Lucas se marchó de la Misión San José sintiéndose furioso y frustrado. Casi había disfrutado al espetarle esas últimas palabras a Fisher, pero en el fondo se sentía muy mal. Todo lo que él y los otros habían tratado de evitar sucedería a causa de un estúpido arrebato de violencia.
Como no estaba de humor para conversaciones triviales, no regresó a la casa sino que cabalgó hasta las colinas y pasó la tarde bebiendo la paz que brotaba del cielo y de todo el paisaje.
Era tarde cuando regresó a la casa. Las damas se habían retirado hacía bastante tiempo y hasta su padre se había ido a la cama. El único que quedaba en pie era Aitor, además de unos pocos sirvientes.
Lucas no estaba buscando compañía, pero se alegró al encontrar a Aitor bebiendo una copa de coñac en el pequeño estudio en la parte trasera de la casa.
-¿Dónde te has metido? -preguntó Aitor al verlo entrar-. Todos están muy preocupados dado que no apareciste para la cena.
Lucas hizo una mueca.
-Siempre me olvido de avisar adónde voy. La culpa es de la vida solitaria que pasé en las llanuras.
Bebieron en un silencio amistoso por unos instantes; Lucas se había hundido en un sillón de cuero gastado. Luego se pusieron a hablar de los planes de Aitor para el futuro, sobre todo de las tierras que pensaba solicitar al día siguiente.
Mientras Aitor hablaba con entusiasmo, Lucas pensaba en las tierras que poseía al norte de Houston, en la parte oriental de la República, tierras que había comprado de mala gana sólo porque su abuelo materno había pensado que serían un buen complemento para sus propias posesiones.
Era parte de un viejo establecimiento español que había quebrado. Alrededor de treinta y cinco años antes, había adquirido unas setenta mil hectáreas para él, entre las cuales estaba la vieja hacienda abandonada y cuando las tierras lindantes salieron a la venta treinta años más tarde, insistió en que Lucas las comprara. En aquel entonces, Lucas no había comprendido por qué era tan importante que comprara las cien mil hectáreas adicionales de bosques y praderas, pero ahora lo sabía. Ave había sabido que llegaría un momento en el que Lucas querría tener sus propias tierras, no heredadas, sino tierras que había comprado con el sudor de su frente. Y quizás el momento había llegado, pensó Lucas.
Al pensar en los bosques de pinos y los lagos, en las flores que aparecían en la primavera, supo que era allí donde quería estar; no en Cielo con sus recuerdos dolorosos ni en las llanuras con los recuerdos de lo que ya no podía ser, sino en Hechicera, el nombre que su abuelo le había dado a la propiedad hacía más de treinta años, cuando Gacela Negra, su esposa, todavía vivía.
Le habló a Aitor sobre la propiedad y cómo había llegado a sus manos. Mencionó también que su abuelo la había llamado Hechicera en honor a su mujer india.
-¿Qué piensas hacer con ella? -preguntó Aitor al cabo de unos instantes de conversación-. ¿Venderla? ¿O acaso has pensado en trabajarla?
Lucas contempló su vaso de whisky.
-No lo sé. Depende de... -Se detuvo al ver adónde habían llegado sus pensamientos. Frunció el entrecejo y agregó lentamente:- Quizá viaje hasta allí en las próximas semanas para ver en qué condiciones está la hacienda y posiblemente contrate algunos hombres para que despejen la tierra. Son tierras buenas para pastoreo o cultivos, pero primero hay que limpiarlas. -sonrió con pesar y dijo:- Llevará meses de arduo trabajo hasta que se pueda hacer algo en ellas, pero con el tiempo... -Había una nota extraña en la voz de Lucas que hizo que Aitor lo mirara fijamente.
-¿Estás pensándolo seriamente? -preguntó éste, sorprendido-. ¡Si no supiera que es imposible pensaría que estás considerando la posibilidad de sentar cabeza nada menos que en Hechicera!
Lucas sonrió, pero sus ojos se mantuvieron velados. -Todo es posible, amigo. A veces un hombre tarda mucho en darse cuenta de lo que quiere de la vida. Hechicera me parece un lugar tan bueno como cualquier otro para averiguar si me atrae llevar una vida respetable.
Dos días más tarde, llegaron los comanches. Pero como estaban acéfalos, se sentían indefensos y en lugar de desatar una lucha sangrienta, se limitaron a amontonarse en las colinas, al noroeste de la ciudad, furiosos e inseguros. Había alrededor de trescientos, y cada uno gritaba su odio y su rebeldía, pero al no haber jefes, no había nadie que comandara un ataque. Finalmente, se marcharon, llenos de frustración.
Sarita no tenía conciencia de lo que sucedía a su alrededor, pero cuando pasó una semana desde el entierro de Philliphe, su propio sentido común le informó que no lograba nada manteniéndose en ese estado de sopor. Los remordimientos no habían disminuido, y si bien ya no tomaba láudano durante el día, sencillamente no podía tolerar la noche sin la droga. Sabía que tenía que hacer algo para reconstruir su vida, pero por el momento, lo único que se sentía capaz de hacer era aceptar la bondad de los Fernández. Prefería no pensar en el hecho de que estaba aceptando la hospitalidad de Lucas, y con los otros Fernández y Aitor en la casa era fácil creer que eran ellos los que la hospedaban.
Nadie parecía querer marcharse de San Antonio. Aitor estaba ocupado con sus asuntos; a doña Lola le gustaba estar en la ciudad y constantemente visitaba a sus amistades. Don Paco la acompañaba con frecuencia y también parecía ansioso por postergar el viaje de regreso a Cielo. La señora López prefería seguir con su escaso trabajo como compañera de Sarita antes que regresar a la soledad de su pequeña casa; quizás en secreto deseaba que Lucas le permitiera quedarse para siempre.
Lucas se sentía satisfecho al tener a su familia en su casa de San Antonio. Lo hacía sentir que pertenecía a un núcleo familiar por primera vez en su vida. El y su padre habían hablado más en la última semana que en todos los años que habían transcurrido y hasta doña Lola había perdido el temor que le inspiraba su hijastro y se mostraba cómoda y vivaz delante de él.
En cuanto a Sarita, la posibilidad de que tuviera que regresar a Natchez no pasó por la mente de nadie excepto de ella. De alguna manera, tras la muerte de Philliphe, todos habían dado por sentado que ella permanecería en San Antonio por tiempo indeterminado. Sin que ella se diera cuenta, lentamente estaba siendo absorbida por la familia Fernández.
Aitor tenía la razón más lógica de todas para creer que Sarita jamás regresaría a Natchez. La historia de Lucas acerca de su larga relación lo hacía pensar que sin duda ahora que Philliphe había muerto, él se encargaría de su futuro... ¿y qué mejor lugar para Sarita que San Antonio? Todavía sentía una punzada de dolor cuando pensaba en la relación de Sarita con su primo, pero el tiempo le estaba curando las heridas y él ya había eliminado a Sarita de sus planes para el futuro.
Si Aitor tenía una razón lógica para creer que Sarita permanecería en San Antonio, don Paco tenía una completamente irracional. Quería que Sarita se casara con su hijo. No sólo le resultaba encantadora, sino que también era una viuda muy rica y su padre era un Don inglés, así que, ¿por qué no tenía que convertirse esta criatura preciosa en un miembro de la familia Fernández? Casi se había resignado al hecho de que su hijo no volviera a casarse, pero todas y cada una de las actitudes de su hijo desde que Sarita había entrado en su vida le hacían pensar que la muchacha había capturado el corazón obstinado y salvaje de su hijo. El hecho de que Sarita y Philliphe hubieran sido invitados a la casa de Lucas denotaba el interés de este. Don Paco no recordaba que ninguna otra persona se hubiera hospedado en esa casa como no fuera de la familia. Pero la nota que Lucas le había enviado después del accidente de Philliphe en la que le pedía que viniera con su familia a San Antonio era la pista más significativa: obviamente Lucas quería disminuir el dolor de una mujer que era importante para él. Había que admitir que Lucas no demostraba sus sentimientos, sino que más bien tendía a ignorar a Sarita, pero don Paco había notado que con frecuencia la mirada de su hijo se posaba en ella. Doña Lola también lo había notado. Por la noche, mientras intercambiaban información como dos conspiradores, ambos rezaban para que de la tragedia surgiera un poco de felicidad.
Lucas no había llegado tan lejos; de hecho, el matrimonio no tenía cabida en su mente. Pero sin embargo, comenzó a hacer planes para el viaje a Hechicera. Había que contratar hombres, conseguir provisiones, y miles de cosas más por hacer.
Don Paco se mostró muy disgustado cuando se enteró de sus planes, pero no había nada que pudiera hacer al respecto.
-¿Cielo no es suficiente para ti? -preguntó con frialdad. Lucas no anduvo con rodeos.
-¡No, y jamás lo será! Cielo pertenece a los Fernández ¡pero Hechicera será mia!
Esa noche, mientras bebían en una taberna, Aitor vio una figura familiar en una mesa. Volviéndose hacia Lucas, preguntó:
-¿No es Curtis el que está allí sentado junto al individuo de camisa roja?
Lucas recorrió la habitación con la mirada.
-Es posible -respondió cuando localizó al hombre-. Curtis es como una serpiente: siempre aparece cuando uno menos lo espera.
Aitor susurró por lo bajo:
-Realmente sois enemigos, ¿no es así? Creí que Curtis sólo estaba exagerando aquella noche en Cielo cuando dijo que tenía que irse antes de que llegaras tú.
Lucas lo miró, repentinamente alerta.
-¿Qué noche en Cielo?
-La noche que yo llegué con los Mignon -respondió Aitor, sorprendido-. ¿Es importante?
Lucas se encogió de hombros. Sus ojos negros parecían de hielo.
-No, pero me resulta interesante. -Impulsado por una necesidad interior, preguntó:- Por casualidad, ¿notaste si Curtis se mostraba particularmente atento con la señora Mignon?
A Aitor no le gustó el tono de voz de su primo. Había algo peligroso en él. Sintiéndose como si trastabillara por un campo minado, dijo lentamente:
-No, no noté nada. En todo caso, a Sarita no pareció caerle bien. No era nada obvio, sólo que parecía evitar su compañía, como si no tuviera mucho de qué hablar con él. Lucas emitió una sonrisa dura.
-No, es posible que no tuviera mucho que decirle.
Preocupado, Aitor insistió:
-No quiero entrometerme, pero parece que sabes algo acerca de Sarita y Curtis que yo no sé.
-¡No! -gruñó Lucas-. Digamos que con mi avanzada edad comienzo a sospechar de cualquier hombre que se acerca a mi... ejem... amante.
Era posible, admitió Aitor. Sin duda Lucas era un amante celoso. Sin embargo... Había algo en toda esta situación que le hacía sentir que se había perdido el primer acto de una obra.
Volviendo al tema de la hostilidad entre Curtis y Lucas Aitor dijo:
-Debe de ser difícil para la familia que los dos estéis enemistados. ¿Siempre os habéis odiado?
-Es probable; Curtis ha estado involucrado en asuntos inescrupulosos desde que lo conocí, pero no estoy de humor para hablar del momento en que decidí que el mundo sería un lugar mejor sin Curtis.
-¡Con razón él desaparece cada vez que tú vas a venir! Lucas esbozó una sonrisa dura y haciendo un gesto en dirección al lugar donde había estado Curtis, dijo:
-Es natural. Fíjate que esta vez también ha desaparecido. Era cierto. Aitor siguió los ojos de Lucas y vio la silla vacía. Carraspeó y preguntó con ansiedad: -Si los dos os detestáis de esa forma... ¿por qué no habéis resuelto la situación hasta ahora? Lucas bebió su whisky mientras consideraba la pregunta de su primo.
-Supongo -dijo por fin- que se debe a que no me ha hecho enojar lo suficiente... ¡todavía!
Aitor partió al día siguiente con sus hombres y el equipaje. Pensaba instalarse temporalmente en Cielo hasta que se pudiera edificar algún tipo de vivienda en su propiedad. Su partida dejó un vacío; hasta Sarita, que seguía sumergida en su tristeza, lo echó de menos, pues su presencia había alegrado la casa.
Lucas tampoco apareció demasiado en esos días, sino que dejaba que sus invitados se arreglaran solos, cosa que no era nada difícil gracias a los eficientes criados que estaban a su disposición.
Se levantaba a la madrugada y salía a ocuparse de sus asuntos mucho antes de que los demás bajaran a desayunar, y por la noche, la casa frecuentemente estaba oscura y silenciosa cuando él regresaba. Estos días largos tenían su recompensa, pues lo hacían dejar de pensar en Sarita y en el futuro y cuando llegó el primero de abril, Lucas tuvo todo listo para el viaje inicial a Hechicera. Decidió partir de San Antonio el miércoles siguiente, llevando con él alrededor de diez hombres y dejando quince atrás para que lo siguieran con las carretas pesadas y los animales.
Hubo poca actividad respecto de los comanches hasta comienzos de abril. Fue entonces cuando un jefe menor conocido para los texanos como Piava llegó a San Antonio con una mujer. Los texanos desconfiaban de Piava, pues en ocasiones anteriores se había mostrado astuto y traicionero. De todas formas, dijo que los pehnahterkuh tenían muchos cautivos blancos y que estaban dispuestos a intercambiarlos por los comanches que estaban en poder de los texanos. Fue una reunión poco amistosa, y mientras observaba el rostro del indio, Lucas se preguntó si estaría diciendo la verdad, si habría realmente prisioneros con vida. Cuando Piava y la mujer se marcharon, Lucas se acercó a Fisher y dijo:
-En su lugar, mandaría a los mejores soldados a espiar el campamento comanche. Por mi parte, no le he creído una sola palabra. Fisher siguió los consejos de Lucas y al poco tiempo los soldados informaron que casi no habían visto blancos. -Se lo advertí -dijo Lucas, mirando a Fisher fijamente-. Renuncie a sus esperanzas de recuperar a los prisioneros: están todos muertos.
Al principio, al menos, pareció que Lucas se equivocaba. El sábado cuatro de abril, Piava trajo a un prisionero mexicano y a una niña de cinco años llamada Putnam, que había sido adoptada por los comanches. La chiquilla había sido tan maltratada como Matilda Lockhart y tenía el cuerpo surcado de horribles cicatrices. No hablaba inglés y lloriqueaba llamando a su "madre" comanche.
-¿Dónde están los demás? -preguntó Fisher con dureza. Detrás de él, los soldados aguardaban con los rifles listos-. Dijo que eran muchos. Piava y los guerreros que lo habían acompañado los miraron con odio y arrogancia. El jefe no quiso responder a las preguntas de Fisher, que siguió insistiendo, pero en vano. Finalmente, Piava admitió que tenía un niño blanco para intercambiar. Se les permitió a los comanches llevarse a dos de los indios que estaban prisioneros y Fisher se vio obligado a decir que, si traían al niño blanco, podrían elegir otro prisionero más. No fue hasta que Piava regresó con otro cautivo mexicano y el niño blanco, Booker Webster, cuando los texanos se enteraron de la suerte corrida por los restantes prisioneros. Cuando Piava se hubo marchado con el indio liberado, los texanos comenzaron a interrogar al niño. Booker tenía alrededor de diez años. Con ojos llenos de espanto y voz quebrada, narró la historia.
-¡Los torturaron a muerte, a todos! -exclamó, sacudido por el horroroso recuerdo.
Lucas escuchó esa vocecilla asustada y sintió un nudo en el estómago. Había imaginado lo que sucedería, pero era mucho peor oírlo de labios de un niño, de un niño que se había salvado nada más que porque lo había adoptado una familia comanche.
-L... les arran... caron las ropas y... los pusieron... des... desnudos -balbuceó Booker-. Estaban... atados a estacas puestos en cruz y... luego las mujeres... los despellejaron. -Le temblaban los labios, pero continuó:- Los despellejaron vivos... los cortaron en tiras y... y... -Se interrumpió; no podía seguir. Hubo un silencio y luego, con los ojos fijos en sus pies descalzos dijo, avergonzado:- ¡No pude hacer nada! Los oía gritar y chillar y gritar y gritar... ¡pero no podía hacer nada! -Estalló en sollozos, angustiado por su impotencia. Alguien le dio unas palmadas en el hombro y le alcanzó un vaso de agua.
Booker se recuperó un poco y siguió hablando con voz algo más firme.
-Las mujeres estaban decididas a hacer los pagar por lo que les había sucedido a los guerreros y... trabajaron todo el día y toda la noche sobre ellos. -Se estremeció al recordar lo que había visto y oído-. La otra niña que devolvieron y yo fuimos los únicos que nos salvamos. A todos los demás... no importaba qué fueran... niños o mujeres... a todos los torturaron a muerte. Los mantenían vivos para poder matarlos con fuego al final.
Lucas escuchó la historia sin decir nada, pero cuando Booker terminó, no pudo contenerse y mirando a Fisher dijo con amargura:
-Y pensar que pudo haber terminado de forma tan diferente Espero que esté satisfecho con los resultados. -Giró sobre sus talones y se marchó, furioso. No toleraba estar cerca de los hombres que tan "santurrona y virtuosamente" habían destruido cualquier posibilidad de paz con los comanches.
4 comentarios:
Otro trocito más.....muchísimas gracias. A ver si llega ya cuando se digan las verdades nuestro Lucas y Sarita.... que no aguantooooooo. (Va a haber fuegos artificiciales - espero -).
María A.
Y ahora se va a Hechicera, pero ¿este hombre de qué va?. Miedito me ha dado que haya vuelto a aparecer Curtis. Menos mal que todos se están dando cuenta que sería lo mejor para Sara y para él que estén juntos.
Himara, no trabajes tanto...Un besote. Blue.
Estará pensando irse a vivir a Hechicera con Sarita? pues como no espabile...encima los problemas no han terminado aún con los comanches no? Uffffff que me temo lo peor...y si está el Curtis por medio...que mala espina me da ese personaje.
Achuchones y besitos.
Ayla.
Hechicera , un nombre evocador y que le viene como anillo al dedo, porque la niña ha sido una hechicera para él.
Los comanches y el maldito Curtis ¿aun nos haran sufrir verdad?. Ayy , que estres genera esto.
Besitosy descansa cuando tengas un ratito, cielo.
CHIQUI.
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