30 octubre 2008

Pasion; La historia

La presencia de Charity en su dormitorio por la noche era una débil barrera contra el encanto de Lucas, pero fue lo único que se le ocurrió hacer a Sarita para protegerse. Por supuesto, podría habérselo pedido a su marido, pero por razones obvias no lo hizo.

Enfrentarse con Philliphe fue más fácil de lo que Sarita había creído. Le sonrió con inocencia y sintió el corazón oprimido; detestaba el papel que estaba representando. Quizá, pensó con pesar, soy mentirosa de alma, soy una adúltera perdida. Era un juicio nada justo sobre su carácter, pero ella estaba desgarrada entre la furia, la culpa y la vergüenza y no podía pensar con claridad. La culpa la ahogaba cuando pensaba en Philliphe, la vergüenza la inundaba cuando recordaba con qué facilidad Lucas había derribado sus defensas. En cuanto a la furia, le encendía el cuerpo cuando pensaba que no podía escapar de la telaraña en que estaba enredada. Pero lo haré, pensó con fiereza. ¡Lo haré!

La experiencia penosa de tener que encontrarse cara a cara con Lucas quedó postergada; don Paco mencionó de paso, mientras comían, que su hijo había llegado esa mañana, pero que había llevado a Aitor a recorrer unas tierras al este de la propiedad.
-Tendrían que estar de regreso esta noche -agregó-, pero por el momento, acepten mis disculpas por su ausencia.

Sarita estaba más que dispuesta a aceptar las disculpas y deseó con fervor que Lucas se rompiera el cuello durante el viaje, evitandole así la necesidad de continuar con esa desagradable comedia. Lo que no quiso reconocer era que la muerte de él no haría otra cosa que incrementar su sufrimiento.

Concha, al parecer, no había perdido el tiempo; ya habían corrido las noticias de que a la señora Mignon le daba miedo dormir lejos de su criada y don Paco le explicó, mientras comían el segundo plato, que no tenía nada que temer mientras estuviera en la hacienda: los comanches nunca habían escalado los sólidos muros que los rodeaban. Ella escuchó con atención, deseando poder explicarle a su amable anfitrión que no temía al enemigo de fuera sino al de dentro.

Philliphe no hizo comentario alguno mientras don Paco le hablaba a Sarita, pero ella notó que la miraba con atención. Permaneció callado y sólo cuando estuvieron solos, paseando por los jardines floridos detrás de la casa, Philliphe mencionó el asunto. Mientras examinaba un atractivo grupo de flores, preguntó en voz baja:
-¿Tienes miedo de algo, Sarita?

-¡No! ¡Claro que no! -dijo ella demasiado rápido.

Philliphe calló unos instantes. Finalmente se encogió de hombros y dijo:
-Muy bien, querida. Sólo me preguntaba a qué se debe la presencia de Charity. Nunca me pareciste quisquillosa y me llama la atención que mientras dormíamos en un carromato, lejos de la civilización, con indios salvajes rondando por allí, nunca se te movió un pelo. Sin embargo ahora, cuando nos encontramos protegidos por dos muros de piedra, te resulta necesario tener a una criada a tu lado. Es algo peculiar, ¿no te parece?

Sarita no lo miró, sino que se dedicó a contemplar ciegamente las colinas que se elevaban en la distancia. Con voz algo ahogada, dijo:
-Sé que es ridículo, pero me reconforta. Quizá no sea tan valiente como tú piensas.

-Quizá -murmuró él, observando con ojos serios el rostro de ella. Estaba seguro de que le ocultaba algo. Pero como se marcharían en unos pocos días y dejarían atrás ese lugar, no le parecía necesario investigar. Sarita se lo contaría en su momento y no iba a destruir la armonía entre ellos obligándola a revelarle todo. Inyectando una nota de ligereza a su voz, sugirió-: Bien, visto que hemos agotado ese tema y admirado los jardines, ¿qué te parece si dormimos una siesta? Tengo entendido que es lo que se acostumbra hacer a esta hora del día.

Sarita asintió de buen grado; necesitaba estar a solas para recuperar la compostura antes de tener que enfrentarse con Lucas esa noche. Pero caminando de un lado a otro por la salita de sus habitaciones, no encontró paz ni tampoco una solución. La salida más obvia era contarle todo a Philliphe, pero si lo hacía... La imagen de Philliphe frente a Lucas en el campo de duelo se le cruzó por la mente. ¡No! ¡Jamás lo permitiría!

Cuando por fin abandonó sus habitaciones para reunirse con los demás en el patio central, estaba tensa de ansiedad y furia. Pero tenía el rostro sereno, los ojos límpidos y los labios suaves y rosados.

Todos estaban allí menos Aitor y Lucas, y Sarita suspiró de alivio. Sería tanto más fácil estar con los otros cuando él llegara, en lugar de ser ella la que apareciera la última.

Doña Lola estaba sentada en uno de los sillones de metal cerca de la fuente y Philliphe, de pie junto a ella, escuchaba con cortesía lo que decía su anfitriona. Don Paco hablaba con uno de los criados a unos pocos metros de distancia. Sobre una mesa había bocadillos y refrescos. Sarita no tenía apetito y tras sentarse junto a doña Lola, aceptó una copa de sangría que le sirvió un criado.

Don Paco se les acercó, frunciendo el entrecejo con fastidio.
-Parece que Nuevamente debo disculparme por la ausencia de Lucas y Aitor -dijo, molesto-. Acabo de recibir una nota que mi hijo dejó y dice que no regresarán hasta mañana. -Indignado, masculló:- No sé en qué puede estar pensando Aitor; ¡abandonar a sus invitados de esta forma es el colmo! Sólo puedo pedirles que lo disculpen. Sucede que Lucas tiene mucha influencia sobre él. En cuanto a mi hijo, no hay excusas por su comportamiento.

La ausencia de Aitor le venía de perillas a Philliphe. -No es necesario que se disculpe -murmuró-. Sarita y yo nos conformamos con la encantadora compañía de usted y doña Lola.

Al enterarse de que no iba a encontrarse con Lucas esa noche, Sarita no supo si reír de alivio o golpear el pie contra el suelo con rabia. No era difícil adivinar por qué Lucas había esperado hasta ahora para hacerle saber a su padre que no regresarían: si Sarita lo hubiera sabido antes, probablemente habría decidido partir de inmediato. Hubiera estado a salvo de cualquier represalia hasta que Lucas regresara y no la encontrara allí... y para ese entonces, ella estaría a muchos kilómetros. "¡Malvado!", pensó con violencia. "¡Malvado, malvado!"

Sarita había adivinado bien las razones de Lucas para que nadie se enterara de que no regresarían. Y esa noche, mientras él y Aitor acampaban, pensó divertido en la probable reacción de ella. Pero fue sólo un instante; de inmediato se concentró en otros asuntos.

Habían pasado una tarde agradable después de dejar la hacienda, y el resentimiento de Aitor se había disipado un poco. Al principio los dos habían estado algo tensos, pero con el correr de los kilómetros, la conversación se volvió más natural. La situación no era la misma de antes, pero la brecha se estaba cerrando.

Mas a Aitor le llevaría tiempo deshacerse de su dolor, reconciliarse con la idea de que la mujer a la que amaba no era la diosa que él había imaginado y sobre todo comprender que el corazón de ella le pertenecía a un hombre al que él apreciaba muchísimo.

Aproximadamente una hora antes del crepúsculo, Lucas detuvo su caballo e indicó una zona rocosa sobre una pequeña elevación.
-Acamparemos allí. Está fuera de cualquier sendero y nos brindará la posibilidad de defendemos si es que llega a haber indios o bandidos mexicanos en la zona.

Aitor asintió; de pronto se dio cuenta de que no había pensado en ese tipo de peligro durante toda la tarde. Había estado ocupado con sus sentimientos heridos y con la belleza del paisaje salvaje; en ningún momento se le había ocurrido la posibilidad de que pudieran ser atacados por salvajes o bandidos. Fastidiado consigo mismo, preguntó:
-¿Crees que corremos peligro de que nos ataquen?.

Lucas lo miró desde debajo del ala del sombrero negro.
-Amigo, si quieres sobrevivir aquí en la República, siempre debes estar preparado para un ataque; en cualquier lugar y a cualquier hora.

Cuando terminaron de comer, el sol se había escondido y el aire estaba frío. Lucas encendió un fuego pequeño y ambos se recostaron contra las rocas para descansar.

Compartían un silencio amistoso; ninguno sentía demasiados deseos de conversar. Pero el repentino e inesperado grito de un puma hizo que Aitor se sobresaltara. Al verlo, Lucas sonrió y murmuró:
-¿Nervioso, amigo?

Aitor hizo una mueca.
-Un poco, quizá. Tienes que admitir que todo esto es muy nuevo para mí y me temo que todavía no he desarrollado tu indiferencia ante la posibilidad de un ataque por parte de los comanches.

Lucas se movió con impaciencia.
-No es indiferencia, Aitor, en absoluto. Es tomar precauciones para no ser sorprendido por nadie y al mismo tiempo quitarme la idea de la mente. -Chupó el cigarro y lo arrojó al fuego.- Creo que no tenemos nada que temer esta noche -dijo con tranquilidad-. Todavía no ha comenzado la época de las incursiones y ataques, y tampoco hay luna llena. Además, estamos en un lugar que ofrece buena protección.

Aitor echó una mirada a su alrededor. Había rocas a ambos lados de donde estaban y los caballos estaban atados cerca de un pequeño manantial no lejos de donde se encontraban ellos. Nadie podría acercarse a los animales sin pasar por entre los dos hombres, y de noche sería casi imposible escalar la colina rocosa sin hacer rodar algunas piedras, cosa que los alertaría de inmediato.
-Es una de las principales reglas de supervivencia aquí -dijo Lucas-. A menos que no se viaje con un gran contingente de hombres armados, nunca hay que acampar en un lugar abierto. Hay que encontrar algo, aunque sea un tronco.

-Claro, a ti te resulta natural pensar en esas cosas -masculló Aitor-; me temo que yo me hallo en mi elemento cuando estoy deambulando por las calles de Nueva Orleáns.

Lucas rió.
-¡Y yo, mi querido amigo, me siento muy incómodo en Nueva Orleáns! -Con expresión casi soñadora, agregó:- Me gustan mucho más las colinas, las praderas y los territorios inexplorados... ¡créeme!

Aitor sonrió.
-Pues tus actitudes no lo revelan. Recuerdo que mi padre decía algo como que tú eras semejante a un camaleón: te encontrabas en cualquier situación y de inmediato te adaptabas a las circunstancias, ya fuera en un baile en el palacio del gobernador o en una pelea en una fiesta popular.

-Tu padre es muy perceptivo -sonrió Lucas-. Demasiado, a veces, sobre todo cuando uno tiene algo que ocultar.

-Me adhiero a eso, primo, me adhiero -dijo Aitor con vehemencia, pensando en ciertas travesuras de la niñez que su padre había descubierto de forma desconcertante-. ¡No sucede nada sin que él se dé cuenta!

Pasaron a conversar durante algunos minutos sobre Jason Carrasco, e intercambiaron anécdotas acerca de la juventud disoluta de Jason que habían oído a través de los años. Sacudiendo la cabeza con divertida admiración, Aitor exclamó por fin:
-¡No entiendo cómo se atreve a sermonearme sobre mi falta de decoro! ¡Yo, al menos, no rapté a la hija de un conde! ¡Ni siquiera con la excusa de que lo engañó el hecho de que mamá estuviera bailando en una boda gitana!

Con expresión pensativa, Lucas musitó:
-Quizá hay cosas que él hizo que no quiere verte repetir a ti. Eres muy parecido a él, sabes.

Ofendido, Aitor exclamó:
-¡No en lo que se refiere a las mujeres, te lo aseguro! ¡Vaya, yo jamas haría...!

-Cuando hay una mujer por medio, nunca debes decir: "De esta agua no he de beber" -lo interrumpió Lucas con dureza.

Pensando en Sarita y en el terreno peligroso en que se embarcaba la conversación, Aitor vaciló un instante. Eligiendo las palabras con cuidado, finalmente preguntó:
-Piensas que Jason tiene remordimientos respecto del pasado...¿Tú los tienes?.

-Algunos -replicó Lucas en un tono que hizo que Aitor decidiera de inmediato no insistir con el tema. La conversación languideció por unos momentos, hasta que Aitor preguntó bruscamente, decidido a buscar un tema que rompiera el incómodo silencio:

-¿Qué quisiste decir acerca de la luna llena y la época de los ataques? Creía que los indios atacaban en cualquier época.

-Y es así -respondió Lucas, esforzándose él también por cerrar la brecha momentánea-. Pero como todos los animales de presa, prefieren la luna llena. Los españoles la llamaban la luna comanche. En cuanto a la época, la mayoría de los ataques los hacen en la primavera cuando los pastos crecen tupidos y verdes, luego durante todo el verano hasta que llegan las cacerías otoñales de búfalos. -Con una sonrisita extraña en su boca expresiva, Lucas murmuró:- No hay otra forma de vida como esa. No puedes impedirle a un comanche que ataque y saquee, de la misma forma en que no puedes impedir que un águila levante el vuelo.

Inquieto por esa sonrisa, pero sin saber por qué, Aitor clavó un palo en las brasas. De pronto comprendió por qué se sentía turbado y preguntó con dificultad:
-¿Alguna vez...? Quiero decir, cuando estabas... ¿Tomaste parte en...?

-Sí -respondió Lucas con sencillez, interrumpiendo los balbuceos de su primo.

-¿Quieres decir que cabalgaste con esos asesinos demoníacos y realmente participaste en los ataques a blancos? -preguntó Aitor, indignado-. ¿Cómo pudiste hacer algo así?

Imperturbable, Lucas explicó:
-Olvidas, creo, que sólo tenía dos años cuando mi madre y yo fuimos capturados por los comanches. Ella murió antes de que yo cumpliera tres años y con ella murieron los recuerdos de otra vida. La hacienda, mi padre, aun don Lorenzo... ninguno de ellos existía en mi memoria. ¿Cómo podría no haberlo hecho?

-Pues pienso que deberías haber sabido por instinto que estabas atacando a los de tu raza -replicó Aitor con obstinación-. ¿Nunca te cuestionaste lo que hacías? -Su voz se convirtió en un gruñido.- ¡Supongo que ahora vas a decirme que disfrutabas de los ataques!

El silencio respondió a sus palabras. Lucas encendió un cigarro y luego miró a Aitor a los ojos, con una expresión fría y distante en el rostro. Aitor se maldijo por su torpeza.
-No debería haber dicho eso -murmuró-. Es sólo que...

-Tenía doce años cuando participé en un ataque por primera vez y sí, disfruté al hacerlo -lo interrumpió Lucas con serenidad-. Tenía trece cuando robé mi primer caballo y maté a mi primer blanco, llevándome su cuero cabelludo como trofeo. Un año más tarde, violé a una mujer por primera vez y tomé mi primer prisionero. Cuando llegué a los diecisiete años, había estado atacando con los guerreros durante cinco años, poseía cincuenta caballos, tenía mi propia carpa hecha con piel de búfalo, tres esclavas y varios cueros cabelludos adornando mi lanza y mi brida. -No había vergüenza ni arrepentimiento en su voz y los ojos negros se mantuvieron fijos en los de Aitor.- ¡Era un comanche! -dijo, casi con orgullo-. Uno de los nermernuh, "el Pueblo" y vivía según sus costumbres. -Su voz se enronqueció de pasión y por un mo mento perdió ese aire de indiferencia en el que solía envolverse. Tomando conciencia de ese hecho, Lucas respiró hondo y dijo con voz más serena:- Era un joven guerrero de una banda de comanches antilopes, los kwerharrehnuh y mi camino a la gloria, mi derecho a hablar en un concilio, mi derecho a tener esposa, mi riqueza, mi razón de vida era incursionar, violar, robar y matar. ¡No te quepa ninguna duda, Aitor, de que hice todas esas cosas, disfrutando al hacerlas!

Azorado, Aitor lo contempló en silencio. No sabía si se sentía espantado e indignado por lo que había oído o extrañamente excitado y admirado por la forma salvaje en que Lucas había vivido. Furioso consigo mismo, descubrió que quería saber más, mucho más sobre esa época de la vida de su primo de la que nadie jamás hablaba. Lo atraía de alguna forma misteriosa y secreta y tuvo que admitir con pesar que quizás había heredado de su padre algo más que la apariencia física.

Lucas fumaba en silencio. Se sentía vacío, seco; esta había sido la primera vez que había hablado con alguien sobre su vida con los comanches y descubrió que tenía recuerdos y sentimientos que creta haber desterrado mucho tiempo atrás. No era agradable saber que las ansias de sangre corrían todavía con fuerza por sus venas. Con qué facilidad volvería atrás, pensó, recordando la alegría salvaje y bárbara de aquellos tiempos. Miró a Aitor, curioso e indiferente a la vez a la reacción de su primo.

Aitor seguía mirándolo, pero no había espanto ni censura en sus ojos. Lucas arqueó una ceja y dijo con tono burlón:
-¿No hay comentarios? Eres siempre tan locuaz y rápido para responder que tu silencio me resulta incomprensible. ¿Estás buscando palabras duras, Aitor?

-No -admitió el joven con sinceridad-. Estaba pensando qué fina es nuestra capa de civilización. Por un lado, lo que acabas de contarme me resulta horroroso, pero por el otro...

-Por el otro, descubres que atrae todo lo que hay de salvaje e indómito dentro de ti -terminó Lucas con ironía-. No eres el único; más de un prisionero recuperado escapó de sus salvadores y corrió de nuevo hacia los comanches.

-¿Por qué no lo hiciste tú?

Lucas emitió una risa amarga.
-¡Porque, amigo mío, mi abuelo se encargó de que no tuviera oportunidad de regresar!

-Pero cuando estabas en España, sin duda no te vigilaban todo el tiempo.

-No, no era necesario. Cuando don Lorenzo se propuso recapturarme la suerte jugó de su lado; no sólo me encontró sino que cuando me atrapó, por desgracia yo estaba con los dos comanches a quienes creía mi padre y mi hermano mayor. Si hubiera sabido quién nos había atrapado, esa información no habría sido revelada. Pero creímos que nos habían atrapado unos bandidos mexicanos y no se me ocurrió que me habían estado buscando a mí hasta que fue demasiado tarde. Para asegurarse de que yo colaboraría, don Lorenzo me explico con cuidado y en detalle qué les sucedería a Cuerno de Búfalo, mi padre adoptivo y a Caballo Erguido, su hijo, si yo no hacía lo que él me decía.

Aitor silbó por lo bajo. Ahora comprendía los motivos que había tenido Lucas para hacer muchas de las cosas inexplicables que había hecho: ¡cómo casarse con Ruth, por ejemplo! Se movió, inquieto; no sabía qué decir y tampoco quería abandonar el tema. Al ver la expresión remota en el rostro de Lucas, decidió no preguntar nada más sobre don Lorenzo y murmuró con curiosidad:
-¿Alguna vez has vuelto con los comanches?

-Sí -respondió Lucas de inmediato-. Pero cuando lo hice, descubrí que don Lorenzo y sus curas y maestros habían hecho bien su trabajo y si bien los comanches me veían como a un hijo recuperado, yo no podía ya vivir según sus costumbres. Conocía demasiado sobre el mundo. En contra de mi voluntad, me había convertido en el nieto español que don Lorenzo quería tener... a cualquier costo.

Aitor quería seguir interrogándolo, pero algo le advirtió que su primo no seguiría hablando de eso. Estaba en lo cierto, pues un segundo más tarde, Lucas apagó el cigarro y dijo en voz baja:
-Creo que ya hemos hablado bastante de mi pasado, ¿no te parece? -Apoyó la cabeza contra la montura, se bajó el sombrero hasta la nariz- y cubriéndose el cuerpo con el sarape, agregó:- Buenas noches.

Aitor tenía la cabeza llena de comanches y aventuras de Lucas, peró finalmente logró dormirse. En ningún momento pensó en Sarita ni en su propio corazón destrozado. Para Lucas no fue tan fácil. El sombrero ocultaba el hecho de que seguía despierto. "Demasiado despierto", pensó, cambiando de posición sobre el suelo duro.

Había sido muy difícil responder a las preguntas de Aitor, hablar con tanto descuido de aquella época con los comanches. No porque le trajera recuerdos dolorosos; habían sido los años más felices de su vida. En aquel entonces no habían existido lealtades divididas, ni abismos negros de culpa como cuando pensaba que estaba aliado con los blancos, cuya codicia por las tierras podía causar muy bien la muerte del estilo de vida orgulloso y libre de los comanches.

Cuando se dio cuenta de que era inútil tratar de dormir, Lucas hizo a un lado el sarape y se incorporó. Removió las brasas y logró encender otro cigarro. Estaba inquieto; su mente se detenía demasiado en una parte de su vida que había mantenido siempre bajo llave. Miró a Aitor con rabia. ¡Al diablo con él! Si no le hubiera hecho esas preguntas...

Lucas dio una chupada al cigarro y contempló lo que quedaba de las brásas. No, admitió lentamente, no eran los recuerdos de los años con los comanches lo que le perturbaba, era el tiempo de sufrimiento que siguió a su regreso a la civilización, a la vida que le correspondía al hijo de una noble familia española.

Aun ahora, unos quince años más tarde, recordaba la furia frenética de aquellos días, días que había pasado encadenado como un animal en un sucio sótano provisto por don Lorenzo. No había sol para calentarle la piel sedienta, no había cielos azules que lo llenaran de placer, sólo oscuridad y humillación. Alrededor del tobillo, todavía tenía la cicatriz de ese brutal encarcelamiento; había luchado como un animal salvaje para escapar del anillo de hierro que lo aprisionaba, hasta que su tobillo se convirtió en una masa sangrienta de piel y carne desgarradas. Y durante todo el tiempo, don Lorenzo lo había observado, lejos de su alcance. La barba negra y los bigotes curvados le daban un aspecto demoníaco. Lucas maldijo en voz baja. ¡Madre de Dios, cómo despreciaba a su abuelo!

La raza comanche era cruel, admitió Lucas, pero la de ellos no era la crueldad calculada que había practicado su abuelo día tras día, hora tras hora, mientras trataba de quebrar el espíritu de Lucas y convertirlo en un debilucho que obedeciera ciegamente sus órdenes. Pero de algún modo, a pesar de las torturas, él logró mantenerse desafiante e indómito. Finalmente, don Lorenzo lo derrotó agitándole ante los ojos el destino de Cuerno de Búfalo y Caballo Erguido, a quienes tenía prisioneros.

Para que ellos pudieran seguir con vida, Lucas aprendió el idioma español, como lo exigía su abuelo; por ellos estudió los libros y programas confeccionados por los curas de su abuelo; por ellos permitió que le cambiaran el aspecto y le enseñaran los modales y costumbres del heredero de un apellido ilustre. Si don Lorenzo no hubiera amenazado a su familia comanche, Lucas se hubiera dejado morir de inanición antes de obedecer una sola orden.

Don Lorenzo, decidido a que nadie interfiriera en sus planes, no había revelado sus acciones al padre de Lucas. No fue hasta diez meses más tarde cuando Lucas, sin sus trenzas gloriosas, con un español comprensible y muy incómodo dentro de los pantalones ajustados y una impecable camisa blanca, presentó su rostro hostil al padre que no había creído volver a verlo. Don Paco rebosaba de felicidad y aun a los ojos desconfiados de Lucas resultó obvio que sus sentimientos eran verdaderos. Al recordar las lágrimas en los ojos de su padre, Lucas se movió, inquieto. Nunca había querido el amor de don Paco pero a su modo, se sentía agradecido. Fue la presencia de su padre lo que volvió los dos años siguientes más tolerables y en ocasiones, casi agradables.

Pero hubo tiempos muy desagradables también, pues Lucas no se resignaba a esa vida de prisión. Deseaba con todo su ser volver a la libertad de su vida anterior, pues para él, esa era la vida digna de un hombre. Pero después de un intento frustrado de liberar a su familia comanche del cautiverio, cegado de ira tuvo que abandonar sus planes para siempre. La venganza de don Lorenzo fue rápida y salvaje: ordenó con tranquilidad que a Cuerno de Búfalo le cegaran de un ojo y declaró con indiferencia que la próxima vez perdería el otro. Y por supuesto, todavía quedaba Caballo Erguido... Lucas fue obligado a ver cómo cegaban a su padre adoptivo y después de eso no hubo más intentos de fuga.

Pero don Lorenzo no había ganado todas las batallas, pensó Lucas, mientras arrojaba el cigarro a las brasas. No, algunas, no. Recordó con placer la expresión de su abuelo cuando él se negó a ir a España... a menos que liberaran a sus parientes adoptivos.

Al ver que Lucas no cedería, por más castigos y torturas que pudieran infligírsele, don Lorenzo accedió a liberar a Cuerno de Búfalo si Lucas iba a España, pero de ninguna manera liberaría a Caballo Erguido. No fue una victoria para ninguno de los dos hombres.

Lucas odió España, odió a los curas del monasterio adonde lo enviaron para que se refmara, odió la actitud condescendiente de los españoles que conoció, pero lo que más odió fue el país, pues había criado a su abuelo... y a Ruth.

La libertad de Caballo Erguido fue el precio del casamiento de Lucas con Ruth Castro y Gutiérrez. Nuevamente don Lorenzo se enfureció porque su nieto le imponía condiciones; no parecía importarle que ahora por fin tenía un heredero que parecía ser todo lo que uno podía desear. Jamás podría perdonarle a Lucas la sangre comanche que corría por sus venas.

Así fue como Caballo Erguido terminó su cautiverio; y a los veinticuatro años, Lucas se casó con una mujer que lo despreciaba por las mismas razones que lo despreciaba su abuelo.

Una risa amarga escapó de los labios de Lucas, mientras él contemplaba los restos de fuego. Ruth y su abuelo tendrían que haberse casado. ¡Qué yunta de víboras habría sido esa!

Quizá si Ruth hubiera tratado de encontrarse con él a mitad de camino, el malhadado matrimonio podría haber funcionado, pues al principio Lucas no la odiaba. No le gustaba, pero tenía la esperanza de poder llegar a sentir afecto por la mujer con quien lo habían obligado a casarse.

Durante los primeros tiempos sintió compasión por ella, pues Ruth tampoco había podido elegir; la familia Gutiérrez se había mostrado encantada de que una de sus hijas se casara con un miembro de la poderosa y rica familia Fernandez, sobre todo visto que se trataba del propio heredero.

Al pensar en la forma en que había muerto Ruth, Lucas hizo una mueca de dolor. Ni siquiera Ruth se merecía ese fin. Pero luego recordó que la propia obstinación de ella había desencadenado todo. Si no hubiera estado tan apurada por abandonar la hacienda, no se habría cruzado con la banda de indios. Pero era imposible saberlo, el destino siempre nos alcanza cuando menos lo esperamos. La muerte de ella había sido un golpe para Lucas y le resultó una ironía de la vida que ella hubiera muerto a manos de la gente que más despreciaba.

"¡Dios!", pensó Lucas, estirando las largas piernas. ¿Para qué perdía el tiempo cavilando sobre cosas que habían sucedido tanto tiempo atrás? ¿Por qué dejaba que los recuerdos lo acosaran de esa forma?

Miró la figura inerte de Aitor y tomó conciencia de que el cariño lo volvía a uno débil, vulnerable. Ni siquiera cuando había negociado por las vidas de sus parientes adoptivos se había sentido así. Querer a alguien, decidió con amargura, era una trampa en la que se cuidaría de no volver a caer.

El frío de la noche se le metió hasta los huesos y Lucas se recostó y volvió a cubrirse con el sarape. Era extraño cómo el hecho de pensar en el pasado lo había puesto en paz consigo mismo, como si al enfrentarse con los recuerdos, estos hubieran perdido su capacidad para herirlo. El odio que sentía hacia su abuelo seguía allí, pero el dolor y el sufrimiento habían desaparecido. "Quizá", pensó, soñoliento, "Aitor me hizo un favor al hacerme esas preguntas". Esbozó una sonrisa y se quedó dormido.

* Aquí tenéis mas Pasión niñas, siento el retraso pero estoy liadisima con el curro. besos mis churris.

Os quiero

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Que historia tan tragica, pobre niño como ha sufrido, pero eso pronto va a terminar , porque cuando se de cuenta del amor que siente por Sarita encontrara la felicidad,(eso espero).
Gracias Himara por ponernos otro capitulo, no te canses mucho cielo.Besos y un abrazo.


CHIQUI.

Anónimo dijo...

Verdaderamente nuestro pistolero ha tenido una vida dura y desde que lo encontraron ha estado rodeado de arpías, su abuelo, su mujer.....menos mal que ha encontrado a su chica, aunque todavía no quiera reconocerlo.

Himara, ¡¡QUIERO MÁS!!!

Un besote. Blue

Anónimo dijo...

"Querer a alguien era una trampa en la que cuidaría no volver a caer..."

Eso no sé lo cree ni él (ni nosotras,claro).

Ay, que historia tan.... dura y triste la de nuestro hombre... pero.... ahora... tiene que llegar su PASIÓN (desbocada, espero)

Genial, sigue pronto pro favor.

María A.

Anónimo dijo...

Cómo me gustaaaaaaaa ese comancheeeee!!! si... el Cuerno de Búfalo y el Caballo Erguido eran unos soles al lado de la yunta de víboras cómo les llama Lucas, Ufffffff vaya vida que se ha pasado el pistolero... pobrecito cómo para no saber defenderse y no me extraña que sea tan desconfiado...pero Lucaaaaaas ahora nooo, que tienes delante de tus ojos la felicidad y no lo ves...ayyyyyyyy a ver si tenemos otra noche de pasión y le animamos un poquito más jajajajjj y nosotras con él Ummmmmmmmmm.

No tarde mucho Himarita que te esperamos con los brazos abiertos y el corazón encogido, Besitos.

Ayla.