06 noviembre 2008

Pasion; Los comanches

El jueves 19 de marzo de 1840 amaneció claro y ümpido. Sarita se despertó temprano, agradecida por haber podido sobrevivir a la velada sin haber cometido ningún error garrafal. La llegada de Mariano y Bernarda había sido una gran ayuda y cuando ellos se fueron, muy tarde, Sarita pudo despedirse de Philliphe con tranquilidad, sabiendo que él se retiraría a su habitación de inmediato y no tendría oportunidad de hablar en privado con Lucas.

Charity entró en ese momento, trayendo una gran bandeja con una cafetera, una taza de porcelana fina, una jarrita con leche y un plato con pan dulce. Sarita se recostó contra las almohadas y disfrutó del desayuno, mientras pensaba en los planes para ese día.

No le gustaba la idea de que Philliphe fuera a acompañar a Lucas a la reunión con los comanches, y se ponía nerviosa de sólo pensar en eso. Pero claro, cualquier circunstancia que dejara solos a Philliphe y Lucas la ponía más que nerviosa.

Al menos estarían en medio de una muchedumbre, pensó, y no era probable que surgiera el tipo de conversación que ella temía. Si sólo supiera qué estaba pensando Lucas, o cuáles eran sus intenciones. No la había traicionado... hasta ahora. ¿Quizá la Además, lastimar a Sarita era lo último que tenía en la cabeza; la deseaba desesperadamente entre sus brazos en lugar de tenerla enfrente como una gata furiosa. Con un movimiento extrañamente vulnerable, se frotó el cuello cansadamente con una mano y sorprendió a Sarita al decir:
-No voy a disculparme, pero admitiré que no tendría que haber dicho eso. En cuanto a contarle a tu marido... -Sus ojos se encontraron con los de Sarita y ella sintió que se le cerraba la garganta-. En cuanto a tu marido -repitió Lucas con tono sombrío-, quédate tranquila; pienso que lo que ha sucedido entre nosotros no es admirable desde ningún punto de vista. ¿Lo dejamos en el pasado y empezamos de nuevo?

Sintiendo el ardor de lágrimas en los ojos, Sarita asintió, sabiendo que por más mal que hubiera estado, jamás olvidaría esos momentos prohibidos.
-No hay razón para que comencemos de nuevo -dijo con un hilo de voz-. Philliphe y yo partiremos para Natchez lo antes posible. Quizá mañana mismo.

Algo que pudo ser dolor cruzó por el rostro de Lucas, pero desapareció tan rápidamente que ella no estuvo segurá de haberlo visto. No hubo rastros de pena en la voz de él cuando dijo suavemente:
-Bueno, al menos que no haya rencor entre nosotros antes de que te marches.

Sarita le sonrió tembloroMarianoente, deseando que las cosas pudieran ser tan fáciles, que la atracción magnética de él no le oprimiera el corazón cada vez que ella lo veía.
-Creo que nos hemos dicho todo lo que había por decir -murmuró con una voz firme. Esforzándose por contener las lágrimas que estaban a punto de comenzar a rodarle por las mejillas, trató de terminar la conversación lo antes posible. Sin mirarlo, balbuceó-: Discúlpame, pero debo terminar de prepararme para reunirme con M... M... Bernarda y 1...1... las demás.

Se volvió ciegamente, sin ni siquiera importarle adónde iría, pero la mano de Lucas sobre su brazo la detuvo.
-No es necesario que vayas a ayudar -dijo lentamente. Una arruga de preocupación apareció en su frente.- Es más, yo... -Se interrumpió cuando una de las sirvientas entró en el vestíbulo y tras mascullar algo por lo bajo, Lucas arrastró a Sarita dentro de uno de los salones, cerrando la puerta con firmeza detrás de sí.

Sarita levanto los ojos hacia el rostro bronceado y viril y sintió que el corazón se le contraía. Comprendió entonces lo importantes que se habían vuelto para ella esas facciones... ¡estarían en sus sueños hasta el fin de sus días! "Es así como lo recordaré siempre", pensó con angustia, contemplando sedienta el pelo negro y sedoso, las largas pestañas que velaban los ojos negros, la forma en que la boca masculina se curvaba cuando él sonreía, como lo estaba haciendo ahora. De pronto sintió un irresistible deseo de apretar los labios contra el cuello fuerte y moreno de él.

Asustada por su reacción ante la proximidad de Lucas, Sarita le volvió la espalda y preguntó en voz baja:
-¿Qué... qué estabas diciendo? Lucas tuvo que apelar al máximo a su fuerza de voluntad para no tomarla en brazos y besarla hasta hacerle perder el sentido. Se sintió casi agradecido cuando ella le dio la espalda. Si hubiera seguido mirando ese rostro hermoso, no habría sido responsable de sus actos.

-No era nada importante -dijo, recuperándose levemente-, sólo que preferiría que no fueras a ayudar a Bernarda con los prisioneros.

Sarita se volvió hacia él con mirada interrogante.
-¿Por qué? -quiso saber. Lucas pensó en la vida refinada, ordenada y segura que llevaba ella en Natchez y dijo repentinamente:

-¡Porque creo que no eres lo suficientemente fuerte! Bernarda tendrá bastantes problemas como para agregar la posibilidad de que te desmayes a sus pies.

Dolida y furiosa porque él la consideraba débil e inútil, Sarita lanzó una exclamación de rabia.
-¡Vaya! ¡Muchas gracias, señor Fernandez! Pero déjeme asegurarle que soy mucho más fuerte de lo que parezco, ¡y no sería tan tonta como para desmayarme en un momento crítico!

Lucas atravesó la habitación con dos pasos y la tomó de los hombros, sacudiéndola suavemente mientras decía con impaciencia:
-¡Cálmate, fierecilla! ¡No quise decir que no eres capaz en circunstancias que te resultan conocidas! Pero ver a alguien que ha sido torturado y humillado por los comanches no es un espectáculo agradable... ¡sobre todo para alguien como tú!

Si trataba de tranquilizarla, no lo estaba logrando en absoluto.
-¿Y qué quieres decir con eso? -quiso saber Sarita, apretando los dientes.

Lucas lanzó un suspiro de fastidio.
-Princesa, me crié como un comanche y sé lo que les hacen a los prisioneros. No quiero que te sientas mal por lo que puedas ver.

Es tan sencillo como eso. Bernarda Moreno y las demás mujeres están mejor preparadas que tú y es probable que algunas no toleren ver a los prisioneros. Bernarda comprenderá cuando le explique que no irás. Si te hace sentir mejor, enviaré a algunas de mis criadas para que las ayuden.

Si Lucas no hubiera demostrado tan poco tino, Sarita podría haberle hecho caso. Pero ella no estaba dispuesta a tolerar tanta arrogancia. Sintiendo que tenía que probar algo ante él y ante sí misma, dijo con obstinación:
-Le dije a Bernarda que la ayudaría y pienso hacerlo.

-¡Eres terca y tonta! -exclamó él con rabia-. ¡Maldición, no quiero que vayas! ¡Podría haber problemas y quiero que estés a salvo!

Con una repentina expresión ansiosa en los ojos verdes, Sarita preguntó:
-¿Y Philliphe? ¿No correrá peligro?

Fue la chispa que encendió la ira y la frustración de Lucas.
-¡Al diablo con Philliphe! -rugió de forma impulsiva-. Podría atravesarlo una lanza comanche, ¡por lo que a mí me importa!

Sarita se retorció para liberarse de sus manos.
-¡Cómo te atreves a decir algo así! -gritó-. El es bueno, amable y... -Pero sus palabras furiosas murieron cuando vio la expresión atormentada en el rostro de Lucas.

Hubo un súbito silencio en la habitación, mientras ellos se miraban. Sarita estaba como hipnotizada por la llamarada de emoción que brillaba en los ojos negros. El silencio quedó roto cuando Lucas masculló:
-¡Por Dios! ¿Por qué siempre luchas contra mí? -y luego, sin poder resistirse, la apretó contra él y la besó.

Si el beso hubiera sido brutal, Sarita podría haberse mantenido firme en sus determinaciones, pero no lo fue. Fue cálido y exigente, irresistiblemente persuasivo. Sarita respondió instintivamente. En lugar de luchar contra Lucas, en lugar de tratar de escapar, se aferró a él con pasión, sintiendo que perdía la cabeza. Sus labios se entreabrieron y el beso se volvió más profundo. Lucas le sostuvo la cabeza con una mano, aprisionándola mientras su boca se apoderaba con dulzura de la de Sarita. Sin tener conciencia de nada, excepto de ese cuerpo fuerte y musculoso contra el suyo, ella enredó los dedos en el pelo de Lucas sintiendo una urgente necesidad de que volviera a poseerla. Embriagada de deseo, Sarita habría cedido a cualquier exigencia de él si no hubiera estallado de pronto en su mente el recuerdo de Philliphe y de su matrimonio. Emitió un sollozo avergonzado y se apartó de los brazos de Lucas levantando una mano como para protegerse.

Ambos respiraban entrecortadamente y los pantalones ajustados de Lucas dejaban en evidencia su deseo. Con voz rígidamente controlada, preguntó:
-¿Te importaría decirme qué diablos ha sucedido?

Sarita lo miró a los ojos y respondió:
-Pienso que sabes muy bien lo que ha sucedido. Recordé -por si no lo hacías tú- que tengo marido. Un marido que me quiere mucho.

-¡Ah!, ya veo -se burló él-. ¡Tu memoria es muy adaptable! ¡De pronto estás en mis brazos y en el minuto siguiente recuerdas a tu marido! -Con tono acusador, le espetó:- ¡Pues lo olvidaste muy fácilmente con Curtis!

-¡No es cierto! Si sólo quisieras escucharme, podría explicarte todo y te darías cuenta de que te equivocaste respecto de mí desde el principio -replicó Sarita acaloradamente, deseando que... "¡Ay Dios!" Ni siquiera sabía lo que deseaba.

Lucas la miró con expresión torva, deseándola con una intensidad que lo llevaba al borde de la locura y al mismo tiempo preguntándose cómo podía ser tan estúpido. Furioso por su propia incertidumbre, preguntó con sarcasmo:
-¿Qué podrías decirme que no sepa yo ya? ¿Que Curtis te sedujo? Es posible. ¡Pero debió de haber recibido bastante estímulo de tu parte! Y olvidas que no te alcanzó con tenerlo como amante; después de acostarte con él, me permitiste poseerte. -Con la voz ronca de rabia y dolor, le espetó:- ¿Crees que he olvidado eso?

Sarita se asustó ante el odio en la voz de él y sintiendo que se marchitaba por dentro, se obligó a decir con tranquilidad:
-No veo por qué me censuras; por cierto que no dudaste en tomar el lugar de Curtis.

Por un instante terrible, Sarita creyó que él iba a pegarle, pero aunque Lucas apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos, no se movió para tocarla. Espantada por las cosas horribles que se habían dicho, Sarita agregó con suavidad:
-Philliphe y yo partiremos mañana. Hasta entonces, creo que será mejor que tú y yo evitemos vernos a solas.

Lucas no dijo nada, sólo la miró fijamente. Luego, con una expresión fría y distante en el rostro, hizo una reverencia formal y respondió de forma lacónica:
-Me parece muy prudente. No me disculparé, pues no me arrepiento de nada de lo que ha sucedido entre nosotros. Lo único que lamento es haberme dejado llevar por una locura momentánea, cosa que un hombre jamás debería hacer. -Sarita creyó que él se marcharía, pero Lucas la sorprendió al extender el brazo y acariciarle la mejilla con suavidad.- Es una pena, carita de ángel, que no nos hayamos conocido hace mucho, en otro tiempo y en otro lugar -agrego con un dejo de tristeza en la voz-. Quizá nuestras vidas hubieran sido muy diferentes.

Emocionada hasta el borde de las lágrimas, Sarita asintió. El nudo que tenía en la garganta le impedía hablar. Lucas la miró fijamente unos instantes y luego salió de la habitación. Sarita se quedó mirando la puerta, mientras se preguntaba si realmente la gente moría al romperse el corazón, pues sin duda el de ella acababa de hacerse añicos.

Se dejó caer sobre una silla y miró ciegamente a su alrededor. ¿Qué tenía Lucas que la hería y la llenaba de gozo al mismo tiempo? El solo hecho de verlo hacía que su corazón se comportara de forma alocada y sin embargo, se decían cosas de lo más hirientes, pues él creía lo peor de ella. "Debería despreciarlo", pensó con una mezcla de rabia y pesar, "aunque sea por la sola razón de que me cree tan depravada como para cambiar de cama con la facilidad con la que cambio de ropa". Finalmente, decidió que de nada servía quedarse allí cavilando y se marchó de la sala.

A pesar del nudo de tristeza que le oprimía el pecho, Sarita logró comportarse con normalidad cuando se reunió con Philliphe unos instantes más tarde para desayunar. Apenas si tocó la comida, pues el café y el pan dulce que había comido en su habitación le habían resultado suficientes, y la escena con Lucas había destruido todo vestigio de apetito que pudiera haber tenido.

Lucas apareció cuando iban a terminar, disculpándose con descuido por haberse retrasado. No explicó la razón de su retraso, y sin mirar ni una sola vez a Sarita, bebió dos tazas de café mientras conversaba afablemente con Philliphe.

Philliphe no pareció notar nada fuera de lo común y Sarita se sintió agradecida. Al menos él lo estaba pasando bien, se dijo con una repentina oleada de rencor.

Era cierto. Philliphe lo estaba pasando muy bien. Había dormido de maravilla y estaba muy entusiasmado ante la idea de ver a un indígena cara a cara. "Podré contar la historia mil veces", pensó con satisfacción.

Sintiéndose muy complacido consigo mismo y con el mundo en general, atacó el desayuno con fruición, y se dedicó a acosar a Lucas con preguntas interminables y poco diplomáticas acerca de la reunión con los comanches.

Cuando terminaron de desayunar, Lucas se preguntó cómo haría para pasar varias horas en compañía de Philliphe sin estrangularlo. En cuanto a Sarita, la había dejado deliberadamente fuera de sus pensamientos, junto con las emociones que ella despertaba en él.

Se levanto de la mesa y tras dejar su servilleta, miró a Sarita y dijo con tono cortés:
-Philliphe y yo la acompañaremos a la casa de los Moreno cuando esté lista para ir. Sugiero que no se demore demasiado; los comanches ya han sido divisados y quizá le agrade verlos llegar.

Ella se atrevió a mirarlo y el vacío helado que vio en sus ojos la hizo estremecer. Obligándose a mantener la calma, respondió:
-Si me permiten ir a buscar mi chal, estaré lista de inmediato.

Lucas asintió sin decir nada y ella supo que seguía enojado por su decisión de ir a reunirse con Bernarda y las otras mujeres. Sin aguardar una respuesta, Sarita salió apresuradamente en busca de su chal.

Los tres se encaminaron con pasos lentos hacia la casa de los Moreno. No eran los únicos en la calle, pues como la noticia de la reunión con los comanches se había esparcido, muchos pobladores de las afueras de San Antonio habían venido a la ciudad para presenciar lo que seguramente sería un encuentro histórico. Todos, aparentemente, querían ver a los temidos y bárbaros comanches.

Lucas y los Mignon acababan de llegar a casa de los Moreno cuando Bernarda, que contemplaba la gran llanura, exclamó:
-¡Miren! Allí vienen los comanches. Al igual que todos los demás, Sarita se volvió para mirar. Al principio, lo único que vio fue una gran nube de polvo. Las figuras de los indios y sus caballos se distinguían apenas entre la polvareda.

-¿Por qué vienen tantos? -preguntó Philliphe con algo de temor-. Creí que sólo vendrían seis o siete... ¡no la tribu entera! Después de todo, ¿cuántos se necesitan para llegar a un acuerdo?

Lucas le dirigió una mirada cargada de desdén.
-Todos los guerreros de la tribu tienen que dar su consentimiento. Y los que no lo hacen, no están sujetos al tratado: pueden seguir atacando y robando. En cuanto al número, los concilios son sagrados para los comanches -por lo general duran bastante tiempo- y los jefes y guerreros que asisten a este concilio trajeron a sus esposas y familiares. Armarán sus tiendas y se quedarán un tiempo. -Su voz se endureció cuando vio las tropas que merodeaban cerca de la plaza principal de la ciudad.- No esperan una traición -agregó-. Esperan negociar y si no pueden llegar a un acuerdo, esperan que se les deje marcharse... en paz.

Mariano Moreno se movió, inquieto. Había preocupación en sus ojos oscuros.
-Pero yo no creo que los comisionados vayan a dejarlos ir si no traen a todos los prisioneros.

Con rostro sombrío, Lucas siguió mirando a los indios que se aproximaban.
-Lo sé. Antes de la reunión de esta mañana, veré al coronel Fisher. Si puedo convencer lo de que pondrá en peligro las vidas de todos los prisioneros si hace alguna jugada en contra de los comanches que han venido al concilio, quizá pueda evitarse el desastre.

Ahora se podía divisar con claridad a los indios y la exclamación que lanzó Philliphe resumió la opinión de todos los que los observaban.

Los comanches proporcionaban un espectáculo imponente. Los guerreros con sus aterrorizadores tocados de cuernos de búfalo y el rostro pintado cabalgaban arrogantes y serenos. Los hombres vestían solamente taparrabos y mocasines. Todos los guerreros tenían gruesas trenzas que caían hasta la cintura y como se enorgullecían de su pelo, las trenzas estaban decoradas con plumas, adornos de plata, trapos de colores y cuentas. Los caballos también eran magníficos; tenían el cuello y las ancas pintadas de rojo y plumas de águila en las crines y la cola.

Al mirarlos, Sarita comprendió por qué se llamaban a sí mismos "el pueblo" y por qué se les había denominado los señores de las praderas; eran realmente majestuosos.

Las mujeres no eran muy distintas y aunque estaban completamente vestidas, eran tan altaneras como los hombres y cabalgaban tan bien como ellos. Pero tenían el pelo corto y sus rostros eran espectaculares. Las orejas estaban pintadas de rojo, las mejillas, anaranjadas y algunos rostros llevaban una mezcla de colores que desafiaba cualquier descripción.

Sarita miró de soslayo a Lucas y decidió que parte de su arrogancia debía de haber sido transmitida por sus hermanos comanches. Contempló el grueso pelo negro que rozaba el cuello de su camisa y se preguntó si alguna vez habría tenido trenzas largas decoradas con plumas y cuentas.

Lucas sintió la mirada de ella y arqueó una ceja con expresión interrogante. Al ver que Sarita se ruborizaba y apartaba los ojos de su pelo, sonrió y dijo:

-Sí. -Luego, volviéndose hacia Mariano Moreno, murmuró:- Creo que ya es hora de que me reúna con el coronel Fisher, así que si me disculpan, me pondré en camino. -Dio unos pasos, pero luego, como si recordara algo con resignación, se volvió y miró a Philliphe.

-Volveré a tiempo para asegurarme de que usted entre en los tribunales -le dijo-. Mientras tanto, sugiero que espere aquí.

Sarita lo vio alejarse con sentimientos contradictorios. Experimentó alivio al verse libre de su poderosa presencia pero también sintió tristeza al no tenerlo cerca. Decidida a no pensar en él, se obligó a concentrarse en los comanches y a admirar el hermoso día soleado.

Era realmente un día precioso de primavera que no presagiaba en absoluto los acontecimientos brutales y violentos que sucederían unas pocas horas después. Cuando el sol se pusiera, nunca más habría una verdadera paz entre los blancos y el pueblo de las llanuras.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Solo puedo decirte que quiero mas, mucho mas , que esto se ha quedado muyyy interesante ¿Que va a pasar ahora? Hay Dios mio , que tension......

Gracias y Besitos.


CHIQUI.

Anónimo dijo...

Cada dia me gusta máas!

Espero que Lucas se entere pronto de lo que en realidad le pasó a Sara..


Que enganche tengo por dioos! xD


***

Anónimo dijo...

Se va a liar una gordaaaa...gorda muyyy gorda me parece a mí Jjajjajj ayyyy por Dios que no resulte herido el pistolero !!! coñe no puede ser que son de la familia los comanches no? El Luquitas es un poquito cabezón... dále con lo de Curtis!!! a ver si se entera ya de una vez que fue el primero él.
Nada, a esperar de nuevo el siguiente para que nos saque de dudas...muchas gracias Himara por esta historia que me tiene enganchadísima Ummmmmmmmmmm Besotes.

Yo quiero un comanche en mi vidaaaaaaaaa!!! o un pistolero jajajajjjjaj.

Ayla.

Anónimo dijo...

Cada vez me tiene más enganchada este Lucas Fernández y todo el relato en general.
¿Qué va a pasar ahora? ¿De verdad Sarita y su marido se van a marchar sin que el pistolero tenga claro que la princesa es sólo suya?

Anónimo dijo...

Cada vez me tiene más enganchada este Lucas Fernández y todo el relato en general.
¿Qué va a pasar ahora? ¿De verdad Sarita y su marido se van a marchar sin que el pistolero tenga claro que la princesa es sólo suya?

Anónimo dijo...

Ohhhh, esto cada capi que pasa está mejor. Espero que este hombre no corra ningún riesgo cuando se lie la que se va a liar y si le ocurriese algo, que lo atienda Sara.

Un besote Himara

Blue.-

Anónimo dijo...

A ver si va a ser al revés y los comanches secuestran a Sarita y es Lucas Fdez. el que tiene que salvar?????? YO por imaginar....

Pero a ver cuando nuestro niño se cae del guindo y se da cuenta que él es el ÚNICO hombre en la vida de Sara.

Gracias, y que no tarde mucho la continuación, por favoooooor.

María A.