21 octubre 2008

Pasión; Curtis Naranjo

Concha resultó ser una excelente doncella, pues tenía buen ojo para las telas y los colores; ayudaba sin ser entrometida. Fue Concha la que decidió que Sarita llevara un elegante vestido de seda púrpura y los rizos recogidos sobre la cabeza, con un bucle cayendo sobre el cuello pálido ¡Y los hombros desnudos revelados por el profundo escote del vestido.

Las dos mujeres no volvieron a hablar de Ruth ni de lo que había sucedido, pero Sarita no dejaba de pensar en ello. Y justamente cuando iba a abandonar la habitación, se volvió bruscamente hacia Concha y preguntó:
-¿Lucas sabe la verdad sobre mí?

Concha se mordió el labio y no quiso levantar la vista.
-No, señora, no la sabe. Doña Ruth amenazó con lastimarme si yo alguna vez hablaba de eso, y después de su muerte nunca ha surgido el tema. -Mirando a Sarita con tristeza, agregó:- Serviría de poco decírselo ahora; no lo creería y no hay pruebas. -Apartó los ojos y añadió en voz baja:- Yo no querría contar que intervine en ese episodio, señora. Mucho me temo que me despediría. No soy joven, señora; no tengo adónde ir, ni dónde vivir y sobre todo, no conseguiría trabajo.

-¿Pero si le explicaras que Ruth urdió el plan y te obligó a participar? -insistió Sarita. Deseaba con intensidad que Lucas conociera la verdad, aun ahora después de tantos años.

Concha negó con la cabeza.
-Me gustaría hacerlo por usted, señora, de veras, pero tengo miedo. ¡Por favor, no me lo pida!

Sarita abrió la boca para tranquilizar a la otra mujer, diciéndole que no tenía nada que temer, que Sarita se encargaría de ella, pero se dio cuenta en ese instante de que sería inútil que Concha hablara ahora. Lucas no creería a una ex criada de Ruth... ¿por qué tenía que hacerlo? Pero más importante aún, existía la probabilidad de que él pensara que ella la había sobornado. Ya era bastante grave que él creyera que era una ramera adúltera, pensó Sarita con amargura; no quería que agregara el soborno a la lista de cargos. Cerró la boca con determinación, sabiendo que estaba derrotada por el momento. Qué importaba, de todas formas, se preguntó con rebeldía. Además, ella y Philliphe se marcharían de la Hacienda del Cielo antes de que Lucas Fernandez apareciera en escena.

Se oyó un golpecito en la puerta de la habitación.
-¿Abro, señora? -preguntó Concha-. Probablemente sea su marido. Le han dado las habitaciones adyacentes a las suyas.


Sarita asintió y un instante más tarde Philliphe entró en la alcoba, muy elegante con su chaqueta color ciruela con cuello negro de terciopelo y ajustados calzones negros hasta la rodilla. Echó una mirada complacida a su mujer y exclamó:
-¡Ah, mi querida, qué hermosa estás! ¿Te has recuperado de tu malestar? Sería horrible que enfermaras justo cuando íbamos a regresar a casa -Una idea desagradable se le ocurrió y Philliphe se estremeció.- ¡Vaya, si enfermaras, quizá tendríamos que postergar la partida!

Sarita sonrió con divertida tolerancia. Sospechaba que la ansiedad de Philliphe por regresar a Natchez era más importante que su preocupación por ella.
-Me siento mucho mejor, Philliphe -respondió con suavidad-. Creo que el viaje desde San Antonio me cansó más de lo que creí.

Philliphe pareció quedar satisfecho con la explicación, pero mientras se dirigían a la sala, le echó una mirada penetrante y preguntó:
-¿Fue realmente el viaje, Sarita? Vi tu rostro, sabes, y parecías haber recibido una impresión terrible.

Con la boca seca, Sarita lo miró sin poder hablar. Si Philliphe adivinaba en casa de quiénes estaban, si comprendía quién era Lucas, el resultado podría ser fatal. Un duelo sería inevitable y al recordar la torpeza de Philliphe con una pistola, Sarita se estremeció de temor. Tenía que aplacar las sospechas de él a cualquier costo. De alguna forma logró sonreír con despreocupación y exclamó con ligereza:
-¿De veras? ¡Pues bien, no me sorprende, después de todo! ¡Me sentía espantosamente mal! Estaba tan mareada y descompuesta por el movimiento del carruaje que tenía miedo de desmayarme allí mismo... ¡y eso sí que habría sido terrible!

El calló por un instante, estudiando el rostro de ella con sus ojos negros.
-Sí, supongo que sí -dijo por fin. Quitándose una imaginaria pelusa de la manga de la chaqueta, agregó con tranquilidad-: Bien, ahora que todo eso ha quedado atrás, ¿nos reunimos con nuestros anfitriones y con Aitor?

Sarita asintió, ocultando su nerviosismo. ¿Lo habría convencido? ¿O habría acrecentado sus sospechas? Mucho temía que hubiera sucedido esto último, pero ahora no había nada que hacer... habían llegado a la sala.

Entrar con serenidad en el salón esa noche, sabiendo que Curtis Naranjo estaría allí, que su marido la estaría observando con atención y que Lucas Fernandez podía llegar en cualquier momento, fue una de las cosas más difíciles que Sarita había hecho en su vida. Por fortuna, a pesar de su aparente fragilidad, era una mujer con una gran fuerza interior y así aun a pesar de que la aterrorizaba la velada que le esperaba, pudo entrar en el salón con elegancia y tranquilidad. Y nadie, al mirar ese rostro hermoso, hubiera adivinado que ella era un torbellino de emociones violentas.

Vio a Curtis en cuanto entró en la habitación y el corazón casi se le detuvo cuando vio el brillo de reconocimiento en los ojos de él. Reconocimiento... y otra cosa que la hizo agradecer que estuvieran en una sala llena de gente.

Curtis le sonrió seductoramente cuando los presentaron, clavando los ojos sobre la boca de ella y Sarita supo que estaba recordando lo sucedido. Pero en lugar de sentir temor, la invadió una oleada de furia. ¡Cómo se atrevía a sonreírle de esa forma! Con los ojos verdes relampagueando de indignación, Sarita le devolvió la mirada, casi desafiándolo a hablar de aquella fatídica tarde.

Curtis no tenía intenciones de mencionar lo que había sucedido cuatro años antes en Nueva Orleáns. No era ningún estúpido y sabía que su posición era, en el mejor de los casos, precaria. Si Sarita abría la boca, él se encontraría frente a la boca de una pistola. Y peor aún, perdería a su benefactor, don Paco, pues sin duda él no seguiría apadrinando a un hombre acusado del delito que Sarita podía exponer. Era absolutamente necesario que Sarita mantuviera la boca cerrada; él no pensaba permitir que le arruinara su posición. Inclinándose sobre la mano de ella, murmuró:
-Señora, debo hablarle en privado.

Don Paco, que los había presentado, se había vuelto para responder a una pregunta de su mujer y mientras él hablaba, Sarita susurró:
-¿Está loco? ¡No tengo nada que decirle y si tiene una pizca de sentido común, olvidará que alguna vez me conoció!

-¡Eso es precisamente lo que siento! -murmuró él, clavando sus ojos fríos y calculadores sobre ella.

Don Paco se volvió en ese instante y no hubo más oportunidad de que hablaran de algo que para ellos era de suma importancia.

Aliviada por el hecho de que Curtis no quisiera hablar del pasado, Sarita se relajó un poco. Pero sólo un poco, pues era consciente de que Lucas podía entrar en la habitación en cualquier momento y todo lo que ella había ganado se desvanecería en un segundo.

La cena fue excepcional, la comida española y mexicana caliente y sabrosa para el paladar de Sarita, la conversación vivaz. Aitor y Philliphe se mostraron muy ingeniosos y don Paco era un anfitrión encantador. Doña Lola no hablaba mucho, pero era evidente que adoraba a su esposo y que era una persona cálida y amistosa.

Sarita prefería no pensar en Curtis. No lo miró durante toda la cena. Pero no podía hacerlo desaparecer, como tampoco podía hacer desaparecer a Lucas de sus pensamientos. Miró al cordial don Paco e inconscientemente trató de encontrarle algún parecido con su hijo, pero no halló ninguno, salvo el cabello negro y las gruesas cejas oscuras arqueadas de forma casi diabólica.

Sarita y doña Lola dejaron a los caballeros con el coñac y sus cigarros no bien terminaron de comer y salieron al patio interno para disfrutar del templado aire nocturno. Cerca de la fuente se sentaron en unas sillas de hierro con almohadones color carmesí y doña Lola volvió a tocar el tema de Silvia que había surgido durante la cena.
-¡Qué casualidad que sea amiga de Silvia! -había exclamado Lola-. Recuerdo lo triste que estaba cuando la mandaron a España a estudiar. Su madre es Condesa, sabe, y quería a toda costa que Silvia fuera a su misma escuela. De modo que no hubo caso y nuestra querida Silvia tuvo que partir. ¡y pensar que ahora una de sus amigas de allá viaja a verla! ¡Qué maravilla!

Era obvio que Aitor no había mencionado el cambio de planes y Sarita no quiso corregir el error, pero Philliphe no mostró tanta reticencia.
-Sí, fue una idea maravillosa, pero lamentablemente tendremos que olvidarla -murmuró-. Cuando nos marchemos de aquí, regresaremos a Natchez. Para Sarita el viaje ha sido demasiado arduo y no puedo permitir que dañe su salud, que es muy frágil. Por supuesto, yo preferiría continuar viaje, pero comprenderán la situación.

Sarita casi se había atragantado con el vino. Miró a su marido con una mezcla de diversión y enojo. Philliphe le sonrió con aire culpable y cambió de tema de inmediato.

Pero ahora que estaba a solas con Sarita, doña Lola comento:
-¡Qué pena que no sigan con el viaje! Después de todo, ya habían recorrido un largo trecho.

Sarita respondió con algo cortés y luego preguntó:
-¿Silvia no vivía cerca de aquí antes de irse con Gonzalo a Santa Fe?

Fue la mejor manera de desviar a doña Lola del tema del viaje cancelado.
-Sí, sí -replicó esta de inmediato-. La Hacienda del Torillo está a menos de veinticinco kilómetros de aquí. Silvia pasaba mucho tiempo en nuestra casa de niña; ella y María, mi segunda hija, eran muy amigas. ¿Sabías que ella está emparentada con nosotros? -preguntó doña Lola y luego añadió con displicencia-: Por supuesto, muy lejanamente, ¿comprende? María se casó con el hermano mayor de Gonzalo y viven en la propiedad de los Montoya, a menos de un día de viaje de aquí. -Una idea la asaltó repentinamente y Lola exclamó con entusiasmo:- ¡Pero claro! ¡Enviaré un mensajero allí mañana mismo e invitaré a María y Esteban para que los conozcan! Estoy segura de que disfrutará de la compañía de m hija y sin duda se divertirán hablando de las travesuras de Silvia. Desde siempre ha sido una muchacha muy vivaz.

Sarita se apresuró a decir:
-¡No, no, doña Lola! Sólo nos vamos a quedar unos pocos días. No queremos causarle ninguna molestia.

Decepcionada, Lola murmuró:
-No sería ninguna molestia, pero si prefiere que no les avise...

-No es que no quiera conocer a su hija, es sólo que como decidimos regresar a Natchez, queremos hacerlo lo antes posible. ¿Comprende?

Lola le sonrió con amabilidad.
-Sí, querida, sí. Sencillamente me gustaría que usted y su marido se quedaran más tiempo; casi nunca tenemos visitas y cuando esto sucede, es como estar de fiesta. Con mucho egoísmo, queremos que dure lo más posible.

Sarita calló, deseando intensamente poder atreverse a aprovechar la hospitalidad ofrecida. ¡Cuánto le habría gustado conocer a una amiga de Silvia! Pero tenían que darse prisa, de modo que cambió de tema con pesar.
-¿Sólo tiene dos hijas? ¿O hay más?

-Son cinco -respondió doña Lola con orgullo, encantada de poder hablar de sus hijas-. Las mayores están casadas y tienen sus propias familias; dos de ellas, en España. -Su rostro se entristeció un instante.- Las echo muchísimo de menos, pero Paco me prometió que el año que viene iremos a España a hacer una larga visita. ¡Cómo me gustaría eso!

-¿Y la menor? ¿No está aquí con ustedes?

Lola apretó los labios.
-No. Don Lorenzo, el padre de mi marido, decidió que Carlota necesitaba adquirir algo más de sofisticación, de modo que cuando partió hacia México hace unas semanas, insistió en que ella fuera con él. A mí no me gustó nada, le aclaro, pero es difícil disuadir a don Lorenzo cuando se le mete algo en la cabeza... y mi marido no quiere enfrentarse con él.

-Quizás a ella le guste Ciudad de México -terció Sarita-. A muchas jovencitas les gustaría y además, para su abuelo será muy gratificante tenerla con él.

-¡Pues eso lo dudo! -replicó doña Lola sin rodeos. Con una mezcla de orgullo e inquietud, explicó-: Carlota es nuestra alegría, pero ¡es tan vivaz! No le gusta que le den órdenes y me temo que don Curtis se mostrará demasiado severo y ella le desobedecerá. Mi suegro sugirió un candidato matrimonial para ella y aunque sólo tiene quince años, es muy decidida y ni siquiera quiso considerarlo. Es muy independiente. -Lola suspiró.- Con frecuencia me recuerda a su hermanastro, Lucas. Quizá lo conozca antes de marcharse, y entonces sabrá a qué me refiero. Es extremadamente voluntarioso... ¡no hay nada que le impida hacer lo que quiere! Lucas me asusta un poco, pero Carlota dice que soy una tonta.

Sarita esbozó una sonrisa tensa, mientras pensaba que la tonta era Carlota. Hubieran seguido hablando de las hijas casadas de Lola, pero en ese momento los hombres se les unieron.

Al ver el rostro moreno de Curtis, Sarita perdió la serenidad. Evitó su mirada y se dedicó a flirtear con Aitor que se mostró encantado. Pero cuando este tuvo que responder de mala gana a un comentario de don Paco, que conversaba con Philliphe, Curtis atrapó a Sarita cerca de un extremo del patio. Acercándose a ella con arrogancia, dijo:
-Tengo que hablar con usted.

Apretando los dientes, Sarita lo miró con desdén.
-Y yo ya le he dicho que no tengo nada que decirle. El la miró de un modo que hizo que Sarita instintivamente diera un paso hacia atrás, pero Curtis la tomó de la muñeca.

-¡No grite! -la amenazó-. ¡Escúcheme bien!

-No tengo alternativa, ¿verdad? -susurró ella-. A no ser que quiera causar un escándalo del que ambos nos arrepentiríamos.

Obligándose a hablar con serenidad, él dijo en voz baja:
-No quise lastimarla, por favor, créame. Y tampoco tengo intención de decirle a nadie que nos conocimos antes... ¿Puedo confiar en que usted tampoco lo hará?

-¡No es probable que yo refresque el tema! -replicó Sarita con amargura-. Pero creo que olvidó que Lucas vendrá y dudo que él se quede callado.

Curtis se mordió el labio.
-Lo sé -admitió con algo de nerviosismo-. Pienso irme antes de que él llegue; él y yo no hacemos buenas migas. -Miró a Sarita de soslayo y murmuró:- Sigue sin saber que mi querida y difunta prima organizó aquella representación para él, y no sé por qué, pero tengo la impresión de que Lucas no va a informarle a su padre que nos encontró en una situación más que íntima. ¿Entonces por qué no hacemos un trato, usted y yo? Yo olvidaré que alguna vez nos conocimos si usted hace lo mismo.

Asqueada por el solo hecho de tener que hablarle, Sarita observó el rostro vehemente de Curtis un largo instante, deseando poder encontrar la forma de delatarlo ante don Paco. Reconoció con pesar que era imposible hacerlo sin relatar toda la sórdida historia de aquella tarde en Nueva Orleáns. Bastante le había costado decírselo a su propio marido y ni siquiera a él le había dado nombres; hablar de eso con un desconocido iba más allá de ella, sobre todo considerando que el desconocido estaba emparentado con los implicados.
-Muy bien -asintió de mala gana-. Nunca nos conocimos... y, Curtis, ¡ruego a Dios que no volvamos a vemos!

Los ojos negros relampaguearon peligrosamente y la mano de él oprimió con más fuerza la muñeca de Sarita.
-No más que yo, señora -masculló.

Sarita lo observó alejarse con alivio, frustración... y ansiedad. Había habido algo en la voz de él cuando había hablado de su "querida y difunta prima" que la dejó preocupada y algo inquieta. El trato le causaba repugnancia, deseaba verlo desenmascarado como el ser despreciable que era.

Philliphe se acercó a ella y viendo cómo daba masajes en la muñeca distraídamente, le preguntó:
-¿Todo bien, querida? No pude dejar de notar la conversación algo intensa que parecías estar teniendo con ese tal Naranjo. ¿Te ha estado molestando?

-¡No, por supuesto que no! -replicó Sarita de inmediato. Detestaba las mentiras que comenzaban a brotar con tanta facilidad de su boca-. Sólo se estaba mostrando cortés y diciendo trivialidades, ya sabes.

-Sin duda, pero me parecieron más que trivialidades. Desesperada por cambiar de tema, Sarita respondió con extraña aspereza.

-¡Pues no lo era! Sólo estábamos hablando, Philliphe. ¡No estábamos arreglando una cita!

Si Sarita le hubiera pegado, Philliphe no se habría mostrado más sorprendido. Estupefacto, arqueó las cejas y contempló el rostro enojado de ella. Hubo un silencio incómodo y luego Sarita murmuró sombríamente:
-Perdóname, Philliphe. No sé qué me pasa.

-Creo que sí lo sabes, querida -terció Philliphe, pero cuando Sarita abrió la boca para hablar, apoyó un dedo contra sus labios y declaró con tranquilidad-: Calla, Sarita. Es obvio que algo te ha perturbado. No soy ciego, sabes. Pero si no quieres decírmelo, no hay problema; nunca me gustaron las confidencias forzadas. -Le acarició la mandíbula con el dedo y agregó:- Sabes que te quiero con toda la intensidad con que puedo querer a una mujer. Guárdate tus secretos, pero recuerda que siempre estaré cerca de ti por si me necesitas.

Sarita sabía que tenía los ojos húmedos de lágrimas y murmuró con tristeza:
-Philliphe... yo... yo...

Su marido puso fin a sus balbuceos inclinándose y besándole los labios con suavidad.
-Buenas noches, Sarita; te veré mañana -dijo sonriendo. Sarita no tardó en buscar refugio en su propia cama. Estaba exhausta, tanto física como emocionalmente, y lo único que quería era dormirse y olvidar todo. Atravesó el patio y se despidió rápidamente de los demás.

Aitor la observó con aire pensativo. Ella había estado muy bien dispuesta hacia él y todo había salido bien hasta que Curtis le había hablado unos momentos antes. Entornó los ojos verdes y miró a Curtis con expresión calculadora.

Curtis se estaba inclinando sobre la mano de Sarita, mientras ella le deseaba buenas noches con voz tensa y Aitor le oyó decir:
-Fue un placer conocerla, señora Mignon. Lamento no volver a verla antes de su partida.

Don Paco intervino en la conversación.
-¿Pero por qué no, amigo mío? Sin duda puedes quedarte unos días con nosotros.

Curtis le echó una mirada elocuente.
-¿Acaso ha olvidado que su hijo está a punto de llegar?

Don Paco resopló con fastidio.
-¡Ustedes dos sois un par de tontos impetuosos! No entiendo por qué no podéis resolver vuestras diferencias de una buena vez y entablar una amistad. ¡Eres parte de la familia y esta tontería debe terminar! -declaró con vehemencia.

-¡Dígaselo a Lucas! -comentó Curtis con ironía. Don Paco hizo una mueca.

-Bah, haced lo que queráis... De todos modos, lo vais a hacer -replicó con fastidio, lavándose las manos respecto de la situación.

Sarita se retiró más tarde y sintió alivio al saber que no tendría que temer que Curtis revelara que la había conocido. Pero si hubiera sabido lo que pensaba Curtis mientras se alejaba a caballo de la hacienda esa noche, no se habría ido a dormir con tanto optimismo.

Si Sarita se había sentido espantada ante la presencia de Curtis, él había quedado estupefacto y furioso. Una ira helada y letal le corría por la sangre cuando pensaba con qué facilidad ella podía destruir su relación con don Paco, con todas las familias aristocráticas que ahora lo consideraban un caballero muy agradable. Un caballero que había acumulado una fortuna respetable en pocos años y que provenía de una buena familia y que, por lo tanto, podía ser un yerno aceptable. Durante varios años había cortejado asiduamente a todas las familias españolas ricas con hijas casaderas y no iba a permitir que Sarita Mignon destruyera todos sus planes. Su elección final había sido Carlota de Fernandez; muerto Lucas, con el tiempo él sería el heredero de don Paco. En cuanto a los demás miembros de la familia, se encargaría de ellos, pensó, sonriendo con crueldad. Si se tornaban molestos... los comanches no dejaban testigos.

Tras la muerte de Ruth, sólo tres personas sabían qué había sucedido realmente esa tarde en Nueva Orleáns. Curtis había dejado de considerar a Concha como una amenaza mucho tiempo antes. No era más que una criada y ¿quién le creería? Además, tenía miedo de lo que le podía suceder si contaba la verdad, de modo que no había sido necesario tomar medidas para silenciarla. Pero Sarita Mignon era algo totalmente diferente y él no iba a correr riesgos. Si ella había aparecido de forma inesperada una vez en Texas, podía volver a hacerlo, o sus caminos podían volver a cruzarse en el futuro. No valía la pena arriesgarse. En algún lugar entre San Antonio y la costa de Texas, la caravana de los Mignon se toparía con el desastre. El desastre personificado en un ataque de comanches...

Sarita no conocía los planes mortales de Curtis, pero de todas maneras, no pudo dormirse. Permaneció tendida en la cama durante lo que le pareció una eternidad, mientras las ideas le daban vueltas y vueltas en la cabeza. Finalmente, cuando se dio cuenta de que faltaba poco para el amanecer, se levanto de la cama, se puso la bata y salió al patio, buscando refugio en la tranquilidad de esas horas solitarias.

*Mañana, Lucas Fernandez y el reencuentro.

Gracias por vuestros comentarios mis niñas.... ya sabeis, mañana, PASION.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Himaraaaaaaa!!! cómo nos dejas así? ahora que nos íbamos a encontrar en la tranquilidad de esas horas con el pistoleroooo jajajaaj porque lo va a ver ¿ verdad? ayyyyy por dios que desasosiego tengo... nos has hecho la del cebo jajaajjaj tú crees que con la miel en los labios nos puedes dar ración de Naranjo? jajajaaj qué asquito de hombre... menos mal que se nos quitará el mal sabor de boca con el que asomará Ummmmmmm si es que debe de ser un espectáculo verle jajjaajj para tener sueños pecaminosos jajajajj corto que me embalo y no mido...

Besos y ansiosa por volver a leerte.

Ayla.

Anónimo dijo...

¿Pasión? Nooooo yo lo que tengo es desconsuelo hasta que llegue mañana y publiques la continuación del relato. Ese hombreeeeeee que llegue ya, por favor, que estoy en un sinvivir perpetuoooooo.

Gracias de verdad.
María A.

Anónimo dijo...

Himara que jodía que eres, ahora nos dejas con la miel en los labios....mañana miércoles, no hay pacos pero has dicho que habrá PASIÓN jajajaja. Un Beso. Blue.

Anónimo dijo...

Vaya, nos has dejado más expectantes que a Sarita Mignon.
¡Qué ganas de que llegue ya el pistolero!

Anónimo dijo...

Madre del Amor Hermoso ¿y nos dejas asi, con el pistolero apuntito de llegar?. Mira que eres revira ajjajajajjaj.

Por cierto hoy es miercoles......
Besos.

CHIQUI.