21 diciembre 2008

Amor en el desierto; El ghazw

Durante los días tranquilos que siguieron, Sara y Lucas establecieron una rutina bastante regular. Él compartía con Sara todas las comidas, pero la dejaba sola durante la mañana y la tarde. La llevaba al estanque a bañarse todas las tardes, antes de la cena, y después de la comida la acompañaba, ocupado en limpiar sus armas, leer o simplemente meditar.

Todas las noches Lucas le hacía el amor y cada vez ella se debatía con todas sus fuerzas hasta que la pasión derrumbaba todas sus resistencias. Sara no podía negar que esa relación amorosa le deparaba un placer muy intenso; pero precisamente por eso odiaba a Lucas más que nunca.

Lucas provocaba en Sara sentimientos extrañamente contradictorios. Cuando él estaba cerca, Sara se sentía nerviosa. Nunca podía prever lo que él le haría. Conseguía que ella perdiese el control y provocaba su cólera, y después convertía este sentimiento en miedo. Por que ella le temía; en efecto, creía que estaba dispuesto a golpearla si lo provocaba demasiado.

Había transcurrido una semana desde el día que Lucas había traído a Sara al campamento. Como no tenía nada más que hacer, había terminado la blusa de seda verde y dos faldas más. Pero ya estaba cansada de coser. También estaba hastiada de permanecer un día tras otro, la jornada entera, en el interior de la tienda.
Aquella mañana, después del desayuno, Lucas salió sin decir palabra. Sara sabía que estaba encolerizado porque ella no había querido explicarle la razón de sus lágrimas la noche anterior, ¿cómo podía confesarle que lloraba porque su propio cuerpo la traicionaba? Se había jurado que sus caricias no la conmoverían y que yacería serena, imperturbable, al lado de su raptor. Pero Lucas la había excitado con movimientos sabios y pacientes, y al final la había dominado, como todas las noches.
Pero esta vez Lucas no se contentó con dominarla una vez. Había reafirmado implacablemente su poder sobre ella por segunda y por tercera vez y Sara había compartido apasionadamente cada minuto de amor. Pero cuando él la dejó y descansó sobre el lecho, Sara se echó a llorar.

Cuando Lucas trató de consolarla, Sara se limitó a llorar más intensamente que antes y le dijo que la dejase en paz. Estaba disgustada consigo misma más que con él porque aquel amor le daba tanto placer. Pero cuando ella no quiso explicarse, Lucas mostró una cólera fría. Sara lloró hasta quedarse dormida.
Ahora, a medida que avanzaba la mañana, Sara se sentía agobiada por la inactividad. Apartó la labor y se acercó a la entrada de la tienda. La luz del sol filtrada a través de las plantas parecía tan grata, que Sara olvidó su temor a la reacción de Lucas si descubría que había salido de la tienda. Se acercó al corral, reconfortada por el calor del sol.

Se detuvo bruscamente cuando vio a Lucas. Estaba en el amplio corral acompañado por Jolûtfi, que montaba un hermoso caballo árabe. Los demás animales pastaban pacíficamente en la colina, con las ovejas. Ella continuó avanzando valerosamente. Cuando llegó a la empalizada del corral, el caballo se movió inquieto. Lucas se volvió para ver qué molestaba al animal y los ojos se le entrecerraron amenazadores cuando vio a Sara. Tranquilizó al caballo y luego se acercó a la joven con paso rápido.
—¿Qué estás haciendo aquí? –preguntó irritado Lucas—. No te he autorizado a abandonar la tienda.

Sara trató de dominar la cólera que comenzaba a invadirla.
—Lucas, no podía soportar estar un minuto más en esa tienda. No estoy acostumbrada a que me encierren. Necesito sentir el sol y respirar el aire de la mañana. ¿No puedo estar aquí y observarte? Me interesa saber lo que haces todos los días –mintió.

—Entre otras cosas, entreno estos caballos –dijo Lucas.

—¿Para qué? –preguntó Sara, tratando de ganar tiempo.

—¿Realmente quieres saberlo, Sara? ¿O es otro de tus juegos?

—Como bien sabes, no puedo ganar en un juego en el cual tú eres el antagonista –dijo Sara—. De veras, deseo saber cómo entrenas a tus caballos.

—Muy bien. ¿Qué quieres saber?

—¿Para qué los entrenas?

—Para que respondan a las ordenes del jinete con la presión de las rodillas y no de las manos. A veces las manos no pueden manejar las riendas, por ejemplo en combate o después de una incursión. También se obtienen otros resultados, porque nadie puede robar nuestros caballos... salvo que los lleven de la brida. No aceptan a los jinetes que usan las riendas para dirigirlos.

—Muy ingenioso –dijo Sara, ahora más interesada—. ¿Pero cómo le enseñas a los caballos a obedecer a la presión de las rodillas?

—Se induce al caballo a avanzar en cierta dirección, por ejemplo a la izquierda, mientras el jinete presiona en ese sentido. Continuamos en la misma dirección un rato, hasta que el caballo aprende.

—¿Cómo le ordenas que se detenga?

—Como no usamos montura, utilizamos los pies para detenerlos... Les clavamos las espuelas en los flancos mientras sujetamos fuertemente el bocado. ¿Estas satisfecha ahora?

—Sí. ¿Puedo quedarme aquí un rato para verlo? –preguntó ella con expresión sumisa.

—Si estas callada y no molestas al caballo –contestó Lucas, dirigiéndole una mirada inquisitiva un momento antes de apartarse.

¡Ajá!... lo había conseguido. Se había liberado un rato de esa maldita tienda. Sara dejó errar sus pensamientos mientras mantenía fijos en Lucas los ojos marronesd.

Deseó intensamente montar aquel bello animal. Tal vez pudiese convencer a Lucas de que le permitiese montar uno de los caballos o mejor todavía que le entregase un animal aún sin domar. No sería como montar a Cachis y recorrer los fértiles campos verdes de su patria, pero era mejor que privarse por completo del placer de la equitación.

De pronto, Sara comprendió que estaba pensando en un futuro en ese campamento. Maldición; ¿por qué no venía Gonzalo a rescatarla? Pero era probable que Gonzalo creyese que ya había muerto. Necesitaba encontrar el modo de huir, pero no podía hacerlo sola. Precisaba un guía que la ayudase a cruzar el desierto y la protegiese de las tribus de bandoleros. Necesitaba alimentos, agua y caballos.
¿Podía esperar a que Lucas se cansara de ella? ¿Cuánto tardaría en llegar a esa situación? Y tal vez Lucas no la devolviese a su hermano cuando ya no la deseara. Quizá la vendiese como esclava y la destino al harén de otro hombre.
Si lograba enamorarlo, tal vez pudiera persuadir a Lucas de que le permitiese abandonar la tribu. ¿Pero cómo conseguirlo si él sabía que Sara lo odiaba? Además, él mismo le había dicho que sólo deseaba su cuerpo.
—Sara.

Alzó los ojos hacia el rostro sonriente de Lucas.
—Te he llamado dos veces. Extraño modo de demostrar interés en lo que hago.

—Disculpa –respondió Sara con una sonrisa—. Estaba pensando en mi caballo Cachis y en que desearía cabalgar.

—¿Lo hacías a menudo en tu casa?

—¡Oh, sí! Cabalgaba varias horas cada día –respondió Sara con entusiasmo.
Volvieron caminando a la tienda, donde los esperaban fuentes humeantes de avena, arroz y gran variedad de dulces: el almuerzo. Había un recipiente con te para Sara y un odre de vino para Lucas.

—Esta tarde saldré un rato del campamento –dijo Lucas cuando se sentaban a comer—. Diré a Jolûtfi que cuide la tienda mientras yo no estoy. Se trata de protegerte, y no de otra cosa.

—Pero, ¿adonde vas?

—A un ghazw –respondió Lucas irritado.

Era evidente que ella había rozado algo que Lucas no deseaba comentar. Pero su curiosidad femenina no le permitió callar.
—¿Un ghazw? ¿Qué es eso?

—Sara, ¿tienes que preguntarme siempre tantas cosas? –La voz de Lucas trasuntaba cólera y Sara se estremeció a pesar del calor—. Si quieres saberlo, es una incursión. Qüisim descubrió una caravana esta mañana. Como nuestra provisión de alimentos es escasa, tendremos que apoderarnos de lo que necesitemos para sobrevivir un tiempo. ¿Responde esto a tu pregunta o necesitas saber más?

—¡No hablarás en serio! –Sara estaba abrumada. Dejó de comer y contempló los fríos ojos negros—. ¿Por qué no puedes comprar lo que necesitas? Jimîl tiene las joyas que tu rechazaste. Seguramente tú mismo posees bastante riqueza. ¿Por qué tienes que robar a otra gente?

Lucas la miró y los reflejos amarillos de sus ojos verdes desaparecieron cuando la contempló, dominado por la ira.
—Sara, no toleraré más preguntas. Te lo diré una vez y sólo una vez. El bandolerismo es la costumbre de mi pueblo. Robamos para sobrevivir, como lo hemos hecho siempre. Tomamos sólo lo que necesitamos. Aquí no tengo riquezas, porque no las necesito. Jimîl me guarda rencor, y yo comprendo sus sentimientos; por eso no reprimo su anhelo de riquezas. Le permito conservar lo que roba. ¡No vuelvas a hacerme preguntas!

Giró sobre sus talones y salió furibundo de la tienda. Sara se sintió conmovida. Tenía la impresión de que caía en un pozo sin fondo.

¡Lucas era un bandolero! Sin duda había asesinado implacablemente a muchos hombres durante sus incursiones. ¡Y era probable que le agradase matar! Y ella –Sara Miranda—estaba a merced de ese hombre.

Sara tembló incontroladamente, recordando la cólera que él acababa de mostrar. ¿Sería capaz de matarla si ella lo apremiaba excesivamente? Era un bandolero y ella conocía dónde solía acampar. ¿Era verosímil que, sabiendo lo que sabía, Lucas le permitiese alejarse del lugar?

Oyó los caballos que salían al galope del campamento. Partían en busca de pillaje y saqueo y sólo Dios sabía de qué más. Sara sintió que no podía soportar ese nuevo miedo. Tenía que saber lo que Lucas se proponía hacer con ella. Si estaba condenada a morir, quería saberlo.

Se acercó rápidamente a la entrada de la tienda y encontró a Jolûtfi sentado en el suelo, a un lado. Estaba limpiando meticulosamente una larga espada de plata con empuñadura curva.
—Jolûtfi –se atrevió a decir Sara—, ¿puedo hacerte una pregunta?

Él la miró con expresión de asombro.
—No está bien. Las mujeres no hacen preguntas. No les corresponde.
Eso era demasiado. ¡Esta gente era bárbara!

—Pero Jolûtfi, a mí no me educaron como a tus mujeres. Me criaron con la idea de que soy igual a los hombres, y ¿no me comprendes? Sólo deseaba saber si Fahd ha traído antes a otras mujeres –dijo, con la esperanza de que Jolûtfi creyese sencillamente que ella sentía celos.

Jolûtfi sonrió.
—No; eres la primera mujer que el jeque Fahd ha traído al campamento.

—Gracias, Jolûtfi –dijo Sara con una sonrisa.

Regresó a la tienda, y comenzó a pasearse de un extremo al otro de la habitación. Lo que sabía de nada le servía. Si hubiese existido otra mujer, Sara habría podido descubrir cuál habría sido su destino cuando Lucas se hubiese cansado del asunto. Ahora tendría que encararse a Lucas con la pregunta que la torturaba. Rogó a Dios que él estuviese de mejor humor cuando regresase.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

No tenemos a ningun personaje nuevo, pero solo con ese hombre cumpliendo tres veces en una misma noche Uffffffffff tenemos más que suficiente jajajajajj pero cómo no va a llorar? madrecitaaa del alma querida... lloraba porque continuaraaaa jajajajajj Dios que se me van las neuronas yaaa jajajajj Continua Himara y porfi un poquito más larguito si no es mucho pedir jajajajja No le pasará nada en ese ghazw ?

Besitos.

Ayla.

Anónimo dijo...

Buff, solo espero que este tio cambie porque le estoy cogiendo una tirria, no me gusta nada como es. A ver si le ocurre algo en esa incursión porque creo que necesita una cura de humildad a la de ¡¡ya!!.

Un besote.

Blue.-

Anónimo dijo...

Me voy a ir de vacaciones y estoy ilusionada, pero anda que no me va a dar pena perderme tu relato por unos días.

Yo estoy con Ayla. Llora porque sabe que aunque mentalmente no ha elegido, su inconsciente y su cuerpo sí lo han hecho. Y lo elige a él, pese a todo, y aunque quiere pasar..... ya ha empezado a indagar sobre lo que quiere, lo que hace, las mujeres que ha habido en su vida..... y como tarde un poco en volver, seguro que se va a preocupar de lo lindo por si le ha pasado algo.

¿ No lo he dicho? Me encanta el relato.

Un beso.

Adriana.

Anónimo dijo...

No puedo añadir nada nuevo a lo dicho anteriormente ... salvo que... yo también lloraría ...ajajaja... para que me diera máaaaaaas (uffff, lo siento)

Besitos
María A.