24 noviembre 2008

Corazon salvaje; Tragedia

-¿Qué es eso? ¿El señor Fernández...? -Es Miranda, el notario, quien hace la pregunta a Bautista, el criado.

-Sí... Es el caballo blanco del amo... El diablo anda suelto en esta casa desde que llegó ese maldito muchacho.

-¡Calle! ¡Calle! ¡Algo ha tenido que pasar...! Paco Miranda ha salido apresuradamente de la lujosa alcoba donde le han instalado. No le basta mirar por la ventana. Sale al ancho portal que rodea la casa, baja las escalinatas de piedra, sigue con ojos sorprendidos la blanca silueta de aquel caballo que a la luz de la luna se pierde ya sobre los campos, Y exclama,
-¡Señor... Señor...! ¡Pero qué barbaridad!
Otros ojos han visto alejarse la arrogante figura que es Tomas Fernández sobre su caballo favorito. Otros ojos infantiles, abiertos de sorpresa, acaso de espanto. Es Lucas. Todo lo ha oído desde aquel último cuarto del patio de los criados, y ahora, fuera ya de la casa, corre como trastornado hasta que una mano cae sobre su brazo, reteniéndole rudamente...
-Y tú, a dónde vas? -inquiere Bautista -A dónde vas, te estoy preguntando...

-Yo iba... Yo...

-No tienes que ir a ninguna parte sino a la cama, a donde te han mandado hace ya dos horas...

-Es que el señor Fernández...

-No te importa lo que haga .el señor Fernández.

-Pero la señora Sonia...

-Ese menos te importa lo que haga.

-Es que yo vi, yo oí. .. Yo no quiero que por culpa mía...

-En lo que pase por culpa tuya, tampoco te tienes que meter. Tú no te gobiernas ni te mandas. Te han traído para que obedezcas y para que te calles. Anda a tu cuarto. Anda a tu cama, si no quieres que te lo diga de otra manera. ¡Anda! -Le ha dado un rudo empujón, metiéndolo en el cuarto, y cerrándolo con llave.

-¡Ábrame! ¡Ábrame! -grita el muchacho, golpeando con tuerza la puerta.
-Cállate, condenado! Ya te abriré cuando venga el amo. ¡Cállate¡
-Ana, necesito hablar inmediatamente con la señora.
-La señora no quiere ver a nadie, señor Miranda. Tiene la jaqueca ... y cuando la señora tiene la jaqueca, no quiere ver a nadie.

La voz lenta, sin modulaciones, empalagosa y recargada de la doncella favorita de la señora Fernández, se extiende como blanda barrera deteniendo el ímpetu del notario, que iba a cruzar ya bajo los cortinajes que dan entrada a las habitaciones privadas de Sonia.
-Lo que tengo que decirle es importante -porfía Paco Miranda.

-La señora no oye a nadie cuando le duele la cabeza. Dice que cuando le hablan, le duele más. Además, es muy temprano.

-Anúnciame, dile que es urgente, y ya verás cómo me hace pasar.

La doncella mestiza ha sonreído mostrando su dentadura blanca, mientras mueve la rizada cabeza adornada con una diminuta cofia de encaje a la moda francesa. Suave y tozuda, terca y mansa, parece tener el don de agotar la paciencia del notario.
-¿No has oído que avises a tu señora? ¿Por qué te quedas ahí parada?

-Para avisarle a la señora tengo que hablarle, y la señora no quiere que le hablen cuando le duele la cabeza...

-¿Qué pasa.. .? -interrumpe Sonia, saliendo de su alcoba.

-Perdóneme señora, pero es necesario que hablemos unos minutos... Es importante.

-Mucho debe serlo cuando viene usted a las seis de la mañana.

-Es que el señor Fernández no ha regresado desde anoche en que salió a caballo.

-¿No ha regresado?

-No, señora, y nadie sabe a dónde fue ni por qué salió de ese modo. Yo le vi pasar como alma que lleva el diablo y pregunté a los sirvientes, pero ninguno pudo darme razón.
Sonia ha hecho un leve gesto de cansancio, apoyándose en su doncella.

Ni las lágrimas largamente lloradas, ni la noche de insomnio cambian en nada su aspecto siempre igual, pálida, frágil como una flor de invernadero semiasfixiada entre estufas, da la impresión de escuchar siempre por primera vez hasta las cosas que mejor sabe. En este caso, sus labios se aprietan levemente y un breve y rojo relámpago de rencor cruza por su mirada.
-¿Qué es lo que pretende usted que yo sepa. Miranda?

-Dicen que salió después de hablar con usted. Yo sé que estos días ha sufrido emociones muy desagradables, que se encontraba en un desastroso estado de inquietud, de zozobra, de violencia contenida...

-Pues sabe usted más que yo. Por lo visto, es el triste destino de las mujeres, que no se nos entere de nada. Ha venido usted al peor lugar a informarse...

El notario ha buscado al niño, con la mirada inquieta, pero Gonzalo ha aprovechado la oportunidad para salir de las habitaciones de su madre. Ya del otro lado de las cortinas, se detiene un instante para oír con interés las palabras del notario.
-Me atrevería a pedirle un poco de paciencia para el señor Fernández en estos días, señora. Usted es la única persona que puede aliviar su carga o hacerla más pesada; porque, aunque tal vez haya usted llegado a dudarlo, su esposo la adora, Sonia.

-Pues tiene una extraña manera de adorarme -se lamenta Sonia, con amargura- Pero eso, desde luego, es un asunto personal y privado. Concretando, no sé a dónde ha ido Tomas ni por qué ha pasado la noche fuera de casa. Y ahora, excúseme, estoy muy ocupada, preparo mi viaje a Saint-Pierre, con Gonzalo. Puede decírselo a mi esposo si es él quien le ha enviado a informarse de mi estado de ánimo. Salgo para Saint-Pierre y ya envié una carta al Mariscal Pontmercy para que me haga el favor de recibirme apenas llegue yo a la capital.
Libre de la compañía de su madre y de la vigilancia de Ana, Gonzalo se ha alejado a buen paso. Su cabeza arde... las ideas y los sentimientos parecen girar dentro de él en revuelta amalgama. Aquellas duras palabras que jamás escuchara entre sus padres, aquella violencia de Tomas Fernández, a la que hizo frente por amor de hijo y por instinto de caballerosidad, todo el cúmulo de sucesos extraños que parecen girar en torno suyo, se agolpan sobre el cielo azul de su feliz infancia, haciéndole sentirse, por primera vez en su vida, terriblemente desdichado. No quiere hablar a los, sirvientes, no quiere aumentar con comentarios la pena de su madre... pero necesita confiar a alguien la angustia que llena su corazón de niño. Piensa en su amigo... Por eso busca a Lucas. Pero el cuarto en qué le creía encerrado, está vacío. De la ventana abierta sobre el campo, falta un barrote qué deja al descubierto el hueco por donde Lucas escapara... Lo busca .con un ansia nunca sentida, con la amarga sensación de desamparo de quien ve vacilar, por primera vez, a los que fueran para él evangelio y oráculo, sus padres...

Por la misma brecha que abriera Lucas, Gonzalo se desliza también,, saltando a la pendiente al mismo tiempo que llama a gritos al fugitivo,
-¡Lucas... Lucas...!

Acaba de verlo, ya bastante lejos de la casa, junto a aquel arroyo de cauce pedregoso que baja a saltos desde la montaña, impetuoso y violento como lo es todo en aquella isla surgida de los mares al soplo de un volcán, y llega hasta él, sofocado por la carrera.
-Lucas, ¿por qué no contestabas?

Despacio, Lucas se ha puesto de pie, mirándolo casi con desagrado. Siente por él una especie de rencor. Es tan distinto a todos los muchachos que él viera hasta entonces... Con aquel moreno y lacio cabello demasiado largo, el ceñido calzón de pana, la camisa de seda blanca... es como un muñeco de porcelana que se hubiera escapado de uno de los adornos del salón. Pero Gonzalo le sonríe de un modo varonil y franco, y los claros ojos le miran afectuosos, sinceros, en una corriente de irresistible simpatía, a la que "Lucas del Diablo" resiste encogiendo los hombros...
-¿Para qué andas gritando? ¿Quieres que me atrapen?

-¿Acaso te escapaste?

-¡Claro! ¿No me ves?

-Humm... Bautista le dijo a Ana que te había encerrado para que no molestaras; y yo, en cuanto pude, me escapé del cuarto de mamá para ir a abrirte la puerta.

-Para no molestar, me largo.

-¿Largarte? ¿Quieres decir que te vas?

-Pues claro. Pero no sé por dónde... ¡No quiero estar aquí más!

-Pero papá quiere que estés, y yo también. Eres mi amigo y no voy a dejarte. No te vayas, Lucas. Yo, ahora, también estoy triste... El señor Miranda le dijo a mamá que tú habías sido muy desgraciado, que habías sufrido ya demasiado para tus años, y yo, entonces, no lo entendí bien, porque no sabía lo que era sufrir de verdad.

-Y ahora lo sabes?
-Sí... porque ahora estoy triste. Papá, de pronto, se volvió malo.

-¿De pronto? ¿Nunca habían peleado antes?

-No... Nunca. ¿Pero cómo sabes que pelearon? ¿Estabas despierto anoche?

-Ellos me despertaron...

-¿Quiénes? ¿Papá y mamá? Pues a mí, no. Yo estaba levantado. Papá me había mandado dormir, pero yo, a veces, no le hago caso. De pronto lo vi pasar y pensé que iba a regañarte por lo que yo le había contado que hiciste en la tarde. Después pasó mamá, entonces esperé un rato, hasta que oí que gritaban, y cuando llegué... Bueno, si estabas despierto lo oíste todo. Papá... -la voz se quiebra en su garganta- Papá se portó mal con mamá.

Ahora es él quien rehúye la mirada de Lucas, como si le avergonzara pensar que éste había escuchado la escena pasada. Pero Lucas aprieta los labios sin responder, sintiéndose hombre frente a Gonzalo, con la instintiva conciencia de que debe callar, seguir callando aquel secreto torturante que no sabe si es mentira o verdad...
-Yo no sé cómo empezó la pelea. Oí que mamá quería ir a Saint-Pierre y que papá no quería dejarla. Y se puso furioso cuando ella dijo que iría de todos modos a ver al Gobernador y al Mariscal ese... que no sé ni cómo se llama, pero que era amigo de mi abuelo... Y entonces... si lo oíste, ya lo sabes. Tuve que meterme para defender a mamá y papá y yo quedamos peleados. El se fue a caballo y todavía no ha vuelto a la casa. Por eso estoy triste...

Gonzalo ha aguardado una respuesta, un comentario, pero nada responde Lucas, ceñudo y silencioso, por lo que interroga con suavidad,
-¿Tú crees que papá no volverá más? Yo sé que hay hombres que se enojan mucho y se van para siempre de su casa.

-Seguro que vuelve.

-¿Crees que vuelva? ¿De verdad? —exclama Gonzalo, con alegría. Más acto seguido, le invade la preocupación- ¿Pero seguirá peleando con mamá si vuelve? ¿Y a mí, Lucas? A mí, ¿crees que papá no va a quererme más?

-¿Querer... ?

-¿No sabes lo que es querer? ¿Nunca te quisieron? ¿Nunca quisiste a nadie? ¿Ni a tu mamá?

-Yo no tuve...

-Todos tienen. Será que no te acuerdas. Las mamas son muy buenas y cuando uno es pequeño lo cuidan mucho y lo duermen en los brazos. Todos tienen. Hasta los más pobres, los que viven en las barracas. Algunos no se acuerdan, pero todos tuvieron madre... -De pronto se voltea y exclama- ¡Oh! Mira esa gente que viene por allá.

-¡Ahí Sí... parece como que traen un muerto...

-¿Un muerto?

-¿No sabes lo que-es un muerto? ¿Nunca viste un muerto?

-No, nunca lo vi. Pero... eso no es un muerto. .. Es una camilla de ramas. Traen a un hombre acostado.

-Herido o muerto...

-¡Es papá! -casi grita Gonzalo, con el espanto reflejado en su blanco rostro- ¡Es papá!

-¿Qué sucede? -se alarma Sonia.

-Aun vive, señora -responde Paco Miranda, triste pero sereno a la vez- Y mientras hay vida, hay esperanza.

Anonada, derrumbada por la brutal impresión de la noticia, Sonia se ha desplomado sobre los almohadones de un sofá, cubriéndose el rostro con las manos, mientras musita,
-¡Tomas... ¡ ¡Tomas...!

-Desde que le vi salir de esa manera, temí un accidente. Por eso hice que le buscaran por todas partes.

-Pero, ¿qué ocurrió? ¿Cómo fue? -quiere saber, en su angustia, la señora Fernández.

-Supongo que, en su cólera, hizo galopar al caballo hasta desbocarse por senderos muy escarpados. Naturalmente, fueron a dar al fondo de un barranco. Salió loco, ciego de ira... ¡Ni siquiera permitió que le ensillaran el caballo!

-¿Dónde está? ¡Quiero verlo!

-Ahora le traen. Me adelanté para prevenirla, y ya envié un hombre con el caballo más rápido, a traer un médico de la capital. Cayó de una gran altura... ¡Ahí están ya!
-Tomas... Tomas mío, ¿puedes verme? ¿Puedes oirme?
Inclinada sobre el lecho amplísimo, conteniendo con esfuerzo las lágrimas que se agolpan en sus párpados, Sonia Fernández espera con ansia la palabra que puedan pronunciar los labios temblorosos de Tomas; pero es inútil, sólo los párpados se alzan con esfuerzo y la mirada vaga se fija en ella, mirada de un alma que se desprende ya de las ligaduras terrenales -¿Me oyes? ¿Me entiendes? ¡Tomas... Tomas mío!

-Creo que es inútil... -expresa Miranda tristemente.

-¡No... no diga eso! -se desespera Sonia- Ese médico, ese médico que mandó usted buscar, ¿cuándo estará aquí?

-Me temo que tarde bastante. Por desgracia, se ha perdido mucho tiempo. El accidente ha debido sufrirlo hace varias horas ya... Y luego, traerlo hasta aquí...

-Gon…zalo -susurra, con esfuerzo, Fernández.

-¿Eh... ? -Es Sonia que siente aletear en su corazón un hálito de esperanza.
-Gonzalo... -vuelve a murmurar Fernández.

-Ha dicho Gonzalo -comenta Sonia.

-Sí; llama a su hijo -explica Miranda- Lo llama, quiere verle, quiere hablar con él. ¿Dónde está? ,

-¡Gonzalo... hijo! ¡Ven acá!

Sonia ha alzado la voz y ha ido hacia la puerta, donde los dos muchachos, mudos, tensos, cogidos de la mano, contemplan la dolorosa escena, y de un brusco tirón los separa arrastrando a su hijo hasta el lecho del moribundo, cuyos párpados han vuelto a alzarse y en cuyas pupilas tiembla la luz de un ansia, de un anhelo imperioso...
-Aquí lo tienes, y aquí estoy yo también. Tomas mío.

-Gonzalo... vas a quedar en mi lugar...

-No digas eso -interrumpe Sonia-El médico vendrá en seguida y te pondrás. bien.

-Pronto serás tú el amo de esta casa... -Ha hecho un enorme esfuerzo, levantando la cabeza para mirar el grupo que forman, junto a él, el hijo y la madre. Y su mano se alza hasta tocar la frente infantil nimbada de cabellos castaños- Sé que cuidarás de tu madre... que sabrás defenderla cuando yo ya no esté. De eso estoy bien seguro... Pero hay algo más... que quiero pedirte, ¡cuida de Lucas Cuida de Lucas, Gonzalo... quiérelo y ayúdalo... ¡como si fuera tu propio hermano!
-¡Tomas... Tomas! -se angustia Sonia.

-Perdóname, Sonia... y no impidas que Gonzalo cumpla mi última voluntad. ¡Oh.. .!

-¡Señora... Señora!, el médico está llegando... el médico de la capital está llegando -anuncia Bautista, que se acerca presuroso y sofocado-Ya lo vieron salir del desfiladero, ya viene para acá...

-Tarde... tarde... ¡demasiado tarde! -grita Sonia, debatiéndose en las garras de la desesperación.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La tragedia se mascaba y ahora empieza lo bueno, las promesas ¿se cumpliran?.


Gracias un dia mas corazon.

Besos.

CHIQUI.

Anónimo dijo...

Jjajjajajaj Chiquiii que tú sabes lo que va a pasar jajaj eso es trampaaaaaaaaaa jajajjajajj.
Las promesas se cumplirán creo yo por parte de Gonzalo siempre... que no medie una mujer jijijiji porque la habrá no? y por la arpía de Sonia veo que va a ser "La madrastra del Ceniciento" jajajjaj Un beso Himara.

Ayla.