27 noviembre 2008

Corazon salvaje; La promesa

-No tengo palabras con qué agradecerle el gran favor que va usted a hacerme, señora Castro. La molestia de llevar consigo a Gonzalo...

-Por Dios, amiga mía. Si esa no es molestia; al contrario. ¿Qué más puedo querer yo, para este viaje en el que voy sola con mis dos niñitas, que la compañía de un muchacho como Gonzalo, que es casi un hombrecito ya?

-Confío en que sepa ser un caballero.

-Le repito que estoy encantada. Y hay que ver lo bien que se lleva con mis pequeñas, y más aún que con la mayor, que es tan suave, con esa revoltosa de la pequeñita...

Es en el despacho del capitán del puerto de Saint-Pierre, junto a los muelles en que aguarda un barco listo a partir rumbo a Francia. Allí es donde charlan Sonia Fernández y la parienta del Gobernador, Lola Castro, una mujer madura, tímida y bondadosa, de ademanes suaves, que mira con ternura al grupo que forman a corta distancia, al otro lado de la ancha puerta abierta, Gonzalo Fernández y las dos pequeñas Castro, de nueve y siete años. La mayor es delgada y fina, inquieta y nerviosa, de grandes ojos claros. La más pequeña, de rostro sonrosado y ojos ardientes, tiene en sus pocos años la exuberancia de los frutos del trópico.
-Mi Gonzalo necesita olvidar muchas cosas desagradables. Este viaje es el mejor remedio para él...
-Es usted muy valerosa separándose así de su único hijo.
Repito que la admiro. Además, supongo que tratará de cumplir con esto la última voluntad de su esposo...
-Efectivamente... -Forzada a mentir, Sonia Fernández se ha mordido los labios; luego sonríe con esfuerzo, cambiando el espinoso tema de la conversación- Sus niñas son preciosas. Me habló mucho de ellas el primo de usted, el Gobernador. ¿Cuál es Silvia?
-La más pequeña...

-La mayor es Sara, ¿verdad? Ya sé que, por empeño de su padre, van a educarse a Francia.

-Mas yo no soy tan heroica como usted, y no las dejo ir solas aun cuando tenga que separarme de mi esposo. Pero creo que le buscan a usted...

-¡Ah, si! Es Miranda... Con su permiso...
-Todo está en orden, y el barco a punto de zarpar. Acabo de entregar al sobrecargo los últimos papeles de Gonzalo y, por lo tanto, mi misión está terminada -explica el notario.

-Muchas gracias Miranda. ¡Oh, aguarde! ¿No quiere acompañarme hasta dejar en el barco a Gonzalo?

-Será un gran honor -acata Miranda, pero el tono con que lo dice es francamente seco, casi hostil.

-Comprendo que está disgustado conmigo. Le traté bruscamente la última vez que hablamos -intenta disculparse Sonia.

-Olvide ese asunto, señora. No tiene la menor importancia.

-Entonces, ¿me permite hacerle una pregunta indiscreta?

-Desde luego, aunque no le prometo contestarle.

-Le agradeceré mucho que me responda. ¿Buscó usted a ese muchacho que mi esposo quería recoger? ¿Tiene alguna noticia de Lucas... del Diablo?

-La noticia que tengo es buena para usted, aún cuando a mí, sinceramente, me ha apenado.

-Espero que no le habrá ocurrido alguna desgracia...

-Todavía no, mas será muy raro que volvamos a saber de él.

-¿Por qué?

-Tras mucho averiguar, he tenido noticias de que embarcó como grumete en una goleta de carga que zarpaba rumbo a Jamaica. No supieron darme el nombre de la goleta ni de su capitán, por lo que considero totalmente perdida la pista del muchacho. Lo siento... lo siento... El me había pedido que lo dejase en mi casa como sirviente y, después de todo, hubiese sido lo mejor. ¿Pero quién podía adivinar... ? En fin, mire usted por dónde los dos pequeños van a estar al mismo tiempo cruzando el mar... -La sirena del buque, que está pronto a zarpar, le interrumpe con la estridencia de su sonido- Ese es el barco que se lleva a su hijo. ¿Vamos?

El barco que se lleva a Gonzalo ha dejado atrás el promontorio de rocas en el que se alza el faro, y, con la proa apuntando hacia altamar, apresura la marcha. De pie junto a la baranda de cubierta, creyendo sentir aun sobre el rostro los besos y las lágrimas de su madre, Gonzalo mira aquella tierra que se aleja, teniendo a cada lado a una de las pequeñas Castro, Silvia sonríe, mientras Sara se seca una lágrima. Y como una promesa a aquella tumba que dejara en el cementerio de Campo Real, como un grito de su corazón de doce años. Gonzalo ofrece,
-Volveré pronto, papá. ¡Volveré... para buscar a Lucas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias , Himara .

elisabet

Anónimo dijo...

Ya han hecho aparición las señoritas que mucho me temo van a tener que ver mucho entre los hermanastros jajajajjajj desde luego Gonzalo da la sensación de haberle cogido cariño al Diablo ¿?

Besitos Himara.

Ayla.