ruth no dijo nada anoche, y si iba a decir algo, ese era el momento para hacerla. Margarita me hizo muchos cumplidos acerca de ti, cosa que no hubiera hecho si Ruth hubiera esparcido rumores. -Con expresión satisfecha, Silvia agregó:- También logré transmitir, con mucha cortesía, que por alguna extraña razón, no le caíste en gracia a Ruth Fernandez y que Margarita no tenía que creer cualquier historia que ella pudiera decir. ¡Margarita tampoco simpatiza con Ruth! De modo que aunque Gonzalo y yo partamos mañana, Margarita ayudará a contrarrestar el veneno que pueda escupir Ruth.

-¡Ay, Silvia, qué buena eres conmigo! Te echaré mucho de menos. ¡Ojalá tu visita a la ciudad estuviera a punto de comenzar y no de concluir!

La expresión de Silvia se suavizó.
-Lo sé, chiquita, lo sé. Parece injusto, ¿no es así? Pero no te preocupes. Gonzalo y yo regresaremos en unos años y, además, quién sabe... ¡algún día quizá vengas a Santa Fe!

Con esa idea en la mente, fue casi con alegría como Sara despidió a su amiga al día siguiente. Philliphe estaba a su lado; había cancelado una cita con el sastre para poder conocer a los Montoya. Silvia no se sintió impresionada por él, pero vio que Philliphe sentía afecto por su joven esposa y eso le dio esperanzas de que todo estaría bien para Sarita.

Mientras regresaban al hotel, Philliphe se disculpó otra vez por no haber podido conocer antes a los Montoya.
-Lamento no haber podido asistir a la cena y al baile la otra noche, querida. ¡Espero que puedas perdonarme! Si me lo hubieras hecho saber antes, podría haber arreglado las cosas de otra forma.

-No hay problema, Philliphe. No me molestó, de veras, pero hubiera sido mucho más agradable si hubieras estado allí -respondió Sara con sinceridad. Todavía no podía pensar en el baile sin sentir un estremecimiento de culpa y algo de temor.

Los ojos negros de Philliphe la miraron con bondad y él murmuró:
-Quizá fue mejor que no estuviera contigo. Tú y tu amiga, Silvia, seguro que tuvisteis mucho tiempo para conversar y reíros y creo que no necesitabas que tu marido anduviera merodeando por allí.

Sara replicó con un comentario alegre; no sentía deseos de hablar más de la visita de Silvia o de lo que había sucedido. Y Philliphe naturalmente perceptivo, lo supuso y cambió de tema. Disfrutaron de un delicioso almuerzo en un pintoresco restaurante que él descubrió y luego caminaron de regreso hasta el hotel. Philliphe echó una mirada a su reloj y exclamó .con sorpresa:
-¡Vaya! Son más de las dos y tengo que encontrarme con un sujeto a las dos y media por un asunto de un caballo de carreras que me interesa. Sé que debes creerme un marido muy informal, pero, ¿te importaría mucho si te dejo por tu cuenta el resto de la tarde y gran parte de la noche? -Esto último fue dicho con expresión algo culpable.

Sintiéndose casi feliz ante la idea de pasar varias horas a solas, Sara asintió de buen grado.
-No, Philliphe, ve. Quizá dé un paseo en coche por la ciudad más tarde, pero creo que disfrutaré de un descanso en mi habitación. ¿Regresarás muy tarde?


-No lo sé. Aparentemente, este caballo está en un lugar a bastante distancia de aquí, de modo que quizá cenemos en una hostería por el camino. Creo que llegaré antes de la medianoche. ¿Quieres que te despierte?

-No. Te veré por la mañana, entonces -replicó Sara en voz baja.

Philliphe la acompañó al hotel y se marchó al cabo de unos minutos. Ella se sintió inexplicablemente aliviada al verlo irse y se retiró a descansar en su habitación para disfrutar de una copia del Libro de Godey para Damas. Se encontraba hojeando la revista cuando un criado privado con librea negra y dorada la interrumpió. Al principio ella se limitó a escuchar con cortesía el mensaje, pero agrandó los ojos al oír que Ruth Fernandez la invitaba a reunirse con ella esa misma tarde. "¿Por qué?", pensó Sara perpleja. "¿Por qué quiere verme? ¿Tendré que ir? ¿o será mejor rechazar la invitación?" Se mordió el labio con nerviosismo, contemplando al sirviente que se retiraba. Quizá fuera mejor, decidió finalmente.

La dirección donde debían encontrarse le resultó desconocida, pero como ella era una extraña en Nueva Orleáns, no le importó. Dejó una nota para Philliphe, diciéndole brevemente que había sido invitada a visitar a una dama a la que había conocido en el baile. Le dijo lo mismo a Bernarda y luego, decidida a convencer a Ruth Fernandez de que no había nada entre ella y Lucas, le pidió al portero del hotel que le consiguiera un carruaje.

Si al conductor del coche le resultó sorprendente que una dama quisiera que la llevaran a los suburbios de la ciudad, donde los caballeros de Nueva Orleáns mantenían a sus amante mulatas, su rostro no lo reflejó. ¿Quién conocía los gustos de los elegantes? No obstante, cuando se detuvieron delante de una encantadora casita rodeada por un cerco, vaciló.
-Ejem... señora, ¿le gustaría que la esperara? Sara, tranquilizada por la apariencia prolija y bien cuidada de la casita y por el aire respetable de la zona, le sonrió con confianza.

-No, no será necesario. Verá -agregó con encanto-, no sé cuánto tiempo me quedaré, pero estoy segura de que la dama a la que voy a visitar podrá conseguirme un coche cuando me marche. Muchas gracias, de todos modos.

El se encogió de hombros y azuzó al perezoso caballo gris. Sara lo vio irse con repentino nerviosismo. Quizá debió haberle dicho que esperara. Ruth podía no mostrarse tan amable como ella suponía. Pero luego, irguiendo los hombros delgados, se acercó a la puerta con decisión.

Los golpes a la puerta fueron respondidos por una mujer española muy seria, de edad incierta, y algo atemorizada. Sara dejó que la acompañara hasta una pequeña sala. La casa en sí no era grande, pero estaba decorada con gusto y aunque a pequeña escala, todo hablaba de dinero bien gastado.

Sobre un sofá tapizado en rosa estaba sentada una mujer. Fue entonces cuando Sara recordó que esta no era una visita de cortesía.

Apretando los dedos con fuerza alrededor de su pequeño monedero, Sara dijo con amabilidad:
-Buenas tardes, señora. Fue gentil de su parte invitarme. Sin dejar de mirarla, Ruth hizo un comentario apropiado y le indicó que se sentara en uno de los sillones frente al sofá. El coraje de Sara se estaba desvaneciendo rápidamente. Había algo atemorizador en aquella figura inmóvil, vestida de color rubí oscuro con bordes de encaje negro. Sara sintió como si estuviera delante de la Inquisición.

Finalmente, Ruth dijo:
-Fue amable de su parte venir, señora. Creo que tenemos mucho de qué hablar, pero antes de empezar, ¿puedo ofrecer le algo para beber?

Sara estuvo a ppnto de negarse, pero pensando que la otra mujer podría ofenderse accedió de forma casi efusiva.
-¡Sí, gracias! ¡Sería muy agradable!

Ruth tocó una campanilla de plata que estaba sobre una mesita y por la rapidez con que apareció Concha, la criada, Sara tuvo la impresión de que la mujer había estado esperando la llamada. Regresó casi de inmediato con una tetera de plata labrada. Había te recién preparado y pequeñas tortas cubiertas con azúcar, así como también una jarra de sangría para Ruth.
-Supuse que preferiría té, pero si quiere puede compartir mi sangría -dijo, mirando con hostilidad a Sara.

Ruth no parecía apresurada por comenzar la conversación y Sara había bebido nerviosamente una taza de té y estaba por la mitad de la segunda cuando se dio cuenta de que estaba demasiado fuerte y tenía un sabor amargo. De todas maneras, lo bebió; al menos tenía algo que hacer mientras Ruth hacía comentarios triviales.

A medida que pasaba el tiempo y Ruth seguía sin nombrar a su marido, Sara se sintió cada vez más perpleja. Finalmente ella misma fue la que tocó el tema. Armándose de valor, clavó los ojos verdes en los oscuros y dijo:
-Señora, no quiero ser descortés, pero no creo que me haya hecho venir aquí para hablar de las amenidades que ofrece Nueva Orleáns. -Un silencio poco alentador recibió sus palabras y turbada por la falta de respuesta de Ruth, vaciló antes de continuar con valentía:- Creo que hemos estado evitando el tema que ocupa el lugar más importante en nuestras mentes: su marido. Por favor, señora, créame cuando le digo que nada sucedió entre nosotros -dijo con vehemencia-. ¡Por favor, créame si le digo que nada ocurrió que pueda humillar la o deshonramos a cualquiera de nosotros!

Con excepción de una cierta rigidez, Ruth no dio señales de haber escuchado las palabras sinceras de Sara. Sin ninguna expresión en el rostro altanero, respondió:
-Tiene razón. Ya es hora de que hablemos de la razón de este encuentro. Pero antes, ¿quiere más té?

Sara lo rechazó con impaciencia y sintiéndose de pronto mareada, se tambaleó en el sillón.
-No, gracias. Creo que algo de lo que comí me ha sentado mal, y más té sólo empeorará el error.

-Quizá -respondió Ruth con la sombra de una sonrisa-. Pero claro, quizá también la situación empeore.

Sara miró a la otra mujer y sacudió la cabeza, pues la vista se le nublaba y veía dos figuras en lugar de una.
-¿Qué...? ¿Qué quiere... decir? -logró preguntar con voz pastosa.

Parecía tener la lengua cubierta con algodón.
-Sólo que el té que ha bebido tenía belladona. Y que, en unos instantes, descubrirá qué quería realmente cuando arreglé este encuentro. -Había tanta maliciosa satisfacción en sus palabras que Sara, luchando por controlar los mareos, sintió un repentino terror.

-¿Por qué? -gritó.

Ruth arqueó las cejas delgadas y oscuras.
-¿Por qué, señora? Sencillamente porque no quiero que Lucas sueñe con usted. -Con tono afable, prosiguió:- Tuvo muchas mujeres en el pasado y no me preocupé por ellas. No me importa cuántas rameras se lleva a la cama, pero no permitiré que guarde la imagen de otra mujer en su corazón.

-¡Pero si no lo hace!

-Quizá no -continuó Ruth implacablemente-, pero pienso cerciorarme. He pensado mucho en el asunto y hay varias cosas respecto del incidente que usted y mi marido tratan de minimizar, que no he podido sacarme de la cabeza. -Con ojos relampagueantes de ira, espetó:- ¡Jamás en su vida Lucas hizo un trato conmigo! ¡Nunca! Y sin embargo, para comprar mi silencio, para que yo no cause un escándalo que pudiera involucrarla, accedió a acompañarme a España, algo que se ha negado a hacer durante años a pesar de mis ruegos. Me pregunto por qué será. ¿Y sabe lo que he pensado, pequeña e insignificante criatura pálida? -Ruth emitió una risa desagradable.- Que él quiere protegerla. Ha tocado una parte de él que nadie ha tocado antes, ni siquiera yo, su mujer. Por esa razón no puedo pasarla por alto como lo hice con otras mujeres. Por eso, debo hacer algo para ensuciarla, para que no signifique nada más que las otras a las que ha conocido.

-¡Señora, está equivocada! -exclamó Sara, horrorizada-. Sólo nos conocimos esa noche y estuvimos juntos sólo un momento. ¡No significo nada para él, nada! ¡Tiene que creerme!

-¡Bah! Usted dice eso, pero yo no pienso así. Y tengo intención de hacer algo al respecto.

Sara no supo si era la droga lo que la dejaba tan lánguida o su propia incapacidad para enfrentarse con tanta maldad. En cualquier caso, con una entumecedora sensación de inevitabilidad, preguntó:
-¿No tiene miedo de lo que pueda hacer cuando me marche de aquí? ¿O de lo que pueda hacer mi marido?

Ruth sonrió y de alguna forma, eso resultó más aterrorizador que todo lo que había hecho o dicho hasta el momento.
-Usted no dirá nada... Y aun si fuera tan tonta como para contarlo, ¿quién le creería? ¿Quién creería que alguien como yo se molestaría por una criatura absurda e insignificante como usted? Además, he tomado precauciones -declaró con satisfacción-. Su marido fue el más fácil de manejar. Supuse que, como la mayoría de los hombres jóvenes, sólo siente interés por los caballos y el juego, y no me equivoqué. El hecho de que con toda facilidad se dejara tentar para ir a ver un caballo lo corrobora. Sólo tuve que mencionarle a un pariente mío, que no sabe nada de mis planes, que había oído decir que el señor Mignon estaba interesado en caballos.

Disfrutando de su propia astucia, Ruth siguió pavoneándose:
-En cuanto al criado que le llevó el mensaje... ¡bah! No dirá nada, porque valora su vida y la de sus parientes en España. Como verá -dijo con una sonrisa felina-, no dejé nada librado al azar. Mis criados saben cuáles son los peligros de traicionarme. Respecto del integrante final de mi trama, es un pariente pobre e ilegítimo venido de España y sabe que, si abre la boca, mi generosidad para con él se terminará. Además -añadió con satisfacción-, a Curtis le gustará hacerme este favor, aunque sea sólo para fastidiar a mi marido. Así que, como verá, aun si fuera lo suficientemente tonta como para hablar de esto, ¿cómo lo probaría? ¿Quién le creería? Es desconocida aquí, una extraña que está de visita, mientras que yo estoy conectada con algunas de las familias más ilustres de Nueva Orleáns. Su amiga Silvia Montoya podría creerle, pero a esta hora estará a cientos de kilómetros de aquí. Pensé en todo, puede estar segura.

Horrorizada, Sara balbuceó:
-¿Qué piensa hacer conmigo?

-Sólo encargarme de que Lucas llegue a tiempo para encontrarla desnuda en los brazos de Curtis. Por supuesto, le dejé libertad a Curtis para hacer lo que él desee. Quizás hasta disfrute de sus caricias; según él, la mayoría de las mujeres lo hacen.

-¡Malvada! -exclamó Sara con voz pastosa-. ¡No se saldrá con la suya! Gritaré y lucharé y Lucas sabrá que no estaba dispuesta.

Ruth la miró con desdén.
-No está en condiciones de luchar con nadie y en cuanto a gritar, supongo que Curtis podrá mantenerla callada el tiempo suficiente como para que Lucas vea con sus propios ojos que no es más que una prostituta. Si grita y protesta luego, parecerá que está tratando de disculparse.

Con espantosa claridad, Sara comprendió que Ruth tenía razón. Era incapaz de defenderse de nada en aquel momento; la droga le había cargado el cuerpo de plomo. Pero lo intentaría. Con torpeza, trató de ponerse de pie. Fue un gesto inútil que sólo le dio la razón a Ruth. Mortificada y asustada, Sara cayó contra los almohadones rosados del sillón.
-¿Lo ve? -se burló Ruth-. Es incapaz de luchar contra nadie. Todo saldrá como lo planeé. -Antes de que pudiera seguir hablando, un joven bien vestido entró en la habitación, moviéndose con la gracia y arrogancia de un conquistador. El rostro astuto y moreno y la boca sonriente revelaban la misma sombra de crueldad que había existido en sus antepasados españoles. Los ojos negros estudiaron con avidez la figura aterrorizada de Sara y, con un fuerte acento español, Curtis Naranjo murmuró:

-¡Por todos los Santos! Ruth, haría esto para ti por nada, si no necesitara el dinero. ¡Es preciosa! Debería agradecerte por organizarme una tarde de placer. ¡Tan rubia! Me dará gran placer acostarme con tu amiga.

El rostro de Ruth reflejó el desagrado que le causaba el tema, pero la mujer respondió con indiferencia:
-Poco me importa lo que hagas con ella. Sólo asegúrate de que cuando llegue Lucas los encuentre en una situación comprometedora. -Se levanto del sofá y agregó:- Debo irme ahora. Te dejo para que prepares la escena. No tardes mucho, porque en cuanto llegue a la casa, comenzaré a discutir con Lucas y le diré qué estúpido es al creer en un par de ojos verdes, y que tengo pruebas de que esta ramera rubia no es más que una vulgar adúltera. No creo que tarde mucho en venir hasta aquí.

-No te preocupes; ¡el único problema puede ser que Lucas llegue después de que yo haya satisfecho mi placer! Es demasiado bonita como para que resista demasiado tiempo, de modo que no tardes tú en decirle dónde puede encontrarnos.
-¡Ruin! Tu sangre inferior asoma; ¡eres un animal repugnante, Curtis! -murmuró Ruth mientras se dirigía a la puerta con paso majestuoso.

-Es cierto, prima, peró ¡esa es la razón por la que me elegiste! Otros se habrían amedrentado ante tamaña canallada. -Curtis entornó los párpados y apretó los labios con fastidio.

Ruth le dirigió una mirada calculadora.
-¡No te enfades conmigo, Curtis! Ambos sabemos de tu apetito por las mujeres -estén o no dispuestas- y ambos sabemos que harías cualquier cosa por dinero. El esbozó una sonrisa torcida. -Me conoces demasiado bien, Ruth, pero recuerda, hasta una rata amaestrada se volverá si el queso ofrecido está rancio. De modo que no comentes acerca de mis acciones; hago lo que harías tú si nuestras posiciones estuvieran invertidas. No te pavonees conmigo; no me impresionas.

El rostro de Ruth se puso morado y los ojos le relampaguearon de furia.
-Muy bien -replicó-. Veo que nos entendemos. Ahora debo irme; no quiero que Lucas se marche de la casa antes de que yo llegue. -y se marchó de la habitación, dejando a Sara mirando con ojos aterrorizados al delgado y musculoso Curtis. Lentamente, él se volvió para enfrentarla, desnudándola con los ojos.

-Ah, querida, no te preocupes -dijo con tono tranquilizador mientras se le acercaba-. Contigo seré muy gentil y disfrutarás. Me encargaré de eso.

-¡No! ¡Por favor, señor, no me haga esto! ¡Por favor! -suplicó Sara, al borde de la histeria-. No, por favor. Se lo suplico, no me deshonre.

Una sonrisa de placer anticipado se dibujó en la boca de él.
-Lo siento, pero aunque te resistas, te poseeré. Eres demasiado hermosa como para que no te desee. -Sin ningún esfuerzo, la levanto en brazos.

Ella trató de escapar, pero descubrió que él tenía la fuerza de un tigre. Sus brazos la apretaron con más fuerza.
-Quédate quieta o te haré daño -masculló, mientras la llevaba hacia la parte trasera de la casa.

El miedo a lo que iba a suceder le dio fuerzas a Sara para luchar, pero la droga se lo impidió. Se sentía confundida y hablaba sin sentido. Sabía lo que estaba sucediendo, y sin embargo le parecía una fantasía. Una fantasía horrorosa, pero una fantasía al fin.

Sin prestar atención a las contorsiones de ella, Curtis la llevó con facilidad a un dormitorio. La dejó caer de forma brusca sobre la cama y con implacable intensidad comenzó a desvestirla. Le llevó tiempo, pero finalmente Sara quedó tendida desnuda como una muñeca de trapo, con la mente a la deriva. Desesperada, comenzó a moverse de un lado a otro en la cama. Al mirarla, el cuerpo de Curtis se puso rígido de deseo. Contuvo el aliento al ver la belleza de ese cuerpo esbelto pero redondeado y se apresuró a quitarse la ropa, olvidando el plan de Ruth y la esperada llegada de Lucas.

Sara sintió como en sueños que la levantantaban y corrían la colcha antes de dejarla de nuevo sobre la cama. Experimentó la suave sensualidad de las sábanas de raso, pero no pudo disfrutar de ellas porque de inmediato el cuerpo duro y ardiente de Curtis se apretó contra ella.

Ya no podía pensar con lógica alguna y había olvidado lo que había sucedido esa tarde; estaba inmersa en un sueño emocionante en el que Lucas estaba a su lado y la acariciaba y la besaba. Era mucho más estimulante que el beso robado en el guardarropa porque ambos estaban desnudos y no era necesario preocuparse por el marido de ella ni por la mujer de él: sólo existían ellos dos y no había barreras que los separaran.

Curtis estaba encantado con la reacción de ella, pero prolongó las caricias, postergando el momento exquisito. Cielos, qué hermosa era, pensó de nuevo, devorando con los ojos el rostro sonrosado, los enormes ojos verdes y la boca trémula, antes de pasar a ocuparse de los senos que parecían suplicar sus besos y las caderas que se apretaban contra las suyas.

Sara estaba perdida en una bruma de emociones. Quería más que estas caricias, deseaba que la hiciera mujer, experimentar la pasión en toda su plenitud.
-¡Por favor, por favor, tómame! ¡Ahora, ahora! Curtis sintió que el cuerpo se le encendía ante esas palabras y se movió rápidamente hasta quedar encima de Sara. Ella se apretó contra él y luego... y luego... ¡nada!

Emitió una exclamación de angustia cuando un soplo de aire fresco sobre su cuerpo le informó mejor que las palabras que Lucas había proferido bruscamente, casi como si lo hubieran arrancado de su cuerpo y anonadada, contempló cómo Luca... ¡no! No era Lucas el que se estaba levantando del suelo con el rostro contorsionado por la ira y el odio, era un desconocido. Lucas estaba erguido delante del hombre con los puños apretados y el rostro furioso.

Sin comprender, escuchó a Curtis decir con sorna:
-Discúlpame, amigo, no sabía que era tu amante. Deberías habérmelo dicho, pero pienso también que tendrías que cuidarla mejor. No sucede a menudo que alguna de tus mujeres me prefiera a mí, y comprenderás que me ha sido imposible resistir su invitación. .

Lucas se puso rígido y rugió en voz baja:
-No me provoques, Curtis...

-¡Bah! Es sólo una mujer, la compartiré contigo, si quieres.

-¡Vete! -exclamó Lucas con dureza-. Vete antes de que me descontrole y acalle tu lengua venenosa de una vez por todas. Curtis se encogió de hombros y comenzó a vestirse con displicente insolencia.

-Es muy buena en la cama, amigo. Sobre tedo le gusta que le acaricien los... -No logró terminar la frase, pues Lucas no pudo seguir controlando su furia y se arrojó sobre el otro hombre.

Fue una lucha encarnizada. Se odiaban, y Lucas estaba como enloquecido por las palabras burlonas de Ruth. No le había creído cuando ella había exclamado: "¡Estúpido! ¡Crees que es pura y virtuosa! En este momento está en una casa en los terraplenes con Curtis. Puedo darte la dirección para que compruebes tú mismo qué clase de ramera es. ¡Ve! ¡Te darás cuenta de que tengo razón! Curtis ha estado pregonando que es muy fácil acostarse con ella". No le había creído, no había querido creerle. No obstante, algo lo había hecho venir aquí, entrar en la casa y dirigirse al dormitorio. Jamás podría olvidar el grito de Sara: "¡Ahora, ahora!". Realmente era una ramera, como decía Ruth. Se sintió ridículamente traicionado. El hecho de descubrir que el otro hombre era Curtis sólo agregó leña al fuego y, al recordar que la otra noche ella se había negado a volver a verlo, su furia estalló. Golpeó ciegamente a Curtis con los puños arrojándolo de un lado a otro de la habitación.

De pronto, Curtis se recuperó rápidamente de un golpe y extrajo un cuchillo de entre sus ropas.
Lucas se detuvo en seco.
-¿Un cuchillo, amigo? -preguntó con engañosa serenidad-. ¿Entonces es una lucha a muerte?

Curtis rió nerviosamente.
-Preferiría que no, pero no permitiré que me mates con tus manos, tampoco. Permíteme marcharme, Lucas. Ni siquiera por ella deseo morir, por muy encantadora que sea -mintió.

Asqueado de pronto por toda la situación, Lucas le dio la espalda y en ese momento Curtis se arrojó sobre él. El cuchillo trazó un arco de plata en la penumbra de la habitación.

Sara lo vio saltar y gritó, dándole a Lucas la advertencia que le salvó la vida. El se volvió instintivamente y enfrentó el ataque de Curtis, quien logró llevar el cuchillo hasta la garganta de Lucas, pero giró lentamente, él lo apartó y comenzó a empujarlo hacia Curtis. Por un momento lucharon el uno contra el otro, y luego, de pronto, la fuerza de Curtis se agotó y el cuchillo se hundió en su bajo vientre.

Chillando de miedo y dolor, Curtis cayó al suelo, tratando de contener con las manos la sangre que brotó rápidamente.
-¡Bastardo! ¡Podrías haberme matado! -gritó, mientras observaba la herida.

-No morirás por esa herida; lo que es una lástima es que no haya sido un poco más a la derecha... entonces ninguna mujer habría tenido que volver a preocuparse por ti -dijo Lucas con tono lacónico. Observó con desprecio mientras Curtis se terminaba de vestir y se marchaba con evidente dificultad. Hubo un silencio y luego Lucas se volvió hacia Sara, que seguía tendida, semidrogada, sobre la cama.

Era realmente hermosa, pensó con frialdad una parte de su mente. Los ojos entrecerrados por el efecto de la droga se le antojaron drogados de pasión. Y al ver el cuerpo desnudo, sintió que el deseo se apoderaba de él. Pasión, mezclada con ira y una sensación de haber sido traicionado. Era una ramera, como había dicho Ruth; una ramera con cara de ángel que había despertado en él una emoción imposible de definir. Una ramera que volvía a demostrar le que todas las mujeres eran mentirosas y casquivanas.

Sin darse cuenta de lo que hacía, Sara levanto los brazos hacia él, deseando que se uniera a ella, como lo había estado antes de esta terrible y confusa pelea. Lucas frunció la boca con desagrado. Acababa de acostarse con un hombre y ahora deseaba a otro. ¡Ramera!

Entumecido mentalmente por la desilusión, comenzó a alejarse, dispuesto a marcharse de la habitación antes de hacerle algo violento y cruel. Pero Sara le dijo en voz baja:
-No me dejes. -y de pronto, ya no le importó nada; era una mujerzuela, de modo que ¿por qué no tomar lo que ofrecía, por qué no usar ese cuerpo pálido que despertaba emociones desconocidas en él?

Era una idea fría y calculadora, digna de un comanche. Quería castigarla, causarle dolor, asegurarse de que recordara esa tarde entre todas las demás que había pasado o que pasaría con varios amantes. Y sin embargo, cuando la tocó, algo sucedió entre ellos, algo que él no había esperado.

Quería castigarla, era cierto, pero inexplicablemente mezclada con esa idea, surgió una extraña ternura que no pudo controlar. En lugar de poseerla de forma brutal, descubrió que en el momento en que sus manos la atrajeron contra su cuerpo, deseaba más, mucho más.

Buscó los labios de ella en un beso salvaje, bestial, y Sara dejó escapar un gemido de dolor. De inmediato, los labios de él se suavizaron y con furiosa ternura, comenzó a besarla de nuevo, esta vez dulcemente, avivando la llama de la enardecida sensualidad de ella.

La droga le había hecho perder las inhibiciones y Sara se entregó con abandono a las caricias de él, abrazándolo con fuerza y arqueando su cuerpo desnudo contra el de Lucas.

El olvidó todo excepto la hermosa piel tibia bajo sus manos. Sin despegar la boca de la de Sara, se quitó la ropa con rapidez. Se oyó un suspiro de placer cuando el cuerpo fuerte y desnudo de él se unió al de ella sobre la cama.

Las manos apasionadas de Lucas recorrieron la piel de Sara, tocándola, acariciándola, excitándola hasta que ella sintió que el fuego le corría por las venas.

Un deseo que jamás había experimentado antes creció dentro de ella y los dedos exploratorios de Lucas no hicieron más que incrementarlo, enloqueciéndola de deseo por algo más. Sara dejó escapar un gemido de placer y frustración.

Al oír esos sonidos, el deseo de Lucas se volvió tan intenso que casi no pudo soportarlo. Lentamente, saboreando el momento y ansiándolo con ardor, se deslizó entre los muslos de ella y la penetró.

Sin tener conciencia de la virginidad de ella y pensando que estaba con una mujer que sabía lo que hacía, no tuvo el cuidado que habría podido tener ni prolongó demasiado las caricias. A pesar de que ella vibraba de pasión, sintió un dolor agudo y punzante cuando la primera embestida atravesó las delicadas membranas. Se puso rígida e instintivamente trató de escapar, empujando con miedo contra el pecho firme y cálido de Lucas.

El sintió la leve obstrucción y el cambio instantáneo en el cuerpo que había estado tan dispuesto y apasionado debajo del su yo, y por un increíble segundo se preguntó si habría cometido un terrible error. Pero luego pensó en la imposibilidad de eso y pensando que era sólo un poco de timidez y provocación por parte de ella, la besó con determinación y la obligó a responder a su pasión. La apretó contra él y comenzó a moverse otra vez, buscando la plenitud que estaba a unos pocos segundos.

Cuando pasó el dolor inicial y la boca de Lucas cubrió la suya con ardor, Sara sintió que su anterior estado de febril excitación retornaba. Las manos que la apretaban contra él le resultaron apasionadas y eróticas y descubrió una imperiosa necesidad de acercarse aún más. Comenzó a experimentar una oleada de exquisitas sensaciones y se retorció debajo de él en un frenesí de pasión, rasguñándole la espalda sin darse cuenta. Lucas no fue gentil con ella, ni fue particularmente brutal, pero fue un hombre enojado y desilusionado que se apoderó de una mujer que creía experimentada en las relaciones con hombres. Y porque estaba enojado y amargamente herido por haberla encontrado con Lorenzo, no fue el amante seductor y provocativo que podía ser cuando quería. Sencillamente la poseyó y liberó dentro del cuerpo de ella toda su ira y su pasión contenidas.

Sara no notó la diferencia. Estaba perdida en las sensaciones que le recorrían el cuerpo mientras Lucas se hundía en ella. Y entonces, justo cuando el dolor placentero entre sus muslos se tornó casi insoportable, él se estremeció y todo acabó. Lucas se apartó y quedó tendido junto a ella.

Aturdida, Sara contempló el rostro moreno y duro de él. De forma inconsciente, entrelazó los brazos alrededor del cuello de él y sedienta de algo que apenas adivinaba, murmuró:
-Por favor, por favor... Durante un largo instante, Lucas miró aquellas hermosas facciones y sintió con rabia que su cuerpo volvía arder de deseo. "¡Ramera promiscua!", pensó con furia. Una ramera con el rostro de un ángel. Pero la deseaba. ¡Dios, cómo la deseaba!

Furioso consigo mismo, Lucas enredó los dedos en los rizos rubios y acercando el rostro de ella al suyo rugió:
-¡No! No comparto a mis mujeres, princesa. Eres de Curtis, y es obvio que te resulta aburrido tener un solo hombre en tu cama. No tengo intención de poseer a una mujer que no sea mía y sólo mía.

Perdida dentro de los ojos de él, Sara preguntó con un susurro ronco:
-¿Y yo sería la única mujer en tu cama?

El sonrió con sorna.
-Quizá. Creo que eres lo suficientemente hermosa como para impedir que mi interés se fije en otra. -La sonrisa se desvaneció y Lucas sacudió la cabeza.- No, princesa, no serviría de nada. Si te poseyera de nuevo, te convertiría en mi amante, quieras o no, y tarde o temprano me traicionarías; si fuera lo suficientemente loco como para hacer algo así. Además -agregó con una nota divertida en la voz- no te gustarían los lugares adonde te llevaría.

Inexplicablemente, ella se sintió obligada a preguntarle:
-¿Cómo lo sabes..., si no me llevas?
El sacudió la cabeza.
-No, querida. No permitiré que me hagas hacer algo de lo que ambos nos arrepentiríamos. Quédate aquí, donde te corresponde estar.

Aguijoneada por un demonio perverso que no le permitía terminar la conversación, ella murmuró con tono casi desafiante:
-¿Y si no me quedo?

Lucas entrecerró los ojos y una sonrisa algo cruel le curvó los labios.
-¿Cruzando tu espada con la mía, princesa? Si fueras tan tonta como para desoír mis consejos, te arrepentirías, te lo aseguro. Quédate aquí donde estás a salvo, niña, pero ten la seguridad de que si vuelvo a encontrarte y en circustancias similares, te trataré como lo mereces.

Con felina elegancia abandonó la cama y sin mirar a Sara se vistió con rapidez. Una vez vestido, se acercó a la cama y contempló la figura femenina perdida entre las sábanas.

Sara sabía que la dejaría en un momento, que estaba a punto de marcharse de su vida para siempre y sin embargo, a pesar de su matrimonio, deseaba locamente que Lucas se quedara... que la llevara con él. Lo miró con los ojos verdes húmedos por las lágrimas y la boca temblorosa. Quería que el tiempo se detuviera, que él se quedara con ella.

Hubo un breve silencio entre ellos. Lucas la miraba fijamente, como si quisiera grabarse en la memoria aquellas facciones. Con un gemido de frustración, la levanto hacia él y la besó con tosca ternura.
-Adiós, princesa -masculló y girando sobre los talones, se marchó. No miró hacia atrás, no vio las sábanas manchadas de sangre que hablaban de virginidad perdida y que podrían haberle hecho cuestionarse las mentiras que había escuchado sobre ella. Asqueado por su propia debilidad ante un par de enormes ojos verdes y una boca sensual, salió de la habitación. Los ojos negros estaban vacíos y helados.

Con un extraño dolor en el corazón, Sara lo vio irse y una lágrima le rodó por la mejilla. Se dejó caer tristemente contra las almohadas mirando la oscuridad sin verla. Debió de quedarse dormida, pues no despertó realmente hasta que una mano la sacudió con suavidad. Aturdida, miró el rostro que se inclinaba sobre ella y todo le volvió a la mente al reconocer a la criada de Ruth.

Sara se sentó en la cama bruscamente y sintió un leve dolor entre las piernas. Horrorizada, vio las sábanas manchadas y más recuerdos desagradables le volvieron a la mente. Lo que sintió al recibir el reconocimiento de todo lo que había sucedido fue indescriptible, pero había miedo, dolor, rabia y un extraño pesar.

Destrozada por lo que había sucedido, aturdida como una niña que ha tenido que soportar demasiadas cosas demasiado pronto, permitió que la mujer la lavara y la vistiera con extraña amabilidad. Y luego, sin darse cuenta de lo que sucedía, se encontró en un carruaje que la llevó de regreso al hotel que creía haber dejado hacía años. Pálida y rígida como una estatuilla, finalmente logró llegar a las habitaciones que ella y Philliphe tenían reservadas.

Aturdida, echó una mirada alrededor de la habitación y su vista se fijó en la nota que había dejado sobre la repisa para Philliphe. Se aproximó lentamente y la rompió en mil pedazos. Nadie, se dijo con cansancio, nadie le creería. Ni ella lo creía, pero el leve dolor entre los muslos le recordaba qué había sucedido, que Lucas Fernandez había tomado su virginidad sin ni siquiera saberlo. Y de alguna manera, eso lo hacía todo peor...

Moviéndose como una sonámbula, fue a su dormitorio y sonrió de forma automática cuando Bernarda levanto la vista del bordado que realizaba mientras aguardaba a que regresara su señora.

Bernarda sonrió y dijo con tranquilidad:
-¿Tuvo una agradable visita con sus amigas?

Una risita histérica escapó de entre los labios de Sara, que respondió con dificultad:
-Sí, sí. Fue muy agradable. Tomamos el té, sabes. -Hablaba sin sentido, pero cualquier cosa era mejor que decir la verdad.

Bernarda la miró con atención por un instante antes de responder con serenidad:
-Qué bien. Es bueno para usted encontrarse con amigas.

De pronto todo fue demasiado para Sara y conteniendo las lágrimas, exclamó:
-¿Te importaría dejarme, Bernarda? Quiero estar sola. Bernarda se sorprendió, pero como era una criada bien entrenada, recogió sus cosas y se marchó de inmediato, preguntándose por qué su señora parecía tan desconsolada... y maltratada.

Sara estuvo largo rato tendida sobre la cama. Pensó en muchas cosas durante las horas que trancurrieron lentamente: en Ruth, en Curtis y sobre todo en la forma descuidada en que Lucas Fernandez la había poseído. El tenía la culpa, pero por otro lado, no la tenía. Había creído que ella era la amante de Lorenzo y no había forma de que hubiera sabido que era virgen. Sin embargo...

Si Silvia hubiera estado aquí en Nueva Orleáns, podría haberle contado lo sucedido, pero no soportaba la idea de decírselo a nadie más. Además... ¿quién le creería? Aun ahora a ella le costaba creer lo. Y al pensar en el escándalo, en las miradas curiosas y la incredulidad que rodearían a sus palabras, supo que no diría nada, que Ruth la había vencido. Esa horrorosa mujer había logrado lo que se había propuesto hacer, y a un gran costo para Sara.

¿Qué iba a decirle a Philliphe? se preguntó. No se merecía una mujer usada, maltratada por otro hombre.

La cabeza le retumbaba como un tambor. Sara daba vueltas sin cesar en la cama, pensando que iba a tener que decírselo. Si lo hacía ¿desafiaría él a sus atacantes? ¡Dios, podían matarlo! Con un leve gemido, hundió la cara en las almohadas. Y fue entonces cuando se le ocurrió la idea más aterradora de todas: ¡podía tener un hijo de Lucas! ¡No, Dios, no!

Finalmente, decidió con pesar que Philliphe tenía que saber parte de la verdad. No había forma de evitarlo y, en el estado en que estaba, no veía otra solución. Lo que más temía era que Philliphe retara a duelo a los otros dos hombres. Su propio deshonor le parecía poco ante la posibilidad de que Philliphe o Lucas pudieran morir por lo que había sucedido. El destino de Lorenzo le era indiferente. Ruth, compren- dió con pesar, escaparía con poco más que algunas miradas curiosas. Era tan injusto que Sara se retorcía ante la idea. En ese momento decidió que si bien le diría a su marido lo que había sucedido, no revelaría por nada en el mundo los nombres de las personas involucradas. Se le ocurrió que era la única forma de evitar un duelo. No podía tolerar la idea de que las artimañas de Ruth pudieran causarle la muerte a su marido o a Lucas.

Algunos minutos más tarde, oyó que Philliphe entraba y antes de que el coraje se le esfumara, Sara se dirigió lentamente a las habitaciones de él.

Sólo entonces se le ocurrió que su marido podía muy bien arrojarla a la calle o no creerle una palabra... o aun echarle la culpa de todo. Se detuvo un momento temblando de terror. Pero tenía que decírselo... El tenía derecho a saberlo. Le llevó varios segundos volver a reunir coraje y enfrentar todas las consecuencias del paso que estaba a punto de dar. Sería tanto más fácil, pensó débilmente, callar y no decir nada. "Pero no puedo vivir con esta mentira", decidió por fin. Se lo contaría y, si la arrojaba a la calle, lo tendría bien merecido. Quizás era realmente una ramera, pensó, sin lógica alguna.

De pie delante de la puerta de Philliphe, respiró hondo y golpeó antes de detenerse a pensar. Cuando él respondió, Sara abrió la puerta lentamente y entró en la habitación.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Ufffffffff , Himara que sufrimiento hija me has echo pasar, ¿de verdad un hombre tan experimentado como "el pistolero", no se ha dado cuenta de que era virgen?¿despues recapacitara no? Ayyyyy , madre mia que congoja, pobrecita Sara y vaya persona ruin es la tal Ruth, por no decir de Curtis.
Espero con ansia el proximo capitulo.
Gracias princesa.Besos.

CHIQUI.

Anónimo dijo...

Himaraaaa ¡¡quiero másss!!. Pero como no se ha dado cuenta? digo yo que podría haberse dado la vuelta y mirar ¿no? ains pobrecita mía.
Un Besote. Blue.

Anónimo dijo...

Qué largo pense al verlo... (no me refiero a ninguna parte de la anatomía del pistolero Jjaajjaajaj a la parte del relato Jjajaj mal pensadas) acabo de terminar y... quierooooo másssssss !!! tan mundano Lucas y ¿no se ha dado cuenta? ¿traerá consecuencias? andaaaa !!! pobre Sarita se quita del ca**** de su padre y su respectiva esposa y se encuentra con la mala pécora de la Ruth.

Yo quiero racción dobleeee de Lucas Fernández Jjajajajajja que se arrastre pidiéndola perdón jajajajaja deseo ver esaaa PASIÓN jajajajajajj.

Madrecítaaa me ha revolucionado las entrañas Jjajajaj Un besazo Princesas.

Ayla.

Anónimo dijo...

Madre mia, me he quedado sin palabras.... pero es que no va a haber noche que yo duerma tranquila.... ajajajajajaj.
Gracias y que continúe pronto.
María A.

Anónimo dijo...

¿pero como no se ha dado cuenta de que Sara era virgen? Espero qeu recapacite y e de cuenta porque...que arpía la ruth esque la estrangulaba con mis propias manos...


Sigue muy pronto
besitos

sonia