Mientras Sarita había estado gravemente enferma, los comanches llenos de rencor y un odio letal, hasta aquel momento, desconocidos, habían estado atacando las fronteras incesantemente. Atacaban por cualquier parte, desde el norte de Austin, la Nueva capital, hasta la frontera mexicana. Las incursiones eran repentinas y aterradoramente violentas. Los soldados texanos no podían impedir ni contener estas sangrientas correrías.
Propiedades quemadas y cuerpos mutilados se convirtieron en algo común, y presa de desesperación, Jack Hays organizó una tropa de hombres en San Antonio para que ayudaran a sus soldados. Estos voluntarios estaban constantemente de servicio y la señal que los hacía salir corriendo hacia sus caballos eran el izamiento de una bandera sobre el edificio del tribunal y el tañido fúnebre de la campana de la iglesia de San Fernando. Con el correr de las semanas, todos comenzaron a temer a esa bandera y al sonido de la campana.
Otras comunidades que sufrían ataques y pérdidas, formaron sus propias tropas de voluntarios, pero no había forma de detener a los comanches. La guerra se había convertido en la pesadilla que había presagiado Lucas.
Como si los ataques y las muertes no fueran suficientes, en mayo comenzó a correr el rumor de que una invasión de México era inminente. Y lo peor era que al parecer, los comanches se habían aliado con los mexicanos. Lucas se enteró de los rumores a medida que se acercaba a San Antonio y maldijo a los canallas santurrones que habían tomado prisioneros a los jefes comanches.
Fueron los ataques y los rumores los que finalmente desintegraron la reunión en casa de Lucas. Aitor se había marchado al día siguiente de su conversación con Sarita, sintiendo que tenía que estar con sus hombres por si corrían peligro y deseando también alejarse un poco de la gélida señora Mignon. Don Paco, de muy mala gana, pues no le gustaba la idea de dejar a Sarita sin protección masculina, finalmente decidió que debían regresar a Cielo. Sarita estaría a salvo en la ciudad y siempre podría contar con Curtis o con los Moreno para que la ayudaran en el peor de los casos. Además, pensó con sagacidad, su relación con Lucas progresaría más rápidamente sin la presencia constante de los familiares en la casa.
En consecuencia, en muy poco tiempo, la casa quedó vacía a no ser por Sarita, la señora López y los criados. Concha se quedó, por petición de doña Lola, y Sarita comenzó a sentirse cada vez más cómoda con ella. Concha tenía sus propios motivos para estar más que dispuesta a quedarse en San Antonio: la señora Mignon era un ama muy agradable y, además, ella disfrutaba sirviendo a la mujer que todos consideraban que se convertiría en la esposa del señor Lucas.
Había poco que se escapara a los ojos de los criados y don Paco había sido más que obvio en sus designios. Los rumores corrían de la cocina a las caballerizas y Sarita había comenzado a preguntarse si sería imaginación o realmente los sirvientes le estaban prestando más atención que la necesaria.
Decidida a no poner ningún obstáculo a la relación, antes de marcharse doña Lola había llevado aparte a la señora López y le sugirió que no tomara demasiado a pecho sus funciones de acompañante.
-Después de todo -dijo con una sonrisa soñadora-, la señora Sarita no es una niña inocente que jamás haya conocido a un hombre... y el señor Lucas es muy hombre, ¿no cree? -La señora López se mostró de acuerdo, pues la alianza le parecía más que adecuada.
Por desgracia, había alguien que no pensaba así, y en su entusiasmo desmedido por el romance, don Paco cometió dos errores garrafales. El primero fue la carta que le envió a su padre tras la muerte de Philliphe, en la que expresaba sus deseos de que Sarita y Lucas se casaran y el segundo fue el de compartir sus planes con Curtis Naranjo.
Curtis nunca supo cómo logró disimular su furia frente a don Paco. Pero aunque estaba lleno de odio y amargura, logró sonreír como si la noticia le causara placer. El, precisamente, era el que más sabía que esos planes y esperanzas podían hacerse realidad. Demasiado bien recordaba la certeza que Ruth tenía respecto del hecho de que la muchacha era más que un interés pasajero para Lucas. También recordaba la cara de Lucas cuando los había encontrado juntos. Esta nueva posibilidad hacía que la muerte de Sarita fuera más necesaria que nunca. ¡Lucas no tenía que casarse y tener hijos, si él quería que sus planes dieran resultado! Y hasta que su posición estuviera segura al poder casarse con Carlota..., cosa a la que Lucas se opondría violentamente. Pero una vez que tuviera el permiso de don Lorenzo para cortejar a su nieta menor, entonces llegaría el momento de eliminar a Lucas.
Sarita vio partir la caravana de don Paco y doña Lola con los ojos llenos de lágrimas, pues se había encariñado profundamente con ellos. El resto del día le pareció interminable, y la casa, intolerablemente silenciosa.
Para Lucas, que no dejaba ni un instante de pensar en Sarita, las horas también fueron interminables, a pesar del paisaje cambiante y del galope rápido de su caballo. Nunca se le había ocurrido la posibilidad de que ella pudiera pensar en regresar a Natchez. Al igual que su padre, le resultaba inconcebible que viajara sola por la República, escoltada nada más que por sus criados. Al pensar en los horrores de los ataques comanches en la frontera, deseó con vehemencia que Hechicera estuviera lista para Sarita. Como se encontraba situada en los bosques de la parte oriental de Texas, la propiedad estaba lejos de los comanches, que se mantenían en las praderas que conocían tan bien.
La imagen de Sarita estaba siempre con él. Ahora, mientras cabalgaba casi sin detenerse, ella estaba con él, y su rostro brillaba como un faro al final del camino oscuro y solitario.
Al no haber amado nunca, con excepción del cariño que sentía por Carlota, Lucas no reconocía los sentimientos que experimentaba; ¡sólo sabía que Sarita era suya y que nada los mantendría separados! Pero aunque no reconocía el amor, sabía que había habido algo entre ellos desde el momento en que la había visto en el baile de los Costa, de pie, tímida junto a Silvia. Lucas maldijo los años perdidos. Debería haberla llevado conmigo cuando me lo pidió, se dijo con una mezcla de rabia y pesar, pues a pesar de que lo había intentado, jamás había podido olvidarla. A veces habían pasado meses sin que la imagen de Sarita le acudiera a la mente y luego algo, una cabellera rubia, una figura esbelta o una mejilla pálida lo hacían recordarla y maldecirse a sí mismo por hacerlo.
Ella había traicionado a su marido y Lucas no tenía dudas de que si él no hubiera intervenido, Sarita se habría convertido en la amante de Aitor. "Pero no va a hacerme eso a mí", pensó con decisión. "La mantendré tan ocupada que no tendrá tiempo ni siquiera para pensar en otra persona... y si alguna vez la encuentro con otro hombre...".
Se le ocurrió de pronto que cuando aquel día la había encontrado con Curtis, la mitad de su ira se había debido al hecho de que para engañar a su marido no lo había elegido a él. Dios era testigo de que él había estado más que dispuesto... Hizo una mueca irónica ante lo ridículos que eran sus pensamientos.
Pero no le daría la oportunidad de serle infiel, decidió con vehemencia. Dejaría ese hermoso cuerpo agotado de tanto hacer el amor y la mantendría embarazada todo el tiempo. La idea de Sarita embarazada de su hijo le resultó nueva y sorprendente y con ella lo golpeó una oleada tan intensa de ternura que sintió que perdía las fuerzas. "Quizá tenga que casarme con ella, después de todo", admitió con furiosa desesperación.
El matrimonio le resultaba repugnante... ¡Ruth se había encargado de eso! Se sintió furioso consigo mismo y con Sarita por que ahora estaba considerando la posibilidad de casarse. Siempre había dicho que no volvería a caer en esa trampa, por más intensamente que deseara a una mujer, pero sabía que en los últimos días se había estado comportando como un hombre que piensa en el matrimonio.
El conflicto que se debatía en su interior no era fácil de resolver. Deseaba a Sarita como no había deseado a ninguna mujer, y con ese deseo estaba la necesidad de atarla a él de todas las formas posibles: con su protección, sus pertenencias, su cuerpo, sus hijos y... el matrimonio. Y sin embargo, luchaba contra eso como contra un destino fatal, pues estaba decidido a no caer en el abismo de dolor y desilusión que representaba Sarita. "Es una mujerzuela", masculló furiosamente para sus adentros, recordando una y otra vez sus pecados. Pero de nada servía. No podía reprimir el deseo de tenerla entre sus brazos, de saborear la miel de sus labios y de ver esas preciosas facciones sonriéndole.
Lucas llegó a San Antonio a mediados de mayo, desgastado por su lucha interior y de muy mal humor. Por momentos cedía al deseo intenso de volver a verla y de pronto sentía un salvaje resentimiento contra ella. No ayudó mucho el enterarse de que su presa no estaba allí; los sirvientes le informaron que la señora Mignon y la señora López estaban de visita en casa de los Moreno y que regresarían más tarde.
Tomó la noticia con aparente calma, pero sus ojos se entornaron peligrosamente cuando Santiago, su criado personal en San Antonio, mencionó el hecho de que el señor Naranjo había sido un visitante asiduo mientras él había estado de viaje. Lucas maldijo en voz baja y pidió que le prepararan el baño y ropas limpias.
La visita en casa de los Moreno se prolongó, pues Lucas tuvo tiempo no sólo de bañarse sino de vestirse con un par de ajustados calzones negros y una camisa blanca que hacía resaltar el tono bronceado de su piel. Estaba tan apuesto y vital que el aire parecía vibrar con la fuerza de su presencia.
Lucas estaba en el salón principal cuando oyó las voces femeninas. Había estado bebiendo y su humor no era particularmente bueno. Las noticias de que en cuanto él desaparecía Sarita y Curtis no perdían el tiempo para buscarse lo habían enfurecido. "¡Soy un imbécil!", se dijo con violencia. "Pensar que casi permití que ese rostro hermoso me cegara". Desgraciadamente, el que acompañaba a las damas en ese mismo momento era Curtis, cosa que sólo sirvió para acrecentar la ira de Lucas.
Si don Paco se había equivocado ampliamente al informar a Curtis sobre sus planes respecto de Sarita y Lucas, Curtis también había cometido un gran error en sus cálculos sobre el regreso de Lucas. Cuando don Paco habló del viaje a Hechicera, creyó que había sido un pretexto de Lucas para disimular su verdadero destino: los altiplanos y un encuentro con los comanches para disuadirlos de aliarse con los mexicanos. Y como pensaba que Lucas estaría ocupado por varios días en el Cañón de Palo Duro, fue un golpe desagradable para él encontrarlo cómodamente sentado en el salón.
Curtis y las dos mujeres entraron a la sala sin ver a Lucas al principio. La señora López estaba insistiendo con cortesía para que Curtis se quedara a tomar un refrigerio cuando Lucas se levanto lenta y lánguidamente. Curtis fue el primero en verlo. Se puso rígido al comprender que no estaba don Paco para interceder por él y que se encontraba en la propia casa de su enemigo.
Sarita y la señora López lo vieron un instante después que él, y la calurosa bienvenida de esta última dio tanto a Sarita como a Curtis tiempo para recuperar la compostura. Para Curtis fue fácil: todo lo que tenía que hacer era batirse rápidamente en retirada, cosa que hizo con tanta velocidad que dejó a la señora López comentando su falta de educación. Para Sarita no fue tan sencillo: la inesperada visión de Lucas hizo que su corazón comenzara a comportarse de forma incomprensible, precipitándose primero hacia sus pies y luego volviendo a subirle a su garganta. Experimentó una sensación vertiginosa y embriagadora en la boca del estómago y tuvo que contenerse para no arrojarse en sus brazos y besarlo. Por un breve instante la invadió una gran felicidad al verlo y se sintió más viva que en todas esas semanas, pero ese sentimiento desapareció con tanta rapidez que fue como si nunca hubiera existido. Sarita recordó aquella última noche que habían pasado juntos y las mentiras deliberadas que él le había contado a Aitor.
Para Lucas no había nadie salvo Sarita en la habitación. Le recorrió el rostro y el cuerpo con los ojos, devorando su figura esbelta. Ella estaba, como siempre, vestida de negro. Llevaba un vestido de tafetán con encaje en el cuello, los puños y la cintura. Tenía el pelo recogido en una corona de trenzas, como el día en que Philliphe había sido herido y sus mejillas se habían ruborizado. Al ver los helados ojos verdes, Lucas descubrió con recelo y sorpresa que ella estaba enojada... ¡y con él, al parecer! "¿Por qué?", se preguntó, frunciendo el entrecejo. "¡Sin duda soy yo el que tiene que estar furioso, pequeña ramera hermosa!"
Sarita estaba realmente enojada. Había podido controlar la primera oleada tonta de emoción y sólo le quedaban el dolor y la ira que la habían acompañado constantemente desde que Aitor le había contado las mentiras de Lucas. Sabía que Lucas no tenía muy buena opinión de ella, pero le dolía que la hubiera calumniado delante de Aitor. "¿y de cuántos más?", se preguntó con tristeza. Ahora que estaba frente a frente con su acusador, sentía una ira intensa. Ejercitando toda su fuerza de voluntad, logró contenerse para no arrojarse sobre él y rasguñar aquel rostro burlón.
Se saludaron con gélida cortesía y la señora López pensó que quizá todos se hubieran equivocado al juzgar el asunto, pero luego vio un brillo en los ojos de Lucas y sonrió. "¡De modo que no siente indiferencia!", pensó, muy satisfecha.
Recordando los consejos de doña Lola, abandonó discretamente la habitación, diciendo que tenía que hacer un manda do. Ninguno de los dos la escuchó, de tan concentrados que estaban el uno en el otro.
En cuanto la señora López se marchó, Lucas fue a servirse un vaso de tequila y dijo con sarcasmo por encima de su hombro:
-Veo que tú y Curtis habéis encontrado la forma de proseguir con vuestra relación. Dime, ¿es tan buen amante como yo o sigues haciendo comparaciones?
Lleno de desdén, se dejó caer sobre el sofá en el que había estado sentado. Al ver que ella permanecía en silencio, preguntó con dureza:
-¿Y bien? ¿No tienes respuesta? ¿O el silencio es la respuesta?
Temblando de ira, Sarita lo enfrentó. Esos insultos gratuitos habían sido demasiado. Despertaron a la fiera adormecida que siempre había tenido dentro y la niña tímida y aprensiva que se había casado para escapar de su padre, desapareció para siempre, al igual que la muchacha compasiva y dulce que había tranquilizado y adulado a un marido egoísta e impotente, y la joven crédula e inocente que había acudido a hacer las paces con Ruth sólo para que la usaran de forma tan cruel. Aun la mujer reservada que Lucas había descubierto en Hacienda del Cielo desapareció, dejando en su lugar a esta fierecilla apasionada, desafiante e intensa. Sarita no tomó conciencia del cambio dentro de sí misma, al menos al principio. Por ahora todas sus energías estaban concentradas en la figura arrogante de Lucas y a través de una niebla roja de furia lo contempló con dureza. Guiada por una turbulenta fuerza interior, avanzó hasta donde Lucas había dejado el botellón de cristal y tomándolo entre sus manos, se volvió hacia él. Con los ojos casi incandescentes de ira, atravesó la poca distancia que la separaba de Lucas y se detuvo delante de él.
-¡Eres un canalla insoportable! ¡Te atreves a condenarme sin conocer la verdad y sin embargo, tus mentiras sobre mí son más viles que cualquier cosa que yo jamás pudiera llegar a hacer!
Lucas echó una mirada cautelosa al botellón que Sarita sostenía pero preguntó con tanta furia como ella:
-¿Qué demonios quieres decir con eso? ¡No miento acerca de nadie... ni siquiera de ti! -le espetó.
-¡Embustero! -exclamó Sarita, fulminándolo con la mirada-. ¡Mentiste al decirle a Aitor que yo era tu amante y que lo había sido desde hacía varios años!
Una sonrisa dura se dibujó en el rostro de él.
-Ah, eso -murmuró, para gran fastidio de Sarita.
Cegada por la ira, ella estuvo a punto de exclamar algo, pero se contuvo y le sonrió dulcemente, cosa que debería haberlo puesto en guardia. Pero Lucas estaba deleitándose con esta Nueva Sarita, esta encantadora fierecilla y no estaba alerta.
-¡Sí, eso! -respondió ella con voz meliflua y, con todas sus fuerzas, le partió el botellón en la cabeza.
El ruido de la botella contra la cabeza de Lucas fue sordo y agradable antes de que el frágil cristal se hiciera añicos, y esquirlas de vidrio y gotas de tequila volaran hacia todas parte. Con más satisfacción de la que había sentido en mucho tiempo, Sarita contempló el rostro estupefacto de Lucas. Trozos de cristal resplandecían en el pelo negro, humedecido por el tequila y la camisa de seda blanca se adhería a los hombros masculinos. Lucas se quedó mirando la expresión complacida de Sarita y sus ojos se entornaron.
Entonces, como una pantera enfurecida, se levanto del sofá, maldiciendo y sacudiendo la cabeza para quitarse los vidrios y el líquido.
-¡Maldita gata salvaje! ¡Tendría que estrangularte y acabar con todo esto!
Pero Sarita no iba a dejarse intimidar esta vez. Casi disfrutaba de la confrontación y, sintiendo una oleada de excitación, lo enfrentó con las manos sobre las caderas.
-¡Atrévete! -dijo con tono belicoso-. ¡Si me pones una mano encima, te arranco los ojos!
Frunciendo el entrecejo con ferocidad, Lucas siguió mirándola. Sabía que lo que menos quería hacer era estrangularla.
¡Por Dios, qué hermosa era! Su ira se estaba disipando y mucho comenzaba a temer que a pesar de cualquier cosa que ella pudiera hacer, a pesar de los amantes que pudiera tener, siempre tendría el poder de llegar a él, de destruir la coraza fría que él mantenía alrededor de su ser. La idea lo aterrorizaba; pensar que una mujercita esbelta pudiera destruir toda una vida de barreras contra... el amor. De inmediato trató de apartar ese pensamiento y se enfureció nuevamente porque ella podía hacerlo considerar la idea, aunque sólo fuera por un momento.
Durante largos instantes se miraron; ninguno de los dos quería dar el primer paso y ninguno de los dos sabía tampoco cuál era el paso a dar. La ridiculez de la situación golpeó a Lucas y un brillo divertido asomó en los ojos negros mientras los minutos corrían y ellos dos seguían mirándose como dos gatos erizados.
Pero Sarita no estaba divertida. Estaba demasiado furiosa para encontrarle la gracia a la situación. Al ver la risa en los ojos de él, estalló Nuevamente. Con una exclamación de rabia, se arrojó sobre él y le golpeó el pecho con los puños.
-¡No te atrevas a reírte de mí! -le espetó-. ¡Me usaste desde el momento en que nos conocimos y ahora te ríes de eso! ¡Le mentiste a Aitor y ahora él cree que yo soy una criatura sin posibilidad de redención, y tú te ríes! ¡No soy tu querida! ¡No lo soy! ¡No lo soy!
Con humillante facilidad él le capturó los puños y la apretó contra él. La camisa húmeda manchó la tela del vestido al entrar en contacto con ella. Con una expresión extraña en su rostro orgulloso, Lucas miró a Sarita a los ojos y dijo:
-¿No lo eres? ¿No eres realmente la querida de mi corazón? Las palabras fueron dichas en voz tan baja que debido a su ira Sarita casi no comprendió lo que había dicho. Pero tampoco tuvo tiempo para pensarlo, pues la boca de Lucas cubrió la suya en un beso hambriento y apasionado que borró todo menos la magia que él despertaba con tanta facilidad. Sarita luchó contra él... y si Lucas se hubiera limitado a besarla con pasión, lo hubiera vencido. Pero a medida que los labios de él aumentaban la presión, un elemento indefinible entró en el beso y Sarita respondió a él ciegamente. Había pasión, pero también había ternura y un ansia ardiente que derritió la ira de ella hasta que Sarita ya no pudo recordar el motivo de la misma... ¡sólo sabía que estaba en brazos de Lucas y que era allí donde siempre había querido estar!
Perdida en la telaraña de sensualidad en la que Lucas la tenía atrapada, Sarita no se resistió cuando él la tomó en brazos y la llevó al sofá. La tendió sobre el terciopelo suave sin dejar de besarla. Al sentir las manos de él sobre sus senos, Sarita experimentó una oleada de deseo intenso.
Poseído por la pasión, Lucas buscó con dedos nerviosos los botones del vestido de ella. Fue entonces cuando Sarita volvió a la realidad y comprendió con una horrible sensación en el estómago qué fácil era para él hacerla comportarse como una mujerzuela.
Con un grito de angustia y rabia, lo empujó con fuerza y se puso de pie.
-¡Basta! -suplicó, desgarrada entre las exigencias de su corazón y las de su mente. Con los ojos brillantes de lágrimas exclamó-: ¡No me hagas esto! ¡No me insultes por mis supuestos defectos para de inmediato aprovecharte de los mismos! ¡Deja de usarme!
Con los ojos fríos y vacíos y una expresión distante en el rostro, Lucas se puso de pie frente a ella. Tomándola por sorpresa, dijo con sencillez:
-Lo siento. Cuando estoy contigo, voy en contra de mis principios.
Sarita emitió una risa amarga.
-¡No me digas que tienes principios! ¡Por cierto que jamás te he visto ejercerlos!
Lucas habló con voz peligrosamente serena.
-¿No? Pensé que dejarte en Nueva Orleáns fue muy correcto de mi parte... no quería hacerlo, ¿sabes? Pero entre otras cosas, iba contra mis principios meterte en el tipo de vida que podía ofrecerte en ese entonces: la de una amante ocasional mantenida por un hombre casado con mala reputación. Así que actué en contra de mis deseos y te dejé. -Sarita, se puso pálida, pero Lucas siguió hablando inexpresivamente, sin dar le oportunidad de interrumpir.- Tu marido no murió a manos mías, pero podría haber lo hecho fácilmente. Te dije que lo quería fuera de tu vida y hubiera sido lo más sencillo del mundo retarlo a duelo en cualquier ocasión. -Atravesándola con los ojos, agregó con frialdad:- Lo hubiera matado si nos hubiéramos enfrentado en el campo de duelo, sabes. Pero cuando él murió, no me aproveché inmediatamente de ti, que es lo que habría hecho si hubiera seguido mis deseos. ¡No sabes la suerte que tienes, princesa! -gruñó por lo bajo-. Podría haberte arruinado muchas veces desde que nos conocimos, pero no lo he hecho. ¡Y eso que te deseaba, créeme! Te deseaba lo suficiente como para robarte de tu marido ¡y al diablo con el escándalo! Podría haberte convertido en la comidilla de Nueva Orleáns y aun de la República de Texas con sólo acercarme y llevarte conmigo. ¡Si no puedes imaginar el escándalo que hubiera resultado de tu rapto, yo sí lo imagino, de modo que la próxima vez que me acuses de no tener principios, recuerda que podría haber hecho trizas tu reputación en cualquier oportunidad. Pero no sé por qué razones no lo he hecho...
Al contemplar esos fríos ojos negros, Sarita comprendió con una excitante sensación de culpa que él hablaba con toda veracidad y tomó con- ciencia de las veces que había estado al borde del desastre. Aferrándose a lo único que tenía seguro, dijo:
-¡Le mentiste a Aitor! ¡Le dijiste que yo era tu amante, y sabías perfectamente que no era cierto!
Lucas se encogió de hombros. La había tratado con gentileza por última vez. Su paciencia se había agotado y quería terminar de una vez con esta lucha entre ellos. La princesa era suya y era hora de que lo comprendiera. Con las piernas algo separadas y los brazos cruzados sobre el pecho, la miró a los ojos y dijo con ironía:
-En ningún momento especifiqué que fueras mi amante; sólo dije que hacía tiempo que manteníamos una relación... cosa que es cierta. -Recorrió el cuerpo de ella con una expresión enigmática en los ojos negros y dijo con dureza:- Eres mía, princesa; lo has sido desde el momento en que te vi y si eres sincera contigo misma, admitirás que es así. ¡Tú me perteneces!
1 comentario:
Las cosas claras y el chocolate espeso jajaajja vaya fiera la Sarita y ese pistolero que está coladito por ella jajajaajja Qué dos madre mía... vueloooo a leer que tengo atraso jajajajj besitos Himara.
Ayla.
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