13 noviembre 2008

Pasion; El secreto

Lucas cabalgó a toda prisa hacia Hechicera, apurando a sus hombres hasta el límite de sus fuerzas. Habría preferido no dejar a Sarita sin hablar de todo lo que tenían que decirse. Pero se levanto de mala gana de madrugada y decidió continuar con su plan original. Quizá fuera mejor dejarla sola por un tiempo, para que tuviera oportunidad de asimilar la muerte de Philliphe. Además, él también necesitaba tiempo para descubrir qué grado de compromiso sentimental tenía con ella.

Ni siquiera ahora pensaba en el matrimonio, pero al ver las ruinas de Hechicera, supo que volvería a hacerla hermosa para su propia hechicera. Y así, sin tener claro todavía su relación con Sarita, puso a trabajar a sus hombres en la limpieza de las malezas que cubrían la vieja hacienda.

Había varias cosas que hacer; la más obvia era despejar la casa y volverla habitable. Después del segundo día de trabajo, Lucas tuvo que admitir que eso no era nada fácil. Habían matado una serpiente coral en el balcón y un cascabel en lo que sería la sala principal, y molestado a cientos de arañas que hasta ese entonces habían habitado la casa.

Una vez que la casa fuera habitable, pensaba dejar a sus hombres allí hasta que llegaran carretas con provisiones y pudieran edificar cabañas para ellos. Con Reinaldo Sánchez, el hombre que había elegido como capataz, recorrió las tierras y el bosque cerca de la casa y decidió dónde edificaría el granero, los corrales, las cabañas para el personal y qué sectores despejaría para hacer el jardín.

Trabajó duro, pues no quería permanecer allí ni un minuto más de lo necesario. Sarita y el futuro indeciso de ambos era lo que tenía prioridad en su mente. Cinco días después de su llegada, Lucas estuvo listo para regresar a San Antonio. Dejó a Reinaldo a cargo de todo y como un hombre atraído por el canto irresistible de una sirena, cabalgó raudamente hacia Sarita.

Al despertar y encontrarse sola, Sarita pensó que había soñado todo, pero vio la marca en la almohada y más tarde, al vestirse, las huellas de pasión en su propio cuerpo y supo que había sido realidad. Lucas había pasado la noche entre sus brazos y ella se había entregado con ardor.

El recuerdo de su comportamiento, la noche anterior, hizo que se sonrojara intensamente. ¿Qué podía haberle sucedido para que se comportara de esa forma? Al pensar en las cosas que ella le había hecho y en las que le había hecho él, sintió que le ardía la piel y la atravesaba una punzada de deseo.

Avergonzada por su reacción ante una noche que debía haberla llenado de repugnancia, Sarita salió de su habitación. No sabía todavía qué le diría a Lucas cuando volvieran a encontrarse. Quedó anonadada cuando se enteró de labios de la señora López que Lucas había partido. No había sabido qué esperar, ni siquiera comprendía bien qué relación había tenido la noche anterior con su futuro, pero la desesperaba que él se hubiera marchado sin decirle ni una palabra, sin ni siquiera dejarle un mensaje.

Sintiéndose repentinamente usada y sucia, dejó a la señora López y salió al pequeño jardín de detrás de la casa. Mientras caminaba sin ver junto al pequeño arroyo que corría por allí, pensó con amargura: "¡No significo nada para él! Sólo quería un cuerpo y el mío estaba disponible". Recordó la facilidad con la que se había entregado y esta vez no sintió deseo.

Comprendió ahora que había sido una estúpida al pensar que las caricias tiernas de Lucas habían significado más para él que el mero hecho de saciar su deseo. ¡Qué tonta había sido al no haberlo adivinado!

Decidió con expresión sombría que era hora de dejar San Antonio. Tenía que seguir su vida, a pesar de que tenía el corazón destrozado.

Cuando don Paco y doña Lola regresaron al día siguiente de su visita, se encontraron con una agitadísima señora López.
-¡Se marcha! -exclamó-. ¡Me ha informado esta mañana! Ha estado dando órdenes a los criados para que preparen las carretas y los animales para partir el sábado hacia Natchez.

Horrorizados al ver que todos sus planes matrimoniales iban a desintegrarse, los Fernández corrieron hacia el salón donde Sarita estaba ocupada leyendo la lista de cosas que tenía que hacer antes de irse. Levanto la vista al ver los entrar y preocupada por la expresión de sus rostros, se levanto y corrió hacia ellos.
-¿Qué sucede? -preguntó, consternada.

Temía que trajeran malas noticias de Lucas. Don Paco se recuperó primero; con aire severo, dijo:
-¿Qué sucede? ¡Sucede que esta idea tuya de regresar a Natchez es totalmente alocada! No puedes hacer un viaje tan largo sin un hombre que te ayude. Sarita le sonrió: Se veía hermosa y frágil con el vestido de seda negra y el pelo recogido en trenzas sobre las orejas.

-Ahora que mi marido ha muerto, señor, no tengo alternativa. Debo regresar a casa. No puedo quedarme aquí abusando de su hospitalidad y... -vaciló- y de la de su hijo. No tengo palabras para agradecerle todas sus amabilidades, pero ya es hora de que tome las riendas de mi vida y vuelva a comenzar.

-¡Pero no puedes irte! -exclamó doña Lola-. Tenemos tantas esperanzas de que tú y... -se interrumpió al ver la mirada fulminante de su marido. Recuperando la compostura, doña Lola agregó con más calma:- No es necesario que te marches así, tan repentinamente. Espera a que regrese mi hijastro y él te acompañará a tu casa. Complacido por la idea de su mujer, don Paco sonrió y dijo:

-¡Sí! Sería poco prudente que realizaras ese viaje sola con tus criados. ¡Es impensable! Espera a que regrese Lucas; sólo estará fuera unas semanas y luego estoy seguro de que querrá acompañarte hasta Natchez.

Eso era lo último que Sarita deseaba. Con una expresión dura en los ojos verdes, dijo en voz baja:
-No, lo siento, no puedo seguir postergando la partida. Sé que no está bien que una mujer joven como yo viaje sin la protección de un pariente o de un amigo de la familia, pero no tengo alternativa.

No había forma de disuadirla; estaba decidida a partir el sábado. Todos estaban muy apenados, incluyendo la propia Sarita.

Le partía el corazón separarse de Lucas, pero tenía que hacerlo. Aun con Philliphe muerto, todavía había barreras entre ellos, pensó tristemente esa noche en la cama. ¿Cómo había podido pensar otra cosa? El seguía considerándola una ramera capaz de engañar a su marido todo el tiempo, y la forma arrogante en que utilizaba el cuerpo de ella cada vez que se le antojaba debería haberle advertido que Lucas no sentía nada por ella, que lo que para ella era de primera importancia no era nada para él.

A pesar de la insistencia de los Fernández y de los Moreno, Sarita se mantuvo firme y habría partido el sábado si el viernes por la noche no hubiera caído con una de esas fiebres misteriosas tan características de esa zona.

Al principio sólo fue una languidez y un dolor de cabeza que ella adjudicó a la depresión, pero el sábado por la mañana tenía mucha fiebre y no pudo levantarse de la cama. Fue un ataque muy grave y durante varios días todos temieron que fuera a reunirse con su marido en su tumba solitaria.

Pasó las siguientes semanas en cama, tan debilitada por el ataque de fiebre virulenta que le sacudía el cuerpo que apenas si podía levantar la cabeza para beber el agua de cebada que le daban la señora López y doña Lola. La fiebre duró tanto que no fue hasta la primera semana de mayo cuando finalmente pudo levantarse de la cama.

Aitor regresó dos días después de que ella se hubiera levantado y se horrorizó ante su aspecto. Con su ropa negra de duelo, parecía tan pequeña y frágil que a él le pareció que el primer golpe de viento se la llevaría.

Con el correr de los días, Sarita comenzó a recuperar su salud. Los primeros días fuera de la cama los pasó mayormente descansando en el jardín a la sombra de un árbol y luego, cuando se sintió más fuerte, salió con Aitor a pasear en un carruaje abierto por los alrededores de San Antonio. .

Estos paseos le hicieron muy bien. El sol le dio un tono dorado a sus mejillas y el ejercicio y el aire fresco le devolvieron el brillo a los ojos verdes.

Satisfecha con su recuperación, Sarita comenzó a pensar otra vez en el viaje de regreso, pues sabía que Lucas podía volver de un momento a otro.

Mientras paseaba una tarde con Aitor, protegida del sol por un precioso sombrero adornado con una cinta negra, Sarita dijo:
-Echaré de menos estos paseos contigo cuando regrese a Natchez... los paseos, el paisaje y por supuesto, a la querida señora López, a don Paco y a doña Lola.

Manteniendo los ojos fijos sobre el anca de la yegua que tiraba del coche, Aitor preguntó con descuido:
-¿Cómo? ¿Estás pensando en dejarnos?

-Debo hacerlo -respondió Sarita con sinceridad-. Escribí a la familia de Philliphe informándoles de su muerte, y también a mi padre, pero hay cosas que debo hacer. No puedo quedarme aquí para siempre. Mi hogar está en Natchez y es allí adonde debo ir... y pronto.

Aitor frunció el entrecejo. Se había recuperado de su enamoramiento, pero por desgracia, al hacerlo, se había vuelto muy cínico. El hecho de que ella pudiera haberlo engañado así le hería el orgullo y le hacía preguntarse si la mayoría de las mujeres no serían mentirosas y ligeras debajo de sus aires inocentes. El cinismo creció dentro de él y Aitor abandonó sus argumentos en defensa de Sarita. Realmente creía que ella era la amante de Lucas y no volvería a dejarse engañar.
¿Y qué tramaba ella ahora? Sin duda Lucas quería que se quedara en San Antonio. ¿Se habrían peleado antes de que su primo viajara a Hechicera?

Echó una mirada a Sarita, pues no podía creer que ella fuera a marcharse para castigar a Lucas. Sin embargo... ¿por qué no? ¡Sería una actitud característica de la clase de mujer que era ella!
-¿Te parece prudente? -preguntó, sintiendo que tenía que hacer algo para evitar que se marchara- ¿Qué opina Lucas al respecto?

Inconscientemente, Sarita se puso tensa. ¿Acaso era tan obvia la fascinación que Lucas ejercía sobre ella?
-No creo que al señor Fernández le interesen mis planes -logró responder con calma-. Además... ¿por qué tendría que importarle que me fuera? -agregó, sintiendo curiosidad por la pregunta de Aitor.

El apretó los labios. ¿Cómo podía Sarita comportarse como si no hubiera nada entre ella y Lucas? ¡Qué mentirosa era detrás de aquellos ojos hermosos y aquellas facciones dulces!

Aitor decidió que ya era hora de que ella se enterara de lo que él sabía y dijo con voz dura:
-¡Puedes dejar de hacerte la inocente conmigo! Lucas me habló de ti, ¿sabes? -la acusó.

Sarita se puso rígida y mirándolo con hostilidad, preguntó:
-¿De qué estás hablando? ¿Qué puede haberte contado sobre mí?

-¡Ah, vamos! Puedes comportarte con naturalidad delante de mí. Aunque sé lo que eres, no voy a decírselo a nadie, así que no temas que te delate ante las damas de San Antonio.

-¿Qué, exactamente, te ha dicho Lucas? -preguntó Sarita con voz peligrosamente serena-. ¿Cuál es este secreto oscuro y prohibido?

Aitor le dirigió una mirada rápida y por primera vez en varias semanas comenzó a dudar de lo que Lucas le había dicho. Pero de inmediato descartó la idea y con voz cansada dijo por fin:
-Os vi aquella noche en Cielo cuando os besabais en el patio y más tarde se lo eché en cara a Lucas. Considerando el hecho de que yo había visto lo que había entre los dos, no tuvo más remedio que confesar que eras su amante y manteníais una relación desde hacía tiempo. Has sido, su amante desde hace años, así que, ¿por qué fingir que es necesario regresar a Natchez? Ahora que tu marido está muerto, estoy seguro de que no encontraréis dificultades para veros.

Sarita se quedó estupefacta por las revelaciones de Aitor y por un instante no pudo decir nada, pero luego, cuando el significado de sus palabras penetró claramente en su cabeza, sintió tanta furia que temió estallar como los fuegos artificiales.
-¡Qué chismosos son los hombres! -exclamó con un brillo iracundo en los ojos verdes-. Conque he sido su amante, ¿no? ¡Pues gracias por habérmelo dicho! Y no dudes de que cuando vuelva a ver a tu abominable primo, le agradeceré que haya destruido completamente mi reputación. -Llena de rabia y desdén, le espetó:- ¡Y tú, grandísimo estupido, te le creíste! ¡Pensé que eras mi amigo!

Ofuscado, Aitor replicó acaloradamente:
-¡Soy tu amigo! No me importa que seas la amante de Lucas. Sólo quería que supieras que estoy al tanto de tu relación con él y que en consecuencia, podías dejar de fingir que apenas lo conoces. No creía que fueras una hipócrita, Sarita.

Sarita casi perdió los estribos. ¿Cómo se atrevía a hacer le una cosa así?, pensó con furia. ¿Cómo podía mentir de esa forma? Lo mataría, pensó, al borde de la histeria.

Regresaron a la casa sumidos en un helado silencio. Aitor, consciente de que había manejado mal las cosas, trató de congraciarse Nuevamente con Sarita, pero sus intentos se toparon con un muro de hielo y desdén. Cuando por fin llegaron a la casa, Aitor no sabía qué hacer.

"¡Por Dios!", pensó, fastidiado. "¿Qué tiene de malo que yo lo sepa? No voy a delatarla y sin duda debe saber que nada ha cambiado entre nosotros..." Pero sabía muy bien que eso no era cierto.

No fue un día agradable para Sarita. Regresó a la casa furiosa con Aitor y herida por el hecho de que él pudiera haber creído las mentiras de Lucas. En cuanto bajó del carruaje y entró en la casa, se encontró con doña Lola, quien le informó que Charity había huido con un joven mexicano esa misma mañana. Entristecida por la actitud de su criada y porque la echaría de menos, Sarita se quitó el sombrero y murmuró con voz cansada:
-¿Pero por qué ha tenido que llegar a ese extremo? Sin duda sabía que yo le daría la libertad de irse con un hombre que no fuera uno de mis esclavos. ¿Acaso soy un monstruo tan inhumano que mis propios criados temen acercárseme?

Llena de compasión, doña Lola sacudió la cabeza.
-No, niña. Creo que ella sabía que no estarías de acuerdo con lo que iba a hacer. Verás, Jesús ya tiene mujer y un hijo en México, y Charity lo sabía. ¿Quieres otorgar una recompensa por su captura?

Sarita sacudió la cabeza.
-No. Nunca he creído mucho en este sistema de la esclavitud y obligarla a regresar cuando es obvio que ya ha tomado su decisión no serviría de nada. Volvería a escapar y me guardaría rencor.

Había más noticias desagradables, pero Sarita no se enteró hasta el almuerzo.

Presintiendo, ahora que su salud había mejorado, que ella desearía regresar a Natchez, don Paco había enviado todos los sirvientes de Sarita a Cielo esa misma mañana, mientras ella había estado paseando con Aitor. Con mirada inocente, dijo:
-Espero que no te moleste, mí querida, pero llegó un mensajero de Cielo mientras tú estabas fuera y trajo la noticia de que había habido un pequeño problema en la hacienda. Como tus sirvientes estaban desocupados aquí en San Antonio, me tomé el atrevimiento de hacer uso de ellos. No estarán fuera más que unas pocas semanas. ¿No los necesitabas por el momento, verdad? -preguntó con aire cándido.

Sarita rechinó los dientes de rabia, pues sospechaba sus motivos. No era característico de don Paco hacer una cosa así sin consultarla, así que las sospechas de Sarita eran justificadas. Además, era extraño que el problema de tal magnitud que se necesitara de los servicios de diez hombres y sin embargo, don Paco no se mostrara apresurado por ir él mismo.

El malhumor de Sarita se intensificó. Era como si don Paco hubiera previsto que ella regresaría a la casa con todas las intenciones de emprender de inmediato el regreso y descubrir que la habían embaucado fue la gota que colmó el vaso. Se levanto de la mesa y dijo con frialdad:
-¡Vaya, por supuesto que no! Han sido tan amables conmigo que es lógico que yo los ayude en un momento de necesidad. Y si la forma de devolverles las atenciones es que me quiten a mis criados sin mi conocimiento ni mi permiso, entonces tendré que callarme.

En otras circunstancias, Sarita jamás hubiera hablado así, y menos a alguien por quien sentía un gran afecto. Un silencio incómodo recibió sus palabras; y don Paco se movió en su silla con expresión algo culpable. Pero Sarita, que no estaba de humor para mostrarse cortés, se disculpó con sequedad y abandonó la habitación mientras los otros la miraban con preocupación.
-Supongo que no estuve demasiado diplomático -admitió don Paco con pesar.

-¡Pues la verdad es que no! -asintió doña Lola de inmediato-. Sin duda podrías haber hablado con ella antes de disponer de todos sus sirvientes. Es una buena mujer y no te los habría negado. -y para gran intriga de Aitor y la señora López, agregó:- Comprendo lo que estás haciendo, pero probablemente había una forma mejor de resolver el asunto.

Sarita pasó el resto del día recluida en su alcoba, más porque tenía un terrible dolor de cabeza que por el hecho de estar furiosa con don Paco y con Aitor.

Cuando llegó la noche se sintió algo mejor y si bien su furia no se había disipado en lo más mínimo, comenzó a sentirse algo avergonzada por su arrebato de ira en el comedor. ¡Cómo podía haberle hablado así a un hombre que había sido tan bueno y considerado con ella!

Se levanto de la cama y tiró de la cuerda para llamar a Charity y de inmediato, recordó que ella ya no estaba. Espero que sea feliz con su amante, pensó con tristeza, pensando en las dificultades que encontraría la muchacha negra.

Tendría que comenzar a enseñar a Judith, la otra negra que había traído, más como compañera para Charity que por otros motivos, decidió sin entusiasmo. Pensando que sería Judith la que acudiría a su llamada, se sorprendió considerablemente cuando Concha golpeó y entró en la habitación.

Se quedaron mirándose, las dos mujeres con el secreto involuntariamente compartido, y Sarita finalmente dijo con tono resignado:
-No me lo digas: doña Lola te dijo que me sirvieras en lugar de Charity.

Concha esbozó una sonrisita y asintió.
-Sí, señora. No bien se descubrió lo que había sucedido, doña Lola me informó que yo sería su criada personal hasta que se hiciera algún otro arreglo.

-Parece que tú y yo estamos destinadas a estar juntas -comentó Sarita con una mueca-. Supongo que debería dejar de rebelarme y aceptar el destino.

Concha se encogió de hombros.
-Así parece, señora. -Miró a Sarita con vacilación y dijo:- ¿Le molesta?

-No. Ya no -respondió Sarita con sinceridad. Habían sucedido tantas cosas que los acontecimientos transcurridos cuatro años antes en Nueva Orleáns ya no le parecían importantes. No los olvidaría, pero ya no la hacían sufrir. Tenía Nuevas heridas que eran mucho más dolorosas.

Con eficiencia, Concha se dedicó a la tarea de preparar a Sarita para la velada. Eligió un vestido negro de raso con encaje en el cuello y los puños. Era hermoso, pero Sarita estaba comenzando a odiar el color negro. No sabía cómo haría para soportar los meses en que debería llevar luto.

Bañada, perfumada y vestida, bajó la escalinata, dispuesta a disculparse con don Paco. Lo encontró en el salón principal y le pidió perdón con toda sinceridad. El aceptó las disculpas con alegría y en unos instantes todo volvió a estar como antes, con excepción de la relación entre Sarita y Aitor. ¡Pasaría mucho tiempo antes de que ella lo perdonara por creer las mentiras de Lucas!

Estaban todos reunidos en el salón, las damas bebiendo sangría y los hombres, un excelente coñac, cuando el criado anunció a Curtis Naranjo. Instintivamente, Sarita se puso rígida y se preguntó cuál sería el motivo de su presencia, pues sin duda él sabía que Lucas no lo recibiría en su casa.

Pero don Paco lo recibió de inmediato. Al parecer, mientras Sarita había estado enferma, Curtis había visitado la casa frecuentemente, pues sabía que Lucas estaba de viaje.

Desde que Sarita había llegado a San Antonio, Curtis no había conocido más que frustraciones. Sus esperanzas crecían, pero luego se desintegraban cuando ella parecía escapar de una muerte trágica una y otra vez. Había lamentado amargamente que la lanza que había matado a su marido no se hubiera clavado en el suave pecho de ella. Luego, cuando Sarita había enfermado, él se mostró encantado, pero para su gran furia, ella se recuperó. La muerte de Sarita había llegado a ser una obsesión para Curtis.

Le temía, pues sabía que unas pocas palabras de ella podían destruir todo lo que él había estado tratando de alcanzar durante años y además de temerle la detestaba. Quería verla muerta, pero no deseaba que se le acusara a él. De modo que como una serpiente venenosa, esperaba y acechaba a su presa.

Mientras ella se mantuviera bajo la protección de los Fernández, estaría a salvo, pero cada día que Sarita pasaba con don Paco y doña Lola acrecentaba el terror de Curtis, pues temía que Sarita hablara de la participación de él en el plan de Ruth. Deseaba evitar la casa, pero al mismo tiempo le resultaba imposible no acudir para ver si seguía contando con el afecto de los Fernández o si ella había dado el golpe de gracia.

Mientras Sarita había estado enferma, no había habido peligro alguno, pero a medida que ella recuperaba la salud, el miedo y la furia de Curtis se intensificaban. ¡Tenía que silenciarla! No podría pasar el resto de sus días temiendo que ella volviera a aparecer, como lo había hecho esta vez.

Tarde o temprano Sarita se marcharía de San Antonio y una vez que estuviera lejos de la protección de los Fernández... ¿Quién sabía lo que podría ocurrir entonces?

*Chicas uno mas aqui, acabo de llegar a casa y os voy a programar los que quedan, que no son muchos hasta el final... blue yo tambien te echo de menos, laurys nena, donde te metes? os quiero.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias una noche mas Himara.

Este Curtis ¿porque es tan requetemalo?? ,¿que le habra echo la chiquilla para odiarla tanto??, esperemos que sus planes no se lleven a cabo y que el pistolero llegue a tiempo , que con la tirria que le tiene , se lo come con patatas.

Esperando ya el siguiente,

Besos y buenas noches.


CHIQUI.

Anónimo dijo...

¡¡Que jodío, Curtis!!!. Solo espero que Hechicera esté a punto y su hombre venga pronto a por ella. A ver si ella se lo cuenta a él y se entera de que no es lo que piensa de ella.

Himara, un besote mi niña.

Blue.

Anónimo dijo...

La niña está decidida a marcharse no? y el h.p. de Curtis trama algo... creo que vamos a ver a nuestro pistolero en acción y rendido por fin a ese amor jajajajjajaj tóma ya!!! me he resuelto yo la trama final jajajjajj Eseeee comancheeee que saque la venaaaaa!!! jajajajjaa uffffff ya me está dando el jamacuco... ni imaginármelo puedo jajajajjaj Besitos Himara, no tienes días libres? a ver si hablamos un día niña, se te echa de menos muchísimo.

Ayla.

Anónimo dijo...

A ver si Sarita se centra de una vez, y se aclara con respecto a Lucas (y él respecto a ella, claro).
¿Y Curtis quiere verla muerta? Necesitamos al pistolero YA.