El sol ya estaba alto cuando al fin Sara abandonó su lecho. Se calzó las zapatillas y se puso la bata, acercándose a la ventana. Se preguntó qué hora sería. Recordó la fiesta, y que toda la noche se había movido inquieta en la cama.
No podía olvidar esos ojos extraños mirándola insolentes y el rostro bien formado. Lucas Fernández era más alto que la mayoría de los hombres, posiblemente medía un metro ochenta y cinco, era delgado y musculoso. Tenía los cabellos negros y la piel intensamente bronceada, lo cual distinguía de los elegantes madrileños de piel muy clara.
Pensó: “¿Qué te pasa, Sara? ¿Por qué no puedes apartar de tus pensamientos a ese hombre? Te insultó, pero continúas recordándolo. Bien, si es posible evitarlo, no volverás a ver a Lucas Fernández”.
Se quitó la bata y las zapatillas y de su guardarropa retiró uno de sus nuevos vestidos de calle. Tras comprobar que iba vestida a su propio gusto, descendió la escalera en busca de su hermano.
Sara entró en el comedor y encontró a la señora Díaz y a una de las criadas de la planta baja retirando lo que parecían los restos del almuerzo.
—Vaya, señorita Sara, comenzábamos a preguntarnos si estaba enferma. ¿Desea desayunar? ¿O tal vez prefiere almorzar ya? –pregunto la señora Díaz.
Sara sonrió al tiempo que se sentaba.
—No, gracias, señora Díaz. Será suficiente con unas tostadas y una taza de café. ¿Dónde están todos?
—Bien, el señor Gonzalo tenía que hacer algunas diligencias y se ha marchado un poco antes de que usted bajara –dijo la señora Díaz, mientras servia una taza de café a Sara—. Y el señor y la señora Medina están durmiendo la siesta.
La criada entró con una bandeja de tostadas y jaleas.
—Señorita Sara, casi lo había olvidado –dijo la señora Díaz—. Esta mañana se ha presentado un caballero que deseaba verla. Es muy insistente... ya ha venido tres veces. Creo que es el señor Fernández. —La interrumpió un golpe en la puerta—. Seguramente es él de nuevo.
Sara se mostró irritada.
—Bien, sea el mismo u otro cualquiera, dígale que no me siento bien y que hoy no recibiré visitas.
—Muy bien, señorita. Pero este señor Fernández es un hombre muy apuesto –replicó la señora Díaz antes de salir para contestar la llamada...
Regresó poco después, moviendo la cabeza.
—Sí, era el señor Fernández. Me ha pedido que le haga saber que lamenta que no se sienta bien, y que espera que mañana este mejor.
Gonzalo y ella pensaban regresar a su casa al día siguiente, de modo que no necesitaría ver nuevamente al señor Fernández. Sara echaba de menos el campo, y también las cabalgadas diarias en su caballo Cachis. De buena gana regresaría a casa.
Cachis y Princesa habían nacido al mismo tiempo, y su padre le había regalado a Princesa con motivo de un cumpleaños. Pero al contrario que Princesa, que era blanca y mansa, Cachis era un pardillo negro de fuerte carácter. Por eso Sara había inducido a su padre a que se lo regalase y para lograr su propósito le había prometido adiestrarlo de tal modo que mostrase un carácter más manso.
Sin embargo, Cachis era manso sólo con Sara. La joven reía de buena gana cuando recordaba que dos años atrás Gonzalo había intentado montar a Cachis. El caballo sólo la soportaba a ella. Si volvía a casa, pronto olvidaría la figura del grosero Lucas Fernández, y a Jose Suarez y a Don Carlos Vargas.
Sara oyó abrirse la puerta principal y vio entrar a su hermano.
—Parece que al fin has conseguido abandonar la cama. Te he estado esperando esta mañana, pero a mediodía ya me he dado por vencido. –Gonzalo se apoyo en el marco de la puerta—. Me he encontrado con Tomas y Ana Santana. Como recordarás, él estuvo en mi regimiento. Nos han invitado a cenar esta noche con algunos de sus amigos. ¿Podrías estar lista para las seis?
—Creo que sí, Gonzalo
—Me he encontrado al señor Fernández ahí fuera. Ha dicho que había venido de visita, pero que tú no te sentías bien. ¿Ocurre algo?
—No, sólo que hoy no deseo ver a nadie –respondió la joven.
—Bien, partiremos mañana, de modo que hoy es tu última oportunidad de encontrar un buen marido –se burló Gonzalo.
—¡Caramba, Gonzalo! Sabes de sobra que no he venido por eso a la ciudad. Lo que menos deseo es atarme y verme esclavizada por las obligaciones conyugales. Cuando encuentre a un hombre que me trate como a una igual, quizás entonces contemple la posibilidad del matrimonio.
Gonzalo se echó a reír.
—Ya previne a nuestro padre de que la educación que estabas recibiendo sería tu ruina. ¿Dónde está el hombre que desee una esposa tan inteligente como él?
—Si todos los hombres son débiles y tímidos, jamás me casaré... ¡Y no lo lamento!
—No diré que compadezco al hombre que conquiste tu corazón –dijo Gonzalo—. Sin duda, será un matrimonio muy interesante.
Dicho esto, salió de la habitación.
Sara reflexionó acerca de lo que Gonzalo había dicho. Dudaba de que jamás pudiese hallar la clase de amor que podía hacerla feliz: la clase de amor que había unido a sus padres. Ellos habían tenido un matrimonio perfecto, hasta la muerte de ambos, cuatro años atrás. Después, Gonzalo y Sara se habían acercado mas que nunca el uno al otro.
Y el último año Gonzalo había obtenido un ascenso en el ejercito de su Majestad y ahora disfrutaba de una licencia y estaba esperando nuevas ordenes. De pronto Sara decidió que lo acompañaría adondequiera que fuese. Extrañaría a Cachis y Miranda, pero mucho más extrañaría a su hermano si no lo veía.
Abrigaba la esperanza de que no lo enviasen muy lejos. El no pensaba seguir indefinidamente la carrera militar, pero de todos modos deseaba hacer algo por su país antes de volver a su hogar. Al día siguiente irían a Miranda y pronto saldrían de allí. Sara esperaba que no fuese demasiado pronto.
Subió al primer piso para pedir un baño. Le agradaban mucho los baños tranquilos y prolongados. Lo mismo que la equitación, la tranquilizaban y mejoraban su estado de animo.
Sara decidió poner particular cuidado en su atuendo, porque ésta seria su última noche en Madrid. Eligio un vestido borgoña y le pidió a Luisa que le ordenase los rizos rubios de acuerdo con la complicada moda del momento. Distribuyó en sus cabellos rubíes rojos como la sangre y agregó un collar a juego. Su madre había dejado a Sara rubíes, zafiros y esmeraldas. Los diamantes y las perlas estaban destinados a la esposa de Gonzalo, para cuando él se casara. Su madre le había dicho en alguna ocasión que su cutis y su pelo eran demasiado claros y que no le convenía usar diamantes. Sara estaba de acuerdo con esa opinión.
Admiró su imagen reflejada en el espejo. Le encantaba usar prendas bonitas y joyas. Sabía que era hermosa, pero no creía que fuese tan bella como todos solían decir. Tenía los cabellos de un rubio tan claro que la frente alta y blanca parecía prolongarse en el peinado. Sin embargo, su propia figura la complacía. Tenia los pechos pequeños, de forma perfecta, y las caderas eran esbeltas y acentuaban el perfil de las largas piernas.
Un golpe en la puerta interrumpió el tocado de Sara. Oyó la voz de Gonzalo.
—Sarita, si estas lista, quizá podríamos recorrer el parque por última vez antes de ir a cenar.
Cuando abrió la puerta percibió la expresión admirativa de Gonzalo.
—Me pongo la capa y podemos salir –replicó alegremente la joven.
—Sarita, esta noche estás muy hermosa: aunque a decir verdad, siempre se te ve así.
—Gonzalo, me halagas; pero de todos modos me agrada oírte decir eso –se burló ella—. ¿Vamos?
Sara y Gonzalo dieron un lento paseo por el Retiro antes de detenerse frente a una hermosa residencia. Tomas y Ana Santana los recibieron en la puerta y Gonzalo les presentó a Sara. Ana Santana era la mujer más menuda que Sara hubiese visto jamás. Parecía una muñeca de porcelana, con los cabellos y los ojos negros, y el cutis blanco. El marido era un hombre corpulento como Gonzalo, y de rasgos ásperos.
—Gonzalo, sois los últimos en llegar. Los restantes invitados están en el salón –dijo Tomas Santana mientras los conducía hacia el interior de la casa.
Cuando entraron en el salón, Sara no pudo dejar de verlo. Era la persona más alta que estaba allí. “Oh, maldición”, pensó la joven; ¡ese hombre iba a conseguir echarle a perder su última velada en Madrid!
Lucas Fernández vio a Sara apenas ella entró en la sala. Cuando la miró, Sara apartó el rostro en un gesto de desprecio. Bien, él no esperaba tener una conquista fácil. Desde la víspera, era evidente que ella lo odiaba.
Por pura casualidad se había cruzado con Gonzalo Miranda esa tarde y había sabido que él y su hermana estarían allí por la noche. Mariano conocía a Tomas Santana y pudo conseguir que el dueño de la casa lo invitase e hiciese lo mismo con Lucas.
Lucas también supo de labios de Gonzalo Miranda que era la última noche que los hermanos pasaban en Madrid; por lo tanto, tenía que darse prisa. Abrigaba la esperanza de que Sara no se sintiese demasiado irritada por la audacia que él demostraba, pero de todos modos no tenia otra salida que tratar de conquistarla aquella misma noche. Personalmente hubiera preferido llevar a Sara a su propia casa y hacerla su esposa, con o sin protestas, al estilo del pueblo de su padre. Pero sabía que eso era imposible en España. Tenia que tratar de conquistar su afecto de acuerdo con las costumbres de la civilización.
Suspiró, maldiciendo la falta de tiempo. Aunque quizá Sara Miranda sólo se hiciera la difícil. Después de todo, las jóvenes iban a Madrid en busca de marido. Y él no era tan mal partido. Aún así, como la había conocido apenas la víspera, las probabilidades no le favorecían. Diablos, ¿por qué no se la habían presentado antes?
Ana Santana llevó a Sara donde estaba Lucas.
—Señorita Miranda, desearía presentarle...
Se vio interrumpida bruscamente.
—Ya nos conocemos –dijo Sara despectivamente.
Ana Santana pareció sobresaltada, pero Lucas hizo una reverencia de arrogante elegancia, Tomó firmemente del brazo a Sara y la obligó a caminar hacia el bacón. Ella se resistió, pero Lucas estaba seguro de que la joven no haría una escena.
Cuando llegaron a la baranda, ella se volvió bruscamente par enfrentarse a Lucas en actitud desafiante. Los ojos le chispeaban y su voz estaba cargada de desprecio.
—¡Realmente, señor Fernández! Creí que anoche había aclarado bien mi posición, pero como parece que usted no entiende se lo explicaré otra vez. Usted no me gusta. Es un individuo grosero y pagado de sí mismo, y me parece una persona intolerable. Ahora, si usted me disculpa, regresaré a donde está mi hermano.
Se volvió para alejarse, pero él le asió la mano y la atrajo hacia sí.
—Espere, Sara –pidió con voz ronca, obligándola a mirarlo a los ojos oscuros.
—Realmente, no creo que tengamos nada que decirnos, señor Fernández. Y por favor absténgase de usar mi nombre pila.
De nuevo se volvió, pero Lucas continuaba aferrándole la mano. Ella se le enfrentó otra vez y ahora, enfurecida, golpeó el suelo con el pie.
—¡Suélteme la mano! –exigió Sara.
—Sarita, lo haré cuando haya oído lo que quiero decirle –contestó él atrayéndola aún más.
—¿Sarita? –dijo ella, y le miro hostil—. ¿Cómo se atreve
—Me atrevo a lo que quiero atreverme. Ahora, cállese y escuche. –Le divirtió la incredulidad que se leía en el hermoso rostro—. Anoche hablé groseramente de las mujeres sólo para tranquilizar a mi hermano, que es un casamentero. Nunca había deseado casarme... hasta que la he conocido. Sarita, la deseo. Me honraría si consintiera en ser mi esposa. Le daría lo que quisiera... joyas, hermosos vestidos, mis propiedades.
Sara lo miraba de un modo muy extraño. Abrió la boca para decir algo, pero no pudo pronunciar palabra. Y entonces él sintió el golpe de su mano en la mejilla.
—En mi vida me he sentido tan insultada...
Pero él no le permitió terminar. La abrazó y la silenció con un beso profundo e intenso. La apretó fuertemente contra su propio cuerpo, sintió la presión de sus pechos y casi le impidió respirar. Sara se debatía para liberarse, pero sus esfuerzos a lo sumo acentuaban el deseo de Lucas.
De pronto, inesperadamente, Sara cayó inerte en los brazos de Lucas y él bajó la guardia. Creyó que Sara se había desmayado, pero se le contrajo el rostro cuando sintió un dolor agudo en la pierna. La soltó instantáneamente para aferrarse la pierna y, cuando volvió a mirar, Sara corría hacia el interior del salón. Vio que se acercaba a su hermano, que se apartó enseguida para buscar la capa de la joven y decir algo al dueño de la casa. Después salió del salón en compañía de su hermano.
Lucas aún sentía los labios de Sara. Su deseo no se había apaciguado cuando volvió los ojos hacia la calle y vio a Sara y a su hermano que subían al carruaje y se alejaban. Continuó observando el vehículo hasta que desapareció y después fue a buscar a Mariano y le pidió que le disculpara ante Tomas Santana. No estaba de humor para soportar la cena.
Mariano comenzó a protestar, pero Lucas ya estaba saliendo del salón.
Se dijo que tenía que haberlo previsto. Le había rogado como un tonto. Bien, seria la última vez. Jamás antes había dado explicaciones a ninguna mujer y no volvería a hacerlo. Pensar que había creído realmente que podía conquistarla en una noche. No era una fregona que aprovechase sin vacilar la oportunidad de pasar de la miseria al lujo. Sara era una dama nacida en el bienestar. No necesitaba la riqueza que él podía darle.
Hubiera debido ir al hogar de Sara en Valencia e iniciar un lento asedio. Pero aquel no era su estilo. Además, jamás había cortejado a una mujer. Estaba acostumbrado a conseguir inmediatamente lo que deseaba y deseaba a Sara.
Sara todavía temblaba cuando entró corriendo en el salón. Aún sentía los labios de Lucas Fernández sobre los suyos y los brazos que la aprisionaban; y la endurecida virilidad de la entrepierna del hombre presionando sobre ella. De modo que así besaba un hombre a una mujer. Ella siempre se había preguntado como sería. Pero no había previsto la extraña sensación que Lucas Fernández había despertado en ella: una sensación que la atemorizaba y al mismo tiempo la excitaba.
Felizmente, había recordado lo que su madre le había dicho cierta vez: si un hombre la arrinconaba y ella deseaba escapar, debía fingir que se desmayaba y después descargarle el puntapié más enérgico posible. Había sido eficaz, y Sara agradeció en silencio a su madre el consejo recibido.
Sara se calmó mientras su hermano fue en busca de la capa. Explicó que tenía una terrible jaqueca y que deseaba partir inmediatamente. Cuando él regresó, ambos salieron en busca del carruaje.
Miró hacia la casa y vio a Lucas Fernández en el bacón, observándolos. Pensar que ese hombre la deseaba y la había pedido en matrimonio, pese a que conocía la antipatía que sentía Sara por él. ¡Qué descaro, qué audacia ilimitada!
Ahora que estaba a distancia segura de Lucas Fernández, Sara dio rienda suelta a su cólera. Lo había conocido la víspera y hoy ya la había pedido en matrimonio... sin una palabra de amor. Se había limitado a decir que la deseaba. Era incluso más impulsivo que Peter o sir Charles. Estos por lo menos eran caballeros.
Cuando pensaba en ellos se irritaba todavía más. ¡Ese hombre no era un caballero! ¡Se comportaba como un bárbaro! A Sara le habría gustado volver a ese balcón y abofetear de nuevo aquella cara arrogante.
Los sentimientos de Sara se reflejaban en su rostro y Gonzalo, que había estado examinándola en silencio, interrumpió los pensamientos de la joven.
—Cariño, ¿qué demonios te pasa? Yo diría que estas muy nerviosa. Me habías dicho que tenias jaqueca.
Ella volvió los ojos hacia Gonzalo, se llevó distraídamente una mano a la frente como quien intenta calmar un dolor y de pronto estalló.
—¡Jaqueca! Sí, tuve jaqueca, pero la dejé allí en el balcón. Gonzalo, ese pedante insoportable me propuso matrimonio.
—¿Quién? –preguntó serenamente Gonzalo.
—¡Lucas Fernández! Y tuvo el descaro de besarme... allí mismo, en el bacón.
Gonzalo pareció divertido.
—Querida hermana, parece que has encontrado a un hombre que sabe lo que desea e intenta conseguirlo. Dices que te ha pedido en matrimonio, ¡al día siguiente de haberte conocido! Por lo menos Suárez y Vargas te conocían un poco más. Parece que Lucas Fernández realmente te desea.
Sara volvió a recordar lo que Fernández había dicho y su irritación se acentuó.
—Sí, me desea. Incluso me lo dijo y ni una palabra de amor... ¡Sólo el deseo!
Gonzalo se echó a reír. No era frecuente que viese tan irritada a su hermana. Si Fernández hubiese intentado molestar a Sarita, Gonzalo no se habría sentido tan divertido y habría obligado al hombre a rendir cuentas de su actitud. Pero mal podía criticar a Fernández por un beso y una propuesta matrimonial. Él habría hecho lo mismo de haber hallado a una mujer tan bella como Sarita.
—Mira, Sarita, a menudo el deseo llega antes que el amor. Si Fernández te hubiese dicho que estaba enamorado de ti, probablemente habría mentido. Lo que dijo fue la verdad... que te deseaba. Cuando un hombre encuentra a una mujer sin la cual no puede vivir, sabe que esta enamorado. Creo que el amor necesita crecer lentamente, y eso lleva más tiempo de dos días, o incluso dos semanas. Sin embargo, parece que Lucas Fernández está dispuesto a amarte, puesto que te propuso matrimonio. En lugar de enojarte tanto, podrías haberlo considerado un cumplido.
Sara comenzó a calmarse, se recostó en el asiento y miró pensativa a lo lejos.
—Bien, de todos modos poco importa. Jamás volveré a ver a Lucas Fernández. Ante todo, nunca debí venir a Madrid. Aquí los hombres no saben lo que quieren. Se limitan a competir para llamar la atención: cada uno se vanagloria de que es mejor que el otro. Y los hombres como Lucas Fernández creen que les basta pedir una cosa para conseguirla. Ésta no es vida para mí. Creo que en el fondo del corazón soy una muchacha campesina.— Sara respiró a pleno pulmón y exclamó con lentitud—: ¡Oh, Gonzalo, me alegro de volver a casa!
4 comentarios:
"jamás volveré a ver a Lucas Fernández".... jajaja.... espera que me parto.... esta no sabe lo que se le viene encimaaaa (huy, lo que he dichoooooo).
Gracias un día más.
María A.
Jjajajaj María encima o debajo da igual jajajaja el juego da comienzo!!! a ver dónde y cuándo se ven las caras de nuevo. Nunca se sabe lo que puede hacer un hombre tan apasionado Uffffff ya estamos preparadas para los sofócos Himara jajajjaj que éstos no van a ser pocos con el de 1,85 jajajajjaj
Besitos corazón espero que se te soluccione pronto el ordena y si no ya sabes...visita a tu mami jajajajjj
Ayla.
Buff, el tio lo tiene clarísimo, lástima que ella no tanto, aunque estoy segura de que se van a volver a ver próximamente jajjaja, vamos que ese arrogante me gusssstaaaa.
Un beso.
Blue.
El lo tiene clarísimo, Gonzalo lo tiene clarísimo...la única que falta por saberlo es Sara. Y ya se enterará, ya (por suerte para ella).
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