Para Lucas, el tiempo pasaba volando y, sin embargo, las horas le resultaban interminables. Procurar la licencia sólo le llevó un minuto, y luego pasó por casa de los Moreno, y después de explicarles lo que había sucedido, les preguntó si querrían ser testigos de su casamiento. Mariano y Bernarda aceptaron encantados.
Tranquilo y de buen humor, regresó a su casa y enloqueció a los criados con sus exigencias. Había que limpiar y ventilar las habitaciones adyacentes a las suyas; esa noche su esposa dormiría allí. Y tenía que haber flores... flores en la alcoba, flores en toda la casa. Y comida y vino adecuados para la situación. Sus requerimientos parecían interminables; sólo podía pensar en Sarita.
Ella pasó la mayor parte del día con doña Lola, la señora López y Carlota, y le resultó difícil disimular su felicidad y guardar el secreto. Las horas de la siesta le parecieron eternas, pues no podía hacer otra cosa que recostarse en la cama y pensar en Lucas.
Aproximadamente a las cuatro de la tarde, la familia se reunió para merendar y fue entonces cuando don Lorenzo sugirió que las dos jóvenes damas lo acompañaran en su paseo. Al principio Sarita se resistió, pero cedió cuando Carlota y Aitor -que habían pasado un día agotador con don Lorenzo-le suplicaron que lo hiciera.
Oculto en las colinas cercanas a la casa, Curtis vio partir al grupo: don Lorenzo, don Paco, Sarita, Aitor, Carlota y alrededor de media docena de jinetes armados. Frunció el entrecejo. A menos que hubiera una forma de separar a Carlota y a don Paco del resto, no se atrevería a dar la orden de ataque de los comanches.
Pero el destino se alió con él, pues antes de que el grupo hubiera avanzado un kilómetro, un conejo saltó repentinamente delante del caballo de Carlota, haciéndolo corcovear. Y como la joven había estado discutiendo con Aitor, sin prestar atención a su caballo, cayó inmediatamente al suelo. No se lastimó, pero don Paco -que no había querido unirse al grupo- propuso que él y Carlota regresaran a la casa. Don Lorenzo dio su permiso para que se separaran del grupo. Como quería disfrutar a solas de la compañía de una bella mujer, decidió que Aitor también iría con los otros dos. Después de todo, él había sido el culpable de que Carlota no estuviera prestando atención al camino.
Aitor aceptó de mala gana las órdenes de don Lorenzo y Sarita sintió deseos de tirarle de las orejas por dejarla sola con el autoritario anciano. Y a juzgar por la mirada divertida que Aitor le dirigió antes de alejarse, él lo sabía perfectamente.
Curtis sonrió al ver lo que sucedía. Bajó de la enorme roca plana y corrió colina abajo hasta donde aguardaba el impaciente grupo de alrededor de quince guerreros comanches. Esta no era la primera vez que Curtis trabajaba con los indios y en ocasiones anteriores, los tratos habían sido provechosos para ambos. Pero era la primera vez que había organizado un ataque desde la muerte de Ruth y en aquella ocasión había habido muchos caballos, maletas de ropa y joyas para todos. Curtis y los comanches escogieron el sitio más apropiado para la emboscada. Como un lobo detrás de su presa, uno de ellos había seguido al pequeño grupo para averiguar qué sendero tomaría. Avisados por medio de imitaciones de ruidos de pájaros y animales, los comanches tomaron sus posiciones para el ataque.
Sarita no estaba disfrutando del viaje. Don Lorenzo le había estado haciendo preguntas muy íntimas y hasta había intentado flirtear. Ansiosa por regresar, preguntó:
-¿Vamos a ir mucho más lejos? Estoy cansada y comienza a dolerme la cabeza -mintió.
Don Lorenzo se volvió hacia ella y abrió la boca para contestar justo en el momento en que los comanches atacaron desde todos los flancos. Fue una masacre. Tomados por sorpresa, los hombres no pudieron hacer nada. Las lanzas y flechas comanches los derribaron antes de que pudieran desenfundar sus armas.
Horrorizada, Sarita oyó los escalofriantes gritos de guerra de los comanches y contempló petrificada cómo caían al suelo los guardias. Trató de apartarse del centro de la lucha, pero estaba atrapada en el medio y tuvo suerte al no recibir nada más que un rasguño en la mejilla.
De pronto se hizo un silencio sobrenatural y con horror Sarita se dio cuenta de que era la única del grupo que quedaba sobre el caballo... y con vida. Aterrorizada, contempló el círculo de salvajes que la rodeaban. Todo lo que había dicho Matilda Lockhart le volvió a la mente y casi se desmayó de terror. Pero luego su orgullo y su fuerza acudieron a rescatarla y pudo enfrentar a los indios con gesto desafiante.
Todos tenían los rostros pintados y estarían desnudos a no ser por el taparrabos. Estaban inmóviles y aguardaban...
Un grito de dolor brotó de labios de uno de los hombres tendidos en el suelo y ante el horror de Sarita, uno de los comanches tomó la lanza para asestarle el golpe de gracia. Era don Lorenzo el que había gritado.
-No -dijo Curtis con placer. El también lo había reconocido-. Dejadlo a las mujeres. Disfrutaré de verlo morir bajo el cuchillo de ellas.
Asqueada, Sarita le espetó:
-¡Tú! ¿Eres tan ruin y malvado que te unes con estos seres salvajes en contra de tu propia raza?
Curtis sonrió e hizo avanzar a su caballo por entre los comanches que la rodeaban.
-¡Por supuesto! Deberías saber que hago cualquier cosa por dinero. -Su expresión se volvió cruel.- Hasta matar a los de mi raza.
De pronto, Sarita comprendió.
-¡Fuiste tú! -exclamó-. ¡Tú mataste a Ruth!
-¡Por supuesto! -se pavoneó Curtis-. Fue muy fácil. ¿Sabes que no quiso pagarme por el trabajito que hice para ella en Nueva Orleáns? ¡Pues le di su merecido! Los comanches hicieron un buen trabajo con los cuchillos.
Sarita se estremeció de horror y Curtis sonrió. Luego dio unas órdenes a los comanches y todos partieron a todo galope, trayendo a Sarita y a don Lorenzo en la retaguardia.
No se detuvieron en toda la noche, y Sarita se sintió algo aliviada, pues sabía que cuando acamparan la violarían todos los guerreros. El rostro quemado y marcado de Matilda Lockhart se le apareció ante los ojos. ¿Correría ella la misma suerte? De madrugada, los comanches atacaron un rancho y mataron a los habitantes, para robarse luego las armas y los animales.
Envalentonados por la victoria, se volvieron hacia Sarita y don Lorenzo. Desnudaron al anciano y lo arrojaron al suelo, y luego le quitaron la ropa a Sarita. Ella luchó y se defendió enloquecidamente, pensando que la violarían. Pero en lugar de eso, le ataron una soga al cuello que se ajustaba si ella caía o no podía seguir la marcha rápida de los comanches. Durante todo el día Sarita corrió bajo el sol ardiente, descalza sobre el suelo rocoso. Su cuerpo gritaba de dolor cuando por fin el sol comenzó a descender. En una oportunidad, Curtis, que temía que Sarita fuera a morir antes de que él pudiera disfrutar de su cuerpo, detuvo su caballo y extendió la mano para ayudarla a subir. Pero Sarita reunió las pocas fuerzas que le quedaban y escupió sobre su mano. Se oyeron murmullos de aprobación por parte de los comanches, que admiraban el coraje por encima de todas las cosas. Furioso, Curtis dio una patada a Sarita en el abdomen con fuerza, derribándola. Pero ella logró ponerse de pie, pues el deseo de vivir era más fuerte que el dolor.
Cuando los comanches se detuvieron para dar de beber a los caballos, don Lorenzo se dejó caer junto a Sarita y murmuró:
-Eso fue una tontería, señora. Valiente, pero una tontería. Si quiere vivir, la próxima vez, acepte su mano.
-¿Lo haría usted? -preguntó Sarita, sin mirarlo.
-No -dijo don Lorenzo.
Cuando se dispusieron a continuar el viaje, el anciano ya no se movió, y uno de los comanches le clavó la lanza antes de abandonarlo allí y seguir el camino.
Lucas encontró el cuerpo de su abuelo una hora más tarde. Había seguido el rastro de los comanches con una expresión peligrosa en sus ojos negros.
La noche anterior, al cabalgar hacia la hacienda para encontrarse con Sarita, se cruzó con Aitor. Al ver la expresión en el rostro de su primo, supo que algo había sucedido.
Aitor le narró lo acontecido. Con el rostro duro como el granito, Lucas se dirigió a la casa y dijo:
-Quiero cuatro caballos y una mula. Necesitaré mantas, comida y vendas. También ropa.
-¿Cuántos hombres quieres que te acompañen? -preguntó don Paco.
Lucas se volvió hacia él, con los ojos ardiendo de ira.
-¿Sabes lo que harán con ella si se les ataca? ¡Le clavarán tantas flechas que ni siquiera podré cargar su cuerpo sobre un caballo para darle un funeral decente! -Viendo que su padre sólo había querido ayudar, Lucas dijo con más serenidad:- Iré solo y entraré en el campamento como un comanche. Por una vez me siento agradecido por mi herencia indígena. Un comanche es siempre un comanche para ellos y si les hago ver que es mi mujer, podré sacarla de allí si es que todavía está con vida.
-¿Y mi padre? -susurró Don Paco.
-Un anciano no les servirá de nada. Será más fácil rescatarlo a él que a Sarita.
Instantes más tarde, Lucas partía en la oscuridad. Logró seguir el rastro y calculó que le llevaban tres horas de ventaja. Anduvo sin cesar toda la noche y a la madrugada siguiente descubrió que sólo les había quitado una hora.
Encontrar las ropas ensangrentadas de Sarita y don Lorenzo fue un momento aterrorizador y Lucas quedó visiblemente impresionado. Trató de no pensar en lo que le estaba sucediendo a Sarita. Lo único importante era encontrarla... ¡con vida!
.Se topó con el cuerpo desnudo de don Lorenzo inesperadamente y por un horrible instante creyó que era Sarita. Pero luego su mente volvió a funcionar y vio que se trataba de su abuelo. Se apeó del caballo y giró con ternura el cuerpo delgado. Atónito, vio que los ojos del anciano se abrían.
-Sabía que vendrías -susurró don Lorenzo con la voz quebrada-. No por mí, sino por la mujer. Está con vida. Es muy valiente y todavía no le han hecho nada.
Lucas sintió una increíble oleada de alivio. Se dispuso a buscar su cantimplora, pero el anciano adivinó sus intenciones y sacudió la cabeza.
-De nada me servirá -dijo-. Sabía que me estaba muriendo, así que me negué a moverme, esperando que me creyeran muerto. -Las palabras brotaban con dificultad, pero don Lorenzo estaba decidido a decirlas.- Quería vivir para decírtelo. Fue Curtis. Curtis hizo esto. -Aferró el brazo de Lucas y graznó:- Mátalo, Lucas, ¡mátalo!
Fueron sus últimas palabras y a Lucas le parecieron características del anciano. Se había mantenido vivo nada más que para asegurarse de que Curtis pagaría por lo que había hecho.
Lucas miró el cuerpo de su abuelo. No tenía tiempo de sepultarlo y tampoco podría entrar en el campamento comanche con el cuerpo atado sobre un caballo. Decidido, perdió un minuto más para ocultarlo debajo de un arbusto, y luego se alejó al galope.
Los comanches acamparon a la hora del crepúsculo. Eligieron un lugar cercano a un arroyo ancho y cristalino en el que podrían dar de beber a los muchos caballos que tenían ahora. Sarita cayó rendida cerca de unos matorrales. Sabía que los dolores desgarradores que sentía en el abdomen no se le irían y que estaba perdiendo a su hijo. Por primera vez, las lágrimas le rodaron por las mejillas y sin que los comanches lo notaran, lloró amargamente. No por ella, ni por don Lorenzo, sino por la vida que ya no crecería en su interior. Sintió las primeras gotas de sangre cayéndole por los muslos y su angustia fue intolerable.
Los comanches estaban de buen humor. El ataque había sido un éxito y nadie los perseguía. Además, por supuesto, estaba la mujer...
Sumergida en su propia tristeza, Sarita no notó que caía la oscuridad, ni que ahora que habían comido y se habían ocupado de los caballos, los comanches comenzaban a mirarla con interés. Curtis sentado junto al fuego, vio las miradas que le echaban y sonriendo con lujuria, hizo una broma chabacana que hizo reír a los comanches.
A través de la bruma de su congoja, Sarita oyó las risas y de pronto tomó conciencia de que era el blanco de todos los ojos. Sus lágrimas se secaron y ella trató de huir. Se puso de pie con dificultad y comenzó a correr, pero Curtis se movió con rapidez y la atrapó, sujetando el cuerpo desnudo de Sarita contra el suyo.
Fue en ese instante que Lucas pasó de las tinieblas al círculo de luz del campamento. El corcel gris, Diablo, parecía fantasmagórico a la luz del fuego, y la figura negra de Lucas, un espectro de muerte. El silencio se cargó de superstición y luego, cuando algunos guerreros lo reconocieron, el nombre Espíritu Cazador pasó de boca en boca.
Curtis quedó petrificado y Sarita cerró los ojos, dando gracias al cielo. Lucas desmontó pausadamente, con movimientos calculados.
-Suéltala, Curtis -dijo en voz baja pero amenazadora. Y luego, volviéndose hacia los comanches, los saludó en su lengua y les habló con elocuencia del dolor y la desesperación que había sentido al enterarse de la desaparición de su mujer, de su viaje para encontrarla y de la venganza personal entre él y Curtis.
Lucas eligió las palabras con cuidado, sabiendo que no sólo tenía que convencer a los comanches de que Sarita le pertenecía, sino también del hecho de que Curtis era un ladrón de mujeres y de que el odio entre ellos existía desde hacía tiempo. La contienda sólo podría terminar con la muerte de uno de los dos. Los indios escucharon con atención. Espíritu Cazador, a pesar de vivir con los blancos, había sido uno de ellos, mientras que Curtis...
Los comanches podían conspirar con Curtis cuando les convenía, pero no sentían respeto por él. Les había organizado buenos y lucrativos ataques, pero no se destacaba en la lucha; su cobardía no había pasado inadvertida. Les había ido bien en los negocios con el español, pero si tenían que elegir entre Espíritu Cazador y Curtis... Aun ahora, en los campamentos comanches, los mayores hablaban de las hazañas del joven guerrero Espíritu Cazador y de su coraje en las batallas.
El cambio en la atmósfera fue imperceptible, pero Curtis lo notó y con el rostro desfigurado por la ira, empujó a Sarita lejos de él.
-Morirás esta noche, Fernández -chilló, enfurecido-. ¡Y luego poseeré a tu amante sobre tu cadáver tibio, antes de cortarle el cuello!
-¿De veras? -terció Lucas con letal serenidad. Había notado con una furia helada las heridas, golpes y magulladuras en el cuerpo de Sarita, así como también las señales de su agotamiento físico. Esta noche ella se hubiera convertido en su esposa, de no haber sido por el despreciable ser que tenía adelante. Y don Lorenzo, pese a toda su frialdad y arrogancia, habría estado con vida.
Lentamente, Lucas se quitó la cartuchera con el revólver y la arrojó al suelo. La siguió el sombrero, luego la chaqueta y la camisa, y por último, las botas. De pie ante el círculo imperturbable de comanches, Lucas extrajo su cuchillo de hoja ancha y la luz del fuego se reflejó en el filo. Curtis también comenzó a quitarse la ropa, pero sus movimientos eran nerviosos y espasmódicos, como los de un hombre lleno de furia y de miedo. No tenía cuchillo, y sin mucho entusiasmo, uno de los guerreros le arrojó un largo puñal español.
Los dos hombres se enfrentaron con recelo. Lucas sonreía burlonamente, cosa que no hacía nada para aumentar la seguridad de Curtis.
Para Lucas, el tiempo había retrocedido y él era otra vez un comanche; los olores eran los mismos; el fuego, los caballos, hasta se olía el aroma de la victoria y la mujer lo aguardaba más allá de la luz del fuego. El cuchillo en la mano le daba placer y el aire fresco era un bálsamo para la piel de su tórax. Las ansias de sangre también estaban presentes: deseaba matar a Curtis, deseaba hundir el cuchillo en el cuerpo de su enemigo y sentir la sangre tibia contra su piel.
-Acércate, amigo -susurró, sosteniendo el cuchillo con pericia en la mano derecha y haciéndole un gesto a Curtis con la izquierda-. No podemos acabar con esto si te limitas a bailar alrededor del fuego. Acércate -lo azuzó.
Enfurecido, Curtis se arrojó sobre él pero ágil como un gato, Lucas lo esquivó y su cuchillo hizo un tajo largo y profundo en el brazo del otro hombre. Curtis se volvió y se lanzó de nuevo al ataque, pero Lucas siempre lo eludía, causándole al mismo tiempo una herida.
Sabiendo que perdía sangre, Curtis cambió de táctica y tomó a Lucas por sorpresa. Se arrojó sobre él, pero en el último momento se detuvo y clavó el pie entre las piernas de Lucas, haciéndolo caer al suelo.
Lucas reaccionó con la agilidad de una fiera y giró su cuerpo para caer de espaldas y así estar preparado para el ataque de Curtis. Este se arrojó sobre su torso y trató de clavarle el puñal en el abdomen. Con un esfuerzo sobrehumano, Lucas logró sujetarlo y sólo recibió un rasguño.
Horrorizada, Sarita observaba a los dos hombres desde las sombras. El corazón se le fue a la boca cuando Lucas cayó al suelo. Sin darse cuenta de lo que hacía, se acercó al lugar de la lucha. Deseaba ver lo que sucedía, pero al mismo tiempo temía ver cómo herían a Lucas.
Curtis estaba a horcajadas sobre el cuerpo de Lucas, bloqueando con la rodilla el brazo que sostenía el cuchillo. Intentó clavar el puñal en el cuello de Lucas, pero este se defendió estrellando el puño contra el rostro de Curtis, que cayó hacia atrás, hacia donde estaba Sarita.
Sabiendo que no podría contra el otro hombre, Curtis arrojó tierra en los ojos de Lucas, cegándolo momentáneamente.
Se oyó un murmullo de reprobación. Lucas se tambaleó hacia atrás, mientras trataba desesperadamente de quitarse el polvo de los ojos y protegerse al mismo tiempo de Curtis.
Este sonrió por primera vez y se acercó para asestar la puñalada final. Pero Sarita se arrojó sobre él, rasguñándolo y mordiéndolo, haciendo cualquier cosa para apartarlo de Lucas. Curtis emitió un rugido de furia y se volvió hacia su atacante.
Disfrutando de la idea de matarla delante de los ojos de Lucas, se la quitó de encima y la arrojó al suelo. Con los ojos brillantes de placer, avanzó hacia ella. Fue un error, el último de su vida.
El grito de Lucas a espaldas de Curtis lo hizo volverse y el cuchillo se le clavó en el pecho. Por un instante, Curtis lo miró con asombro y luego cayó boca abajo.
Sarita corrió hacia Lucas, que la recibió entre sus brazos. La acunó con suavidad, sin preocuparse de los comanches que ya comenzaban a disputarse las pertenencias de Curtis. Lucas murmuró palabras tranquilizadoras al oído de Sarita y luego la llevó en brazos hasta donde aguardaba Diablo.
Los comanches no lo detuvieron. Habían disfrutado de una buena pelea y Espíritu Cazador había recuperado su honor y su mujer.
Sarita y Lucas no fueron lejos, sólo cabalgaron un kilómetro río arriba hasta donde él había dejado los otros caballos y las provisiones. Y fue allí donde se enteró de que había perdido a su hijo. Su rostro se contrajo de pena. Suavemente, bañó y lavó el cuerpo golpeado de Sarita en las aguas claras del arroyo, murmurándole palabras dulces que no tenían sentido, pero que la reconfortaron. Durmieron envueltos en una manta, el cuerpo grande y fuerte de Lucas protegiendo el de ella.
Lucas se despertó al alba, y al principio no supo dónde estaba. Luego sintió la calidez de Sarita junto a él y se estremeció al recordar todo. Casi había llegado demasiado tarde. Y si ella no se hubiera abalanzado sobre Curtis, dándole a él esos preciosos segundos para recuperarse...
Ahora estaba a salvo y él se encargaría de que lo estuviera para siempre, se juró Lucas con vehemencia, contemplando el rostro dormido de Sarita. Tenía la piel quemada por el sol, los labios resquebrajados y cubiertos de ampollas, el pelo enmarañado. Pero para él era la mujer más bella del mundo.
Sarita necesitaba descanso y cuidados, y los encontraría en San Antonio, pero Lucas vaciló ante la idea de regresar allí. El viaje era largo y difícil, pues tendrían que avanzar lentamente, debido al estado de Sarita.
Había perdido al niño y también mucha sangre, y la seguiría perdiendo antes de que todo terminara. Lucas frunció el entrecejo. Mejor sería dirigirse hacia el Este, hasta el primer poblado y de allí a Hechicera. Quería alejarla de todo el horror por el que había pasado, y en los bosques frescos y perfumados de Hechicera ella estaría a salvo. La protegería, la cuidaría y la amaría... ¡Cuánto la amaría!
6 comentarios:
Bueno pues un problema menos, Curtis fuera.
Ahora solo espero que él la lleve a Hechicera y allí ella se recupere totalmente, lo del niño una pena, pero seguro que el Comanche se pone en cuanto pueda manos a la obra, que para eso hay que tener cuerpo siempre que diría mi Lucas jajaja.
Himara, un besote.
Blue.
Qué emocionante.... y nuestro comanche favorito salvando a su amor en el último momento....
Lo único que me apena es que esto se acaba y no quieroooooo. Bueno, queda el final feliz del todo, en Hechicera y con sus churumbeles corriendo por la hacienda. Y Lucas amando a Sara por siempre jamás.
Muchas gracias. Besitos.
María A.
Perfecto & precioso!!
La pena esque parece que se va acabando..
***
Al fín salió el Espíritu Cazador!!! pena que ha perdido al bebé pero... si aún no han empezado su vida juntos!!! tienen tiempo para formar una tribu comanche jajajaj creo que el próximo será ya el último no? pues solo pedir que leamos esa felicidad final.
Un besazo Himara, una preguntita solo... esta historia no tiene segunda parte? Jjajajajaj por seguir disfrutando del Comanche jajaaj aunque seguro nos tienes preparado algo, a mí como si me lo pones en la cocina del infierno jajajjajjja ufffffff demasiado calor ahí con él jajajj.
Ayla.
¡Qué bien, nos hemos librado por fin de Curtis! Y tampoco Don Lorenzo nos hacía mucha falta, la verdad.
Una lástima lo del bebé, pero seguro que en cuanto sea posible procuran solucionarlo.
gracias por esta página maravillosa de relatos, de mi pareja favorita .
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