28 noviembre 2008

Amor en el desierto; Primer encuentro

Mariano Moreno Fernández estaba sentado frente a la ventana de su estudio y su rostro tenia una expresión sombría. Cavilaba acerca de su hermano mayor, Lucas, a quien nunca había entendido. Lucas había sido un niño silencioso y retraído, y la convivencia con su padre los últimos años no había mejorado su carácter.

Lucas se había mostrado descontento desde su regreso a Madrid, un año antes, para asistir a la boda de Mariano. Este había tratado de convencerlo de que permaneciese en España, con la esperanza de que su hermano acabara casándose, se asentara y formase una familia. Pero Lucas se había convertido en un bárbaro después de vivir tanto tiempo con su padre en el desierto. Mariano y su esposa Marina habían presentado muchas jóvenes a Lucas, pero éste las había despreciado a todas.

Mariano no podía entender la actitud de Lucas, su hermano. Sabía que podía ser un hombre encantador y cortes si se lo proponía, pues trataba a Marina con el mayor respeto. Pero a Lucas no le importaba en lo más mínimo lo que la sociedad pensara de él. Se negaba a representar el papel de caballero, por mucho que le molestase a Mariano.

Lucas había llegado hacia dos días después de pasar un mes en la propiedad que los hermanos tenían en el campo. Siempre demostraba un dominio desusado de su propio carácter, pero se encolerizó cuando Mariano le habló del baile que se ofrecería aquella noche.

—¡Si tu plan es arrojarme en brazos de otras señoritas de sociedad como las que ya conozco, te juro que abandonaré definitivamente la ciudad! –explotó Lucas—Mariano, ¿cuántas veces tendré que decirte que no busco esposa? No quiero tener una mujer emperifollada y fastidiosa que me obligue a perder el tiempo. Tengo mejores cosas que hacer que lidiar con una mujer.—Lucas se paseó agitado de un extremo al otro de la habitación—. Si deseo una mujer, la tomo, pero sólo para pasar una noche placentera, sin ataduras. No deseo que me sujeten. Maldita sea, ¿cuándo os meteréis eso en la cabeza?

—Pero, ¿qué ocurriría si un día te enamoras... como yo me enamoré? En ese caso, ¿te casarás? –se había atrevido a decir Mariano, consciente de que el ladrido de su hermano era peor que la mordida.

—Si llega ese día, por supuesto me casaré. Pero no alimentes esperanzas, hermanito, porque ya he visto lo que esta ciudad puede ofrecerme. Nunca veras ese día.

“Bien –pensó Mariano, sonriendo para sí—; era posible que Lucas se sorprendiese esa noche, durante la fiesta.” Abandonó bruscamente la silla, y subió por la escalera, tres peldaños por vez. Estaba muy alegre, y tras descargar varios golpes sonoros en la puerta de su hermano, se asomó al interior. Lucas estaba sentándose en la cama y se frotaba los ojos para disipar el sueño.

—Muchacho, es hora de vestirse –dijo perversamente Mariano—. Y usa tus mejores prendas. Querrás seducir a todas esas damas, ¿verdad?

Mariano se apresuró a cerrar la puerta cuando una almohada golpeó fuertemente contra la madera. Rió estrepitosamente mientras caminaba por el corredor, en dirección a su habitación.

—¿Qué te divierte tanto, Mariano? –preguntó Marina cuando su marido entró en la habitación riendo todavía.

—Creo que esta noche Lucas recibirá su merecido y ni siquiera lo sabe –contestó Mariano.

—¿De qué estás hablando?

—De nada, querida, ¡absolutamente de nada! –exclamó.

Alzó en brazos a su esposa y comenzó a describir rápidos círculos en el centro de la habitación.

Lucas Fernández, usaba el apellido español de su padre, estaba irritado. El día anterior había discutido con su hermano acerca de las mujeres y el matrimonio y ahora Mariano seguía insistiendo.

—Mira cuántas bellezas elegibles en éste salón –decía su hermano, con un guiño de sus ojos verdes—. Es hora de que sientes la cabeza y des un heredero a los Fernández.

Mariano estaba exagerando. Lucas se pregunto cuál sería su juego.

—¿Pretendes que elija esposa, y que sea una de estas jóvenes retrasadas de nuestra sociedad? –dijo sarcásticamente—. Aquí no veo a nadie a quien me apetezca invitar ni siquiera a mi dormitorio.

—Lucas, ¿por qué no bailas? –dijo Marina, que se había acercado—. Que vergüenza, Mariano, estás impidiendo que tu hermano conozca a estas bonitas jóvenes.

Apoyó el brazo en el de Mariano.

Lucas siempre sonreía para sus adentros cuando Marina llamaba “jóvenes” a las muchachas de su propia edad. Marina tenia apenas dieciocho años, y era muy hermosa, con sus grandes ojos gatunos y los cabellos castaño claro. Mariano la había desposado hacia apenas un año.

Lucas replicó con buen humor:

—Querida, cuando encuentre a una doncella tan bella como tú me sentiré muy feliz de bailar toda la noche.

En ese momento Lucas vio a Sara, que estaba apenas a un metro de distancia. ¡Parecía una visión! Nunca hubiera creído que una mujer pudiese ser tan bella.

Ella lo miró antes de volverse, pero en aquel momento la imagen femenina quedó grabada para siempre en la mente del hombre. Los ojos lo fascinaron, oscuros anillos de azul marino alrededor de un centro verde claro. Los cabellos eran una reluciente masa dorada de rizos y algunos mechones sueltos le cubrían parcialmente el cuello y las sienes. Tenia la recta y angosta y los labios suaves y seductores, como hechos para ser besados.

Llevaba un vestido de satén azul zafiro oscuro. El escote permitía entrever los pechos suaves y redondos, y varias cintas celestes destacaban la cintura angosta. Era perfecta.

Vino a interrumpir la mirada de Lucas la mano que Mariano agitaba frente a sus ojos. Finalmente, desvió la vista hacia su hermano que sonreía.

—¿Estas aturdido? –rió Mariano—. ¿O será que la señorita Miranda ha atraído tu mirada? ¿Por qué crees que he insistido tanto en vinieses esta noche? Vive con su hermano en Valencia y ha venido a Madrid a pasar la temporada. ¿Te gustaría conocerla?

Lucas sonrió.

—¿Es necesario que me lo preguntes?

Sara vio a un hombre que la miraba groseramente. Poco antes había oído sus comentarios hacia las damas que estaban en el salón. Quizás era la misma persona cuyos malos modales eran tema de conversación en Madrid.

Se volvió al advertir que se acercaba. Tenia que reconocer que era el hombre más apuesto que había visto jamás; pero entonces recordó que en realidad había vivido aislada y había conocido a muy pocos hombres.

—Discúlpame, Gonzalo –dijo a su hermano—. Pero aquí hace muchísimo calor. ¿Podríamos pasear por el jardín?

Dio un paso, pero la detuvo una voz a su espalda.

—Señorita Miranda.

Sara no tuvo más remedio que volverse. Vio unos ojos oscuros, casi negros. Se sintió sobrecogida. Pareció que transcurría una eternidad antes de que ella volviese a oír las voces.

—Señorita Miranda, nos conocimos ayer, en el parque... y usted dijo que asistiría a esta fiesta. Lo recuerda, ¿verdad?

Sara se volvió finalmente hacia el joven regordete y su esposa.

—Sí, lo recuerdo. Mariano y Marina Fernández, ¿no es así?

—En efecto –dijo Mariano—. Me gustaría presentarle a mi hermano, que también esta de visita en la ciudad. La señorita Sara y el señor Gonzalo Miranda; mi hermano, Lucas Fernández.

Lucas Fernández estrecho la mano de Gonzalo, y besó la de Sara, y cuando lo hizo ella sintió que un estremecimiento le recorría el brazo.

—Señorita Miranda, me sentiría muy honrado si me concediera la próxima pieza –dijo Lucas Fernández, sin soltarle la mano.

—Lo siento, señor Fernández, pero me disponía a dar un paseo con mi hermano. Aquí hace muchísimo calor.

¿Por qué estaba ofreciendo explicaciones a ese hombre?

—Entonces permítame acompañarla, por su puesto con el permiso de su hermano –miró a Gonzalo.

—Ciertamente, señor Fernández. Acaba de ver a un conocido con quien deseo hablar, de modo que usted me hará un favor.

Ella pensó irritada: “Oh, Gonzalo, cómo puedes hacerme esto”. Pero Lucas Fernández ya la guiaba entre los grupos de invitados, en dirección a las puertas de salida. Cuando se detuvieron en la terraza, Sara retiró inmediatamente su mano de la mano de Lucas. Caminaron unos pasos antes de que ella volviese a oír otra vez la voz profunda del hombre.

—Sara, tiene un nombre encantador. ¿Esa excusa del calor ha sido un modo femenino de atraerme aquí?

Ella se volvió para mirarlo y lo hizo con movimientos muy lentos, las manos en las caderas y los ojos chispeantes.

—¡Vaya vanidoso insufrible! Su orgullo me abruma. ¿Esta seguro de que esta jovencita tonta es digna de que usted la invite a su dormitorio?

Sara no vio la expresión de asombro del rostro de Lucas cuando ella se volvió para regresar al salón. Tampoco vio la lenta sonrisa que reemplazaba a la expresión de asombro.

“Que me ahorquen –pensó él, moviendo la cabeza—. No es ninguna tonta jovencita. Es una viborita. Vaya si me ha desairado.” Cerró los ojos y la vio frente a él y comprendió lo que necesitaba. Pero era indudable que la cosa había empezado mal, porque desde el primer minuto ella le había demostrado antipatía. Bien, no estaba dispuesto a renunciar. De un modo o de otro, la tendría.

Lucas regresó al salón y vio que Sara estaba a salvo, con su hermano. La observó la noche entera, pero ella se las arregló para evitar su mirada. Lucas decidió mantenerse a distancia, porque no tenía sentido empeorar todavía más la situación. Le daría una oportunidad de calmarse durante la noche y a la mañana siguiente renovaría sus ataques.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Jjajajajaja ha dado con un hueso duro de roer el Luquitas jajajajaj que carácter tiene la niña... pero poco la va a durar con ese hombre jajajaajjaaj Continua Himara que esto se pone interesante jajajaaj

Besitos.

Ayla.

Anónimo dijo...

Bueno, bueno, esto empieza a ponerse muuuy interesante, ¡será por cabezonería!!!. A ver qué hace Fernández.

Un besote.
Blue.

Anónimo dijo...

Buenoooo, ya estamos como siempre..... Lucas que la ve...y Sara que se hace la interesante... esto promete!!!!!.

Sigue prontito y gracias un día más.
María A.