16 noviembre 2008

Pasion; Carlota Fernandez

¡De modo que este era el aterrorizador don Lorenzo, pensó Sarita mientras lo observaba por el rabillo del ojo. "Qué cara fría y altiva tiene", se dijo; "hasta sus bigotes parecen curvarse con desdén".

Sin apartar los ojos de reptil del rostro de Sarita, anunció con tono autoritario:
-Los sirvientes tienen la orden de recoger sus cosas. No me parece correcto que usted resida en casa de mi nieto con nada más que la señora López como acompañante. Y como yo y los demás miembros de mi familia no nos ensuciaremos los pies entrando en la casa de Abel Silva, usted vendrá con nosotros esta misma tarde. -Al ver la expresión azorada y furiosa de Sarita, añadió con tono condescendiente:- Doña Lola la está esperando en la hacienda que usa la familia cuando hay necesidad de pernoctar en San Antonio.

Sarita se tragó el comentario iracundo que iba a brotarle de los labios y abriendo enormes ojos inocentes, dijo con voz almibarada:
-¿También su nieto, Lucas?

Don Curtis apretó los labios.
-¡No! ¡El prefiere hacer ostentación de su sangre plebeya y vive en la casa de un trampero gringo -Echó una mirada fulminante a don Paco y agregó:- Me ofendí mucho al enterarme de que hay otros en mi familia que no piensan lo mismo... ¡Pero le aseguro que no volverá a suceder! Pero eso no tiene nada que ver con usted -terminó con altivez-. Vendrá con nosotros. Nos sigue un carruaje y tendrá justo el tiempo para prepararse y partir antes de que llegue. -Al ver que Sarita se disponía a protestar furiasamente, rugió:- y no discutiré con usted. No tengo tiempo para perder intercambiando comentarios con una mujer.

Sarita respiró hondo, luchando por controlarse. Levanto el mentón con gesto desafiante, se enfrentó con la mirada dura de don Lorenzo y dijo con frialdad:
-Muchas gracias por su amable proposición, pero prefiero quedarme donde estoy. Si yo decido que no está bien que permanezca aquí, entonces me mudaré a un hotel. Podrá intimidar a su familia -añadió con desdén-, ¡pero a mí no me atemoriza en absoluto!

Los ojos negros se entornaron y una sonrisa irónica se dibujó en el rostro avejentado.
-Tiene carácter -dijo a don Paco con aprobación, como si Sarita no estuviera allí-. Una cierta dosis de carácter es buena en una mujer. Tendría que engendrar hijos vivaces, dignos del apellido Fernández..

Sarita lanzó una exclamación de asombro y furia que se perdió en el alboroto causado por los sirvientes de Lucas que salían en ese instante con un baúl y una maleta de ella. Los criados parecían incómodos y vacilantes y era obvio que, si bien les molestaba que el despótico anciano les diera órdenes, le tenían demasiado miedo como para no obedecer le. Pero Sarita no. Con los ojos verdes relampagueando de ira, exclamó:
-¡Maldición! ¡Esperen un minuto! ¡Dejen esas maletas! ¡No iré a ninguna parte! -Atravesó la galería con pasos rápidos y se detuvo en el segundo peldaño, fulminando a don Lorenzo con la mirada.- ¡En primer lugar, no tiene ningún derecho de dar órdenes a criados que no son suyos! -le espetó-. ¡Y lo que es más importante aún, no tiene ninguna autoridad sobre mí! ¡De modo que olvide cualquier idea que pueda tener respecto de sacarme de esta casa!

Don Curtis la miró de arriba abajo, mientras pensaba que había sido muy astuto al prever su tonta obstinación. Era evidente que ella no iba a aceptar sus órdenes y subirse dócilmente al coche cuando este llegara, así que tendría que ser por la fuerza. Con una expresión aburrida en el rostro altanero, chasqueó los dedos y antes de que Sarita se diera cuenta de lo que sucedía, alguien la levanto y la depositó sobre la silla de montar, delante de Curtis. El caballo se movió inquieto al sentir el peso adicional de ella y el pomo del arzón de la silla se le clavó en la cadera cuando ella trató desesperadamente de liberarse de Curtis.

Don Paco, que había permanecido en silencio, observando con reprobación cómo su padre dominaba la escena, de pronto protestó con violencia ante lo que estaba sucediendo, pero una brusca réplica de su padre le hizo callar Nuevamente. Miró a Sarita con compasión como queriendo disculparse, pero no hizo nada para detener lo que era prácticamente un rapto. En ese instante Sarita comprendió que don Paco siempre cedería ante un hombre más fuerte.

Don Lorenzo, haciendo caso omiso de las protestas de Sarita y de sus intentos por zafarse de Curtis, ladró unas órdenes a Paco y a la señora López. Más tarde Sarita se enteró de que eran un mensaje para Lucas sobre su paradero e instrucciones para el traslado del equipaje restante. Luego, haciendo una señal a sus hombres, puso su caballo en movimiento y todo el grupo lo siguió, dejando a Paco y a la señora López mirando atónitos cómo la cabeza rubia de Sarita desaparecía en la nube de polvo que levantaban los caballos.

Un instante más tarde, Paco envió a un criado a la ciudad para que tratara de localizar al señor Lucas y le relatara lo sucedido, mientras que la señora López y Concha comenzaban a hacer los preparativos necesarios para trasladarse a la hacienda donde habían llevado a Sarita. Don Lorenzo les había informado que cuando llegara el carruaje, ellas viajarían con el equipaje.

A la señora López en ningún momento se le ocurrió no hacerlo, aunque don Lorenzo le resultó demasiado autoritario. En cuanto a Concha, sólo era una criada y tenía menos derecho de opinar que la señora López, así que con expresión preocupada, comenzó a recoger las pertenencias de la señora Sarita, preguntándose con ansiedad cómo culminaría ese día.

Sabiendo que era inútil y poco digno seguir debatiéndose, Sarita finalmente dejó de luchar y se mantuvo en un gélido silencio mientras que la ciudad desaparecía detrás de ellos. El sol le daba de lleno en la cabeza y antes de que hubieran recorrido un kilómetro, comenzó a sentir una terrible jaqueca; una jaqueca causada tanto por la rabia como por el sol ardiente.

Don Paco acercó su caballo al de Curtis y murmuró con expresión compungida:
-Lamento muchísimo que esto haya tenido que suceder, querida, pero mi padre es un anciano testarudo. No siempre es cortés ni convencional, y por desgracia, ha pasado toda su vida haciendo lo que quiere.

-Y supongo que a nadie nunca se le ha ocurrido contrariarlo -respondió Sarita con frialdad-. ¿Por qué no hizo nada para detenerlo hace unos minutos?

Don Paco no quiso mirarla a los ojos. Carraspeó y dijo en voz baja:
-Las costumbres de años son difíciles de romper, señora. Le obedezco porque me han educado para que lo haga. No tolera que nadie se subleve. Descubrí que era mucho más fácil hacerle caso que rebelarme. Quizá no esté de acuerdo con él, pero no puedo desobedecerle.

-Comprendo -murmuró Sarita y volvió a percibir la debilidad que se ocultaba bajo el encanto de don Paco. Mirándolo con sorpresa, agregó-: Me pregunto cómo usted se atrevió a casarse con la madre de Lucas.

El se sonrojó y dijo, muy tieso:
-Eso no tiene nada que ver.

Aceptando la reprimenda, Sarita volvió a mirar hacia adelante. Sentía el pecho duro de Curtis contra su costado y los brazos musculosos que la rodeaban. Sabía que él la estaba sujetando con más fuerza de la necesaria. Lo miró, con intención de regañarlo por las libertades que se tomaba, pero al ver el deseo en aquellos ojos negros, desvió la vista de inmediato.

Mientras se alejaban de San Antonio don Paco se mantuvo al lado de Curtis y Sarita, en tanto que don Lorenzo cabalgaba delante, como un rey con sus soldados. Desde que la había hecho capturar, en ningún momento había vuelto a mirar a Sarita ni a dirigirle la palabra.

Pero don Paco, un hombre esencialmente bueno y gentil, estaba muy consternado por lo ocurrido y al ver el rostro frío de Sarita, dijo con suavidad:
-Señora Sarita, trate de no juzgarme con demasiada dureza. Mi padre tiene razón en una cosa: realmente no estaba bien que usted se quedara en San Antonio nada más que con la señora López para proteger su reputación. Doña Lola y yo no tendríamos que haberlo permitido, como nos dijo mi padre con sarcasmo. Deberíamos haberla llevado con nosotros cuando regresamos a Cielo o haber permanecido en San Antonio hasta... -Se interrumpió abruptamente.

-¿Hasta qué? -dijo Sarita con un brillo peligroso en los ojos. Al ver que don Paco no quería internarse en ese terreno peligroso, insistió-De dónde sacó su padre la ridícula idea de que yo voy a "engendrar hijos Fernández"? y me gustaría mucho saber con qué derecho investigó a mi familia.

Don Paco se veía incómodo y avergonzado:
-Fue mi culpa -confesó finalmente. Mirando el rostro decididamente hostil de Sarita, dijo con sinceridad-: Fue presuntuoso de mi parte, lo sé, pero le escribí a mi padre contándole acerca de usted y de mis esperanzas de que fuera a casarse con mi hijo. Ahora me doy cuenta de que fue un error. Nunca creí que mi padre interferiría de este modo. -Sus ojos suplicaban que lo perdonara. Bajando la voz, agregó:- Usted es tan dulce y bella, Y parecía que Lucas no era inmune a sus encantos. Hubiera resuelto muchos problemas: usted no habría tenido que regresar a Natchez viuda y mi hijo quizá hubiera encontrado finalmente la felicidad. -Don Paco suspiró.- Cuando escribí a mi padre, olvidé lo implacable que puede ser cuando se le mete algo en la cabeza. Hace mucho que quiere que Lucas vuelva a casarse y cuando le escribí sobre usted, de inmediato se abalanzó sobre la idea, sobre todo cuando a través del consulado español en Ciudad de México pudo verificar sus antecedentes.

Sarita guardó un férreo silencio, pero su ira contra don Paco se estaba disipando. No tenía la culpa de ser un hombre débil y él y su mujer habían sido muy amables con ella, recordó. Su enemigo era don Lorenzo; él que con su autocrática arrogancia había destruido cualquier oportunidad que ella y Lucas pudieran haber tenido para descubrir la profundidad de sus sentimientos.

Era obvio que pensaba forzar el matrimonio. Era obvio también que por cualquier medio, Lucas sería obligado a tomar una decisión para la que todavía no estaba preparado. En cuanto a ella, estaba segura de que amaba a Lucas y deseaba casarse con él, pero ¡solamente si este también lo deseaba! ¡Por cierto que no quería hacerlo para obedecer las órdenes de un tirano déspota como don Lorenzo!

Ella y Lucas habían estado tan cerca de decirse lo que sentían y ahora este malvado anciano podía haberlo estropeado todo. Sarita clavó una mirada furiosa en la espalda erguida de don Curtis. ¡Maldito sea!

Si Sarita estaba furiosa con don Lorenzo, Curtis estaba encantado. Cuando había recibido él mensaje de don Lorenzo para encontrarse con él en la hacienda, casi había trinado de felicidad al enterarse de lo que planeaba. No importaba que el matrimonio de Sarita y Lucas estuviera un paso más cerca. Lo que importaba era que don Lorenzo estaba decidido a sacar a Sarita de San Antonio... de la protección de la ciudad, ¡de la seguridad!

Curtis no había perdido el tiempo después de su reunión con el jefe de la familia Fernández. Cabalgando hacia las colinas al Oeste, había juntado las hojas y ramas que necesitaba para hacer un fuego con mucho humo y al cabo de unos minutos una humareda blanca y gris se elevaba contra el cielo azul. Utilizó su sarape como manta y muy pronto nubecillas de humo blanco comenzaron a elevarse a intervalos regulares. El humo se veía a muchos kilómetros, y Curtis sonrió diabólica mente al ver la señal de respuesta en la distancia. ¡Qué bien! Los guerreros comanches no estaban a más de un día de distancia de él.

El cuerpo esbelto de Sarita contra el suyo hizo que Curtis regresara al presente y sintiendo que comenzaba a palpitar de deseo, decidió que antes de dejarla morir a manos de los indios, la poseería. El deseo de sentir esa piel blanca y sedosa contra la suya era lo único que mantendría a Sarita viva un minuto más de lo necesario. Quizás era la verdadera razón por la que pensaba deshacerse de ella de esa forma. Primero disfrutaría y luego vería cómo gozaban con ella los comanches. Después de eso...

La casa de los Fernández estaba situada aproximadamente a ocho kilómetros de San Antonio, en un pequeño valle cerca de un brazo del río San Antonio y a pesar de que la usaban muy poco, siempre estaba equipada y lista para recibir a cualquier miembro de la familia que anduviera por los alrededores. Era mucho más pequeña que Cielo, pero estaba decorada con la misma suntuosidad, pensó Sarita mientras la llevaban a su alcoba.

Era encantadora, pero de todos modos era una prisión. Observando a la criada que colgaba la ropa que habían traído en un baúl, Sarita se preguntó qué sucedería ahora. Aparentemente, a pesar de que la tenían prisionera, don Lorenzo no parecía dispuesto a maltratarla... siempre y cuando, pensó Sarita con cinismo, ella no hiciera nada para contrariarlo.

Doña Lola la había recibido con mucho cariño cuando la habían dejado unos minutos antes en el patio interior y Sarita a pesar de su rencor y furia, no pudo mostrarse fría con la afectuosa dama. Esta había ordenado de inmediato que llevaran a Sarita a su habitación para que descansara y se recuperara del inesperado viaje.

Aparentemente, decidió Sarita, si bien don Paco y doña Lola no estaban de acuerdo con la forma en que había manejado la situación don Lorenzo, ninguno de los dos objetaba el resultado final. Se estaba tornando muy evidente que la familia Fernández había decidido que ella y Lucas debían casarse y don Lorenzo, al menos, no permitiría que nada interfiriera en sus planes.

Sarita agradeció al cielo que nadie más que ella supiera del niño que llevaba en su cuerpo y fue a lavarse el rostro y las manos. Mientras se sacudía el polvo del vestido y se peinaba delante del espejo del tocador, consideró la situación. Obviamente quedaba descartado exigir que la llevaran de nuevo a San Antonio. Planear una huida también era una tontería: no conocía a nadie a quien poder sobornar para conseguir un caballo y tampoco le atraía la idea de viajar sola por parajes que habían sufrido ataques comanches. Por el momento, entonces, tendría que ponerle al mal tiempo buena cara.

Tuvo de inmediato la oportunidad de hacer evidente su fastidio y dejar claro su posición. Se oyó un golpe en la puerta y cuando la criada mexicana la abrió, recibió un mensaje de don Lorenzo: aguardaba a Sarita inmediatamente en la biblioteca. Ella apretó los puños y luchando contra el deseo de mandar al diablo al anciano prepotente, siguió al criado vestido de blanco hasta la habitación que él le indicó.

Al entrar, encontró a don Lorenzo sirviéndose una copa de vino de un botellón de cristal. El anciano miró por encima de su hombro y preguntó con tono puntilloso:
-¿Le gustaría tomar una copa de jerez? Hice que subieran una botella de la bodega.

Sarita permaneció muy tiesa en el centro de la habitación. Una parte de su mente notó que las paredes estaban cubiertas de libros. Había un sofá de cuero y un mueble donde habían dejado la bandeja de refrescos. Miró a don Lorenzo con serenidad y respondió:
-No, gracias. No bebo con mi carcelero.

El sonrió pero la expresión de los ojos no cambió. Visto sin su caballo, no era un hombre alto; mediría unos seis centímetros más que la propia Sarita. Pero a pesar de eso, destilaba orgullo y poder. Se había cambiado de ropa, pero las que llevaba ahora estaban bordadas en oro y plata como las anteriores. No había duda de que era una figura imponente para un hombre de su edad, que Sarita adivinó, sería de unos setenta años. En el pelo grueso y oscuro no había ni una sola hebra plateada.
-Las mujeres con espíritu son admirables, pero si hay algo que aborrezco, es la beligerancia -dijo por fin, mirando a Sarita por encima del borde de su copa-. Espero, señora, que no cometa el error de sobrepasar ese delgado límite.

Era una amenaza mal disimulada y Sarita reaccionó de inmediato. Sin preocuparse por ocultar su desprecio ni la antipatía que le inspiraba el anciano, le espetó:
-Hace mucho tiempo, señor, que dejé atrás a la gobernanta y las reglas de conducta de la escuela. ¡Por cierto que no pienso dejarme intimidar por usted! ¿Me entiende?

El asintió; los ojos negros estaban velados.
-Muy bien -murmuró-. Nos comprendemos, según parece. Por lo tanto, no perderé el tiempo con trivialidades. -Hizo un gesto en dirección al sofá.- ¿Quiere sentarse mientras hablamos de la situación?

-No -replicó Sarita. Tenía los ojos llameantes y las mejillas sonrojadas de furia.

-Bien. Entonces, si no le importa, me sentaré yo -dijo él con tranquilidad y procedió a sentarse. Miró con descaro el cuerpo esbelto de Sarita y después de beber un trago de jerez comenzó a hablar.

-Nos encontramos ante una situación muy simple. Es usted realmente una joven viuda muy bella y posee dinero y alcurnia. Tengo un nieto apuesto y viril al que me gustaría ver casado y con hijos, sobre todo con hijos varones. ¿Es muy sencillo, no? Usted se casa con mi nieto y se termina su viudez; ya no estará sola sin un hombre que la proteja y la guíe. Y yo estaré satisfecho porque mi único heredero se habrá casado, y con el tiempo me dará bisnietos.

Sarita no supo si reírse ante su desfachatez o estallar de furia. ¡Cómo se atrevía a organizar le la vida de esa forma!

Con las manos sobre las caderas y el rostro vibrante de ira, respondió:
-¡No tengo ningún deseo de meterme en un plan semejante! Mi primer matrimonio fue arreglado por mi padre y si alguna vez vuelvo a casarme, lo haré por amor ¡y no para comodidad de nadie!

Don Lorenzo se encogió de hombros.
-Muy noble... pero infantil. Después de que me haya dado un bisnieto, no me importa que tenga amantes. Sin duda el matrimonio con mi nieto no puede resultarle tan desagradable. Después de todo, pasó varias semanas en su casa y su compañía no le pareció difícil de tolerar.

-¿Por qué yo? -preguntó Sarita con dureza-. Si es tan importante que Lucas se case, ¿por qué no le busca una mujer adecuada?

Don Lorenzo hizo a un lado la copa y se mordió el labio.
-Había pensado en eso, pero las mujeres jóvenes y ricas no se encuentran tan fácilmente -admitió-. Además, la reputación de Lucas con las mujeres hace que los padres de las novias no se sientan muy ansiosos por entregar sus hijas a un hombre con el pasado de él. Es cierto, podría volver a obligarlo a casarse, pero si no desea a la mujer, de nada me servirá. ¿Me comprende? Sin un matrimonio consumado no tendría yo herederos para Cielo y según lo que me ha dicho mi hijo, Lucas aparentemente siente algo por usted, ¿no es así?

Sarita se contuvo para no emitir una risita histérica y se preguntó qué haría este anciano prepotente si se enterara de que ella ya llevaba en su seno el hijo de Lucas. Curiosa ante las palabras de él, preguntó:
-Aun si yo accediera a un plan tan descabellado ¿qué podría usted hacer para que Lucas estuviera de acuerdo?

Don Lorenzo sonrió y Sarita sintió un escalofrío. El anciano se puso de pie y fue a tirar de una cuerda de terciopelo. Casi de inmediato se oyó un golpe en la puerta y don Curtis respondió:
-Entre. -El criado entró y don Lorenzo le indicó:- Traiga a la señorita Carlota.

Cuando volvieron a quedar solos, se volvió hacia Sarita y comentó:
-Carlota es la niña mimada de la familia. La había llevado a Ciudad de México conmigo pero resultó muy indisciplinada, de modo que cuando recibí la carta de Paco, la traje de regreso. -Tomó el vaso, bebió otro poco de jerez y continuó:- Encontrará que es una chiquilla encantadora y por alguna extraña razón, es la única de sus hermanastras por la que Lucas siente cariño. Pero espere; cuando la vea, comprenderá de qué estoy hablando.

Y así fue. Unos pocos minutos más tarde, la puerta se abrió bruscamente y una jovencita de no más de quince años entró corriendo en la habitación. Carlota era realmente deliciosa. Para Sarita fue una sorpresa verla, pues a diferencia de la mayoría de los mexicanos y españoles, la muchacha tenía el pelo color fuego y unos enormes ojos azules.

Don Lorenzo notó la expresión de Sarita y comentó:
-Una española pelirroja es inusual, pero se da en algunas ocasiones.

Carlota hizo caso omiso de su abuelo y corrió hasta Sarita.
-¡Oh, qué hermosa eres! Mamá me lo había dicho, pero no le creí -declaró con inocencia. Los ojos azules tenían un brillo risueño y amistoso. Llevaba un vestido sencillo y el pelo recogido sobre cada oreja. Era pequeña para su edad, pero ya se adivinaban su cintura breve y sus senos redondeados.

-Gracias -respondió, reaccionando de inmediato al encanto y la alegría de la chiquilla-. Tú también eres muy bonita -agregó con gentileza.

Carlota rió.
-¡Ahora sé que me caerás bien! -Impulsivamente, abrazó a Sarita.- Me alegro mucho de que vayas a casarte con Lucas. ¡Ruth era una bruja y no simpatizaba con ella lo más mínimo! Era mala con él, pero sé que tú no lo serás.

Sarita se puso rígida y Carlota la miró sin comprender. Antes de que la muchacha pudiera seguir hablando, don Lorenzo intervino con frialdad:
-¡Tus modales son deplorables, Carlota! ¡Creo que tu madre te ha enseñado buena conducta!

Parte de la animación y la alegría se borraron del rostro de la joven. Volviéndose hacia su abuelo, hizo una rígida reverencia y murmuró con voz descolorida:
-Perdóneme, abuelo. Me descontrolé -Sarita se sintió complacida al ver el brillo travieso en la mirada que le dirigió Carlota de soslayo. ¡De modo que la chiquilla no le tenía miedo al anciano como todos los demás!

Con la misma vocecita descolorida, Carlota preguntó:
-¿Deseaba alguna cosa, abuelo?

-Sólo quería que la señora Sara te conociera, así que ya puedes irte. Y trata de aprender algo de educación antes de que vuelva a verte.

Don Lorenzo le dio la espalda y solamente Sarita vio la lengua impertinente que sacaba la chiquilla y el guiño travieso que le dirigía antes de salir corriendo del salón.
-Una criatura encantadora -dijo Sarita con fingida indiferencia-. ¿Pero qué tiene que ver con nuestra conversación?

Don Lorenzo se sirvió otra copa de jerez.
-Todo, querida, todo. Verá, Carlota es el talón de Aquiles de Lucas. El haría cualquier cosa por verla feliz. Es realmente muy sencillo, como ya le dije. O Lucas se casa con usted, o me encargaré de casar a Carlota con el anciano más horrible y perverso que pueda encontrar. -Con los ojos negros llenos de maliciosa satisfacción, preguntó:- ¿Cree que él permitiría eso, sobre todo cuando para impedirlo sólo tiene que casarse con una mujer que le resulta atractiva?

Sarita se puso pálida y sintió que le faltaba la respiración. No, Lucas no lo permitiría. Nadie lo haría. Carlota era demasiado alegre, demasiado vivaz para merecer ese destino. Tragando con dificultad, exclamó:
-¡Usted es un malvado sin corazón! ¡Un villano ruin!

Don Lorenzo se encogió de hombros con indiferencia.
-Quizá. Los calificativos me importan poco. Lo que es importante es triunfar. Y creo que por fin, he triunfado.

-¡No del todo! -replicó Sarita, apretando los dientes-. Podrá muy bien extorsionar a su nieto, pero, dígame, ¿cómo piensa asegurarse de que yo le obedezca?

-¡Bah, eso! ¡Pamplinas! No tengo que mover un dedo -respondió él, muy satisfecho-. Lucas lo hará. ¿Cree que él permitiría que usted se negara si eso significara que Carlota fuera a casarse con un viejo pervertido? -Don Curtis rió.

Sarita ni siquiera recordó cómo había llegado hasta su habitación. Todo lo que el anciano había dicho era cierto y se sentía muy apesadumbrada. Lucas podía ser implacable como su abuelo, sin duda, y si don Lorenzo le daba a elegir entre casarse con ella o ver a Carlota atada a un horrible anciano, Sarita sabía cuál sería su elección. ¿Y yo?, se preguntó. ¿Podría soportar la idea de que se casó conmigo por obligación?

De alguna forma logró pasar la velada que siguió, sonriendo con cortesía y respondiendo a los comentarios que le hacían. Al ver la vivacidad de Carlota y oír su conversación alegre, el corazón se le fue a los pies. ¿Podría ella permitir que le arruinaran tan cruelmente la vida a esa deliciosa chiquilla? ¿Cómo reaccionaría Lucas ante esta situación?

¡Lucas estaba furioso! Al llegar a su casa, deseando ver a Sarita después de un día largo y ocupado, escuchó con furia creciente el relato que le hizo Paco. Ni siquiera el hecho de que un criado había sido enviado a buscarlo pareció aplacar su ira.
-Comprendo -dijo por fin, con peligrosa serenidad-. ¿Y la señora López? ¿También se fue? ¿Y la criada Concha?

-Sí. No. -Respondió Paco con nerviosismo. No le gustaba la expresión en el rostro de su amo-. La señora López se fue en el carruaje que envió su abuelo, pero Concha está todavía aquí. No había terminado de recoger las cosas de la señora Sarita y se decidió que viajaría con usted por la mañana.

Concha lo había hecho adrede. Se había mostrado tan lenta para recoger que finalmente la señora López sugirió que podría viajar con Lucas por la mañana, pues sin duda él cabalgaría a toda prisa hacia la hacienda donde se encontraba Sarita. Sonriendo para sus adentros, Concha accedió. Conociendo al señor Lucas, sabía que la señora Sarita no permanecería demasiado tiempo bajo el mismo techo que don Lorenzo.

Lucas subió las escaleras de a dos escalones y entró como un torbellino en la habitación donde estaba Concha, fingiendo que recogía las últimas cosas. Lucas echó una sola mirada al baúl y dijo:
-¡Saca esas cosas de allí! La señora Sarita regresará. -Concha lo observó irse con una sonrisa y comenzó a sacar la ropa. Si no se equivocaba, la señora Sarita dormiría al día siguiente por la noche en esa cama... ¡y posiblemente no lo haría sola!

Lucas estaba bajando por las escaleras cuando Paco acudió a un llamado de la puerta y dejó entrar a Aitor, cubierto de polvo, Lucas se detuvo en seco y preguntó bruscamente:
-¿Qué diablos te trae por aquí?

-¡Tu amable compañía seguro que no! -replicó Aitor haciendo una mueca. Al ver que no era momento para bromas, añadió-: Me enteré ayer por la mañana de que tu abuelo había estado en Cielo, así que me vine a toda prisa para advertirte que es probable que te visite... pronto.

Lucas hizo una mueca y bajó el resto de los peldaños.
-Te agradezco por las noticias y lamento haberte hablado mal. Por desgracia, llegas demasiado tarde. Estuvo aquí esta mañana y se llevó a Sarita. -Esbozó una sonrisa sarcástica y añadió:- Aparentemente, no creyó que la señora López fuera una acompañante adecuada. Aitor rió y preguntó con picardía: -¿Y lo era?

Lucas sonrió. Recordando la noche del vestido de prostituta, dijo con suavidad:
-¡No, debo admitir que no! -Pero luego frunció el entrecejo y agregó:- Iba a partir hacia la hacienda donde está nuestra familia. Debo ver a Sarita a solas antes de que mi abuelo le pueda llenar la cabeza con sus ideas descabelladas.

-Bien. ¿Qué estamos esperando, entonces? -preguntó Aitor con una sonrisa.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡¡Pedazo vívora está hecho el Abuelo!! será capullo, vamos que obligar a su nieto a casarse y si no poco más o menos que "vende" a Carlota al asqueroso más grande que encuentre....espero que el Comanche vaya raúdo y veloz a por su mujer y aclare las cosas con toda esa familia tan extraña que tiene.

Himara, gracias por tu tiempo. Un beso muy muy gordo. Blue.

Anónimo dijo...

Entre don Lorenzo y Curtis nos quieren arruinar la historia... pero nuestro Lucas no lo va a permitir.

A ver cuando se entera de que va a ser papá....

Gracias un día más.
Besos.
María A.

Anónimo dijo...

Pues sí que se están complicando las cosas: Don Lorenzo por un lado, Curtis por otro, Sarita que no se decide a hablar, Lucas en la inopia...
¿Le caerá bien al pistolero el notición? Yo creo que va a necesitar un período de adaptación, que todavía no ha aceptado lo que siente por la princesa, como para verse ya cambiando pañales. Y a mí me encantaría leerlo.

Anónimo dijo...

No tengo ni palabras para expresar todo lo que se me viene a la cabeza jajajjaaj el pistolero seguro que llega y va a poner orden aunque tenga que encararse con ese "abuelito", será malo de narices, autoritario y frío pero al fin y al cabo lo único que quiere de ella es que le de un heredero. El que me mosquea es Curtis... como una serpiente va reptando hasta que consiga lo que quiere y mucho me temo que Sara va a ser la más perjudicada.

Himaraaaaa!!! que va a pasar? por Dios!!! jajajjajaj besitos corazón.

Ayla.