16 octubre 2008

Pasion; Los Moreno

San Antonio, por fin, pensó Sarita. El viaje no había sido arduo, pero se alegró de ver las planas construcciones de adobe de San Antonio al final de la segunda semana de marzo.

Philliphe cumplió su palabra y no se quejó ni una sola vez. Por cierto, a veces frunció los labios con desagrado y nadie pudo culparlo cuando se expresó con cierta vehemencia la mañana que encontró una serpiente cascabel cerca de su manta.

Aitor había sido un afortunado agregado a la caravana. Sarita se sintió feliz de tener su compañía y Philliphe decidió utilizar la habilidad de Aitor con las pistolas de duelo y le pidió que le enseñara a tirar. Después de eso, pasaron muchas tardes con Philliphe disparando alocadamente a blancos a los que nunca parecía darles. Sarita exigió que también le enseñara a ella y para su gran alegría, resultó sorprendentemente hábil y logró dar en los blancos que erraba Philliphe.

Muchas veces durante el trayecto pensó si habría tomado la decisión correcta al idear este viaje a Santa Fe. Les habían aconsejado esperar y unirse a uua caravana de comerciantes que partiría a finales de marzo o comienzos de abríl de Independence, en Misuri. Pero Sarita, guiada por una compulsión interior, no había querido esperar. Se mostró decidida a tomar la ruta del Sur, viajar de San Antonio a Durango, meterse en México, esquivar los Grandes Llanos y seguir el camino que habían hecho los españoles durante años hasta Santa Fe. Sentía que por una vez estaba cumpliendo sus sueños.

En San Antonio descansarían tres días y repondrían las provisiones. Aquí Aitor se separaría y se iría con sus criados a casa de sus parientes.

Se mostró triste cuando se separaron momentáneamente para descansar en el hotel.

Philliphe deseaba la partida de Aitor. No temía que Sarita estuviera enamorada del joven, pero... de pronto, sin poder contenerse, le preguntó mientras se dirigían a sus habitaciones:
-Sientes un gran afecto por Aitor, ¿no es así?

-¡Sí, Philliphe! ¡Ha sido tan buen amigo con nosotros! Y me he divertido muchísimo con él. Lo echaré de menos cuando se marche mañana -respondió Sarita con sinceridad.

Philliphe, angustiado como siempre que la veía infeliz, le acarició la mano.
-Vamos, querida, no será la última vez que lo veas. ¿Acaso no lo invitamos a que nos visite en Natchez?

Sarita le sonrió.
-Tienes razón. Lamento estar tan apesadumbrada, pero es sólo que me he encariñado mucho con él. Supongo que es porque él es como el hermano que toda chica desearía tener.

Aitor hubiera llorado en voz alta al oír esas palabras, pero Philliphe se sintió reconfortado. Con entusiasmo, dijo:
-Bueno, no pienses en su partida. Volveremos a verlo, estoy seguro. Por el momento, hemos llegado bien a San Antonio, y confieso que a pesar de mis reservas iniciales he disfrutado del viaje. Si el viaje hasta Santa Fe sigue como hasta ahora, me sentiré muy feliz Y por cierto, seré insufrible al regresar a Natchez con mis historias sobre la supervivencia en estas tierras desconocidas y salvajes.
Sarita rió porque sus palabras eran ciertas. Lo imaginó bebiendo lánguidamente su licor de menta en Mansion House, pavoneándose ante sus conocidos. Su sonrisa se ensanchó cuando llegaron a las habitaciones y vio la tina llena de agua caliente que la esperaba.

El hotel era agradable. Era nuevo, ostentoso y muy americano, pero a Sarita le gustó. La comida era abundante, cosa que la hizo sentirse en el Paraíso.
Aitor se mostró inusualmente silencioso durante la comida, sabiendo que esta era su última noche con Sarita por muchos meses. Cuando estaban bebiendo una última taza de café antes de retirarse a sus habitaciones, se le ocurrió una idea para poder pasar unos días más con Sarita. Con un brillo de entusiasmo en los ojos verdes, se inclinó hacia adelante y dijo:
-Acabo de darme cuenta de que, camino a Durango, pasaréis cerca de Hacienda del Cielo. Cielo está a unos ochenta kilómetros al Sur de aquí y será agradable para descansar una o dos noches allí. Sé que mi primo, don Paco, estará encantado de ofreceros hospitalidad, las visitas son muy bienvenidas cuando se está tan lejos.

-Con descuido, agregó:- Si decidís hacerlo, no hay razón para que yo parta mañana por la mañana. Puedo postergar mi partida y viajar con ustedes. Sé que les gustará conocer la hacienda. ¡Decid que lo haréis!
A Sarita la idea le resultó atractiva por demás, pero no quería abusar de la hospitalidad de desconocidos y, además, tenía que pensar en Philliphe. ¿Cómo le caía a él la invitación?

Philliphe no iba a correr riesgos. Aitor era demasiado apuesto.
-Agradecemos tu invitación, Aitor, pero me temo que debemos rechazarla. Quizás a nuestro regreso de Santa Fe.
A Aitor no le gustó, pero no había nada más que hacer. Al menos Philliphe había dicho que sería posible pasar de visita durante el viaje de regreso. Se encogió de hombros con resignación y dijo:

-Muy bien. Pero debo confesar que estoy muy decepcionado. A ti, Sarita, con tu interés por los exploradores españoles, te hubiera resultado muy divertido. Es un establecimiento muy antiguo, uno de los primeros de esta zona. Don Paco dice que uno de los hombres de Cabeza de Vaca es un antepasado suyo. -Aitor sabía que no era caballeresco mostrar el cebo de esa forma, pero estaba desesperado.
Philliphe sabía exactamente qué estaba tramando y contestó de mal modo:

-Bien, y ¿quién diablos es ese tipo de Vaca? ¡Nunca he oído hablar de él!

-¡Philliphe! -exclamó Sarita-. ¿Vas a decir me que jamás oíste hablar de Alvar Núñez Cabeza de Vaca? ¡Fue uno de los primeros hombres que atravesó Texas! El y sus hombres estuvieron perdidos casi ocho años y fueron algunos de los primeros que hablaron de Cibola, las siete ciudades de oro. ¿Cómo no vas a saber quién es?

-¡Ah, ese Vaca! -replicó Philliphe con altanería, fingiendo que lo había sabido desde el principio.

-Sí, ese de Vaca -repitió Aitor con un brillo burlón en los ojos verdes-. El y otros tres naufragaron en la costa de Texas, algunos creen que en la isla Galveston, en 1528 y después de escapar de los indígenas, llegaron a Culiacán en México.

-¡Es emocionante! -suspiró Sarita-. Philliphe, ¿por qué no nos detenemos unos días en la hacienda? Me gustaría conocerla y también al primo de Aitor. Estoy segura de que nos divertiríamos muchísimo.
Philliphe no podía negarle muchas cosas a su mujer, especialmente cuando lo miraba de esa forma.

-Está bien -accedió de mala gana- Si realmente lo deseas, querida, no tengo inconveniente en aceptar -agregó, pensando que no pasaría nada si seguían en compañía de Aitor algunos días más.
Sarita se inclinó y lo besó en la mejilla.

-¡Gracias, Philliphe! ¡Sé que tú también disfrutarás!

-Bien, entonces partiremos todos juntos el viernes por la mañana -dijo Aitor.Mirando a Sarita, agregó-: Estoy seguro de que mi primo y su familia te caerán tan bien que decidirás quedarte más de lo planeado.

-¿Cómo es tu primo? -preguntó Sarita con curiosidad-. ¿Es más joven o mayor que tú?
Aitor rió.

-¿Don Paco? Es mucho mayor. ¡Si hasta su hijo me lleva diez años!

-¿Pero cómo puede ser? Si es tu primo...

-Es que mi bisabuela era española y era hermana de don Lorenzo, el padre de don Paco.

-Había una gran diferencia de edad entre ellos, ¿verdad? -preguntó Philliphe, aburrido.

-¡Desde luego! Mi bisabuela ya estaba casada y había tenido a mi abuela cuando don Lorenzo nació. Mi bisabuela era la mayor y él el menor de una gran familia. Y como yo soy el menor de mi familia, la distancia de edades es aún más grande.
Sarita sintió un escalofrío y se preguntó por qué la habría turbado esta historia, por qué parecía tocar una cuerda de su memoria. Algo nerviosa, se disculpó poco después y se fue a su habitación.

A pesar de la comodidad de la cama, le costó dormirse, y cuando lo hizo, por primera vez en años, volvió a soñar con el amante demoníaco sin rostro.
Sintió el conocido terror y se despertó temblando. Logró calmarse, diciéndose una y otra vez que era sólo un sueño. Cuando finalmente volvió a dormirse, fue con un sueño profundo.

Cuando se despertó a la mañana siguiente, estaba decidida a olvidar el sueño. Con forzado entusiasmo, hizo a un lado la sábana y atravesó la habitación para contemplar la vista de la plaza por la ventana.
El hotel estaba situado sobre la plaza principal de San Antonio y Sarita contempló el aire adormilado que presentaba la ciudad a pesar del movimiento en la plaza. Las construcciones de adobe con sus tejados chatos de tejas rojas parecían dormir bajo el sol dorado. Había pocos árboles, pero de cuando en cuando, las ramas de un ciprés gigante contrastaban con el color claro de las paredes. El río San Antonio y la Caleta San Pedro corrían a cada lado de la ciudad y vastas praderas onduladas rodeaban la zona. Era un panorama apacible, pero Sarita sintió que el temor de la noche anterior retornaba y tuvo una extraña premonición de peligro. Fue entonces cuando sintió inexplicablemente la presencia de Lucas Fernandez. Casi pudo verlo atravesando la plaza con sus largos pasos.

Lo había excluido de su mente durante tanto tiempo, había negado su existencia, pero ahora, sin previo aviso, volvía a invadir sus penMarianoientos. ¡Aterrorizada, comprendió de pronto que el amante demoníaco de sus sueños y Lucas eran la misma persona!

Sospechaba que lo había sabido desde el principio, pero no había querido reconocerlo y sintió una creciente histeria al pensar que aun antes de conocerlo había soñado con sus besos y con su cuerpo contra el de ella. Sarita respiró hondo. Se estaba comportando como una tonta, por supuesto. El hombre de sus sueños no tenía rostro; además, era una tontería pensar que podía presentir la presencia de Lucas. Seguramente estaba a cientos de kilómetros de San Antonio. La tranquilizó un poco pensar de esa forma y luchó con decisión contra el deseo de abandonar ese lugar y regresar a Briarwood lo más pronto posible.

Si Philliphe o Aitor notaron que la sonrisa de Sarita era forzada o que había círculos negros debajo de sus ojos, ninguno lo mencionó. Por el contrario; Philliphe, se adhirió a su mujer con firmeza, llevando a Aitor al borde de la locura. Sarita no ayudó a mejorar su humor, pues se mostró agradecida con su marido y se aferró a él con tanta calidez que Aitor fmalmente tuvo que disculparse y alejarse un rato para no demostrar los celos que sentía. Estaba descubriendo que capturar el corazón de Sarita no resultaría tan fácil como había pensado al principio.

En consecuencia, mientras Aitor trataba de curar su corazón herido, Philliphe y Sarita exploraron la vieja ciudad española. Visitaron la antigua Misión de San Antonio de Valero, situada no lejos de la ciudad. A lo largo de los años, la misión había recibido el nombre de El Alamo debido a un grupo de álamos que crecían cerca, y fue allí donde menos de cinco años antes el general Santa Ana había aniquilado deliberadamente a los valerosos defensores texanos que habían querido liberar Texas de la opresión mexicana.

El jueves, tras una noche de sueño profundo, Sarita logró por fin quitarse de encima su estado de ánimo lúgubre y comenzar a disfrutar de la breve estancia en San Antonio. Los habitantes eran gentiles y aunque no conocían a nadie en la ciudad, Sarita y Philliphe recibían saludos arnistosos cuando caminaban por ella. La mayoría de las personas eran texanas, pero había gran cantidad de mexicanos.
Cerca del mediodía, Sarita estaba a punto de sugerir que regresaran al hotel para almorzar cuando un caballero de apariencia aristocrática y su esposa se les acercaron. Ambos estaban bien vestidos; la mujer llevaba un vestido de seda color café y el hombre una levita bien cortada y un chaleco de seda bordada. En lugar de seguir de largo, la pareja se detuvo y el caballero dijo con tono amistoso:
-No pudimos dejar de notar que son extranjeros y nos preguntábamos si había algo que pudiéramos hacer para que se sintieran en su casa. Soy Mariano Moreno, un hacendado de esta región y también abogado. Esta es mi mujer, Marina. ¿Piensan establecerse en la zona o están de visita? -El hombre era extremadamente cortés y a Sarita le cayó bien de inmediato. Marina le sonrió con serenidad y Sarita tímidamente le devolvió la sonrisa.

Siguieron unos minutos de conversación mientras los Mignon se presentaban y Philliphe explicaba que sólo habían parado unos días para descansar antes de seguir su viaje hacia Santa Fe, donde pasarían un tiempo en casa de una amiga de su mujer, Silvia Montoya. Ante la mención de Silvia la conversación se tornó más vivaz, pues los Moreno conocían a Silvia y a su familia desde hacía algún tiempo. A los pocos minutos estaban hablando como si se hubieran conocido desde la infancia. Al menos Sarita lo hacía y Philliphe, aunque no aportaba demasiado a la conversación, pues sólo había estado una vez con Silvia, disfrutaba viendo a su mujer divirtiéndose de esa forma.

Habrían permanecido allí hablando interminablemente si Marina Moreno no hubiera dicho de pronto:
-¡Esto es ridículo! ¡De pie en medio de la calle cotilleando! Vengan a nuestra casa. Es aquí cerca, en la esquina de la plaza.¿Ven ese enorme ciprés? Bien, la casa que está detrás es la nuestra. Por favor, ¡quédense a almorzar!

Philliphe y Sarita intentaron rechazar la invitación tan precipitada, pero los Moreno se mostraron insistentes, de modo que finalmente se encontraron sentados en un cómodo sofá en la antigua casa de piedra.
La visita resultó muy entretenida y hasta Philliphe terminó conversando animadamente acerca de las ventajas de establecerse en la República de Texas. Sarita tenía sus reservas, y pensando en las historias de Silvia acerca de los raptos de los comanches, exclamó:
-Pero... ¿y los indios? Tengo entendido que se pierden muchas vidas a causa de ellos.
Mariano Moreno frunció el entrecejo y admitió de mala gana:

-Lo que dice es cierto, no puedo negarlo. Los indios, en especial los comanches, son nuestra mayor amenaza, además de la amenaza de invasión por parte de México. -Hizo una pausa, pero al ver que tenía la atención de sus huéspedes, añadió con seriedad.- Al principio los comanches no nos atacaban, pero en los últimos años sus correrías han cobrado miles de víctimas. Es más, en 1838 la matanza se volvió tan atroz que el condado de Bastrop casi se quedó sin pobladores. Familias enteras fueron aniquiladas. Fue espantoso. -Cambiando de tono, agregó con una nota alentadora:- Pero creemos que ya no habrá más ataques de ese tipo; pronto, si todo va bien, la frontera será segura para todos los texanos.

-¿Cómo se logrará eso? -preguntó Sarita, dudando-. Aparentemente no se ha podido apaciguar los en el pasado. ¿Qué les hace pensar que el futuro será diferente?
Fue Marina la que respondió. Inclinándose hacia adelante, dijo con vehemencia:

-Normalmente estaría de acuerdo con usted, señora Mignon, pero verá, un grupo de comanches pasó por aquí no hace mucho y expresó el deseo de lograr la paz con los blancos. Nuestros valerosos llaneros texanos han podido defenderse de esas violentas criaturas, a veces en su propio terreno, y creemos que los indios han comenzado a comprender que nosotros, los texanos, no les permitiremos intimidarnos como lo hacían con los españoles y mexicanos. El coronel Karnes ha organizado una reuniónes el comandante de la Frontera Sur- y todos esperan que se logre una paz duradera. El hecho de que los comanches fueron los que solicita- ron la reunión de paz es lo que nos da renovadas esperanzas. -Con repentina vacilación, agregó:- El único problema es si los comanches estarán o no dispuestos a devolver a todos los prisioneros blancos que tienen en su poder. Si no lo hacen, no habrá paz.

-¿Prisioneros? -repitió Philliphe, asombrado-. ¿Para qué quieren a los prisioneros? Además, supongo que cualquier hombre capturado por ellos escaparía con facilidad. Después de todo, son simples salvajes.

La señora Moreno explicó en voz baja:
-Nunca toman hombres prisioneros, sólo niños y mujeres en edad de concebir hijos. -Incómoda, agregó:- Toman a las mujeres para usar las como esclavas y para un propósito aún más vil: ¡para obligarlas a engendrar hijos mestizos! Los niños capturados son generalmente adoptados por la tribu y crecen creyendo que son comanches.

Sarita estaba horrorizada. Se movió inquieta en el sofá, sintiendo un repentino terror al imaginarse entre las garras de algún salvaje que deseaba humillarla. ¡Qué espanto! Era imposible pensar en eso. Pero el tema la fascinaba y sin poder evitarlo, pregunto:
-¿Pero sobreviven? Los Moreno adoptaron una expresión dura y Mariano dijo con aspereza:

-Algunos sí, otros no. En algunos casos nunca se sabe qué sucedió con ellos. Los niños Parker, capturados durante la masacre del Fuerte de Parker en 1836, son un buen ejemplo... La pequeña Cynthia Sonia tenía sólo nueve años y su hermano John, seis. Corren rumores de que ella ha sido vista con los comanches en el Norte, pero nadie sabe con seguridad si está con vida, ni qué sucedió con su hermano. Los de la familia que sobrevivieron a la masacre ruegan para que toda niña blanca que sea vista, sea su Cynthia Sonia. -Pobres, pobres niños -suspiró Sarita, espantada. -Es algo con lo que los texanos han tenido que vivir durante estos últimos años -dijo Moreno con tono sombrío-. A pesar de nuestros intentos por hacer tratos con ellos, siguen con sus depredaciones. Los llaneros hacen lo que pueden, pero son demasiado pocos contra las hordas salvajes que matan a voluntad. ¡Debe teminar! Los comanches tienen que comprender que los texanos estamos aquí para quedarnos y lo que es más importante aún, que no nos dejaremos intimidar como los españoles y los mexicanos. ¡No compraremos la paz dándoles regalos y sobornándolos para que nos dejen tranquilos! ¡Esta es nuestra tierra y no nos dejaremos amedrentar!

Quizá los Moreno pensaron que habían dibujado a sus invitados un panorama aterrador de la vida en Texas, de modo que cambiaron de tema y se dedicaron a describir las ventajas. Cuando los Mignon se marcharon de su casa, el tema de los comanches y de las masacres había quedado atrás. Pero Sarita volvió a tener esa noche una aterrante pesadilla en la que estaba desnuda e indefensa, rodeada por un grupo de comanches que la miraban con lujuria. El fuego iluminaba sus rostros salvajes mientras se acercaban a ella. De pronto, ya no estaban allí, sólo había un comanche alto y delgado, con unos ojos negros y un cuchillo ensangrentado... ¡Un comanche con el rostro de Lucas Fernandez!

* Parece que a pesar del tiempo transcurrido ninguna de los dos ha podido olvidar al otro, no? el proximo, la llegada a Hacienda del cielo. Gracias por vuestros comentarios niñas. besotes.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Por favor, que no me quede yo con la intriga de cuándo se van a encontrar nuestros niños....que sea yaaaaaaa.
Gracias por el relato.
María A.

Anónimo dijo...

Q ganas de que se reecueentren!!

& graciiias por dejarnos disfrutar de este relato^^!


***

Anónimo dijo...

Ummmmmm , la hacienda del Cielo , me gusta el nombre, aunque a lo mejor , solo a lo mejor ,se puede convertir en un infierno, como aparezca por alli el pistolero, ohhhhhhhhhhhhh , que ganicas de que se vuelvan a encontrar.

Gracias princesa.Besos.

CHIQUI.

Anónimo dijo...

Que entre el pistolero ya en acción !!! uyyyy qué interesante se pone jajajjaj camino a la Hacienda del Cielo UMMMMMMM habrá un ángel desenfundando? jajajajaj las pistolas mal pensadas jajajaj Himaraaaa por Dios que me como las uñas yaaaaa...

Besitos.

Ayla.

Anónimo dijo...

Himara,quiero que se encuentren ¡¡YA!!.
Un Beso.
Blue.