07 noviembre 2008

Pasion: La fatidica reunion

La reunión con el coronel Fisher y los otros dos comisionados, el coronel Cooke y el coronel McLeod, no fue amistosa ni tuvo éxito en lo que concernía a Lucas. Los tres hombres eran militares y habían sido nombrados por el presidente Lamar, según consejos de Johnston, el secretario de Guerra de Texas. Los tres hombres reflejaban la actitud Lamar-Johnston respecto de los comanches: todos los indios eran salvajes crueles y bestiales que debían ser exterminados.

Lucas expuso con elocuencia la importancia de la tregua, pero notó por la expresión de los tres hombres que sus palabras llegaban a oídos sordos. Finalmente, perdió la paciencia y dijo con brusquedad:
-No puedo dejar de advertirles lo peligroso que sería no tratar a esos comanches con la misma cortesía y el mismo respeto con que tratarían a una delegación de otro país. Ellos son otra nación y han venido en son de paz para llegar a un arreglo.

-¡Otra nación! -resopló el coronel McLeod, un hombre obstinado de estatura mediana-. No son más que una banda de salvajes que hacen uso de nuestra tierra. ¡Son tan nación como una manada de búfalos!

Fisher trató de apaciguar los ánimos y murmuró: -Vamos, Fernández, ¿qué cree que haré, asesinarlos mientras duermen en sus tiendas? Sea razonable, hombre.
-No -admitió Lucas lentamente-. Pero pienso que puede cometer la tontería de tratar de mantenerlos prisioneros hasta que traigan a todos los cautivos.

Los tres militares intercambiaron miradas. Fisher jugueteó con unos papeles que estaban sobre la mesa frente a él y sin mirar a Lucas dijo:
-Bien, muchas gracias por decimos lo que piensa. Sabemos que conoce bien las costumbres de los comanches y le agradecemos sus sugerencias, pero este es un asunto militar y el presidente ya nos ha dado órdenes al respecto. Haremos lo que nos parezca correcto.

Lucas consideró la idea de seguir discutiendo, pero como temía que sería inútil, saludó y se marchó. Tomó entonces una de las decisiones más difíciles de su vida: no les diría nada a los comanches. Como no sabía con seguridad si Fisher estaba dispuesto a arriesgar todo presionando a los comanches, él no se atrevía a ir a contar le sus sospechas a los indígenas y arruinar así las posibilidades de llegar a un arreglo.

Cuando llegó Nuevamente a la casa de los Moreno, Lucas no estaba con el mejor de los humores. Entró en la casa frunciendo el entrecejo y al encontrar solamente a Sarita y Bernarda, ladró:
-¿Dónde diablos está tu marido? Le dije que esperara aquí. Bernarda se sorprendió, no sólo por el lenguaje de Lucas sino por la familiaridad que denotaba y miró a Sarita con curiosidad. Ejerciendo toda su fuerza de voluntad, ella logró mantenerse serena y cortés a pesar de los deseos que tenía de gritarle. Sonriendo, dijo:

-El señor Moreno quería mostrarle a Philliphe un caballo de su propiedad. Creo que regresarán en un momento.

Lucas no había querido tratarla de ese modo y menos delante de otra persona.
-¡Discúlpeme! -dijo con más serenidad-. No estoy de muy buen ánimo en este momento y hablé sin pensar.

Sarita estuvo a punto de responder: "Como siempre", pero se contuvo e inclinó la cabeza como aceptando la disculpa de él.
-¿La reunión no ha salido bien? -preguntó Bernarda con ansiedad.

-No. Creo que he perdido mi tiempo y el de los demás. Lo único que espero es que no me esté comportando en forma muy pesimista.

Mariano Moreno y Philliphe regresaron en ese momento y la conversación se centró en el encuentro de Lucas con los comisionados. Después de relatarles lo sucedido, él dijo de mala gana:
-Si está listo, Mignon, sugiero que nos encaminemos hacia el tribunal; sin duda habrá una multitud y si quiere estar en un buen lugar será mejor que lleguemos temprano. ¿Vienes, Mariano?

Mariano sacudió la cabeza.
-No, tengo otras cosas que hacer. Supongo que Bernarda me contará luego todos los detalles interesantes.

Bernarda le sonrió y tras besarlo en la mejilla, dijo a Sarita:
-Bien, querida, creo que nosotras también deberíamos irnos.

Muy consciente de la presencia de Lucas, Sarita cruzó hasta donde estaba Philliphe y dijo suavemente:
-¿Estarás bien? Si hay algún problema, como teme el señor Fernández, ¿te marcharás de inmediato?

Philliphe la miró con afecto.
-Pero por supuesto, querida. No creo que corra ningún peligro. Ahora ve a reunirte con las demás mujeres; te veré luego.

Ella le dedicó una sonrisa tensa y de pronto, movida por algo que no entendía, lo besó dulcemente en los labios. Sin ni siquiera mirar a Lucas, que había quedado inmóvil, se marchó con Bernarda.

Mientras se dirigían a la casa adonde llevarían a los prisioneros, Sarita vio a Curtis Mendoza cerca del tribunal. Ella saludó con cortesía, pero Sarita siguió caminando, limitándose a inclinar la cabeza.

Una vez que pasaron junto a él, Bernarda murmuró:
-Me alegro de que no me haya saludado. Sé que está emparentado políticamente con los Fernández, pero no me cae bien. Tiene mala reputación, a pesar de sus aires altaneros y de sus relaciones. .

Impulsivamente, Sarita exclamó:
-¡Pero yo creía que era Lucas el que no tenía buena fama! ¿No lo llaman el renegado?

-Sí, hay gente que lo detesta y que sospecha de su sangre comanche y de su continua asociación con los indios. Mi marido y yo, sin embargo, no pertenecemos a ese grupo, al igual que muchas otras personas de San Antonio. Texas tiene un buen amigo en Lucas Fernández y si bien no todos piensan eso, hay muchos que comprenden el verdadero carácter de Lucas. -Con tono algo más duro, Bernarda agregó:- Los que piensan que Lucas es un villano tendrían que fijarse en su abuelo, don Curtis.

Sarita calló, pues no quería meterse en una conversación acerca de Lucas Fernández. ¡Ya sabía todo lo que necesitaba saber sobre él!

Como Lucas había supuesto, los comanches trajeron solamente a dos prisioneros: un chico mexicano que no significaba nada para los texanos y una muchacha de dieciséis años, Matilda Lockhart, que había sido capturada con su hermanita de tres años en 1838. Los comanches habían cometido un error al traer a Matilda; habría sido mejor que no hubieran traído a nadie.

Cuando Sarita vio a la chica por primera vez, casi gritó de horror, pues la pobre había sido espantosamente maltratada. Conteniendo su repugnancia, se obligó a sonreírle a la chica y ayudó a Bernarda y a algunas de las otras mujeres a bañarla y vestirla.

La cabeza, el rostro y los brazos de Matilda estaban llenos de horribles cicatrices y llagas. Tenía la nariz quemada hasta el hueso; las fosas nasales estaban completamente dilatadas y carecían de piel. Matilda Lockhart era un ejemplo del horror de la cautividad entre los indios y todas las mujeres que estaban allí agradecieron a Dios que a ellas no les hubiera tocado... hasta ese momento.

La muchacha sabía que su apariencia era horrorosa y suplicaba que la ocultaran de las miradas curiosas. Bernarda, Sarita y las otras damas trataron de consolarla, pero con los ojos llenos de lágrimas, Matilda exclamó:
-¡Ustedes no entienden! ¡Nunca lo entenderán! Sí, me ponían antorchas contra la cara para que gritara... ¡mírenme, estoy toda marcada por el fuego! Pero hay más... ¡estoy completamente humillada! Los guerreros me compartían como si no fuera más que una ramera. -Sollozando de forma incontrolable, apartó su rostro irreconocible.- Jamás podré volver a erguir la cabeza... mi vergüenza es total.

Desafortunadamente para los comanches, Matilda Lockhart era una muchacha muy inteligente y durante los años de cautiverio, había aprendido el idioma de los indios. Hasta había escuchado a algunos guerreros hablar de la estrategia para la liberación de los otros prisioneros. Bernarda, de inmediato mandó llamar al coronel Fisher y con ira creciente, él escuchó los relatos de Matilda. Se enteró de que había por lo menos quince prisioneros más y que los comanches pensaban negociar su liberación. El coronel agradeció a Matilda la información y le dijo que era una muchacha valiente. Luego giró sobre sus talones y se marchó. Sarita vio su expresión y deseó de pronto que Philliphe no hubiera insistido en asistir a la reunión. A juzgar por el rostro del coronel, habría violencia.

El coronel Fisher no tardó en informar a los otros dos comisionados lo que le había dicho la chica Lockhart. No escatimó detalles acerca de la forma en que había sido maltratada y a medida que la voz comenzó a correrse, los ánimos en el tribunal comenzaron a caldearse.

Los comanches no notaron las reacciones de los texanos; el tratamiento que le habían dado a la chica había sido el mismo que se le daba a cualquier prisionero. Toda mujer capturada por los comanches era violada automáticamente por toda la banda de ataque una vez que habían acampado para pasar la noche; era un ritual que les resultaba eficaz para conseguir total obediencia y sumisión. En cuanto a pasársela de uno a otro, ellos compartían las mujeres con sus hermanos, así que, ¿por qué no compartir a una prisionera?

Una vez que terminaron los saludos formales, el coronel Fisher no perdió más tiempo y le exigió al intérprete que les preguntara por qué habían traído sólo a dos prisioneros cuando sabían que había por lo menos quince más.

Espíritu Parlante, el anciano jefe respondió a través del intérprete:
-Es cierto que hay muchos otros prisioneros, pero están en otros campamentos de los nermernuh, sobre los cuales no tenemos ningún control.

Lo que decía era cierto en parte, aunque ninguno de los texanos le creyó. Los blancos no comprendían la naturaleza autónoma de los comanches: cada tribu tenía sus propias leyes.

Espíritu Parlante habló durante unos minutos y el intérprete, un muchacho mexicano que había sido prisionero, tradujo rápidamente el idioma gutural al inglés. Mucho de lo que dijo el jefe no interesaba a los texanos, pero finalmente dijo lo que todos habían estado esperando oír:
-Creo que se puede pagar un gran precio por todos los prisioneros: productos, municiones, mantas y mucha tintura roja.

Hubo un murmullo de furia ante la arrogancia de sus palabras y Lucas se puso tenso. Disimuladamente, calculó la distancia hasta la puerta y comenzó a empujar a Philliphe hacia allí. Philliphe, sin embargo, trató de liberarse de la presión de Lucas y preguntó en un susurro iracundo:
-¿Qué diablos está haciendo? No me quiero perder palabra de esto y no puedo concentrar me si me empuja hacia cualquier parte.

Lucas apretó los dientes y replicó:
-¡Estoy tratando de salvarle la vida! Por como están los ánimos de la multitud, podría pasar cualquier cosa, de modo que se marchará, ¡le guste o no!

Pero el retraso había costado segundos valiosos. El coronel Fisher, pálido ante la insolencia del indio, había ordenado que un grupo de soldados texanos entraran al salón. Con rapidez y eficiencia, estos tomaron posiciones a lo largo de las paredes y uno se apostó cerca de la puerta a la que Lucas quería llegar. Casi lo había logrado, cuando Philliphe se rebeló y liberándose del brazo de Lucas, declaró:
-¡Pues yo no me voy! Usted puede hacerlo, si quiere. -y sin más, se volvió para observar lo que sucedía.

Por un momento, Lucas consideró la posibilidad de abandonarlo, pero recordó la mirada ansiosa en aquel par de ojos verdes y, maldiciendo en voz baja, fue a pararse detrás de Philliphe con una expresión furiosa en el rostro.

En cuanto los soldados entraron en la habitación, los jefes comanches comenzaron a moverse y algunos hasta se pusieron de pie. Al ver que sus hombres estaban en posición, el coronel Fisher dijo:
-Se les advirtió que no vinieran al concilio sin traer a todos los prisioneros. Sus mujeres y niños pueden irse y los guerreros también para avisar a su gente que traigan a todos los prisioneros. Cuando todos ellos estén aquí, hablaremos de regalos y sólo entonces usted y los demás jefes aquí presentes podrán marcharse. ¡Hasta ese momento son nuestros prisioneros!

El intérprete se puso pálido y se negó a repetir el mensaje.
-¡Los jefes lucharán hasta morir antes de permitir que sean tomados como prisioneros! ¡Habrá una lucha sangrienta!

El coronel Cooke replicó con furia:
-¿Te atreves a decimos cómo manejar este asunto? ¡Repite el mensaje ahora mismo, perro insolente!

El intérprete se encogió de hombros y repitió el mensaje. Luego antes de que nadie pudiera detenerlo, se volvió y huyó del salón hacia la calle, tomando por sorpresa al guardia que estaba apostado en la puerta.

Las palabras del intérprete confundieron momentáneamente a los jefes, pero luego, cuando comprendieron el significado, se pusieron de pie de un salto y gritos comanches de guerra llenaron el recinto. Un jefe se lanzó hacia la puerta, y al ver que el soldado impedía el paso, le hundió el cuchillo en su cuerpo, pero el guardia, malherido, logró apretar el gatillo y matar al indio.

Alguien dio la orden a las tropas de que dispararan y el salón se llenó de humo y gritos. Era una pelea mortal y Lucas estaba atrapado en el medio, sin poder dispararles a los comanches y tampoco a los texanos. Utilizó la culata de su pistola para abrirse camino hacia Philliphe y la puerta.

Philliphe estaba inmóvil, pues no se atrevía a mover un músculo. Pero al ver que una figura pintarrajeada estaba a punto de abalanzarse sobre Lucas, emitió un grito y se apretó contra la pared.

Lucas enfrentó el ataque con facilidad, capturando con fuerza el brazo que sostenía el cuchillo ensangrentado. Philliphe le oyó decir algo en la lengua gutural de los comanches y luego vio que los ojos del indio se agrandaban por la sorpresa y el reconocimiento.
-¡Espíritu Cazador! -exclamó el comanche casi con alegría y luego se oyó un ruido ensordecedor y el indio cayó al suelo, tiroteado por uno de los soldados.

Enmudecido, Lucas miró primero al joven guardia que sostenía el rifle y luego al cuerpo en el suelo.

Los jefes lucharon con valor, pero los blancos eran más. Uno por uno fueron cayendo, y los últimos lograron escapar y salir a la calle. Sus gritos y aullidos enloquecieron a los comanches que aguardaban fuera.

Aferrando cualquier arma disponible, los comanches, con sus mujeres y niños, se volvieron contra los inocentes ciudadanos de San Antonio, emitiendo horribles gritos de guerra.

Sarita había quedado atrapada entre la multitud, lejos de Bernarda. Trató de huir cuando oyó los gritos, pero la masa la tenía aprisionada y la obligaba a moverse en la misma dirección.

Los comanches estaban aterrorizados y sólo pensaban en huir del lugar de la traición. Corrían alocadamente, matando a todos los que se les cruzaban. Muchos se dirigían al río; otros trataron de apoderarse de caballos o de ocultarse en las casas, pero los habitantes de San Antonio se habían mezclado en la lucha y como estaban armados en su mayoría, esta se convirtió en una masacre, pues el número de indios era inferior al de blancos.

Lucas, arrastrando a Philliphe, fue uno de los primeros en salir a la calle. Buscó instintivamente a Sarita con la mirada, y la vio atrapada entre La multitud. Fue entonces cuando Lucas sintió el sabor del miedo en la boca.

Olvidó todo: a Philliphe, a los indios, las balas. Lo único importante para él era esa figura delgada que se perdía entre la turba enloquecida.

Lucas echó a correr por la calle, con la pistola lista para disparar. Zigzagueó rápidamente, evitando instintivamente convertirse en el blanco de balas comanches o texanas. No pensaba en otra cosa que no fuera Sarita.

Asustada como nunca lo había estado en su vida, ella logró escapar de la muchedumbre hacia un lado, buscando desesperadamente salir de la línea de fuego. Se apoyó contra una pared, tratando de recuperar el aliento, mientras la multitud enloquecida pasaba junto a ella.

Sarita no vio la figura cobriza que se desvió hacia ella, blandiendo un cuchillo ensangrentado. Lo primero que sintió fue que unas manos crueles la aferraban de los hombros. Aterrorizada, vio el rostro pintarrajeado del comanche, pero no esperó para averiguar si iba a arrancarle el cuero cabelludo o tomarla prisionera. Con la rapidez nacida del miedo, se lanzó sobre el indígena como una gata salvaje y le hundió los dientes en la muñeca, tratando de hacerle soltar el cuchillo. El sabor de la sangre casi la hizo vomitar, pero Sarita mantuvo los dientes apretados mientras que el enfurecido comanche trataba de liberarse, sacudiéndola y tirándole de los cabellos.

Los ojos se le llenaron de lágrimas de dolor, pero no quiso soltarlo, pues si lo hacía, el cuchillo se hundiría en ella. La lucha desesperada los hizo caer contra la pared y horrorizada, Sarita sintió que el indio se le escapaba. Trató de aferrarse a su brazo, pero él se movió con rapidez y se apartó.

El comanche la miró con recelo; ya no sabía si valía la pena seguir luchando por llevarse esos hermosos cabellos. Por cierto que ya no la quería como prisionera, si esa había sido su idea original. Pero ese pelo extraordinariamente rubio...

Se aprestó para atacar y Sarita sólo pudo pensar en una cosa: "el cuchillo, el cuchillo, no dejes que utilice el cuchillo... "

Apretando el arma, el comanche se abalanzó sobre ella y de pronto Sarita se encontró volando por los aires pues una mano firme la apartó del camino. Cayó sobre la calle, aturdida por el golpe y ensordecida por el estallido de un disparo. Vio con ojos incrédulos cómo el comanche caía al suelo cerca de ella, con una profunda herida en el pecho.

Sarita apenas si tuvo tiempo de registrar la escena antes de que unas manos tan fuertes y crueles como las del comanche la levantaran y la apretaran contra un pecho cálido y musculoso.
-¡Dios Santo! -dijo la voz de Lucas contra su oreja-. ¡Creí que no llegaría a tiempo!

La apretó contra él, llenándola con una hermosa sensación de seguridad en un mundo que se había vuelto loco. De forma inconsciente, Sarita le rodeó la cintura con los brazos. Poco a poco comenzó a sentir unos besos suaves y ardientes sobre su cabeza y oyó apasionadas palabras en español susurradas a su oído. No comprendía lo que estaba diciendo Lucas, pero la hacía sentirse feliz. Quería que este abrazo no terminara nunca.

Poco a poco, la presión de los brazos de Lucas disminuyó y finalmente él la apartó unos centímetros. Le recorrió el rostro con los ojos y susurró:
-¿No estás herida? ¿No te golpeó, verdad?

Parte del horror del día comenzaba a disiparse y con los ojos llenos de emoción, Sarita dijo suavemente:
-Me has salvado la vida.

Lucas esbozó una sonrisa irónica y sacudió ligeramente la cabeza.
-La mía, creo -dijo enigmáticamente.

Ella no comprendió, pero estaba demasiado aturdida como para pensar. Estaba volviendo a la realidad y apartándose de los brazos de él, se concentró en quitarse el polvo de la falda.
-Te agradezco mucho tu más que oportuna intervención -dijo, muy rígida-. Me has salvado la vida Y jamás podré pagártelo. Por favor, acepta mi más profunda gratitud.

El rostro de Lucas se ensombreció.
-No empieces con esas mojigaterías -dijo con dureza-, ¡no ahora!

-¿Qué quieres decir? -preguntó ella, con un brillo desafiante en los ojos.

Lucas la miró, con el rostro inescrutable. Casi como si le hubieran arrancado las palabras, dijo con rabia:
-¡Sencillamente que creo que ya es hora de que nos digamos lo que tendríamos que habernos dicho hace cuatro años!

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Eso, eso... que se digan todo lo que han callado estos años. Pero que no tarden en decírselo.... que me da algoooooo.

María A.

Anónimo dijo...

Imagino que el amigo Mignon habrá corrido una suerte diferente a la de su mujer. Ains, Fernández está hasta las trancas....ahora sí que se le ha visto el plumero, cuando la ha visto en peligro, se ha abalanzado a salvarla...si eso no es amor.....jejeje.

Gracias Himara por el tiempo que nos dedicas, que sabemos que es un esfuerzo que haces por nosotras y creo que, al menos yo, no te lo agradezco bastante.
Un besote

Blue.

Anónimo dijo...

Eso !!! Ya es hora de que hablen pero sintiéndolo mucho tienen al Mignon de por medio aún o mucho me temo que ha corrido peor parte cómo dice Blue...
Qué emoción jijjiijii Lucas, alias pistolero o comanche al rescate de la princesa jajajjaj Himara por Dios... por qué no hay aquí emoticonos para que vierais cómo me tiemblan las piernas al imaginármelo ? jajajajaj ¡¡¡ me pierdeeee este hombre !!!

Himara, siempre... gracias, gracias, gracias por todo el esfuerzo. Un besazo corazón !!!

Ayla.

Anónimo dijo...

Pues si ,el se ha salvado tambien su vida ,porque sin la princesa EL , ya no tiene vida , a ver cuando se da cuenta por fin de que esta mas que hasta las trancas y ¿Mignon , donde anda?.Emocionatisimo que se ha quedado esto¿que se diran ahora?

Gracias Himara ,por todo.

Besos.


CHIQUI.