Habían pasado cinco días después de la muerte de Lorén, y la tensión comenzaba a agotar a Sara. Lucas había salido a cazar, y ella no sabía cuándo podría regresar. Había preferido permanecer en la tienda los últimos días, pero ahora ya no podía soportar más el encierro.
Salió de la tienda, buscó a Jolûtfi, y le pidió que preparase a Cuervo. Después, se puso rápidamente la túnica y los pantalones de montar y cuando llegó al corral Jolûtfi ya estaba preparado para partir.
—Es bueno que reanudes tus actividades —dijo el joven con una ancha sonrisa, mientras la ayudaba a montar.
—Sí, así es —replicó Sara. Pero no todas las actividades, pensé para sí, recordando las noches tranquilas que había pasado últimamente.
Marcharon al paso de los caballos hasta la ladera, pero cuando llegaron a las primeras estribaciones Sara obligó a Cuervo a iniciar un rápido galope. Jolûtfi estaba acostumbrado al modo de cabalgar de Sara y consiguió permanecer al lado de la joven.
Habían cabalgado por lo menos media hora y se habían internado bastante en el desierto cuando Sara divisó a cuatro hombres a caballo que se acercaban rápidamente. Habían aparecido súbitamente y muy pronto estuvieron cerca.
Sara detuvo a Cuervo, y al volverse vio que Jolûtfi empuñaba el rifle. Pero antes de que el joven hubiese tenido tiempo de oprimir el disparador, un tiro atravesó el aire, y Sara sintió una oleada de náusea cuando Jolûtfi cayó lentamente del caballo, el pecho cubierto de sangre.
—¡Oh, Dios mío... no! —gritó, pero Jolûtfi yacía inmóvil sobre la arena caliente.
Sara obligó a Cuervo a volver grupas y lo lanzó al galope.
Hubiera deseado auxiliar a Jolûtfi, pero ahora tenía que pensar en sí misma. Oyó el ruido de los cascos detrás y comprendió que se acercaban y convergían sobre ella. Un brazo se cerró alrededor de su cintura, la arrancó de¡ caballo, y la tiró sobre otro. Se debatió fieramente, y se sintió un poco mejor cuando cayó de espaldas sobre la dura arena.
El hombre que la había arrancado del caballo desmontó y se aproximó con paso lento a Sara. Tenía una expresión irritada y feroz en su rostro barbudo.
Sara sintió que el corazón le latía dolorosamente cuando se incorporó y echó a correr, pero antes de que hubiese avanzado tres o cuatro metros el hombre la alcanzó y de una bofetada brutal la derribó. Asiéndola por la túnica la levantó y la golpeó dos veces más, y después la soltó como si hubiese sido una cosa repugnante. Sara lloraba histéricamente cuando hundió el rostro en la arena, de modo que éste no pudiese pegarle otra vez.
Sara oyó voces lejanas que disputaban, pero parecían sonidos muy distantes. Estaba aturdida, y durante un momento no supo dónde se encontraba, o por qué lloraba. Pero la conciencia de su situación se restableció cuando con gesto cauteloso alzó la cabeza y vio el cuerpo inerte de Jolûtfi a pocos metros de distancia.
Dios mío, ¿por qué habían tenido que matarlo? Unos metros más lejos, tres de los hombres esperaban montados en sus caballos y uno de ellos hablaba con dureza al individuo que la había golpeado.
Amair Abdalla desmontó y se acercó a la mujer que yacía sobre la arena. Se compadeció cuando la obligó a volverse y le vio la cara ya descolorida e hinchada. Le habían dicho que esa mujer era muy bella, pero ahora tenía el rostro sucio de arena y surcado por vanas heridas donde habían corrido las lágrimas. ¡Ese bastardo de Cassim! Todo había ocurrido con tal rapidez, que Amair no había podido impedirlo. Tenían prisa, de modo que no podía castigar ahora a esa bestia. Cassim siempre había sido un hombre cruel. Su esposa había estado dos veces al borde de la muerte a causa de la crueldad y los golpes de Cassim.
El jeque Yamaid Unriart no vería con buenos Ojos que hubiesen golpeado a esta mujer. Sara Miranda era importante en muchos sentidos para el jeque Yamaid; y había impartido órdenes rigurosas de que no se la dañara.
Se ocuparían de Cassim cuando regresaran al campamento... y él lo sabía. Pero ahora, tenían que darse prisa. El plan no contemplaba un enfrentamiento con los hombres del jeque Fahd, y Amair no deseaba una lucha mano a mano con aquel hombre. Hubiera significado una muerte segura.
Habían pasado unos instantes desde el momento en que el joven había obligado a Sara a volverse. Le había mirado el rostro, y ella vio compasión en sus ojos castaños. ¿Qué ocurriría ahora? Quizá no volverían a golpearla... por lo menos no ahora. Sara trató instintivamente de evitar el contacto con el hombre que se inclinaba para alzarla. El árabe la llevó adonde estaban los caballos, la depositó sobre un pequeño corcel y montó detrás. Los tres hombres restantes estaban esperando y un momento después el grupo se alejó al galope.
Sara cerré los ojos cuando pasaron al lado del cuerpo de Jolûtfi. Pobre Jolûtfi. Era apenas un poco mayor que ella, y ahora su vida había terminado. Los cuatro hombres abandonaron a su suerte a Cuervo y al caballo de Jolûtfi. Si eran ladrones, ¿por qué no se llevaban también los caballos?
¿Quiénes eran? No podían saber que Sara era mujer, a causa del modo en que vestía. Entonces, ¿por qué no habían disparado contra ella? No era posible que hubiesen venido a rescatarla, porque nadie sabía que estaba aquí. Además, si el propósito hubiera sido devolverla a su hermano, no la habrían golpeado. En realidad, el asunto no tenía sentido.
Era muy probable que esos hombres perteneciesen a la tribu vecina acerca de la cual Lucas la había advertido. ¿Quizá todos la usarían, y después la venderían como esclava? ¡Lucas nunca lograría encontrarla!
Lucas; ¿dónde estás? ¡Tienes que descubrirme! Pero, ¿qué estaba pensando?, ¿acaso no había ansiado separarse de Lucas?
Por lo menos, mi nuevo amo jamás podrá obligarme a ceder sólo con tocarme, como hace Lucas. Otro hombre no excitará mis deseos como Lucas. Y de pronto comprendió lo que acababa de pensar.
¡Lo amo! Siempre lo amé, y no lo sabía. Sara, eres una tonta, una perfecta tonta. Luchaste contra Lucas todos estos meses y quisiste volver a casa, y en realidad siempre lo amaste. Tal vez nunca vuelvas a verlo, y Lucas todavía cree que lo odias.
Pero, ¿qué ocurrirá si él no acude a salvarme? ¿Qué ocurrirá si se alegra de mi desaparición, porque ahora nunca más podré molestarlo? ¿Podría criticarlo, después del modo en que lo trate? Oh, no, tiene que venir a buscarme; es necesario que me salve, porque así podré decirle que lo amo. ¡Y tiene que llegar muy pronto, antes de que sea demasiado tarde!
Cuando Lorén murió y yo sentí deseos de reconfortar a Lucas tendría que haber comprendido que lo amaba. Se necesitó una pesadilla para que yo viese la verdad, y ahora quizá sea demasiado tarde. ¡Oh, Dios mío, dame otra oportunidad!
Estaba oscureciendo, y el grupo continuaba avanzando al galope, como si el demonio en persona los persiguiera. Tampoco esa actitud tenía sentido. Si estos cuatro hombres pertenecían a la tribu vecina, de la cual Lucas había hablado, hubieran debido internarse en las montañas, y ya habrían llegado a su campamento.
Seguramente ella se equivocaba. Habían cabalgado junto a las montañas, pero ahora, cuando la luna vino a iluminar el camino, se desviaron y comenzaron a internarse en el desierto. ¿Adónde la llevaban? ¿Y qué le ocurriría cuando llegasen a su destino?
Sara recordaba el día, de eso hacía mucho tiempo, en que se había formulado las mismas preguntas; pero entonces el secuestrador había sido Lucas. Ella lo había odiado realmente esas primeras semanas, después de llegar al campamento. Lucas la había despojado de todo lo que ella amaba. Había manipulado a muchas personas para atraerla a este país. Pero todas las jóvenes dejan detrás lo que conocen cuando se casan. Lleva tiempo acostumbrarse a la nueva vida.
Bien, se había acostumbrado... demasiado, a decir verdad. Y en su corazón experimentaba un sentimiento de temor y de vacío ante la perspectiva de no ver jamás de nuevo a Lucas. Era algo peor que el dolor que sentía en el rostro hinchado con cada movimiento del caballo. Cerró los ojos para evitar el sufrimiento y al rato se adormeció.
El sonido de voces estridentes despertó a Sara. La bajaron del caballo. Se preguntó qué había ocurrido hasta que vio los rostros desconocidos alrededor y sintió el dolor en la cara. El sol estaba muy alto, y hacía un calor intenso que brotaba de la arena misma, y obligaba a Sara a entornar los párpados para evitar el encandilamiento.
Antes de que introdujesen a Sara en una pequeña tienda, examinó rápidamente el campamento. Estaba en un oasis del desierto. Dos enormes palmeras se elevaban sobre seis tiendas pequeñas, y la joven alcanzó a ver cabras, ovejas y camellos pastando a pocos metros de distancia.
En el interior de la tienda, Sara necesitó unos instantes para acostumbrarse a la oscuridad. Vio a un anciano sentado sobre un almohadón, detrás de una mesa baja cubierta de cuencos con alimentos.
El viejo ni siquiera la había mirado todavía. Continuaba comiendo y Sara examinó la tienda. Había algunos almohadones aquí y allá, y ella vio un gran arcón en un rincón, pero no había sillas para sentarse ni alfombras que cubriesen la arena.
Cuando Sara volvió los ojos hacia el anciano, advirtió que estaba hundiendo los dedos en un pequeño cuenco de agua, como ella hacía muchas veces después de concluir una comida con Lucas. Ahora él la miró, y los ojos castaños expresaron irritación cuando vio el rostro lastimado. Sara se sobresaltó cuando el viejo descargó el puño sobre la mesa y todo los cuencos saltaron en el aire.
Estaba vestido con una túnica de colores y en la cabeza tenía la kufiyab, y Sara vio que bajo la mesa asomaban sus pies desnudos. Cuando el hombre se puso de pie, pareció que no era más alto que la misma Sara, pero cuando habló, su voz tenía acentos autoritarios.
Habló duramente al joven que estaba con Sara, y ella llegó a la conclusión de que ese anciano era el jeque de la tribu. El viejo y el joven intercambiaron frases acaloradas, incomprensibles para Sara; y después, el joven la llevó detrás de una cortina, en un rincón de la tienda.
El pequeño espacio apenas alcanzaba para acostarse. Una piel de oveja cubría la arena, y Sara quedó allí, a solas.
Pocos minutos después una anciana apartó las Cortinas y trajo una bandeja con un gran cuenco con comida y una copa de vino. La mujer depositó la bandeja en la arena, entregó a Sara una toalla húmeda, con un gesto le señaló la cara, y después se marchó.
Sara se limpió la cara con la toalla, pero no pudo eliminar toda la suciedad pegada a los párpados hinchados. La comida tenía mucha grasa, pero felizmente era blanda, porque también le dolía masticar. El vino tenía un excelente sabor, pero ella se sintió extrañamente fatigada después de beberlo. Sara hizo todo lo posible para mantenerse despierta, porque deseaba estar preparada para lo que podría ocurrirle; pero no logró mantener abiertos los ojos ni pensar de un modo coherente y poco después se sumió en profundo sueño.
Cuando Amair Abdalla dejó a la mujer en la tienda del jeque Yamaid Unriart, fue a decirle a Cassim que el jeque deseaba verlo; después, caminó directamente hacia la tienda de su propio padre. No compadecía a Cassim, porque lo que le ocurriera sería por su propia culpa. El jeque Yamaid estaba más enojado de lo que Amair había previsto, y era probable que Cassim pagara con la vida su brutalidad.
—Amair, ¿todo fue bien? —preguntó su padre, Yamaid Unriart, cuando Amair entró en la tienda que ambos compartían.
—Sí, padre, todo se hizo de acuerdo con el plan —replicó Amair con expresión de desagrado. Se sentó sobre el cuero de oveja que era su lecho, y se apoderó del odre de vino que estaba al lado—. Pero te diré lo siguiente... no me agrada lo que me ordenaron hacer. Esa mujer no cometió ningún delito, y no debe convertirse en objeto de venganza. Ya sufrió bastante, pues Cassim la golpeó antes de que yo pudiese impedirlo.
—¡Cómo! Ese maldito...
—¿Comprendes, padre? —lo interrumpió Amair—. Nada de todo esto debió ocurrir. Cassim hirió de un balazo al hombre que acompañaba a Sara Miranda. Ojala lo encuentren antes de que muera, porque es Jolûtfi, el hermano del marido de Silvina. Si Jolûtfi muere, Qüisim nos odiará y jamás volveremos a ver a mi hermana Silvina.
—Yo tendría que haber previsto que este plan no era bueno —dijo Yamaid , con expresión de desaliento en el rostro—. Nunca debía permitir que participaras. Ojala este odio termine de una vez, y yo pueda ver nuevamente a mi hija. Silvina seguramente ya tiene hijos y yo no los conozco. ¡Tal vez nunca vea a mis nietos!
—Aun así, padre, jamás debimos aceptar este plan. El jeque Fahd nada tuvo que ver con lo que ocurrió todos estos años. Él vivía del otro lado del mar. No creo que deba ser víctima de la venganza del jeque Yamaid, ahora que el jeque Lorén ha muerto.
—Lo sé, hijo mío, pero, ¿qué podemos hacer? Quizá el jeque Fahd no caiga en la trampa —dijo Yamaid .
Miró hacia la puerta de la tienda. En el centro del campamento, tres niños jugaban con un corderito. Yamaid deseaba intensamente ver a su propia hija y a los nietos.
—Vendrá —replicó Amair—. Y si trae a los hombres de su tribu, se derramará inútilmente mucha sangre por algo que ocurrió hace veinticinco años. Y ninguno de los hombres que muera habrá tenido nada que ver con eso.
Y en efecto, Lucas llegó menos de una hora después. Vino solo, y se maldijo por eso cuando comprendió el peligro que afrontaba.
Lucas había regresado al campamento, y allí le dijeron que Sara había salido a caballo con Jolûtfi. Se alegraba de que ella hubiera decidido reanudar sus cabalgatas diarias, y comprendía que era hora de que él dominase su propia depresión. Su padre había muerto, pero él aún tenía a Sara.
Pensó en Sara mientras se paseaba de un extremo al otro de la tienda, esperando su regreso. Pero cuando el sol comenzó a ocultarse y no tuvo noticias de la joven, un horrible temor comenzó a dominarlo. Salió corriendo de la tienda y al ver a Qüisim junto al corral le ordenó que lo siguiese.
Lucas obligó a su caballo a galopar frenéticamente cuesta abajo, mientras Qüisim trataba de mantener la misma velocidad. Después de cabalgar un rato en la dirección que solía Tomar Sara, Lucas vio dos caballos detenidos, uno al lado del otro. Palideció intensamente cuando se acercó un poco y vio un cuerpo inmóvil en la arena.
Desmontó del caballo y corrió adonde estaba Jolûtfi. El proyectil había entrado en la región inferior del pecho de Jolûtfi; había perdido mucha sangre, pero aún vivía. Llegó Qüisim, y los dos hombres consiguieron que Jolûtfi bebiese un poco de agua. Finalmente, abrió los ojos. Miró primero a Lucas, y después a Qüisim, y trató de sentarse, pero estaba demasiado débil a causa de la pérdida de sangre.
—¿Puedes hablar, Jolûtfi? —preguntó Lucas—. ¿Puedes decirme qué ocurrió?
Jolûtfi miró a Lucas con ojos vidriosos.
—Cuatro hombres del desierto se acercaron velozmente. Yo... apunte el rifle, pero me dispararon. Sólo eso recuerdo. —Jolûtfi trató de mirar alrededor, y cuando vio el caballo de Sara volvió a apoyar la cabeza en la arena——. ¿Se la llevaron?
—Así parece —replicó Lucas. Tenía el cuerpo tenso, preparado para combatir. Miró al hermano mayor—. Qüisim, lleva a Jolûtfi de regreso al campamento. Loêla sabrá qué hacer por él. No sé cuánto tardaré, pero no me sigáis. Encontraré a Sara, y el hombre que hirió a tu hermano morirá.
—Alá sea contigo —replicó Qüisim mientras Lucas montaba su caballo.
Aún eran visibles las huellas de los cuatro caballos de los secuestradores, porque no había soplado viento que las cubriese con arena. Lucas siguió las huellas con una velocidad que Magnun jamás había alcanzado antes. Imaginaba constantemente el rostro atemorizado de Sara y rogaba que la hallase a tiempo, antes de que los hombres la violasen y la vendieran.
jamás hubiera debido permitirle que cabalgase en el desierto. Si la hubiese obligado a permanecer en el campamento, ahora la tendría con él, y no temería por la vida de la muchacha. ¡Dios mío, haz que la encuentre a tiempo!
Lucas sintió que se le encogía el corazón cuando trataba de imaginar lo que sería su vida sin Sara. Imagino el lecho vacío que había compartido con ella, la tienda vacía adonde siempre ansiaba regresar, el cuerpo bello y suave que lo tentaba tan fácilmente. ¿Acaso era posible que otra mujer ocupase jamás el lugar de Sara? No podía soportar la idea de que nunca volvería a verla.
Si sentía así, seguramente era porque la amaba.
Lucas nunca había creído que podía llegar a enamorarse. ¡Qué tonto había sido! Pero, ¿qué ocurriría si no podía hallar a Sara? Lo que era peor, ¿qué ocurriría si ella no deseaba que la encontrase? Bien, la hallaría o moriría en el intento, y si era necesario la obligaría a regresar con él. Prefería vivir con su odio que sobrevivir sin ella. Quizás un día ella llegase a devolverle ese amor.
Lucas agradeció al destino la luna llena que iluminaba bastante bien las huellas. Las horas pasaban lentamente, dominadas por sombríos pensamientos, y el sol estaba alto cuando Lucas vio a lo lejos el campamento de una tribu del desierto. Las huellas que él seguía conducían directamente al campamento. Pensó: Ahora falta poco, Sara. Te encontraré y volveremos a casa.
Lucas acortó la marcha de su caballo y entró en el campamento. Cuando contuvo a Magnun en el centro del campamento se acercaron varios hombres.
—Busco a cuatro hombres y una mujer —dijo Lucas en árabe—. Vinieron aquí, ¿no es así?
—Fahd Alhamar, has llegado al lugar justo. Desmonta y ven conmigo.
Lucas se volvió para mirar al hombre que había hablado. Un rifle le apuntaba a la espalda, de modo que no tenía mucho que elegir.
—¿Cómo sabes quién soy?
—Te esperábamos. Ven conmigo.
Lucas desmontó, y el hombre lo empujó con el rifle en dirección a la entrada de una tienda. Otros hombres armados caminaron detrás, preparados para responder al más mínimo movimiento de Lucas. Lucas se preguntó: ¿Cómo demonios saben quién soy?
Un anciano que estaba al fondo de la tienda se puso de pie y miró a Lucas.
—Jeque Fahd, no tardaste mucho en llegar. Esperé mucho tiempo este momento.
—¿Qué demonios significa esto? —preguntó Lucas—. ¿Cómo sabes quién soy? jamás te había visto antes.
—Me has visto antes, pero no lo recuerdas. ¿No oíste hablar de mí? Soy Yamaid Unriart, jeque de esta tribu, y tío de Jimîl, tu medio hermano. ¿Ahora me conoces?
—Oí mencionar tu nombre, pero eso es todo. ¿Por qué me esperabas?
—¡Ah, veo que tu padre te ocultó la verdad! Ahora te relataré la historia completa, y así comprenderás por qué voy a matarte en venganza por la muerte de mi hermana.
—Seguramente estás loco —dijo Lucas riendo—. Nada te hice. ¿Por qué quieres que yo muera?
—No estoy loco, Fahd Alhamar. —Yamaid Unriart hablé con voz serena, saboreando su momento de triunfo—. Pronto sabrás por qué tienes que morir. Sabía que caerías en mi trampa, porque tengo a tu mujer.
¿Dónde está? —estalló Lucas—. Si la has herido...
—Todo a su tiempo, Fahd —lo interrumpió Yamaid Unriart—. La verás más tarde, y por última vez. No temas por ella, porque en mi campamento no sufrirá ningún daño. Estoy agradecido a Sara Miranda que te atrajo aquí. Después, la devolveré a su hermano a cambio de la recompensa.
—¿Cómo sabes acerca de ella? —preguntó Lucas.
—¡Cuántas preguntas haces! Mira, Jimîl me visita de vez en cuando. Mencionó que habías regresado de España, y que tenías por amante a una extranjera. ¡Y ahora parece que he salvado de su secuestrador a Sara Miranda! —Yamaid hizo una pausa. Cuando volvió a hablar, su voz expresaba profunda cólera—. Hace poco me enteré de la muerte de Lorén. Me he sentido frustrado, porque deseaba matarlo personalmente. Y bien, tú, su hijo bienamado, ocuparás su lugar.
—¿De qué acusas a mi padre? —preguntó Lucas—
Yamaid Unriart sirvió dos copas de vino y ofreció una a Lucas. Éste rehusó, y Yamaid sonrió.
—Será tu último sorbo de vino... propongo que lo beba!. Te aseguro que no está envenenado. Me he propuesto matarte con métodos más lentos y crueles.
—Acaba con tus explicaciones, Unriart. Deseo ver a Sara —replicó Lucas.
Aceptó el vino, y con gesto burlón ofreció un brindis al anciano. —Veo que aún no me Tomas en serio. Sin embargo, cambiarás de actitud cuando comience tu muerte lenta. Sea como fuere, tienes derecho a saber por qué morirás.
Yamaid hizo una pausa y bebió un sorbo de la copa que sostenía en la mano.
—Hace mucho tiempo, tu padre y yo éramos íntimos amigos. Yo habría hecho lo que fuese necesario por Lorén. También conocía a tu madre, y estaba con Lorén cuando tú naciste. Entonces, me alegré por tu padre. Había tenido dos hermosos hijos y una mujer a quien amaba más que a su propia vida. Recuerda que yo te tenía sobre mis rodillas cuando apenas habías cumplido tres años, y te contaba cuentos, ¿lo recuerdas?
—No.
—No creí que recordaras. Fueron años felices... hasta que tu madre se marcho. Era una buena mujer, pero destruyó a Lorén. Él jamás volvió a ser el mismo. Se había ido su esposa, y con ella los dos hijos. Lorén sintió que ya no tenía motivo para vivir. Compartí su sufrimiento tres años, porque yo amaba a Lorén como a un hermano. Abrigaba la esperanza de que olvidaría a tu madre, y de que nuevamente hallaría la felicidad. Yo tenía una hermana llamada Margiana, una bella muchacha que adoraba a Lorén, y propuse a Lorén que se casara con ella.
—Pero mi madre y mi padre aún estaban casados. ¿Cómo podría desposar a tu hermana? —interrumpió Lucas.
—Tu madre se había marchado y no pensaba regresar. Era como si hubiese muerto. Lorén tenía derecho a casarse nuevamente. Podía iniciar una nueva vida y engendrar hijos, hijos que crecerían hasta convertirse en hombres. Lorén aceptó desposar a mi hermana. Por entonces yo tuve que salir de viaje y pedí a Margiana que no se casara hasta mi regreso. Pero ella rehusó esperar.
—Fui herido mientras viajaba y guardé cama varios meses. Me llevó casi dos años encontrar a mi hermana y a la tribu de Lorén. Jimîl, hijo de mi hermana, tenía entonces un año.
—Y así pasaron los años y yo creía que mi hermana era feliz. Lorén aún se sentía muy desgraciado. No amaba a Jimîl como te había querido a ti. Sin embargo, cuando yo visitaba a mi hermana, ella se comportaba como si hubiera sido una mujer satisfecha y feliz.
—Hace varios años vino a verme mi hermana y al fin dijo la verdad acerca de su supuesto matrimonio. En el último momento Lorén había rehusado desposarla. Pero la noche que ellos hubieran debido casarse él se emborrachó y la violó. Cuando unos meses después ella descubrió que estaba embarazada rogó a Lorén que la desposara. Pero él continuó negándose. No podía olvidar a tu madre. Margiana se sintió avergonzada, porque no estaba casada y por eso mintió y me indujo a creer que era feliz. Lorén nunca volvió a poseerla, pero permitió que ella y Jimîl viviesen en su tribu. Ella lo amaba y él la trataba como si ella hubiese sido la última escoria.
—Después que mi hermana me reveló la verdad, se suicidó. Fue como si el propio Lorén le hubiese clavado el cuchillo. Mató a mi hermana, y aquel día juré venganza. Esperé, pero Lorén conocía el odio que yo le profesaba y nunca se aventuraba solo fuera de su campamento. Nunca olvidó que yo estaba esperándolo, y por mi parte esperé demasiado. Lorén murió siendo un hombre feliz, sin sufrir como sufrió mi hermana.
—Pero todo eso nada tiene que ver conmigo. ¿Por qué quieres matarme? —preguntó Lucas.
Creía en esa historia. Lorén había vivido con el recuerdo de su primera y única esposa hasta el día de su propia muerte. Probablemente nunca había sabido que Margiana lo amaba y que por eso padecía.
—Ocuparás el lugar de Lorén —dijo Yamaid Unriart—. Tú, su hijo bienamado, el que era todo para él, como mi hermana era todo para mí. Tú, que complaciste a Lorén los últimos años, cuando él hubiera debido sufrir. Tú, el hijo de la mujer que fue culpable de la muerte de mi hermana. Tú, que te pareces en todo a tu padre, pues te posesionas de las mujeres sin matrimonio y las obligas a sufrir. Morirás, y yo al fin seré vengado. —Yamaid rió, con una risa breve y satánica—. Ah, pero la venganza es dulce; si Lorén estuviese aquí para ver tu muerte, mi felicidad sería perfecta. Y ahora, incluso estoy dispuesto a concederte un último deseo, si es razonable.
—Eres demasiado bondadoso —dijo sarcásticamente Lucas. Bien, ahora quiero ver a Sara Miranda.
—Ah, sí, la mujer. Te dije antes que la verías, ¿verdad? Pero primero quiero advertirte. Me temo que sufrió un pequeño accidente antes de llegar aquí.
—¿Accidente? ¿Dónde está? —preguntó Lucas.
Yamaid Unriart hizo un gesto a uno de los hombres que estaban detrás de Lucas. El individuo alzó una cortina que colgaba al fondo de la tienda.
Lucas vio a Sara acurrucada en el suelo.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó.
Se inclinó para tocarla, pero ella no se movió.
—Me pareció que era mejor drogarla unos días, hasta que se aliviase la inflamación —dijo detrás la voz de Yamaid.
Lucas se incorporó y se volvió con movimientos muy lentos para encararse con el anciano. Los músculos de las mejillas se le contraían a causa de la cólera violenta que estaba consumiéndolo.
—¿Quién hizo esto? —dijo con voz contenida, tratando de dominar sus sentimientos—. ¿Quién le hizo esto?
—No debió ser así. El hombre que la golpeó siempre se mostró cruel con las mujeres. Cuando ella huyó, ese hombre se enfureció y la golpeó antes de que mis hombres pudiesen detenerlo. Naturalmente, morirá. Di orden estricta de que no dañasen a la mujer, y él me desobedeció. Todavía no he decidido cómo morirá, pero está condenado.
—Entrégamelo —dijo sobriamente Lucas.
—¿Qué?
—Entrégame al hombre que hizo esto. Me concediste un ruego. Quiero al hombre que la golpeó.
Yamaid miró incrédulo a Lucas y los ojos ancianos cobraron una expresión fija.
—¡Por supuesto! Es justo que se te conceda ese honor. No dudo de que vencerás, pero será una lucha justa. Combatiréis con cuchillos, ahora mismo, en el centro del campamento. Cuando Cassim haya muerto, tú morirás de muerte más lenta.
Lucas salió de la tienda en pos del anciano. Un solo pensamiento dominaba su mente: matar al hombre que se había atrevido a lastimar a Sara.
—Traigan a Cassim y explíquenle lo que le espera —ordenó Yamaid.
Yamaid extrajo del cinto su propio cuchillo y se lo entregó a Lucas. —Terminada la pelea arrojarás el cuchillo sin ofrecer resistencia. Si no procedes así, Sara Miranda nunca volverá con su hermano y será vendida como esclava. ¿Me comprendes?
Lucas asintió y Tomó el cuchillo. Lo fijó en su cinturón, y tras quitarse la túnica empuñó el cuchillo con la mano derecha. Retiraron a Cassim de una tienda vecina; en su rostro se manifestaba claramente el miedo. Lo arrastraron hacia el lugar donde estaba Lucas.
—No combatiré contra este hombre —gritó Cassim—. ¡Si tengo que morir, dispárame un tiro!
—Pelea como un hombre. ¡De lo contrario te arrancaré el corazón del cuerpo! —gritó Yamaid.
Lucas no experimentó compasión por el hombre que lo miraba temeroso. El rostro hinchado de Sara era lo único que él veía.
—¡Prepárate para morir, torturador de mujeres!
Dejaron en libertad a Cassim, que retrocedió unos pasos, y después se abalanzó sobre Lucas. Pero este estaba preparado. Saltó hada un lado y su cuchillo tocó el brazo derecho de Cassim, hiriéndole bajo el hombro. Después, cada uno describió un círculo alrededor del otro, con los brazos extendidos. Cassim amago de nuevo, con la intención de herir a Lucas en el pecho. Pero Lucas se movió como el rayo e hirió otra vez a su víctima. El cuchillo cortó el brazo extendido de Cassim, y abrió la carne hasta el hueso. Cassim soltó el cuchillo y miró atónito la herida. Lucas descargó una bofetada sobre el rostro de su antagonista y lo derribó al suelo.
Dio tiempo a Cassim para que recuperase el cuchillo, y volvió a atacar. Era evidente que Cassim no sabía manejar bien el cuchillo y su miedo lo convertía en fácil víctima de la destreza de Lucas.
Lucas conocía muchos trucos que había aprendido de su padre, pero ahora no los necesitaba. El cuchillo de Lucas hirió una y otra vez a Cassim, hasta que el árabe quedó cubierto con su propia sangre. Finalmente Lucas se cansé del juego y rajó la garganta. Cassim cayó de bruces sobre la arena.
Lucas estaba mareado. jamás hubiera imaginado que había en él tanta violencia. ¿Cómo podía matar así a un hombre? De todos modos el hombre hubiese muerto y lo merecía porque había golpeado a Sara; pero haber sido su verdugo repugnaba a Lucas. Arrojó el cuchillo al lado del cuerpo de Cassim y se acercó a Yamaid Unriart.
—Fahd, no pareces complacido. Quizá te sientas mejor si sabes que Cassim también hirió de un tiro a tu compañero de tribu.
—No hay modo de sentirse mejor después de matar a un hombre —replicó Lucas.
—Cuando has esperado muchos años para matar a un hombre, como en mi caso, la venganza puede ser agradable —dijo Yamaid—. Ahora, acompañarás a mis hombres. Recuerda que tienes en tus manos el futuro de Sara Miranda. Además, he ordenado a mis hombres que disparen si tratas de huir. Una herida en el brazo o la pierna hará más dolorosa tu muerte.
Los hombres se apoderaron de Lucas y lo llevaron detrás de la tienda de Yamaid Unriart. Allí había cuatro estacas clavadas en la arena y se habían atado cuerdas a cada una de ellas. Lucas comprendió entonces cómo moriría.
No ofreció resistencia. Los hombres lo tumbaron de espaldas y lo ataron a las estacas de brazos y piernas. Lucas oyó que un hombre murmuraba «Perdóname» y después se alejaba. Otro guardia se acercó a la sombra de la tienda de Yamaid, y se sentó para vigilar a Lucas.
¿Vigilarlo de qué? Lucas hubiera deseado saberlo. No podía escapar. Era tarde ya, pero habría sol por lo menos dos horas más. Sintió un poco de hambre, pero aquella era la menor de sus preocupaciones.
Por el momento no sufriría mucho, pero al día siguiente comenzarían sus verdaderos padecimientos. ¿Podría soportarlos ¿Tendría la voluntad necesaria para morir?
Trataría de permanecer despierto durante la noche; era el único modo. Las dos noches y los dos días que había cabalgado sin descanso le permitirían dormir al día siguiente, y quizá moriría muy pronto, por los efectos del sol, sin despertar siquiera.
Pasó una hora, y Lucas ya estaba esforzándose para continuar despierto. Una sombra se proyectó sobre él y cuando abrió los ojos vio a Yamaid Unriart.
—Creo que es irónico que mueras así ¿verdad? Quisiste vivir bajo nuestro sol y hacer feliz a Lorén; por eso, es propio que mueras bajo nuestro sol. No es un modo agradable de morir. Se te hinchará la lengua. Pero no quiero que te asfixies demasiado pronto. Se te dará agua suficiente para impedirlo. Sufrirás mucho mientras el sol te quema vivo. Y si has pensado permanecer despierto toda la noche y pasar durmiendo la tortura que te espera mañana, tengo que decepcionarte. He añadido una droga suave a tu vino y esta noche dormirás. —Yamaid se echó a reír porque acababa de destruir la única esperanza de Lucas—. Pareces sorprendido, Fahd. Pero mira, lo he pensado todo. Sí, mañana despertarás al amanecer. Duerme bien, Fahd. Será tu última noche.
Dicho esto dejó a Lucas entregado a sus pensamientos.
Lucas tiró con todas sus fuerzas de las sogas pero no había modo de huir. Poco después se durmió.
*Creo que quedo un pelin largo este capi, jejeje, que os parece??? os vais amigando con nuestro heroe?????
Os quiero.
8 comentarios:
Hummmm bueno, no está mal que pruebe un poquito de su propia medicina...pero solo un poquito ¡eh!.
Himara, nada de largo, solo espero que el bruto este no muera turrado al sol.
Un besote
Blue.
Hija de mi vida... esto no se hace... una cosa es que el sea un bruto y otra la tortura que le tienen preparada...no,no y no, yo no quiero verle sufrir tanto, y encima no han podido decirse Sarita y él lo que sienten el uno por el otro. Si al final la tortura es para nosotras...ya me estás cambiando la historia para que acabe bien, pero vamos, mañana mismo ¿eh? que yo no puedo vivir con esta pena... snif, snif. Que yo quiero besos, y abrazos y pasión, mucha pasión...jajaja.
Gracias un día más por este pedazo de relato que me tiene emocionadita perdida.
Muchos besitos
María A.
Jolines Himara !!! que nosotras no somos vengativas y eso de que pague él... uffff a ver como se las apaña porque le veo más moreno que el conguito jajajjajajj ahora quien será el que le salve? se presentará toda su tribu allí? madre mía !!! que no le veo yo salida a esto...me lo imagino ya con los buitres revoloteando sobre su cabeza. Sigue porfi, plis plis plis jajajaa Besitos.
Ayla.
ufffffffffffffffff,que manera de sufrir,al sol con lo que debe quemar,pobre mio ...que sí que sé que he dicho que es un egoista sádico y machista pero es que no puedo verlo sufrir y menos después de que estos dos se hayan dado cuenta de lo que se quieren...
A ver como vamos a salir de esta,en cuanto puedas ya sabes a continuar que me tienes en un sin vivir.
un besazo.
LLuvia.
bueno, es la primera vez (creo) que me paso por aqui..pero vamos...que no dudo en volver a pasarme..ando muy ESCASA de tiempo y no puedo leer tus entradas pero te prometo que algun dia lo hare.
Bueno, graicas por lo del premio...pero...porque es?? jaja
un beso...y GRACIAS! pásate! =)
bueno, es la primera vez (creo) que me paso por aqui..pero vamos...que no dudo en volver a pasarme..ando muy ESCASA de tiempo y no puedo leer tus entradas pero te prometo que algun dia lo hare.
Bueno, graicas por lo del premio...pero...porque es?? jaja
un beso...y GRACIAS! pásate! =)
GRACIAAAAS!La verdad no me lo esperaba!no sabia que me leias,no he visto ningun comentario hasta hoy,pero me alegro que te pases y que comentes,yo me pasare por aqui a diario!te agrego a mi lista de blogs!
1 Beso =)
No sé cómo van a salir de ésta, pero estoy segura de que Lucas no va a acabar tostadito en el desierto, y de que Sara no va a volver con su hermano. Más pronto que tarde se van a decir lo que sienten.
Así que aquí me quedo, esperando a que eso pase.
Un beso, princesas.
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