Habían pasado dos meses desde la separación. Sara se esforzaba desesperadamente para apartar de su recuerdo la imagen de Lucas. Pero pensaba en él hora tras hora. Rogaba todos los días que cambiase de idea y viniese a buscarla. Pero no había noticias de Lucas. Sara no conseguía dormir. Permanecía despierta toda la noche, deseándolo, anhelando el contacto de sus manos, extrañando el calor de su cuerpo en la cama.
Excepto a Kareen, Sara no había visto a nadie después de su regreso. Simpatizó con Kareen la primera vez que Gonzalo la llevó al pequeño apartamento. Kareen no hizo preguntas y pronto las dos jóvenes fueron muy buenas amigas. Sara sabía que Kareen estaba enamorada de Gonzalo, y se alegraba de que Gonzalo correspondiese dicho sentimiento. Pasaban juntas muchos días y finalmente Sara lo contó todo a Kareen... es decir, todo menos el verdadero nombre de Lucas.
Trataba de evitar que Gonzalo conociera su desdicha, pero cuando estaba sola pasaba el tiempo recordando y llorando en su cuarto. No sYamaida ni recibía visitas, y se amparaba en la excusa de que no se sentía bien... lo cual era cierto. En la ciudad hacía mucho más calor que en las montañas. Sufría a causa de la humedad agobiante y de la mediocre ventilación del pequeño departamento. A menudo se sentía aturdida y mareada.
Sara sabía que tenía que reanudar su vida, y por eso al fin aceptó recibir la visita de las esposas de algunos oficiales.
Al principio, charlaron cortésmente acerca del tiempo, la ópera, y el problema de la servidumbre. Pero después las cinco mujeres de edad madura comenzaron a hablar acerca de personas a quienes Sara no conocía... y que no le interesaban. Casi automaticamente, se aisló del ambiente y comenzó a pensar en Lucas; pero volvió a prestar atención cuando oyó que pronunciaron su nombre.
—Como decía, señorita Miranda, mi esposo fue uno de los hombres que ayudó a buscarla —dijo una mujer corpulenta.
—Otro tanto hizo mi James —intervino otra.
—Estábamos tan preocupados cuando vimos que era imposible hallarla... Pensamos que después de tanto tiempo ya habría muerto —agregó otra mujer que comía un delicado pastelillo.
—Y después usted apareció, sana y salva. Fue como un milagro.
—Díganos, señorita Miranda, ¿cómo consiguió fugarse? —preguntó intencionadamente la mujer corpulenta.
Sara, incorporándose, se apartó; fijó los ojos en el borde de la chimenea. Estas mujeres sólo deseaban arrancar la información que después repetirían por toda la ciudad; en realidad, deseaban tema para criticarla.
—Si no les importa, prefiero no comentar el asunto —dijo serenamente Sara, que se había vuelto otra vez hacia el grupo.
—Pero querida, todas somos sus amigas. Puede hablar con nosotras. —Si me hubiese ocurrido lo mismo, me habría suicidado —observó con expresión altiva una de las damas.
—Lo mismo digo —replicó otra.
—Estoy segura de que ustedes atribuyen poco valor a su vida. Por mi parte, prefiero continuar viviendo —replicó fríamente Sara—. Ustedes dicen ser amigas... pero no son más que una pandilla de chismosas. No tengo la intención de decirles nada. ¡Y deseo que salgan inmediatamente de esta casa!
—¡Bien! Vean a la señorita pretenciosa. Venimos a ofrecerle nuestra simpatía, y se comporta como si estuviera orgullosa de lo que le ocurrió... orgullosa de ser la cautiva de un sucio árabe. Caramba... usted no es nada más que una...
—¡Fuera de aquí... todas! —explotó Sara.
—¡Ya nos vamos! Pero le diré una cosa, señorita Miranda. ¡Ahora ya la han utilizado! Ningún hombre decente pensará en desposaría tras haberse acostado usted con un sucio árabe. ¡Recuerde lo que le digo!
Sara no habló a Gonzalo del incidente cuando él regresó a casa. Pero él ya lo sabía. .
—Sarita, has llorado por culpa de esas mujeres, ¿verdad? —dijo con voz cariñosa, mientras le sostenía el rostro entre las manos—. No debes Tomarlas en serio. No son más que una pandilla de viejas celosas.
—Pero Gonzalo, dijeron la verdad. Ningún hombre decente querrá casarse conmigo. ¡Soy una mujer sucia!
—Eso es ridículo y no quiero que hables así —la reprendió Gonzalo—. Sarita, subestimas tu belleza. Cualquier hombre daría el brazo derecho para casarse contigo. ¿Acaso William Dawson no ha venido a verte una docena de veces? Si aceptaras salir y reanudar tu vida, lloverían las propuestas! ¿Por qué no vienes esta noche a la ópera con Kareen y conmigo?
—No quiero interferir en tu salida con Kareen —replicó Sara con un hondo suspiro, mostrando en su rostro una expresión deprimida—. Tal vez lea un libro y me acueste temprano.
—Sarita... no puedo soportar el daño que tú misma te haces —dijo Gonzalo—. A menudo, cuando vuelvo a casa, veo que tienes los ojos enrojecidos, exactamente como ahora. Intentas ocultarlo, pero sé que continúas llorando por ese hombre. ¡No vale la pena! ¡Dios mío, si pudiese ponerle las manos encima lo mataría!
—¡No digas eso, Gonzalo! —gritó Sara. Le asió los brazos, hundiendo los dedos en ellos con fuerza—. ¡jamás vuelvas a decir eso! Sí, me hizo sufrir, pero ese dolor era la carga que yo debo soportar. No es suya toda la culpa, porque jamás supo que yo lo amaba. Creyó que me otorgaba lo que yo más quería... la libertad. ¡júrame que jamás tratarás de lastimarlo!
—Cálmate, Sarita —dijo Gonzalo, conmovido por la explosión de Sara—. Probablemente jamás me cruzaré con ese hombre.
La voz de Sara tenía un acento de apremio y los ojos se le habían llenado de lágrimas.
—Pero tal vez un día lo encuentres. ¡Necesito que me des tu palabra de que no intentarás destruirlo!
Gonzalo vaciló, contemplando la expresión de ruego en el rostro de su hermana. jamás se cruzaría con aquel Fahd, de modo que no tenía inconveniente en dar su palabra a Sarita, si de ese modo la hacia feliz. De pronto se le ocurrió una idea.
—Te daré mi palabra con una condición... que dejes de torturarte por ese hombre. Sal de casa y conoce a otras personas. ¡Y puedes comenzar viniendo conmigo a la ópera esta noche!
Una súbita serenidad se expresó en el rostro de Sara. Pareció calmarse y soltó los brazos de Gonzalo.
—Muy bien, Gonzalo, si de ese modo obtengo tu palabra. Pero todavía creo que lo pasarás mejor si prescindes de mí.
—Permíteme aplicar a eso mi propio criterio. —Volvió los ojos hacia el reloj de la repisa de la chimenea—. Tienes menos de una hora para prepararte. —Sonrió cuando vio el desaliento en el rostro de Sara. Era muy escaso tiempo para vestirse, sobre todo teniendo en cuenta que se trataba de su primera salida nocturna en seis meses—. Pediré a la señora Greene que te traiga agua caliente para el baño.
Sara corrió a su dormitorio. Eligió uno de los vestidos que había traído de Madrid. Era una prenda de satén color oro viejo, con unos festones de encaje dorado aplicados a la falda y al corpiño. Eligió zafiros que hacían juego con sus ojos. Experimentaba cierta timidez ante la idea de enfrentarse a la sociedad a tan escasa distancia de su regreso. Pero desechó los temores mientras la señora Greene parloteaba alegremente acerca de la ópera y de lo acertado de que Sara hubiera decidido asistir.
Confirmando la predicción de Gonzalo, menos de una hora después estaban en el carruaje y se dirigían a la casa de Kareen. Sara esperó en el vehículo, mientras Gonzalo subía los pocos peldaños y llamaba con firmeza a la puerta de la casa pintada de blanco.
Un momento después, Kareen descendió los peldaños, del brazo de Gonzalo. Se había puesto un vestido de terciopelo rojo damasco que contrastaba maravillosamente con sus sedosos cabellos negros, recogidos en un grueso rodete.
Sara contuvo una exclamación cuando vio la ancha peineta española con rubíes que llevaba Kareen en el rodete. Recordó la fugaz sonrisa de Lucas el día que le regaló una peineta parecida. «Querida, fue una compra honesta. El mes pasado ordené a Qüisim vender uno de los caballos, y traer la mejor peineta que pudiese encontrar», había dicho Lucas, y ella se había sentido complacida con el regalo. Deseó haber conservado la peineta en lugar de apresurarse a abandonar todo lo que podía recordarle la persona de Lucas. No era posible que lo olvidase y algunas de las cosas que ella había abandonado evocaban recuerdos muy dulces. Bien, por lo menos aún tenía esa horrible nota y las ropas árabes que vestía el día que había recibido la misiva.
—Sara... se diría que estás a un millón de kilómetros de distancia. ¿Te sientes bien?
Kareen había hablado, y su rostro expresaba inquietud.
—Disculpa... me he distraído un momento —contestó Sara. Kareen sonrió cálidamente.
—Me alegro mucho de que hayas aceptado acompañarnos. Sé que te agradará la ópera.
Llegaron allí pocos minutos después y Gonzalo las acompañó al interior del antiguo edificio. Cuando entraron, los nutridos grupos de hombres y mujeres que conversaban en el vestíbulo se volvieron para mirar sin recato a Sara y murmurar observaciones a sus acompañantes. Las mujeres le dirigieron miradas despectivas y después le volvieron la espalda. Pero los hombres sonrieron con lascivia y prácticamente la desnudaron con la mirada. Unos pocos jóvenes, que sin duda conocían a Gonzalo y a Kareen, se adelantaron a saludar a Sara. Le ofrecieron amables cumplidos, pero los ojos de todos observaban audazmente el cuerpo de la joven; y ella replicó secamente a los halagos de los hombres.
—¡Señorita Miranda!
Sara se volvió bruscamente y vio acercarse a William Dawson, que lucía en el rostro una ancha sonrisa. Era exactamente como ella lo recordaba... un hombre curtido, de cuerpo atlético. Sara recordaba sus interesantes relatos, y en ese momento deseó haberlo recibido todas las veces que él había intentado visitarla.
—Ha pasado tanto tiempo... —dijo Dawson, acercando los labios a la mano de Sara—. Y usted está tan hermosa como siempre. ¿Seguramente se ha recuperado por completo de su enfermedad?
—Sí. Yo... me convencieron de la conveniencia de volver de nuevo al mundo de los vivos —dijo Sara—. Me alegro de volver a verlo, señor Dawson.
—William —la corrigió él—. Sara, ya somos viejos amigos. Me ofende si no me llama William. ¿Tiene acompañante?
—Bien... vine con Gonzalo y Kareen.
—Qué vergüenza, Gonzalo, te reservas a las dos mujeres más bellas de El Cairo.
—Bien, creo que soy un poco egoísta cuando se trata de estas dos jóvenes —dijo Gonzalo riendo.
Los ojos grises y afectuosos de William Dawson descansaron en Sara. Aún sostenía en su mano la de la joven.
—Sería el hombre más feliz de El Cairo si me permitiese acompañarla durante la representación, y quizá llevarla de regreso a su casa. Por supuesto, con el permiso de su hermano.
—Bien, yo... —Sara miré a Gonzalo, como pidiendo ayuda, pero él le dirigió una mirada de advertencia que le recordó la promesa que había formulado unas horas antes. Sara sonrió levemente—. William, aceptaré complacida su ofrecimiento. Parece que ahora ya tengo mi propio acompañante... ¿no es así, Kareen?
Kareen asintió con simpatía.
—Sí, y un acompañante encantador.
Kareen sabía que Sara aún no estaba preparada para eso. Todavía demostraba claramente que tenía el corazón destrozado. Kareen se preguntó de qué modo había conseguido Gonzalo que Sara consintiera en asistir a la ópera. Era bueno que Sara hubiese aceptado esa salida, pero aún no estaba en condiciones de intercambiar comentarios amables con un acompañante.
En el camino de regreso a casa, Sara escuchó distraída el relato de William acerca de cierta aventura en las llanuras de Texas. No recordaba nada de la ópera, salvo impresiones de vestidos de vivos colores y la música estrepitosa. Se distraía cada vez que veía la peineta clavada en los cabellos de Kareen. ¿No podía olvidar un solo momento a Lucas?
—Sara, hemos llegado.
Se alegraba de haber permitido que William la trajese a casa. Gonzalo seguramente habría deseado estar un momento a solas con Kareen. Y la propia Sara podía ser una molestia.
—William, ¿aceptaría una copa de jerez? —propuso Sara, que se sentía culpable a causa de las muchas veces que había rehusado recibirlo.
—Confiaba en que me pediría exactamente eso.
Una vez dentro, Sara se acercó directamente al gLutfiete de los licores, pero William se acercó por detrás y la asió con las dos manos la cintura. Sara se apartó, él sirvió dos copas de jerez y luego se volvió para entregarle una.
—Desearía brindar por esta ocasión. Cuánto he soñado con este momento —murmuró William. Sus ojos acariciaron el busto que dejaba entrever el generoso escote.
—William, no creo que valga la pena brindar por nada —dijo Sara nerviosamente.
Sara se apartó y se sentó en el sillón favorito de Gonzalo; quizá le ofreciera cierta protección. De pronto, recordó que la señora Greene había salido a visitar a algunos amigos y que probablemente dormiría fuera de la casa.
—Se equivoca, Sara —dijo William, que le Tomó la mano y la obligó a ponerse de pie—. Ambos recordaremos siempre esta noche.
De pronto, la atrajo a sus brazos. Los labios de William buscaron los de Sara y los apretaron en un beso imperioso. Sara sintió asco y disgusto. ¿Cómo había llegado a esta situación? Apartó la boca, pero él continuaba abrazándola y estrechándola contra sí.
—William, por favor... déjeme.
Trató de hablar tranquilamente. Pero sabía que estaba sola con él y experimentó un sentimiento cada vez más intenso de pánico.
—¿Qué pasa, Sara? —La sostuvo a la distancia del brazo y sus ojos grises recorrieron atrevidos el cuerpo de la joven—. Conmigo no es necesario que representes el papel de la virgen tímida.
—Usted es demasiado audaz, William Dawson —replicó con frialdad Sara, que se soltó bruscamente del apretón de la mano de William—. No tiene derecho a Tomarse conmigo estas libertades.
—No he comenzado a Tomarme las libertades que están en mis planes.
William tendió las manos hacia Sara, pero ella corrió de modo que los separase el gran sillón.
—Debo pedirle que se marche —dijo Sara con expresión seca.
—¿De modo que esas tenemos, muñeca? Te cuidaré bien. No soy rico, pero ciertamente puedo permitirme tener una amante. Después de un tiempo, si eres buena, quizás incluso me case contigo.
—¡Usted debe de estar loco!
William se echó a reír. Sara podía ver el deseo sensual en su rostro. William apartó el sillón y avanzó con los brazos extendidos. Sara se volvió para huir, pero era demasiado tarde. William la agarró por la cintura y atrajo su cuerpo hacia sí. Su risa perversa enfureció a la muchacha. Las manos de William se posaban en los pechos y el vientre de la joven, mientras ella se debatía, tratando de liberarse.
—¿Te agrada con un poco de brutalidad? ¿Estás acostumbrada a eso, muñeca? Otro hombre importará poco después de tantos bandidos ante los cuales abriste las piernas. Dime... ¿cuántos fueron? Y cuál engendró el bastardo que llevas en el vientre? Estoy seguro de que el pequeño no se opondrá si yo saboreo las cosas de su mamá.
Sara se sintió como paralizada cuando oyó la última frase. Permaneció perfectamente inmóvil. Ni siquiera le atrevía a respirar, y las palabras continuaban resonando en sus oídos. ¡El bastardo que llevas en tu viento... el bastardo! ¡Un hijo!
—De modo que has decidido mostrarte razonable. Bien, te agradará tener un hombre de verdad después de toda la escoria a la que estás acostumbrada.
De pronto, Sara se echó a reír. Hacía mucho que no oía el sonido de su propia risa. William la obligó a volverse y la sacudió por los hombros.
—¿Qué demonios te parece tan divertido? —preguntó. Pero ella se rió histéricamente y las lágrimas comenzaron a correrle por las mejillas.
Y entonces, ambos oyeron el ruido de¡ carruaje que se detenía frente al edificio.
—¡Perra! —murmuró enfurecido William y de un empujón la apartó.
—Sí —replicó ella alegremente—. Ciertamente, puedo ser una perra cuando la situación lo justifica.
—Aún no he terminado contigo... ya habrá otra ocasión —dijo William fríamente.
—Oh... lo dudo, William.
Gonzalo entró en la habitación, y sus ojos se posaron primero en el rostro divertido de Sara y después en la expresión hostil de William. Durante unos instantes se preguntó qué había ocurrido, pero se abstuvo de indagar.
—¿Todavía aquí, William? Bien, es temprano... ¿quieres Tomar una copa?
—Bien, yo...
—Oh, adelante, William —dijo burlonamente Sara. Confiaba en que William estuviera ardiendo de cólera—. De todos modos, voy a acostarme. Ha sido una velada muy extraña. No muy grata, pero instructiva. Buenas noches, Gonzalo.
Se volvió y entró en su habitación. Cerró la puerta, apoyó el cuerpo contra ésta y aún pudo oír a los hombres que conservaban en la sala.
—¿Qué quiso decir con la última frase? —preguntó Gonzalo.
—No tengo la más mínima idea.
Sara se apartó de la puerta y empezó a dar vueltas, girando sobre sí misma una y otra vez, hasta el cansancio, tal como sabía hacer cuando era niña. La falda se elevó en el aire y las horquillas salieron disparadas de la masa de cabellos, y ella continuó describiendo círculos hasta llegar a la cama. Se desplomó sobre el lecho, riendo de pura complacencia. Se tocó el vientre con ambas manos, buscando las pruebas de las palabras de William.
Percibió una prominencia muy pequeña... no era una prueba. ¿Quizá William sólo había supuesto que estaba embarazada por haber vivido cuatro meses con un hombre?
Sara saltó de la cama y con movimientos rápidos encendió la lámpara. Corrió hacia las ventanas que daban a la calle y cerró las Cortinas. Después, se quitó el vestido y la combinación y se detuvo, completamente desnuda, frente al espejo de cuerpo entero que ocupaba un rincón de la habitación.
Examinó su propio cuerpo, pero no advirtió ningún cambio. Se volvió de lado y trató de sacar el vientre todo lo posible, que no era mucho, y después lo deprimió. Ahí estaba la prueba. Su estómago no se reducía como antes. Frunció el ceño; en realidad, podría tratarse simplemente de algunos kilos más y no de un hijo. Después de todo, su apetito había aumentado durante el último mes. Tenía que comprobar mejor de qué se trataba.
Apagó la luz, se acostó en la cama y cubrió su cuerpo desnudo con una manta liviana. Qué extraño. Ahora que podía usar el camisón, ya no lo deseaba. Estaba acostumbrada a dormir con Lucas y a hacerlo completamente desnuda.
Pero si llevaba en su vientre el hijo de Lucas, tenía que haber otros signos. De pronto sintió como si le hubiesen golpeado la cabeza con una maza. Disponía de todos los signos, pero los había desechado con diferentes excusas. Los mareos, las náuseas... había achacado todo aquello al tiempo. Dos veces había fallado la menstruación, pero ella había pensado que debía atribuirlo a su propia desdicha. Le había ocurrido lo mismo antes, cuando sus padres murieron.
Había formulado excusas porque temía aceptar la idea de estar embarazada. Pero ahora se alegraba profundamente de tener algo por lo cual vivir. Tendría un hijo... un hijo que le recordaría eternamente a Lucas. Nadie podría quitárselo.
Pero, ¿desde cuando estaba embarazada? Seguramente estaba en el tercer mes, de modo que faltaban sólo seis meses. Seis meses muy bellos y colmados de alegría, hasta que naciera el hijo de Lucas. Sabía que sería un varón, y que se parecería al padre.
Con ese pensamiento gozoso en la mente, Sara se volvió de lado para dormir con una sonrisa en los labios y con las manos acariciando suavemente su vientre.
*Veis, si es que no podía ser de otra manera!!!! os dije que quedaba poco para terminarla pero que va... quedan diez capis mas, o así.... jejejejeje
Que le deparara el futuro a Sara Miranda????
Os quiero nenas!
4 comentarios:
Muy pero que muy interesante se está poniendo la historia , capullo integral es el tal william . Gracias por el relato . desde bcn.
Ay, corazón, mira que te gusta torturarnos con las desdichas y desventuras de nuestros dos tortolitos... ahora queda por saber si Lucas va a ir a buscar a su princesa o no...y lo que le depara el futuro a nuestra Sarita no puede ser más que...... el AMOR de su Lucas... (que ya no es tan moro ¿a que no?).
Besitos y sigue pronto esos 10 (o 20) capítulos.
María A.
Supongo que Lucas querrá saber de Sara, si está bien, si ha sido bien recibida por su hermano.....
¿ Cómo lo hará ? ¿ La contemplará sin ser visto, desde la distancia ? ¿ o será de nuevo Lucas para acercarse al mundo de Sara ? ¿ o le llegarán rumores del embarazo de ella ?
Madre mía...... qué de preguntas.
Un beso.
Adriana.
Nos queda por sufrir más Himara? o ahora empieza lo bueno? jajajaj Que vengaaaaaaaaa Lucaaaaaaaaas yaaaaa!!!! dos capis sin él y ya se nota su falta jajajaj no te digo en lo otroooo.... jajajajaj
Un besazo.
Ayla.
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