Una suave brisa agitó las faldas de Sara cuando ella y Gonzalo abordaron la nave que debía llevarlos a El Cairo. Sara fue conducida a un pequeño camarote que tendría que compartir con otra mujer. Gonzalo ocupaba otro camarote, situado directamente enfrente al de Sara. Una vez que hubieron subido a bordo el equipaje, Sara salió a cubierta para echar una última ojeada a su amada España. Mientras observaba a los marineros que preparaban la salida del barco evocó las frenéticas prisas de la mañana.
Los fuertes golpes en la puerta habían despertado a Sara, que había pasado otra noche de sueño inquieto. Gonzalo entró en la habitación y se detuvo al lado de la cama, con una expresión ausente en su armonioso rostro. Sara vio el papel que Gonzalo traía en la mano, y se frotó los ojos para disipar el sueño.
—Sara, han llegado esta mañana. Lamento decir que tendré que partir inmediatamente.
—¿Quiénes han llegado? –dijo la joven con un bostezo—. ¿De qué estás hablando?
—De mis órdenes. Han llegado antes de lo que preveía –replicó Gonzalo, entregándole el papel.
Sara lo leyó, y agitó la cabeza incrédula.
— ¡El Cairo! –exclamó—. Pero eso está a más de cuatro mil millas de distancia.
—Sí, lo sé. Necesito partir dentro de una hora. Sarita, lamento decirte que no puedo acompañarte a casa, pero Heraldo dijo que de buena gana te escoltará. Te echaré de menos, hermanita.
Una sonrisa se dibujo en los labios de Sara.
—No, no lo harás, hermano mayor. ¡Iré contigo! Lo tengo decidido hace mucho tiempo.
— ¡Sarita, es ridículo! ¿Qué vas a hacer en un campamento militar en Egipto? El tiempo es terrible. Un calor ardiente y un clima malsano. ¡Echaras a perder tu cutis!
Sara apartó las mantas, saltó del lecho y se enfrentó a Gonzalo con las manos en las caderas y una expresión obstinada en el rostro.
—Gonzalo, voy a ir. ¡Y eso es todo! El año pasado, mientras estuve sola, me sentí muy mal. No lo soportare otra vez. Además, no permaneceremos tanto tiempo en Egipto. –Se volvió y de una ojeada abarcó la habitación—. ¡Oh, estoy perdiendo el tiempo! Sal de aquí mientras preparo el equipaje y me visto. Te prometo que no tardaré mucho.
Sara echó de la habitación a Gonzalo y pidió a Marina que la ayudase a preparar el equipaje. Tenía que darse prisa, de modo que Gonzalo no encontrase una excusa para dejarla en la casa.
En menos de una hora se había vestido y estaba pronta para partir. Gonzalo no formuló objeciones, e incluso le dijo que se alegraba de que le acompañase.
Faltaban pocos minutos para iniciar el viaje hacia un país extraño, del cual Sara conocía muy poco.
Observando a los pasajeros, Sara pensó que era extraño que su hermano fuese el único oficial del ejercito que realizaba ese viaje.
—Sarita, debiste haberme esperado. ¡No quiero verte sola en cubierta!
Sara se sobresaltó al oír las palabras de su hermano, pero se tranquilizó cuando Gonzalo se reunió con ella ante la baranda de la cubierta.
—Oh, Gonzalo, me proteges demasiado. Estoy perfectamente bien aquí sola.
—Sea como fuere, durante el viaje preferiría que no salgas a cubierta sin escolta.
—Muy bien, si insistes –cedió la joven—. Estaba pensando que es extraño que no haya otros oficiales a bordo. Creí que los reemplazos solían viajar juntos.
—Generalmente lo hacen. También a mí me ha llamado la atención, pero no conoceré la respuesta antes de llegar a El Cairo.
—¡Quizá te necesitan para algo especial! –se aventuró a decir Sara.
—Lo dudo, Sara, pero una vez que desembarquemos sabremos a que atenernos.
Gonzalo pasó el brazo sobre los hombros de Sara, y los dos hermanos vieron alejarse la costa de España, mientras la nave se adentraba en el mar.
Para Sara fue un viaje largo y tedioso. Detestaba estar encerrada y la nave ofrecía pocos entretenimientos. Trabó amistad con su compañera de camarote, la señora Barceló. Esta había ido a visitar a sus hijos, que estudiaban en un colegio ingles, y ahora regresaba a Egipto. Su marido era coronel del regimiento al que estaba destinado Gonzalo. Pero la señora Barceló no pudo explicar a Sara por qué mandaban a Gonzalo a El Cairo. Sabía únicamente que los demás reemplazados debían partir un mes después.
Como no habría respuesta antes de que finalizaran el viaje, Sara decidió desentenderse momentáneamente del misterio. Pasaba mucho tiempo leyendo en su camarote o en cubierta. Después de agotar todos los libros que había traído consigo, hizo frecuentes visitas a la pequeña biblioteca del barco.
Al principio del viaje Sara atrajo la atención de tres jóvenes admiradores, cada uno de los cuales hizo lo posible para monopolizarla.
Uno era norteamericano. Se llamaba William Dawson, y era un joven simpático de suaves ojos grises y cabellos color castaño oscuro. Tenia el rostro delgado y enérgico, y la voz profunda, con un acento sumamente extraño. Sara solía sentarse con él y escuchar horas enteras de sus interesantes relatos acerca del salvaje Oeste.
Aunque simpatizaba con el señor Dawson, Sara no tenia un interés personal en ninguno de los tres galanes. Había llegado a la conclusión de que la mayoría de los hombres eran iguales; de una mujer, les interesa una sola cosa. Ninguno parecía dispuesto a respetarla en un plano de igualdad.
Los días pasaban lentamente, sin incidentes particulares. Cuando al fin llegaron a Egipto, Sara apenas podía creerlo. A medida que avanzaban hacia el sur, el tiempo era mucho más cálido, y la joven se felicitó de haber traído ropas de verano. Gonzalo había ordenado que enviasen el resto de la ropa, pero los baúles no llegarían antes de un mes.
La nave amarró en el puerto de Alejandría. Sara ansiaba volver a pisar tierra firme, pero el muelle estaba tan atestado que los pasajeros que desembarcaban tuvieron que abrirse paso a viva fuerza a través de la multitud.
Gonzalo y Sara estaban en cubierta, con sus maletas, cuando la señora Barceló apareció y Tomó la mano de Sara.
—Querida, ¿recuerda que hablamos al principio del viaje de las órdenes recibidas por su hermano? Bien, el asunto me intrigó bastante. Mi esposo, el coronel Barceló, vendrá a buscarme y será lo primero que le pregunte. Si alguien sabe por qué enviaron anticipadamente a su hermano, ése es mi marido. Si no tiene inconveniente en permanecer conmigo hasta que yo lo encuentre, usted misma podrá oír la respuesta.
—Si, por supuesto –dijo Sara—. Me muero de curiosidad y estoy segura de que a Gonzalo le pasa lo mismo.
La señora Barceló hizo señas a un apuesto caballero de alrededor de cincuenta años que debía de ser su marido, el coronel. El grupo descendió la pasarela en dirección al recién llegado y éste los recibió en el muelle. Abrazó a su esposa y la besó en los labios.
—Querida, me he sentido muy solo sin ti –dijo el coronel.
—Yo también te he echado mucho de menos. Quiero presentarte al teniente Gonzalo Miranda y a su hermana Sara Miranda. –Miró a su marido—. El coronel Barceló.
Gonzalo y el coronel se saludaron.
—Teniente, ¿por qué demonios viene un mes antes? Creía que los reemplazos no llegaban antes del mes próximo –dijo el coronel Barceló.
Gonzalo replicó:
—Señor, esperaba que usted me aclarase este asunto.
—¿Qué? ¿De modo que no sabe por qué está aquí? ¿Trajo sus órdenes?
—Sí, señor.
Gonzalo extrajo la orden del bolsillo de la chaqueta y la entregó al coronel.
Después de leer la orden, el coronel Barceló miró a Gonzalo con una expresión de desconcierto en su curtido rostro.
—Lo siento, hijo, pero no puedo ayudarle. Sólo puedo decirle que nosotros no hemos pedido que viniese antes. ¿Tiene algún enemigo en España que desee alejarlo del país?
Gonzalo pareció impresionado.
—Señor, no había pensado en eso. Pero en realidad, no tengo enemigos.
—Una situación muy extraña, pero ahora que están aquí tienen que acompañarnos a Tomar una copa –dijo el coronel Barceló, Tomando del brazo a su mujer—. El tren para El Cairo no sale antes de dos horas.
El coronel Barceló los condujo a un pequeño café. Almorzaron en un patio abierto y finalmente se dirigieron a la estación.
William Dawson fue a despedirse de Sara. Prometió visitarla cuando fuese a El Cairo, una semana más tarde, y le pidió la promesa de que no dedicaría todo su tiempo a otros hombres.
En el tren hacia mucho calor y los vagones eran incómodos. Sara pensó divertida que, con la de trenes que había en España, ella hubiese tenido que viajar tanto para conocer uno. De todos modos, prefería la frescura y la comodidad de un carruaje, aunque a veces los viajes en esos vehículos fuesen un poco accidentados.
La señora Barceló y Sara compartían un asiento en el vagón atestado.
—He oído decir que en el desierto hay muchos bandoleros peligrosos. ¿Es cierto que las tribus beduinas esclavizan a sus prisioneros? –preguntó nerviosamente Sara a la señora Barceló.
—Muy cierto, querida –replico esta—. Pero eso no debe preocuparla. Las tribus temen al ejército de Su Majestad, y es natural que así sea. Se ocultan en el desierto de Arabia, que está bastante lejos de El Cairo.
—Bien, ahora me siento más tranquila –suspiró Sara.
El tren entró en El Cairo antes de anochecer. Los Barceló llevaron a un hotel a Sara y a Gonzalo.
—Cuando se hayan instalado les mostraré la ciudad y podemos asistir a la ópera –dijo amablemente la señor Barceló—. ¿Sabía que en esta ciudad se estrenó la famosa Aída para celebrar la inauguración del canal de Suez?
—No lo sabía, pero a decir verdad no he leído mucho acerca de este país –replico Sara.
Estaba demasiado fatigada para interesarse realmente en nada. Ella y Gonzalo agradecieron la amabilidad de los Barceló y se despidieron. Gonzalo pidió una cena liviana, pero Sara pudo comer muy poco y se acostó temprano.
Su cuarto estaba en el fondo del corredor, frente al de Gonzalo, y en su interior un baño caliente estaba esperando. Se desnudó rápidamente y se sumergió en el agua del baño. Pensó: “¡Qué delicia!”. El calor y el vagón atestado le habían dejado la piel pegajosa y sucia. Pero ahora se regodeó en el agua caliente y humeante.
Permaneció en el baño una hora, antes de enjuagarse y secarse. El agua caliente la había tranquilizado y consiguió dormirse sin dificultad.
4 comentarios:
Jolines!!! aquí hay algo... quién ha hecho que se alejara Gonzalito? desde luego no sabía que Sara iba a tomar la decisión de ir junto a su hermano...si en el barco no ha coincidido con ese hombre de 1,85 jajajjja mucho me temo que no va a tardar mucho de encontrarse en Egipto con ella. Himaraaa por Dios!!! pon el siguiente yaaa!!! que me muerdo las uñas pensando que hay gato encerrado en ese viaje. Besos muack muack muack...
Ayla.
Bueeeenoooo me parece a mi que ese tipo que se quedó en el balcón plantado tiene algo que ver con las órdenes de Gonzalo.
Himara siento lo de tu ordenador, pero...quiero máss.
Un besote
Blue.
Ay, ay, ay... que nos llega el fin de semana y yo tengo que saber antes si aparece nuestro hombreeeeeeee por Egipto (o por Móstoles... pero que aparezca ¡ya! jajajaja).
María A.
Pues si , aqui hay gato encerrado o mejor dicho Lucas encerrado , que bien que apunta el relato , gracias Himara ... buen puente para tod@s . elisabet.
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