27 septiembre 2008

Pasion: Lucas Fernandez

Ante la insistencia de Silvia, Sara ni siquiera regresó al hotel esa noche. Despacharon una nota y al poco tiempo Bernarda Gonzales apareció en la casa de la Avenida Esplanade con la ropa y varios artículos necesarios.

La cena fue más que agradable, y la comida rica en especias resultó muy tentadora para el paladar de Sara.

Saciada y completamente relajada por la calidez y vivacidad de Silvia y el encanto sereno de Gonzalo, Sara aguardaba con entusiasmo lo que sería su primer baile.
-¡Tu primer baile! -había exclamado Silvia cuando ella se lo confesó antes de la cena mientras bebían jerez en el salón-. Pues bien, mi vida, es de esperar que sea una velada que recuerdes por mucho tiempo. ¡Estoy segura de que habrá varios hombres que te recordarán a ti! -agregó, riendo-. Pareces un ángel.

Era cierto. Bernarda Gonzales, que había aprobado de inmediato a los Montoya, decidió que era hora de que su señora entablara amistad con alguien más y se esmeró en preparar a Sara para el baile.

Con el elegantísimo vestido de seda rosada con un brillo violeta, Sara se asemejaba realmente a un ángel. Un ángel terrenal, quizá, pues había algo muy sensual en los hombros suaves y pálidos y la promesa de sus senos que asomaba por encima del profundo escote. El vestido le acentuaba la cintura esbelta y el movimiento suave de las faldas cuando se movía era directamente provocativo. Llevaba el pelo rubio recogido, dejando al descubierto el cuello y las orejas. Bernarda había agregado una cinta dorada con incrustaciones de amatistas al peinado. Pero la criada no necesitó usar su talento para hacer brillar los increíbles ojos verdes, ni para oscurecer las cejas arqueadas ni las pestañas. Esta noche Sara no necesitaba cosméticos. Tenía las mejillas arreboladas y la boca no necesitaba carmín para resplandecer como un rubí.

Como muchas otras familias de Nueva Orleáns, caminaron guiados por la antorcha de un criado hasta la casa de los Costa. Sara disfrutaba de la cálida noche de junio, aspirando el leve aroma de jazmines que flotaba en el aire.
-Mmmm. Es hermoso -dijo-. ¿Es así todo el tiempo?

-Por desgracia, no -replicó Gonzalo con una sonrisa-. Dentro de poco comenzará la estación de la malaria y muchos de los sureños abandonarán la ciudad para dirigirse a sus plantaciones en el campo. Llueve incesantemente en el invierno, pero de todas formas hay algo mágico en Nueva Orleáns que hace que uno la ame a pesar de sus defectos.
-¿Venís aquí a menudo?

-¡No tanto como me gustaría! -murmuró Silvia con una nota provocativa en la voz.

Gonzalo le dirigió una mirada penetrante.
-¿No te gusta Santa Fe?

-¡Sabes que eso no es cierto! Es sólo que me gustaría venir más a menudo aquí -confesó.

-Mmm. Veré qué puedo hacer al respecto -bromeó él.

-¡No seas tonto! -protestó Silvia-. Sé tan bien como tú que hay demasiadas cosas que hacer en el rancho como para que podamos alejamos por mucho tiempo. Es una suerte que hayas decidido venir personalmente aquí este año para ver a tu agente de negocios.

Con los ojos enormes por el asombro, Sara preguntó:
-¿Viniste hasta aquí desde Santa Fe nada más que para ver a tu agente de negocios?

-No exactamente -explicó Gonzalo-. Pensé que a Silvia le haría bien salir de Santa Fe por un tiempo y si bien confío implícitamente en mi agente, siempre me gusta que la gente que trabaja para mí sepa que me intereso por lo que hacen. Una visita periódica a Nueva Orleáns me asegura de que mi agente es honesto y competente.

-Comprendo -dijo Sara, no muy convencida y Gonzalo rió, pellizcándole la barbilla.

-No, no comprendes, pero no atormentes tu preciosa cabecita pensando en eso. Déjale los negocios a tu marido y, al igual que mi amada Silvia, ocúpate sólo de gastar el dinero que él gana.

Un sonido indignado brotó de Silvia ante estas palabras y sus ojos brillaron de indignación. Gonzalo sonrió y sin preocuparse por el hecho de que estaba en plena calle, le rodeó el cuerpo con un brazo y le besó la sien. Con voz burlona, murmuró:
-¡Qué fácil es hacerte enfadar, querida! Y eres tan hermosa cuando te enfureces que no puedo resistir la tentación de provocarte. ¿Me perdonas? Sabes que el rancho no sería un lugar tan pacífico si no fuera porque detrás de mi mano está la tuya.

Silvia le sonrió, recuperando su buen humor de inmediato y continuaron en silencio amistoso hasta la casa de los Costa.

Margarita Costa, una belleza regordeta de ojos negros y piel de color marfil era tan amable como había anunciado Silvia. Abrazó a Sara cuando se la presentaron y exclamó:
-¡Ah, pequeña, por fin conozco a la amiga española de Silvia! ¡Qué feliz me hace que hayas venido! ¿Pero dónde está tu marido? ¿Ha venido él también?

Fue un momento incómodo, pero Silvia y Gonzalo quebraron el silencio algo tenso que se había producido por la pregunta de Margarita. Para una dama sureña, su marido y su familia eran todo, y a pesar de las explicaciones, era obvio que Margarita no aprobaba el hecho de que el marido hubiera abandonado a su esposa tan pronto después del casamiento. Pero el momento pasó y Sara pronto recuperó su entusiasmo anterior a medida que le presentaban más y más personas. Hasta ella misma se dio cuenta de que había varios jóvenes de ojos oscuros que pedían ser presentados. El divertido "ves, tontita, te dije que los hombres te considerarían un ángel" de Silvia le confirmó el hecho de que era la estrella del baile.

Era una sensación embriagadora para una jovencita en su primera aparición en sociedad. No le faltó compañero para ninguno de los bailes y siempre parecía tener un caballero a su lado ofreciéndole limonada, champaña y otro refresco. Con las mejillas arreboladas y los ojos resplandecientes, llegó por fm hasta donde estaba Silvia, negándose terminantemente a las súplicas de varios caballeros para que bailara el vals que estaba sonando. Divertida, Silvia observó, cómo con sorprendente soltura, Sara declaró que no deseaba bailar más por el momento.

Mientras el último pretendiente desilusionado se alejaba, Silvia bromeó:
-¡Le has roto el corazón, querida! Me pregunto cuántos duelos habrás causado esta noche. El joven Etienne Dupré se puso lívido cuando decidiste bailar esa última cuadrilla con Léon Marchand.

-¡Oh, no, Silvia! ¡No se retarían a duelo por una nimiedad como ésa!, ¿verdad? -preguntó Sara, angustiada.

Silvia rió.
-Querida, los sureños se retan a duelo por el tamaño del río Misisipí o por el solo hecho de que disfrutan al hacerlo. No les prestes atención.

Permanecieron hablando durante varios minutos. Sara estaba aliviada de poder escapar de la abrumadora atención masculina que había recibido durante toda la velada. Fue un intervalo agradable y pudo respirar y relajarse por primera vez desde que habían llegado. Le resultaba extremadamente agradable recibir tantos halagos y tener a varios caballeros disputándose su atención, pero también estaba algo cansada. Como no estaba acostumbrada a la galantería y las ardientes pasiones de los sureños, se sintió aliviada de poder escapar de sus más tenaces admiradores.

Ella y Silvia conversaron en voz baja en una esquina del gran salón de baile; Silvia le señaló a tal o cual persona mientras le explicaba algunas de las supersticiones más divertidas de los sureños: si a un ama de casa se le caía un tenedor, recibiría una visita femenina; si se le caía el cuchillo, la visita sería masculina. Si uno dormía con la luz de la luna en el rostro, enloquecería, y si oía el aullido de un perro o el canto de un grillo, estaba escuchando un anuncio de muerte. Sara sonrió ante esas cosas absurdas, aunque le resultaron encantadoras. Sin pensar en que su rubia cabellera resaltaba entre las bellezas morenas, Sara comtempló con creciente admiración el porte y la vivacidad de las mujeres sureñas. Mientras miraba a una belleza de cabellos castaños deseó de pronto poder deshacerse de sus rizos rubios y ojos verdes y poder tener ojos negros y pelo color ébano.

De pronto, la fuerza con que Silvia la tomó del brazo la hizo despertar de su ensoñación. Al mirar asustada a su amiga, Sara vio que Silvia tenía los ojos fijos en el otro extremo de la habitación.
-¡Válgame Dios! -exclamó Silvia-. Me pregunto qué estará haciendo él aquí.

-¿Quién? -preguntó Sara, alarmada por la repentina tensión de Silvia.

-Lucas Rafael Fernandez y Silva, ¡nada menos! -Con una sonrisa extraña, Silvia agregó:- Comúnmente conocido como Lucas Fernandez, o el Renegado Fernandez, según quién lo nombre.

Sin saber por qué este individuo tenía un efecto tan perturbador en Silvia, Sara echó una mirada subrepticia por entre la gente, buscando el blanco de los comentarios de Silvia. Como no vio nada raro en el grupo de hombres sonrientes junto a la puerta abierta que daba al patio, se dispuso a volverse nuevamente hacia su amiga cuando su mirada interrogante quedó capturada por los ojos altaneros y arrogantes de un hombre alto que estaba apoyado con descuido contra la pared, cerca de la puerta.

Vestía de negro: una chaqueta de terciopelo negro que se ajustaba a los anchos hombros y pantalones ajustados que acentuaban de forma llamativa la fuerza musculosa de sus piernas. Era sin duda el hombre más alto del salón y se destacaba entre los sureños más bajos y delgados que se arremolinaban a su alrededor. Se mostraba indiferente a los otros hombres y Sara tuvo la extraña sensación de que sería indiferente a muchas cosas. Se estremeció. El hombre tenía el pelo negro, tan negro que la luz de las arañas de gas captaban sombras azules entre esas hebras gruesas. Su tez era oscura, de un tono dorado más moreno que los de los otros hombres. La camisa blanca como la nieve acentuaba el color de su piel Tenía el rostro anguloso y podía decirse que era apuesto de una forma casi salvaje: unas gruesas cejas negras se arqueaban diabólicamente sobre los ojos negros; la nariz orgullosa y aguileña se destacaba con arrogancia, y la boca sensual denotaba pasión y crueldad. Sara volvió a estremecerse, asustada sin saber por qué. Ningún hombre la había mirado como lo hacía este, desnudándola con los ojos. La boca viril se curvó en una sonrisa burlona cuando Sara se sonrojó intensamente bajo esa profunda mirada.

Apartando los ojos, Sara se obligó a la tarea de contemplarse las zapatillas de raso. No lo miraría otra vez. ¡No lo haría!
-¡Ojalá dejara de mirarme de ese modo! -le dijo a Silvia-. Es muy atrevido y descortés.

Silvia emitió una risa dura. -La cortesía no es importante para Lucas. ¡Es el hombre más grosero, arrogante y odioso que conozco! Y, por desgracia, lo conozco desde hace mucho tiempo; es más, es pariente de Gonzalo.

Sara tragó con dificultad. Con voz tensa, preguntó:
-¿No... no querrá ser presentado, verdad?

-Conociendo a Lucas y viendo la forma en que te devora con los ojos, sospecho que sí, y como no quiero que te devore delante de mí, creo que sería prudente que nos despidiéramos de los Costa y nos fuéramos a casa.

Decepcionada y aliviada al mismo tiempo, Sara se volvió para marcharse del salón cuando oyó a Silvia murmurar por lo bajo:
-Viene hacia aquí.

Sara miró rápidamente por encima de su hombro Y vio que era cierto. Lucas Fernandez ya no estaba apoyado contra la puerta, sino que estaba atravesando la habitación con el andar felino y majestuoso de un animal salvaje. Su destino era obvio. Sara sintió que se le contraía la garganta y que el corazón comenzaba a latirle aceleradamente.
Sabiendo que era inútil tratar de escapar, Silvia detuvo lo que hubiera sido una huida cobarde y con una sonrisa impaciente esperó a que Lucas Fernandez las alcanzara.

Lucas se acercó con un brillo divertido y burlón en los ojos, consciente de que habían estado tratando de huir. Con desdeñosa elegancia, hizo una reverencia.

-Ah, Silvia, amiga, qué agradable encontrarte aquí -terció con voz profunda y algo áspera. Algo más que el acento español se insinuaba en la voz profunda y aterciopelada.

Silvia, siempre tan directa, no perdió tiempo en intercambiar trivialidades.
-¿De veras? -replicó con falsa dulzura. Sin aguardar una respuesta, agregó-: ¿Qué te trae a Nueva Órleáns? Pensé que estabas muy ocupado con la gran República de Texas del señor Houston.

-Lo estoy -sonrió Lucas con dureza-. Houston quiere que Texas se convierta en uno de los Estados Unidos de América y envió a varios delegados para que apoyen la causa. Sucede que yo soy uno de ellos.

-¿Tú?

El rió ante el franco escepticismo de Silvia.
-Sí, pequeña Silvia, yo. Olvidas que hay varios miembros muy respetables en mi familia. Uno de ellos es un hombre muy importante en esta hermosa ciudad. El y yo tenemos algunos antepasados en común y viene a ser un... ejem... primo mío. También conoce bien al presidente Jackson, y Houston pensó que podría ser una buena idea si lograra convencer a mi primo de que la adición de Texas a la Unión sería beneficiosa para todos.
-¿Y lo hiciste? -preguntó Silvia con curiosidad.

Lucas respondió de forma vaga y cambió bruscamente de tema.
-¿Está Gonzalo contigo? No lo he visto todavía.

-¿Lo has buscado? -le replicó Silvia-. ¿O es que has estado demasiado ocupado haciendo que todas las jovencitas del salón se ruborizaran y corrieran a buscar la protección de sus madres?

Una sonrisa burlona se dibujó en el rostro de Lucas.
-Quizás un poco de cada cosa. Sabía que estabais en Nueva Orleáns, pero no estaba seguro de que vendríais a este baile.

A pesar de la conversación cortés y a pesar de que él todavía no la había mirado, Sara, que estaba junto a Silvia, con la vista fija en el suelo, presintió que él era tan consciente de ella como ella de él. De pronto sintió que él quería obligarla a mirarlo. Fue una extraña batalla silenciosa la que se desató entre ellos y de forma obstinada, Sara se negó a darle siquiera una pequeña victoria y mantuvo los ojos bajos. "¡Bestia!", pensó para sus adentros mientras oía el murmullo de voces a su alrededor. Con una coquetería extraña en ella, le sonrió a un joven que pasaba muy cerca.

Fue un error. Como si adivinara lo que pasaba por la mente de Sara, Lucas dijo de forma repentina:
-Preséntanos, por favor, Silvia. Eres muy hermosa, pero es tu amiga la que ahora acapara mi atención.

Asombrada ante semejante comportamiento, Sara levantó los ojos hacia él y descubrió que era un error, pues una vez que sus miradas se encontraron fue imposible apartarse de esos ojos increíblemente gélidos. No había sentimientos en aquellos ojos negros y duros como piedras, sólo un vacío aterrorizador que la dejó helada.

Silvia rompió el silencio incómodo y dijo con una nota de fastidio en la voz:
-Debí haberlo imaginado. Está bien, entonces... Sara Mignon, permíteme presentarte a Lucas Fernandez. Es un demonio y un villano y te recomiendo no tener nada que ver con él.

Un brillo de ira iluminó los ojos negros por un instante.
-Gracias. Tus palabras amables han despertado su interés con mucha más rapidez de la que hubiera podido esperar -comentó con ironía y Sara, que era una criatura en extremo gentil, sintió un intenso deseo de abofetear ese rostro apuesto. Pero Silvia sólo se encogió de hombros.

-De nada te serviría, pues creo que es justo que te advierta que no sólo es hija de un conde español sino que está casada y muy enamorada de su esposo.

Los ojos negros se clavaron en el rostro de Sara.
-Vaya, de alguna manera eso me resulta dudoso. Además, ¿desde cuándo el matrimonio ha servido para detenerme?

Silvia casi golpeó el pie contra el suelo por la indignación.
-¿Quieres dejar de decir tonterías? Ya te la he presentado y ahora te agradecería que fueras a buscar un pozo y te ahogaras en él.

Al escuchar eso, Lucas rió a carcajadas, aparentemente divertido. Pero esa diversión no llegó hasta sus ojos helados.
-Me encantaría complacerte, pero por desgracia, la vida es demasiado fascinante para mí en este momento como para pensar en una cosa así. Quizá la próxima vez que nos encontremos trate de obedecer tus deseos, ahora quiero bailar el vals con la pequeña con cara de ángel.

Y con eso, sin darle oportunidad para aceptar o negarse, arrastró a Sara a la pista de baile. Aturdida, ella mantuvo los ojos fijos en el broche de diamante que estaba clavado en los pliegues prístinos de la corbata de Lucas. Era muy consciente de la mano cálida de él sobre su cintura, esa mano cálida que sin duda la tenía más apretada de lo necesario, y deseó tener el coraje suficiente como para echarle una reprimenda por las libertades que se estaba tomando. Con el correr de los segundos, se volvió más consciente de él, del leve aroma a coñac y a tabaco que emanaba de él, de los músculos de ese cuerpo fuerte que la guiaba sin esfuerzo por la habitación y sobre todo, de él. Sintió su aliento sobre sus rizos y la firmeza y el calor de la mano que sostenía la suya. De pronto, las emociones que se despertaron en ella la hicieron sentirse mareada.
-¿Vamos a bailar en un silencio total, querida? -preguntó él por fin-. Admiro profundamente tu cabello sedoso, pero preferiría admirar tus ojos... y tu boca.

Ella levantó la mirada y una vez más volvió a perderse en aquellos vacíos ojos negros, sólo que ahora ya no lo estaban: una emoción imposible de definir brillaba en las profundidades y Sara apartó la vista, sintiendo que el corazón le latía dolorosamente.
-No me mire de esa forma-dijo, muy agitada-. No es cortés.

Lucas emitió una risa amarga y murmuró:
-Nunca soy cortés, así que no esperes cortesía de mí. Y tampoco te hagas la inocente; sabes tan bien como yo lo que está pasando por mi cabeza.

Era cierto, y Sara se ruborizó de vergüenza. Los ojos de él decían claramente que deseaba besarla, que la besaría si se quedaran solos, y que si ella no tenía cuidado, se las ingeniaría para que quedaran a solas. De pronto Sara sintió miedo de lo que él pudiera hacer y suplicó, nerviosa:
-Por favor, por favor, lléveme de nuevo con Silvia, ya no quiero bailar con usted.

-¿Por qué? ¿Porque soy demasiado sincero? ¿O es a causa del marido de quien se supone que estás tan enamorada?

-Ambas cosas, creo -mintió ella, sabiendo que no había pensado en su marido desde que había entrado en la casa de los Costa, y que todo recuerdo que pudiera haber tenido de Philliphe y de su matrimonio se había esfumado en el instante en que su mirada se había encontrado con la de Lucas Fernandez.

-Mentirosa -dijo él con serenidad-. No pareces una mujer enamorada, pareces una virgen durmiente que espera a que la despierten.

-¡Eso no es cierto! -declaró Sara-. Quiero mucho a mi esposo y no creo que esta conversación nos haga bien a ninguno de los dos. -Con adorable dignidad, dijo:- Creo que sería mejor que cambiáramos de tema.

-Estoy seguro de que eso es lo que quieres, princesa, pero para mí es tan divertido que no quiero interrumpirlo.

Sara descubrió que este hombre despertaba en ella una ira que no se creía capaz de sentir y preguntó con fastidio:
-¿Es así con todo el mundo? ¡Con razón Silvia me advirtió que era grosero!

Lucas volvió a sonreír, y la sonrisa no fue agradable. Sus ojos se velaron y terció:
-No sabes que paso todo mi tiempo tratando de estar a la altura de la reputación que me han dado? -Emitió su risa amarga y agregó:- La gente creería que no estoy en mis cabales si no busco a la mujer más hermosa de la noche y me dedico a seducirla. Es como representar un papel querida; ellos lo esperan y yo trato de complacerlos.

Sara lo miró a los ojos, como buscando una respuesta en ellos.
-Creo que eso puede ser cierto, en parte... pero debe de haber hecho algo que le hizo merecer esa reputación.

-Sí, lo hice, princesa. ¡Nací!

-¡No sea ridículo! ¡Eso no haría a la gente pensar mal de usted!

-¿No? -se burló él-. ¿Ni siquiera si te digo que mi abuela era una mestiza comanche que vivía con un trampero norteamericano? ¿Y que su hija, mi madre, se atrevió a casarse con una familia española muy tradicional?

-No sé qué tiene que ver eso con usted. Uno no tiene la culpa de quiénes son sus padres. Me parece que le da demasiada importancia a ese hecho -respondió Sara.

-Ah, princesa, qué poco sabes de la gente, en especial de mi abuelo español, don Lorenzo. Jamás me perdonó del todo el hecho de haber nacido, sobre todo debido a que el segundo matrimonio de mi padre no ha producido hijos varones, sólo niñas.

-Y por eso -adivinó ella intuitivamente-, usted lo castiga.

-¿Por qué no? -quiso saber él, arqueando una ceja.

-Bien, porque no es muy gentil de su parte -dijo ella con vehemencia-. No debería ser tan... tan rencoroso.

El rió en voz alta.
-Pero lo soy, chica. Soy rencoroso como el que más... y Silvia ya te advirtió que no soy demasiado gentil.

A Sara no le gustaba que se rieran de ella, sobre todo considerando que había estado tratando sinceramente de ayudarlo. Los ojos verdes resplandecieron con súbita irritación y ella dijo, molesta:
-¡Pues me doy cuenta perfectamente! ¡También disfruta siendo grosero y antipático! Puede estar seguro, señor Fernandez, de que en el futuro trataré de esquivarlo.

-¿Me estás desafiando, princesa? -preguntó él por lo bajo, inclinando la cabeza hacia ella. Sara tuvo la absoluta certeza de que iba a besarla.

Con el corazón estallándole en el pecho, ella se apartó todo lo que el brazo de él le permitía.
-¡No, no, por supuesto que no! -murmuró, y agregó con fastidio-: ¿Por qué no deja de llamarme "princesa"? Soy la señora Mignon y será mejor que lo recuerde.

Por la forma en que él frunció los labios, Sara se dio cuenta de que eso no le había gustado, pero como el vals estaba terminando, Lucas se limitó a encogerse de hombros y unos instantes más tarde la dejó junto a Silvia. Con tono burlón, comentó:
-Muchas gracias, señora Mignon. Silvia, amiga, ya puedes dejar de preocuparte. Te he devuelto a tu corderito. ¡Ileso!

-¡Pero sólo porque has querido! -replicó Silvia con ironía-. Y quizá -agregó con suspicacia-, ¿también porque tu mujer está aquí?

Ante la palabra "mujer" Sara sintió que el corazón se le iba a los pies, pero no comprendió por qué la noticia de que él era casado tenía que tener ese efecto sobre ella. También ella era una mujer casada y no tenía por qué tener ideas románticas respecto de otros hombres, pero descubrió que él hecho de que él tuviera una esposa le desagradaba intensamente. "Deja de comportarte como una estúpida", se dijo en silencio. "Dentro de una o dos semanas estarás en Natchez y probablemente jamás vuelvas a verlo". Lucas no respondió al evidente desafío de Silvia, sino que sólo sonrió, enfureciéndola aún más y se alejó. Mientras lo miraba atravesar el salón, Sara le ordenó a su rebelde corazón: "¡Olvida a Lucas Fernandez!"

Durante el tiempo que permanecieron allí, Sara trató desesperadamente de hacerlo. Pero por desgracia, parecía que las facciones sardónicas de Lucas Fernandez se le habían grabado de forma indeleble en la mente y si perdía la concentración por sólo un instante, el rostro moreno y burlón se aparecía ante ella. Por fortuna, no tuvo que soportar su presencia turbadora durante mucho tiempo. Silvia dejó pasar un vals más antes de decir:
-Realmente, creo que deberíamos marchamos ya. Si buscas a un criado para que nos traiga los abrigos, trataré de encontrar al vagabundo de mi marido.

Contenta de poder irse y deseando estar a solas para analizar las perturbadoras emociones que le había despertado ese hombre tan poco galante, Sara abandonó el salón de baile con paso rápido. Encontró a una criada casi de inmediato y un momento más tarde se halló en el pequeño recinto donde habían sido depositados los abrigos de los invitados. La criada vaciló y adivinando que estaría ocupada con otras tareas, Sara le dijo con una sonrisa:
-Gracias. Yo buscaré nuestras capas. Puedes ir te ya.

La mujer negra sonrió y tras hacer una rápida reverencia se marchó. Sara se volvió y comenzó a buscar su capa y la de Silvia. Encontró la suya de inmediato, pero le llevó unos momentos descubrir el chal de casimir de Silvia. Acababa de verlo debajo de otras prendas cuando un leve sonido le hizo levantar la mirada.

Al ver a Lucas Fernandez apoyado con descuido contra la puerta cerrada, quedó totalmente paralizada. Esa puerta había estado abierta unos minutos antes y debió de haber sido el ruido de esta al cerrarse lo que le hizo levantar la vista. Obligándose a actuar con calma, preguntó con su aire más altanero:
-¿Qué cree que está haciendo? ¡Abra esa puerta de inmediato!

Los ojos negros le recorrieron el rostro. No hubo rastros de ironía en la voz de él cuando dijo bruscamente:
-Quiero verte otra vez. ¿Vendrás a mi encuentro?

Sara tragó con fuerza. Lo que él le estaba pidiendo era impensable y hasta ella, joven e ingenua como era, lo sabía. Una mujer casada no se cita con un hombre que no sea su marido. Fingiendo deliberadamente no haber comprendido, dijo con voz nerviosa:
-Me quedaré con Silvia hasta mañana... No creo que ella se oponga a que usted venga de visita.

El murmuró con sorna:
-Querida, no quiero encontrarme contigo bajo la mirada vigilante de Silvia. ¡Quiero verte a solas y lo sabes muy bien! Ahora, dime dónde podemos encontrarnos en privado.

-¿Por qué? -preguntó ella sin aliento, tratando de ganar tiempo, deseando que alguien abriera esa puerta e interrumpiera ese encuentro y al mismo tiempo, temiendo desesperadamente que alguien lo hiciera.

-Creo que sabes por qué -declaró él, apartándose casi con rabia de la puerta.

Al primer movimiento de él, Sara dio un paso atrás, aferrando el chal de Silvia contra su pecho, como si fuera a protegerla del hombre alto y apuesto que se cernía sobre ella. Estaba asustada y al mismo tiempo se sentía embriagada por una peligrosa excitación.
-No se acerque... -balbuceó, mientras él avanzaba hacia ella.

-Sí, lo haré -la amenazó Lucas en voz baja y sus manos se cerraron alrededor de los hombros blancos y delgados de ella-. Pienso acercarme mucho más, princesa. Lo más que pueda.

Hipnotizada, perdiéndose en las profundidades de esos implacables ojos negros, vio sin poder hacer nada cómo él inclinaba la cabeza y luego, a pesar de sí misma, cerró los ojos, borrando la imagen del rostro duro de Lucas.

La boca tibia y exigente de él se apoderó de la suya y Sara hizo un intento involuntario de escapar. Al sentir la resistencia de ella, Lucas la aferró con más fuerza, apretándola contra su cuerpo firme. El beso se tornó más profundo. La besó largamente, y durante esos momentos interminables, Sara comprendió que hay besos y besos. Más tarde recordaría con vergüenza que tras esos primeros segundos, él nunca la obligó a nada.

Las manos de Lucas descendieron hasta la cintura de ella, atrayéndola aún más cerca, aparentemente más cerca de lo que ella y Philliphe habían estado en la cama esa noche y de pronto Sara se dio cuenta de que esto era lo que había deseado durante toda la noche. Al parecer, Lucas también lo había deseado, pues cuando ella se fundió en él, su boca se tornó más apasionada, y alarmada, Sara sintió que los labios de él le separaban los suyos y la lengua masculina se abría paso en su boca.

Nadie la había besado así antes y sin poder evitarlo, dejó escapar un suave gemido ante el placer que la invadió. Sumergiéndose vertiginosamente en ese nuevo universo de sensaciones físicas, no lo detuvo cuando él inclinó la cabeza para besarle la piel suave que asomaba por encima del escote del vestido, ni se resistió cuando la mano de él le tomó un seno y se lo acarició. La boca de Lucas volvió a apoderarse de la suya y Sara perdió la poca razón que le quedaba. Esto era lo que había querido durante tanto tiempo: ¡que alguien la deseara! Nada tenía significado ahora: ni Philliphe, ni las promesas matrimoniales, ni el lugar en que se encontraban; sólo tenía conciencia de este hombre alto, moreno y peligroso que la tenía entre sus brazos y que le estaba enseñando qué eran la pasión y el deseo. Fue Lucas el que finalmente se apartó de ella. Perdida en su mundo de ensueño y sensualidad, Sara lo miró, aturdida, cuando él retrocedió bruscamente. Los ojos verdes, oscurecidos por la pasión virgen, se clavaron en el rostro de él y Lucas hizo una mueca irónica mientras decía:
-¡Creo que ahora sabes por qué quiero verte a solas! En ese instante, Sara recuperó la razón, que la golpeó como un chorro de agua fría.

Avergonzada por su actitud y sin ni siquiera querer pensar en lo que había sucedido, le dio la espalda y exclamó:
-Creo que ha olvidado que ambos estamos casados... y no el uno con el otro.

Lucas maldijo en voz baja y luego la hizo girar con dureza.
-¡Por el amor de Dios! ¿Qué tiene eso que ver con nosotros? No amas a tu marido... ¡Y no me mientas diciéndome que sí! La mujer que tengo me la eligió mi abuelo y siente tan poco amor por mí como yo por ella. Así que dime, ¿a quién lastimamos al desearnos?

-¡No está bien! -susurró ella, obstinadamente.

-¿Bien? -repitió él-. ¿Y con eso qué? Princesa, te deseo y hace un momento tú también me deseabas. ¡No tengo intención de aceptar que me rechaces nada más que porque te parece que no está bien!

Estaba muy atractivo allí de pie frente a ella. Tenía el pelo despeinado cayéndole sobre la frente y los ojos negros habían cobrado vida y tenían una expresión que ella jamás había visto antes, pero en su rostro había rabia; las gruesas cejas negras y la boca tensa eran prueba de ello. Sara sintió un loco deseo de arrojarse entre sus brazos y suavizar esa ira. Pero unos instantes entre esos brazos le habían enseñado que él tenía un extraño poder sobre ella y era necesario resistir la tentación. Mirándolo a los ojos, Sara preguntó:
-¿Pretende que crea que de pronto se ha enamorado de mí? Los ojos negros volvieron a quedar vacíos y helados.

-¿Enamorarme? -terció-. No, princesa, no te amo... ¡ni a ti ni a nadie! Pero sí te deseo y he descubierto que el deseo sirve tan bien como el amor.

Angustiada, Sara bajó la mirada. Ni siquiera sabía qué habría hecho si él le hubiera dicho que la amaba.
-Váyase -dijo en voz baja-. No quiero volver a verlo nunca. Usted es un hombre peligroso, señor Fernandez y creo que será mejor que vaya a buscar a su esposa y le diga a ella que la desea.

Con una mueca amarga en la boca, él replicó:
-Si lo hiciera, correría gritando en busca de su confesor. Verás, Ruth sólo soporta el lecho matrimonial... no lo disfruta ni trata de ocultar el hecho de que me encuentra repugnante. -Sonrió con sorna y agregó:- Es la sangre comanche, sabes. Ruth piensa que no es digna de su noble estirpe. -La sonrisa desapareció de su rostro y Lucas dijo con un tono de voz vulnerable, casi avergonzado:- Princesa, no hago esto con todas las mujeres, a pesar de lo que hayas podido oír de mí. Eres muy hermosa y yo...

No pudo terminar lo que iba a decir, pues en ese momento la puerta se abrió con tanta violencia que golpeó como un cañonazo contra la pared. Una mujer española, con los ojos llameantes de malicia, se detuvo en el umbral. Echó una mirada al espectáculo ante sus ojos y comenzó a gritar:
-¡Ajá! ¡Lo sabía! ¡Ay de mí! ¡Que tenga que verme humillada de esta forma!

Lucas, con el rostro pálido de ira, atravesó la habitación de un salto y arrastró a la mujer histérica hacia adentro. Pasando por alto la lucha casi demencial de ella por liberarse, siguió aferrándola con fuerza. Cuando habló, su voz sonó como un látigo.
-¡Basta, Ruth! ¡No hagas un escándalo del que aun tú te arrepentirás!

-¡Ay, ay! Dime por qué estás aquí con esta mujer -le exigió ella, apuñalando a Sara con los ojos.

-¿Si lo hago, dejarás de gritar? -quiso saber él con tono resignado.

Ella asintió de mala gana y se liberó de las manos de Lucas. Irguiéndose con altivez, miró a Sara con desdén. La muchacha estaba paralizada en el centro de la habitación.
-Eres una pobre criatura pálida y delgada, ¿no es así? -se burló-. Tan pálida y desabrida que te ves obligada a robar los maridos de otras mujeres.

-¡Eso no es cierto! -,exclamó Sara al borde de las lágrimas. Esto era lo único que faltaba para que una velada agradable se convirtiera en un infierno. Había estado mal en permitir que Lucas la besara, pero era cierto que ella no le había tendido ninguna trampa. Los ojos suplicantes de ella se volvieron hacia él.

El le dirigió una mirada extrañamente reconfortante y le habló a Ruth con voz helada.
-Déjala fuera de esto, señora. No ha hecho nada y si quieres descargar tu ira, descárgala sobre mí. Ella es inocente y no quiero que la calumnies con tu lengua vil.

Ruth resopló, fastidiada ante las palabras de él, pero sin querer discutir.
-¡Bah! Qué me importa lo que hagas... ¡pero no permitiré que me humilles! Si quieres tener tus rameras, hazlo, pero ¡manténlas lejos de mí!

-Ruth, si dices una sola palabra más contra ella, te cortaré ese cuello largo y pálido del que tanto te enorgulleces -murmuró Lucas con letal suavidad.

-¡Ja! Esperaba que me amenazaras... ¿qué otra cosa podía hacer un bárbaro como tú? ¡Es despreciable que yo, con la más noble sangre de España fluyéndome en las venas, tenga que verme humillada y degradada con un marido como tú!

Observándolos en silencio, Sara tuvo la impresión de que Ruth frecuentemente le espetaba eso a Lucas y sintió pena por él. El vio la expresión en los ojos de ella y un músculo se tensó en su mandibula.
-No -dijo en voz baja-. No vuelvas a mirarme así nunca.

De inmediato, Sara bajó la mirada, espantada por la ira que había iluminado los ojos negros. El detestaba la compasión y odiaría a cualquiera que se la demostrara.
-¿Qué demonios está sucediendo aquí? -preguntó Silvia desde la puerta-. Estoy esperándote desde hace horas, Sara. ¿La criada no ha encontrado nuestras cosas? .

-N... no. Las he encontrado yo. Están aquí,-respondió Sara débilmente, preguntándose cuánto habría escuchado Silvia y qué pensaría al verlos a los tres en la habitación.

-Ah, hola, doña Ruth. ¿Disfrutó de la velada? -murmuró Silvia con tono cortés. Ruth le dirigió una mirada cargada de veneno. No era una mujer particularmente hermosa, pues tenía una nariz prominente y una boca de labios finos y duros, de modo que era casi fea.

-¡Debía haber imaginado que se trataría de una amiga suya! -dijo Ruth con rabia-. Parece que no hay nadie en esta tierra, que no sea ordinaria y vulgar y sin ningún tipo de moral.

-Vaya, ¿qué quiere decir con eso? -preguntó Silvia frunciendo el entrecejo con fastidio.

-¡Como si no lo supiera! -le espetó Ruth-. Sin duda usted la alentó, deseando humillarme. Silvia sonrió con dulzura.

-Oh, no, señora, usted se humilla sola con mucha frecuencia; ¡por cierto que no necesita que yo la ayude a hacerlo! Y le agradecería que dejara a Sarita fuera de toda discusión que pueda querer tener conmigo o con su marido.

-Si estuviéramos en España... -comenzó a decir Ruth con rabia, pero el "¡Basta ya!" furioso de Lucas, la hizo callar. El miró a Silvia con desesperación y dijo:
-Silvia, amiga ¿quieres llevarte a la pequeña? -Con dificultad, agregó:- Siento que esto haya tenido que suceder. El rostro de Ruth estaba lívido de ira.

-¡Te disculpas con ellas! -gritó-. ¿Y yo? ¿Acaso no soy tu esposa? ¡Soy yo la que me merezco una disculpa por parte de todos los que están en esta habitación! ¡La exijo!

Los labios de Lucas estaban tensos por la furia.
-¡Basta, Ruth! ¡No hagas que esto sea aún más desagradable de lo que es!

-¡Ay! ¡Ay! Debí haber esperado esto de ti. Permites que me insulten de esta manera y no haces nada para mitigar mi vergüenza, mi dolor. Eres realmente un salvaje, Lucas. ¡Un salvaje comanche sucio y ruin, igual que tu abuela!

-Basta, Ruth -terció él con tranquilidad-. Deténte antes de que pierdas el control.

-Y si no me detengo, ¿qué harás? ¿Me matarás? Te gustaría hacerlo, ¿no es así? -le espetó ella con furia-. ¡Me pregunto por qué hasta ahora no has contratado alguno de tus estúpidos salvajes para que te liberara de una esposa como yo!

Los ojos de Lucas estaban negros por la ira. Extendió la mano y tomó a Ruth de la muñeca con fuerza.
-Quizá lo haga -replicó con crueldad-. ¡Me sorprende no haber pensado en eso hasta ahora! -Luego, como si no pudiera tolerar verla ni un segundo más, le soltó la muñeca con violencia y salió de la habitación.

*Que os ha parecido Lucas Fernandez, a que es encantador a la ves que peligroso.... ainssssssss me encanta el renegado Fernandez.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo quiero un renegado Fernández en mi vidaaaaaaa. Sigue pronto.
María A.

Anónimo dijo...

Es un tio arrogante, pero imagino que tendrá sus encantos, ya lo iremos descubriendo. Un besote. Blue.

Unknown dijo...

Continuad poniendo este relato me encanta, no es que quiera mas simplemente necesito un poco mas, que pasión que hay! PRECIOSO!!

Besos

Anónimo dijo...

Me hierve la sangre con este hombre!!! qué pasión desprende!!! La Sarita de Mignon le va a poner cara al hombre de sus sueños esa misma noche Jjajajajaj Please, quiero maaaaaaaaaaaaas!!! Jjajajajaj

Besitos.

Ayla.

Anónimo dijo...

Hay que ver que malo que es...pero me gusta, me gusta! Yo tambien quiero uno así! :D

Más Pasión!

Besitos

Anónimo dijo...

Lucas Fernandez en todo su esplendoor!!

ConTinueen proonTo!!



BeZooS***

Anónimo dijo...

Encantada de conocer a Lucas Fernández.
Y Sara Mignon me parece que lo va a estar mucho más, en breve.

Anónimo dijo...

Madre mia ,que pasion destila Lucas Rafael Fernandez y Silva, ha echo una aparicion estelar y Sara ha comprovado lo que es el deseo.La mujer del renegado odiosa a mas no poder.
Me encanta este relato Himara, no dejes de ponerlo y gracias princesa.
Besos.

CHIQUI.