06 octubre 2008

Pasion; El retorno

Enero de 1840 comenzó lúgubre y lluvioso. Sentada en su acogedora sala en la parte trasera de la casa, Sara contempló la fina llovizna que no había dejado de caer desde la mañana. La lluvia atrasaría la cosecha de la primavera, pensó con pesar. Gracias a la sorprendente eficiencia con que había dirigido las cosas, Briarwood había sobrevivido al "Pánico de 1837" y a los tres años de consiguiente depresión, y no quería tener inconvenientes ahora.

La plantación se había convertido en toda su vida. La elegante casa con columnas y la tierra vasta y fértil eran su razón de vivir. Con férrea determinación había convertido esas hectáreas sin sembrar en hileras de caña de azúcar y maíz, campos de avena, trigo y cebada.

No habían sido años fáciles para Sara. En apariencia, ella y Philliphe se llevaban muy bien, y nadie, al verlos habría adivinado que Sara dormía sola y que Philliphe era impotente. Si él seguía teniendo amantes masculinos, era muy discreto al respecto. A veces Sara sospechaba que los tenía, pues sabía que frecuentaba la calle Silver en la parte baja de Natchez.

Habían persistido en sus intentos de consumar el matrimonio, pero Philliphe no había sido capaz de hacerlo. Después de muchas noches como la de Nueva Orleáns, Sara lo alejó gentil pero firmemente de su cama. Eso había sido unos dos años antes. Se esforzaba por no pensar que él la había engañado, pero a veces, cuando yacía sola en su cama y pensaba en las noches de dolor y vergüenza que había pasado mientras Philliphe trataba una y otra vez de demostrar que era hombre, no podía evitar la oleada de tristeza que la invadía.

Había sido extremadamente difícil para ella confesar lo que había sucedido en esa horrenda tarde en Nueva Orleáns, pero había logrado explicarle a su marido que otro hombre se había apoderado de lo que por derecho le pertenecía a él. Philliphe se había horrorizado por la forma en que la habían tratado y, tomándola entre sus brazos, trató de consolarla y de calmarla, de disminuir la vergüenza de ella, de contener las lágrimas que no dejaban de correr.

Sólo cuando ella se repuso un poco, cuando los sollozos se acallaron, Philliphe habló de lo que ella más temía. Mirándola con atención, dijo con esfuerzo:
-Sara, mí querida, debes decirme los nombres de esa gente perversa. Pienso retarlos a duelo, matarlos por lo que te han hecho. Y en cuanto a esa malvada mujer, quienquiera que sea, sólo puedo desearle la más horrible de las muertes. Por favor, dime sus nombres, no puedo permitir que tu honor quede sin vengar.

-Si realmente me quieres, Philliphe, entonces te suplico que dejes las cosas como están -respondió ella en voz baja. Sabiendo por instinto que había una sola forma de detener lo, agregó: -¿Quieres hacerme sufrir la vergüenza y el escándalo que desatará un duelo? ¿Quieres que todo el mundo se entere de que otro hombre conoció íntimamente a tu mujer? Por favor, te lo suplico, no me hagas pasar también por eso.

Al mirar los ojos verdes de ella, Philliphe supo que haría lo que le pedía. No quería que sufriera más, de modo que abandonó la idea del duelo.

Por fortuna, el temor que tenía Sara de haber quedado encinta fue injustificado y una vez que tuvo la certeza de que no tendría un hijo de Lucas no volvió a pensar deliberadamente en lo que había sucedido en Nueva Orleáns, excepto una vez. Fue alrededor de un año después de que ella y Philliphe llegaran a Natchez, y Sara nunca supo con certeza si el hombre en cuestión había sido Lucas. De todas maneras, había tenido un sobresalto cuando una de las más importantes damas de Natchez se le había acercado en la primavera de 1837 para preguntarle con tono travieso si el hombre alto, moreno y apuesto había pasado a verla. Ante la expresión atónita de Sara, la mujer adoptó un aire cómplice y murmuró:

-Insistió bastante en que quería verte, te describió con lujo de detalles y, por supuesto, supuse por sus modales que era un conocido tuyo. Pero claro, con los caballeros una nunca sabe, ¿verdad? -Suspiró de forma teatral y agregó:- Comprendo tu reserva, querida; ¡por cierto que yo no querría que mi marido se enterase de que un hombre tan apuesto y seductor estuviera interesado por mí! -Dejaron de hablar del tema, pero durante varios días después de eso Sara se preguntó con una mezcla de esperanza y temor si realmente Lucas habría venido a Natchez a buscarla. Aparentemente no fue así, y con el tiempo olvidó el incidente, diciéndose que la señora Mayberry debía de haber estado confundida con respecto a quién quería ver ese hombre. Poco a poco fue alejando de su mente todo lo relacionado con Nueva Orleáns y con Lucas Fernandez. Ese tiempo y esos sucesos estaban cerrados bajo llave con su juventud, sus sueños y sus ansias de amor.

Extrañamente, tras los primeros meses difíciles, ella y Philliphe comenzaron a encontrar una cierta satisfacción en ese inusual matrimonio. Philliphe sentía que el peso en su conciencia era mucho menor y Sara descubrió una libertad que jamás había conocido.

En lugar de dedicarse a las tareas usuales de una recién casada rodeada de amor, se consagró a la tarea de convertir la Nueva propiedad de Briarwood en un hogar del que hablara todo Natchez. Y lo logró. Los muebles lujosos y las habitaciones amplias eran la envidia de las amas de casa de Natchez y las tierras competían con Los Jardines de Brown; la plantación de Brown, cerca del sector denominado Natchez bajo la colina.

El trabajo arduo de esos días en Briarwood fue lo único que evitó que Sara sucumbiera a una crisis de compasión de sí misma. Eso y los libros. Los devoraba. No los romances de su juventud, claro, sino libros que eran peculiares para una joven dama: libros sobre prácticas agrícolas, genética reproductiva y, como lectura de placer, los libros que encontraba sobre las conquistas españolas y los exploradores del Nuevo Mundo: Cortés, Ponce de León, Pizarro y aun las fabulosas historias de Cabeza de Vaca y su increíble viaje de ocho días a través de lo que ahora era la República de Texas y las provincias del norte de México... Las leía todas. No quería detenerse a pensar por qué la fascinaban estos hombres, pero quizás era porque habían demostrado la misma implacable intensidad que ese demonio de ojos negros... ¡Lucas Fernandez!

De los libros prácticos aprendió mucho acerca de agricultura y cría de ganado y no dudó en poner en práctica esos conocimientos.

Había poco en común entre la joven mujer que ahora se hacía llamar Sarita en enero de 1840 y la tímida Sara que había acudido tan tristemente a su marido esa noche de 1836. Los sucesos de esa tarde no sólo le habían arrebatado la virginidad; le habían quitado la inocencia, dejando en su lugar una coraza que ningún hombre lograría romper.

Había cambiado físicamente, también. Su cuerpo había madurado y alcanzado la belleza que aquella noche sólo había sido una promesa. Su rostro también había madurado, revelando la exquisita delicadeza que siempre había estado allí. Había adquirido confianza y seguridad gracias al éxito obtenido con Briarwood.

Nadie se había sorprendido más que ella al ver los excelentes resultados de sus ideas respecto de Briarwood. Descubrió que amaba la tierra y que tenía habilidad para prever ciertas tendencias de la economía. En el fondo, pensó con una risita, no era más que una astuta granjera.

Pero ahora, en esta lúgubre mañana de enero, experimentó una desazón que se había estado intensificando con el correr de los meses. El deseo vehemente de demostrarles a esos altaneros reyes del algodón que estaban equivocados se había esfumado, el desafío de domar la tierra salvaje y volverla productiva ya no la satisfacía, y el placer de ver a Briarwood convertido en la envidia de todos, tampoco existía ya.
"¿Así será toda mi vida?", se preguntó con melancolía. ¿Seguir apostando contra la naturaleza, tratando de incorporar Nuevas ideas en una sociedad tan tradicional e intentando pasar por alto las miradas compasivas de las mujeres cuyos maridos eran líderes de la sociedad? No, no era así como veía su futuro.

Ya no seguía soñando con romance y amor, pero había una sed por algo más de lo que tenía en su vida actual. No sabía qué era lo que deseaba, sólo estaba segura de que no quería pasar el resto de su vida así, viviendo a medias. Ansiaba emociones, nuevos horizontes, desafíos, aun peligros. Cualquier cosa era mejor que esta vida aburrida.

Miró un momento la carta de Silvia que estaba sobre el escritorio e hizo una mueca. Esa era la razón por la que estaba tan melancólica esta mañana. Silvia estaba llena de noticias sobre su hacienda y el nacimiento de su segundo hijo cuatro meses atrás. Sarita decidió que probablemente envidiaba la felicidad de su amiga. Pensando en esa criatura, una niña a la que le habían puesto su nombre, sintió una punzada de dolor en el corazón... Ella nunca tendría un hijo. Por un momento, una repentina oleada de rencor hacia Philliphe le subió hasta la garganta.

Pero esa sensación desapareció de inmediato, pues de muchas formas se sentía agradecida hacia Philliphe; era muy bueno con ella y la alentaba para que emprendiera cosas que no se hubiera atrevido a hacer por sí misma. Le infundía coraje durante esos momentos en los que se preguntaba si se habría equivocado al tomar una decisión.

Repentinamente, furiosa consigo misma por su estado de ánimo, metió la carta en un cajón del escritorio. "¡Listo! Lejos de los ojos, lejos del corazón", se dijo. Pero no podía contener las emociones que le había despertado esa carta. De pronto se le ocurrió que no había razón para que no pudiera ver a su amiga y... viajar por la vieja ruta española por San Antonio hasta Durango en México y luego hacia el Norte en dirección a Santa Fe.

Desde luego que había dinero de sobra. Su dinero estaba a salvo en el banco; hasta ahora habían invertido el dinero de Philliphe. ¿Por qué no podía ir a Santa Fe?

Había un capataz competente en Briarwood, tenía el dinero y no necesitaba permanecer en Natchez. Cuanto más pensaba en eso, más le atraía la idea. Ver a Silvia y a la pequeña Sara, y contemplar esos campos inmensos. Quizás hasta vería un salvaje y romántico comanche... La idea la hizo estremecerse de emoción y se vio obligada a admitir con culpabilidad que seguía soñando con aventuras. Silvia la regañaría, pensó haciendo una mueca. Sin embargo...

Unos golpes a la puerta la interrumpieron y levanto la vista para ver a Philliphe, muy elegante, entrando en la habitación. El esbozó una sonrisa cálida y murmuró:
-¿No te molesto, verdad, querida? Sara le devolvió la sonrisa.

-No, no estaba haciendo nada en especial. Estás muy apuesto esta mañana. ¿Vas a salir?

-Bueno, sí, pensé ir en el coche cerrado hasta la ciudad y pasar el día en Mansion House. Es tan aburrido cuando llueve... Al menos en Mansion House habrá otros buscando la forma de pasar el tiempo hasta la noche. Luego sospecho que algunos de nosotros iremos de paseo.

Sara le dirigió una mirada penetrante.
-¿La calle Silver otra vez, Philliphe? -preguntó con ironía.

El se sonrojó y respondió con vehemencia:
-Vamos, Sara. Sabes que yo...

-No importa, Philliphe -replicó ella, sin querer hablar de un tema que les resultaba embarazoso a ambos.

-Si no quieres que vaya, Sarita, me quedaré a pasar el día contigo -murmuró.

Sabiendo que lo haría si ella se lo pedía porque realmente trataba de complacerla, Sara sacudió la cabeza.
-No, Philliphe. Ve y diviértete.

-¿Qué piensas hacer hoy? -preguntó él.

-No lo sé -respondió Sara con sinceridad-. Tienes razón. Es muy aburrido cuando llueve. -De pronto de forma involuntaria, exclamó:- ¿Te molestaría si me fuera de viaje, Philliphe?

Alarmado él se acercó y le tomó la mano.
-¿Eres infeliz, querida? ¿He hecho algo que te haya angustiado? Sé que... mis actividades... han sido una cruz para ti, pero no creí que siguieran preocupándote. Si hay algo que pueda hacer...

-¡Philliphe, no hables así! ¡No tiene nada que ver con eso! Me gustaría ir a visitar a Silvia. Hace años que no la veo y está la pequeña Sara. ¡Oh, Philliphe, di que no te molestará!

-¿Visitar a Silvia Montoya? -preguntó él, incrédulo-. ¡Pero si vive en Santa Fe! -agregó con un tono de voz que daba a entender que Santa Fe quedaba en otro planeta.

Elizabeh sonrió.
-Philliphe, Santa Fe no queda tan lejos, sabes. Está en este mismo continente.

-¡Lo sé muy bien! ¡Pero está perdido en medio de no sé dónde! ¡Es tan incivilizado! Sé que Silvia es tu amiga y que la echas de menos, pero, ¿cómo puedes pensar en ir hasta allí? ¡No, es inaudito!

Sarita lo miró a los ojos y murmuró:
-Philliphe, quiero ir. Y a menos que tengas una buena razón para que no vaya, pienso ir.

-Comprendo. Mis deseos no significan nada para ti -dijo él, jugueteando nerviosamente con la cadena del reloj de bolsillo.

-Sabes que eso no es cierto, Philliphe -replicó Sara, divertida-. No estaré fuera más de seis meses y significaría mucho para mí.

-¡Seis meses! ¡Te irás y dejarás Briarwood abandonado por seis meses! ¿Realmente quieres marcharte de Natchez e ir a un lugar inhóspito, habitado sólo por salvajes, reptiles venenosos y búfalos? ¡Sarita, dime que no hablas en serio!

-Por desgracia, hablo muy en serio. Supongo que preferirías que fuera a España, ¿no es así?

-¡España! ¡Sí, vayamos allí, mi vida! Estoy seguro de que eso te gustaría. Podríamos visitar a tu padre y a tu madrastra y al bebé -exclamó Phill muy entusiasmado-. Hasta podríamos cruzar el Canal e ir a Francia. Sé que te gustaría ir a París, Sarita.

Recordando la última vez que había visto a su padre, Sara apretó los labios.
-No te engañes, Philliphe. No tengo deseos de visitar Tres Olmos, y la idea de ver al hijo de Ruth no me atrae en absoluto. Algún día, quizá visitemos Paris, pero este año quiero ir a Santa Fe. -No sabía por qué se mostraba tan obstinada respecto de una idea que acababa de ocurrírsele. Pero cuanto más protestaba Philliphe, más firme se tornaba la decisión de ella.

Tras varios minutos de discusión, Philliphe se sentó junto al escritorio y dijo con tristeza:
-¿Estás decidida a ir, querida? ¿Nada de lo que diga te hará cambiar de idea?

-Phill, no te pongas así -bromeó Sara con suavidad-. Llevaré a Bernarda y a varios criados para estar protegida y todo saldrá perfectamente bien. Ya lo verás.

-¿Cuándo quieres que partamos? -preguntó Natban con pesar-. No podemos hacer las maletas y salir de un día para otro, sabes.

Anonadada, Sara contempló el rostro resignado de él.
-¿Nosotros? -repitió- ¿Vienes conmigo?

Ofendido, Philliphe replicó:
-¡Por supuesto que iré contigo! No imaginarás que te permitiré ir sola por esas tierras salvajes, ¿verdad? ¡Cualquier cosa podría sucederte! No pegaría un ojo sin saber si estás a salvo. ¿Qué clase de monstruo crees que soy, Sara? Sencillamente no estaría tranquilo ni disfrutaría en absoluto mientras tu estuvieras allí.

Ella se sintió emocionada.
-Philliphe, no es realmente necesario. Si me llevo a media docena de criados y a Bernarda y a otro par de sirvientas y... si nos unimos a una caravana, no tendríamos por qué correr peligro. Y una vez que esté en casa de Silvia todo estará bien.

-Sí, lo sé, pero es el viaje lo que me preocupa. No me importa confesarte que no soy un hombre particularmente valeroso y me pone nervioso pensar en los peligros que acechan una travesía de ese tipo. Pero no dormiría si no estuviera contigo. Además -agregó con sencillez-, ¡te echaría de menos!

-¡Philliphe, querido! ¿Estás seguro de que quieres venir conmigo?

-¡Claro que no quiero ir! Pero si insistes en meterte en tierras inexploradas, entonces debo ir contigo. -Con expresión de mártir, preguntó:- ¿Cuándo piensas partir? Necesitaré una semana para prepararme. No, dos semanas. Hobbins, mi sastre, no me terminará la Nueva levita hasta dentro de diez días.

Sara sonrió. Philliphe era muy coqueto con su ropa y se preguntó divertida cómo toleraría el largo y sucio viaje hasta México antes de tomar la ruta del norte hacia Santa Fe. ¡Pero de alguna forma lo lograría!, pensó con afecto.

Los días siguientes transcurrieron en un frenesí de actividades y preparativos. Sarita le escribió a Silvia, anunciándole su llegada y al cerrar el sobre rogó que la carta llegara a destino antes que ellos. Dieron las indicaciones necesarias al capataz, eligieron a los sirvientes que irían con ellos, reservaron pasajes en el vapor que los llevaría hasta Nueva Orleáns y también habitaciones en un hotel de la ciudad. Asimismo, se aseguraron un lugar en el paquebote que iba desde Nueva Orleáns a la Isla Galveston en la República de Texas.

Todo estaba listo, pensó Sara, feliz, mientras se preparaba para ir a dormir, unas tres semanas más tarde. Mañana comenzaría la aventura.

A la mañana siguiente, las cosas comenzaron a andar mal, Bernarda Gonzales tropezó con uno de los baúles y cayó por la escalera, rompiéndose una pierna.

Sara quiso postergar el viaje, pero una vez que el médico le acomodó la pierna, Bernarda dijo que era ridículo que todo se atrasara por culpa de su torpeza.

Desgarrada entre el deseo de partir y el de permanecer junto a Bernarda, Sara vaciló. Luego, tomó la decisión y preguntó con ansiedad:

-¿Realmente no te molesta que vayamos sin ti? -Por supuesto que no, querida. Charity está lo suficientemente capacitada como para ser su doncella.

Sabiendo que Bernarda tenía razón, Sara no perdió más tiempo y todo el grupo -diez criados jóvenes, dos negras risueñas, los dos sirvientes de Philliphe, dos vagones y el carruaje que transportaba a Sara y a Philliphe- partió de Briarwood tres horas más tarde de lo planeado. Llena de entusiasmo, Sara no miró atrás. ¡Por fin iba hacia el Oeste! ¡Hacia Silvia, hacia sus sueños!

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Un viaje? que bien, nos saldra algun pistolero por el camino?. Ya estoy deseando volver a leer otro capitulo , que esto promete.

Besos.


CHIQUI.

Anónimo dijo...

¿Un viaje? que bien, nos saldra algun pistolero por el camino?. Ya estoy deseando volver a leer otro capitulo , que esto promete.

Besos.


CHIQUI.

Anónimo dijo...

Jjajajajajj Chiquitina que emocionada te veo con el viaje jaajajaaj repe y todo...madre mía vaya viajecito, 6 meses? esto nos dará tiempo para conocer realmente al pistolero ajajajajaj cómo pasa el tiempo...pero no se olvida a ese hombre Ummmmmmmmmmmmm.

Besitos. Himara corazón mío no nos dejes mucho sin la continuación jajajjaja un poquito antes de irte? jjajajaj porfiiiii!!! aunque tendremos a Laurys en el 112 no? jajajjjjaaj Muaaaaaaacksss!!!!

Ayla.

Anónimo dijo...

Ay Dios mío a ver si aparece pronto Lucas Fernández, que estoy en un sinvivir. jajaja.
María A.

rosiwes dijo...

me encanta esta novela, y si me puedierais decir cual es el titulo de la novela pa comprarmela me encantaria, es preciosa,