En medio de la noche, un ruido en la habitación interrumpió el sueño sereno de Sara. Abrió los ojos y vio una alta figura frente a ella. Sara se preguntó qué demonios hacia Gonzalo junto a la cama, observándola en la oscuridad. Pero de pronto comprendió que no podía ser Gonzalo. Ese hombre era más alto y algo le cubría el rostro.
Intentó gritar, pero antes de que pudiese emitir el más leve sonido una mano enorme le cubrió la boca. Trató de apartarlo, pero el hombre era demasiado fuerte para ella.
De pronto, el hombre la atrajo y la besó cruelmente, oprimiendo el cuerpo de la joven mientras con la mano libre le acariciaba audazmente los pechos.
“¡Dios mío –pensó asustada Sara—, quiere violarme!” Comenzó a debatirse con violencia, pero su atacante la dejó caer sobre la cama y con movimientos rápidos le aplicó una mordaza a la boca y se la ató firmemente sobre la nuca. Le metió un saco por la cabeza y se lo bajó a lo largo del cuerpo, asegurándolo alrededor de las rodillas. La alzó en brazos y se la echó al hombro.
Sara trató de mover los pies para conseguir que el hombre perdiese el equilibrio, pero él la arrojo al aire y la joven quedó sin aliento cuando volvió a caer sobre el hombro de su agresor. Comprendió que el individuo se había puesto a andar y oyó abrirse y cerrarse la puerta del dormitorio.
Pareció que descendían una escalera, y de pronto sintió que una leve brisa le acariciaba los pies desnudos. Seguramente habían salido del hotel. “Dios mío, ¿qué va a hacer conmigo este hombre? ¿He venido a este bendito país para morir... y cómo voy a morir? ¿Primero me violaran brutalmente? ¿Por qué tuve que salir de España? ¡Pobre Gonzalo, se creerá culpable de mi muerte! ¡Necesito escapar!”
De nuevo Sara descargó puntapiés al aire y se contorsionó, pero el hombre la apretó con más fuerza para anular sus intentos. Durante unos minutos apresuró el paso y de pronto se detuvo. Habló en el idioma de los nativos y después la arrojó sobre algo. Sara trató de moverse, pero cesó en sus esfuerzos cuando sintió una dolorosa palmada en las nalgas.
Otra voz murmuró unas palabras y se oyó una carcajada estrepitosa; Sara sintió un movimiento irregular. Comprendió que estaba depositada sobre un caballo, como un saco de patatas. Casi se echó a reír histéricamente cuando el hombre apoyó una mano sobre su espalda. ¿Acaso temía que ella cayese y se lastimara antes de que él mismo pudiera herirla?
El corazón de Sara latía tan aceleradamente que temió que fuese a estallar. “¿Adónde me lleva?” Y de pronto comprendió. Por supuesto... se dirigían al desierto. Qué mejor lugar para violar una mujer que el desierto... donde nadie pudiera oír sus gritos. Aparentemente, el grupo estaba formado por varios hombres. ¿Cuántas violaciones tendría que soportar antes de que la matasen?
Cabalgaron horas enteras, pero Sara perdió la noción del tiempo. Tenía los cabellos pegados a la frente y le dolía el estómago a causa de la postura en que se hallaba. No podía entender por qué se internaban tanto en el desierto. Al fin el grupo interrumpió la marcha.
“Será ahora”, pensó frenéticamente, mientras la bajaban al suelo. Cuando advirtió que nadie la tocaba, intentó echar a correr, pero olvidó que el saco estaba atado alrededor de sus rodillas y casi enseguida cayó sobre la arena.
Ya no podía soportar más humillaciones. Comenzó a gemir. Hubiera llorado histericamente de no haber sido por la mordaza que le cubría la boca. Alguien la levantó, dejándola de pie. Los dedos de sus pies se hundieron lentamente en la fresca arena del desierto.
Sara sintió que le desataban la cuerda anudada alrededor de las rodillas, y de nuevo intentó caminar. Pero alguien la retuvo y la joven sintió el contacto del ancho pecho de un hombre. El individuo la retuvo abrazada durante lo que Sara le pareció una eternidad y después rió con autentico regocijo. La montó sobre el caballo y él mismo se instaló detrás. Al parecer, por lo menos pensaba permitirle que cabalgase con cierta dignidad.
Pero, ¿por qué reanudaban la marcha? ¿Por qué no le había hecho nada? ¿Querían que sufriese más en ese estado de inquieta expectativa? Y entonces Sara concibió una idea. Tal vez, después de todo, no pensaran matarla. Quizá se propusieran venderla como esclava después de violarla. Naturalmente. Era muy probable que en un mercado de esclavos obtuviesen por ella una hermosa suma. Sara despertaría enorme interés, con sus largos cabellos rubios y su cuerpo blanco y esbelto. Sí, eso era lo más probable. “Me usarán, y después me venderán para obtener una ganancia. Lo cual será peor que morir.”
Sara siempre había asegurado que no estaba dispuesta a ser la esclava conyugal de ningún hombre. Y ahora sería una verdadera esclava, la esclava de un amo que haría con ella lo que se le antojara. Ella no podría influir sobre el asunto. Pensó que prefería que la matasen, porque no podría soportar la esclavitud.
Las horas se arrastraron lentamente y al fin Sara comenzó a percibir cierta luz a través del tosco tejido del saco, y comprendió que estaba amaneciendo. Pensó en Gonzalo y en lo que sufriría cuando descubriese su desaparición. Dudaba de que pudiese hallarla, pues habían estado cabalgando la noche entera.
¿Adónde la llevaban? Sara sintió el sudor que le corría por los costados y las piernas, porque el calor aumentaba sin cesar. Hubiera proferido maldiciones para abrumar a ese bastardo... pero si él no la entendía, era completamente inútil. Estaba agotada.
Al fin se detuvieron, aunque Sara ya no le importaba... no quería continuar pensando. La dejaron en el suelo, pero las piernas no la sostuvieron. No se entregaba, pero sabía que era inútil correr. El sol la cegó unos momentos cuando uno de los hombres le quitó el saco que le cubría la cabeza. Cuando al fin recobró la vista vio aun nativo de corta estatura. El individuo le entregó una chilaba y un pedazo cuadrado de tela con una cuerda, para que se hiciera un turbante beduino.
—Kufiyah –dijo el hombre señalando el lienzo.
El individuo desató la mordaza y comenzó a alejarse.
Eran tres. Dos jóvenes de mediana estatura y un hombre muy alto que estaba abrevando a los caballos. El joven que le había entregado la chilaba y la kufiyah volvió un momento después, sonriendo tímidamente, y le entregó un poco de pan y un odre de agua. Sara tenía mucho apetito, pues apenas había probado bocado la noche anterior.
Cuando Sara terminó de comer, el hombre corpulento se acercó y le arrebató el odre, que entregó a uno de los secuaces. Su kufiyah le cubría la mitad inferior del rostro, de modo que ella no pudo verle las facciones.
Era un hombre muy alto para ser árabe. Sara creía que los árabes en general eran menudos, pero este hombre sobrepasaba en mucho a los demás.
El individuo la ayudó a ponerse la chilaba, y le recogió los cabellos, que estaban sueltos. Por lo menos, la ayudaba a vestirse en lugar de desnudarla. Le arregló la kufiyah sobre la cabeza, y después la llevó a la sombra de un saliente rocoso y la obligó a sentarse sobre la fresca arena.
Aterrorizada, Sara se apartó del hombre. Pero el individuo se limitó a reír ásperamente y se alejó para ayudar a sus amigos que estaban atendiendo a los caballos. Retiraron las toscas mantas de los animales, los cepillaron y les dieron un poco de grano. Los árabes que acompañaban al individuo de elevada estatura comieron algo y se echaron a descansar, completamente cubiertos por sus chilabas oscuras.
Sara miró alrededor y vio al hombre alto que trepaba por las rocas con un rifle en la mano para montar guardia. No podía huir. Dejó que su cuerpo agotado se relajase y se durmió.
El sol estaba bajo en el horizonte cuando Sara despertó. Los caballos estaban dispuestos y el hombre alto la obligó a montar con él
Sara pudo ver montañas a lo lejos y, alrededor, un océano de arena. Decidió no intentar nada y se recostó contra el hombre que montaba con ella. Le pareció que él se reía, pero aún estaba demasiado fatigada para preocuparse por eso. Volvió a dormirse.
Cabalgaron tres noches más, descansando durante las horas de más calor. Finalmente comenzaron a salir del desierto. Sara pudo ver árboles a su alrededor y notó que el aire era más fresco. “Si la temperatura había descendido –pensó Sara—seguramente se debía a que comenzaban a internarse en las montañas.”
Deseaba desesperadamente que esta tortura no fuese más que un mal sueño. Pronto despertaría en su hogar de Valencia para gozar de las frescas brisas matutinas, desayunar y salir a pasear montando a Cachis. Pero sabía que no era un sueño. Jamás volvería a ver a Cachis, ni su hogar.
Un fuego ardía a cierta distancia. Uno de los hombres del grupo profirió un grito: todos salieron de los árboles y se acercaron a un campamento; había cinco tiendas, una más grande que las restantes, formando un círculo alrededor del fuego. El fuego era la única fuente de luz y las llamas proyectaron sombras móviles sobre todo lo que había alrededor.
Se acercaron cuatro nativos, con sonrisas en sus rostros oscuros, y todos comenzaron a hablar y a reír. Las mujeres del campamento salieron de sus tiendas y en sus ojos se leía la curiosidad; pero se mantuvieron apartadas del grupo de los hombres.
Sara fue depositada en el suelo. Comprendió que habían llegado al final del viaje. Tenia que tratar de salvarse del destino que la esperaba. Quizá podría ocultarse en las montañas y arreglárselas luego para regresar a la civilización.
Otros hombres se reunieron con el grupo, junto al fuego. Todos observaban al individuo alto y hablaban y gesticulaban. Sara permaneció momentáneamente sola. ¿Suponían que esperaría tranquilamente su destino?
Alzó hasta las rodillas la chilaba y el camisón, y echó a correr. Corrió tan velozmente como no lo había hecho jamás en su vida. No sabía si estaban persiguiéndola. Sólo oía los latidos acelerados de su corazón. Se le cayó de la cabeza la kufiyah y sus cabellos se agitaron desordenadamente al viento.
Sara tropezó y cayó de bruces. Alzando los ojos vio dos pies frente a ella. Hundió el rostro en la arena y comenzó a llorar. No podía evitar las lágrimas, pero detestaba mostrar su debilidad a este hombre. Él había obtenido una victoria al conseguir que ella llorase. Con movimientos bruscos la obligó a incorporarse y la llevó de regreso al campamento.
Llevaron a Sara a la más espaciosa de las tiendas y sin ceremonias la depositaron sobre un diván sin respaldo, con brazos bajos y redondeados en sus extremos. La joven trató inmediatamente de recuperar el dominio de sí misma; se apartó de la cara los cabellos enmarañados y se enjugó las lágrimas que bañaban sus mejillas.
La tienda era bastante espaciosa y tres de los lados estaban formados por una tela muy peculiar, a través de la cual el fuego que ardía fuera iluminaba vivamente la habitación. El piso estaba cubierto por alfombras multicolores y el cuarto lado de la tienda estaba hecho de un tejido más pesado. Sara alcanzó a ver otro cuarto, uno de cuyos lados estaba completamente abierto.
La habitación principal estaba escasamente amueblada. Cerca del fondo de la tienda había otro diván forrado con terciopelo celeste, y entre los dos objetos había una mesa larga y baja. En un rincón, al fondo de la tienda, un pequeño gLutfiete, y sobre él un solo vaso con incrustaciones de piedras preciosas y un odre de piel de cabra. Muchos almohadones pequeños de vivos colores aparecían distribuidos sobre los dos divanes y en el piso, a corta distancia.
Sara observó a su raptor. El hombre alto estaba de espaldas a la joven cuando se quito la kufiyah y la chilaba. Las depositó sobre el gLutfiete y del odre de piel de cabra vertió un líquido en el vaso.
Calzaba botas altas hasta las rodillas, y vestía una camisa y pantalones anchos con el ruedo asegurado por las botas.
Sara se sobresaltó cuando el hombre le habló en perfecto español.
—Sarita, veo que no será fácil manejarla. Pero ahora está aquí y sabe que me pertenece; y quizá no intente volver a huir.
Sara no podía creer lo que oía. El hombre se volvió para mirarla. Los ojos de la joven se agrandaron por la sorpresa, y ella sintió que se le aflojaba la mandíbula.
El hombre se echó a reír.
—Sarita, he esperado mucho tiempo para ver esa expresión en su rostro... desde la noche en que usted se separó de mí, en Madrid.
¿De qué estaba hablando? ¡Seguramente había enloquecido!
Las mejillas de Sara enrojecieron de cólera y su cuerpo tembló de rabia.
—¡Usted! –gritó—. ¿Qué está haciendo aquí, y como se atreve a raptarme y a traerme a este lugar abandonado de la mano de Dios? Mi hermano Gonzalo lo matará.
Él volvió a reír.
—De modo, Sarita, que ya no me teme. Excelente. No creo que me agradara oírla rogar y pedir compasión.
—Señor Fernández, jamás le ofreceré esa satisfacción.
—Sara se puso de pie, enfrentándose con el hombre, y los cabellos casi le llegaban a las caderas—. Ahora, ¿quiere tener la bondad de explicarme por qué me ha traído hasta aquí? Si busca un rescate, mi hermano le dará todo lo que usted desee. Pero me agradaría que el asunto se resolviera lo más rápido posible, de modo que yo pueda salir de aquí y evitar su compañía.
Él sonrió. Esos ojos tan extraños la tenían como hipnotizada. Sin saber muy bien por qué, pensó: “¿Por qué tenía que ser tan terriblemente atractivo aquel hombre?”
—Imagino que debo aclararle por qué la he traído.
Lucas se sentó en el diván y la invitó a hacer lo propio. Bebió un sorbo del vaso y la examinó atentamente antes de continuar hablando.
—En general, no explico a nadie mis propósitos, pero creo que en su caso puedo hacer una excepción. – Hizo una pausa, como para pensar en las palabras que deseaba usar—. Sara, la primera vez que la vi en ese baile en Madrid, me di cuenta de que la deseaba. De modo que lo intente a su modo. Le expliqué mis sentimientos y le propuse matrimonio. Cuando usted se negó, decidí tenerla a mi propio modo, y muy pronto. La noche que usted me rechazó conseguí que enviasen aquí a su hermano.
—¿De modo que fue usted quien maniobró con el fin de que enviasen aquí a mi hermano?
–exclamó ella, atónita.
—No vuelva a interrumpirme hasta que haya terminado. ¿Está claro? –dijo bruscamente Lucas.
Sara asintió, pero sólo porque su curiosidad la obligaba a escuchar.
—Como le he dicho, arreglé que enviasen aquí a su hermano. Se trataba sencillamente de conocer a las personas adecuadas. Si usted hubiese decidido permanecer en España, para mí habría sido mucho más difícil traerla aquí cuando su hermano se hubiera alejado. En España, usted hubiese escapado más fácilmente, pero aquí yo podía poseerla antes. Tendrá menos posibilidades de huir. En este país los raptos son cosa usual, de modo que no espera ayuda de la gente de mi campamento. –Lucas le dirigió una sonrisa maligna—. Sarita, ahora usted es mía. Cuanto antes lo comprenda, mejor para usted.
Sara se incorporó bruscamente y paseó enfurecida por la habitación.
—¡No puedo creer lo que acaba de decirme! ¿Cómo puede imaginar que me casaré con usted después de lo que me ha hecho?
—¡Casarme! –dijo él riendo—. Le ofrecí el matrimonio una vez. No volveré a hacerlo. ¡Ahora que la tengo aquí, no necesito casarme con usted! –Se acercó a la joven y la abrazó—. Ahora usted es mi esclava, no mi esposa.
—¡No seré esclava de nadie! ¡Prefiero morir antes que someterme a usted! –gritó Sara y se debatió para evitar el abrazo.
—¿Cree que le permitiré suicidarse, después de esperarla tanto tiempo? –murmuró Lucas con voz ronca.
Acercó sus labios a los de Sara y la besó apasionadamente, sosteniéndole la cabeza con una mano y los dos brazos con la otra.
Sara volvió a sentir esa extraña sensación en todo el cuerpo. ¿Le agradaba el beso de ese hombre? Pero eso era imposible. ¡Ella lo odiaba!
Ella aflojó bruscamente el cuerpo, pero antes de que pudiese descargar un puntapié, Lucas la alzó y su risa resonó en la tienda.
—Sarita, ese pequeño truco ya no sirve.
Lucas alzó en brazos a Sara, y pasando entre los pesados cortinajes la llevó a su lecho. Cuando ella comprendió su intención, comenzó a luchar fieramente, pero él la arrojó sobre la cama y se acostó a su lado. Sara le golpeó el pecho con los puños, hasta que él le sujeto los brazos sobre la cabeza y los sostuvo así con una mano.
—Creo que ahora veré si tu cuerpo está a la altura de tu hermoso rostro.
Lucas desató la túnica que ella usaba. Aplicó una pierna sobre el cuerpo de la joven para impedir sus movimientos y de un solo tirón le desgarró el camisón.
Sara gritó, pero el la beso apasionadamente y su lengua se hundió profunda en la boca de la joven. Después el beso fue suave y gentil y Sara se sintió cada vez más aturdida. Lucas aplicó los labios al cuello de Sara, y con la mano libre acarició audazmente los pechos llenos y redondos.
Lucas le sonrió, buscando una respuesta en los ojos de la joven.
—Eres aún más bella de lo que yo había soñado. Tu cuerpo está hecho para el amor. Te deseo, Sarita –murmuró con voz ronca.
Después llevó los labios a los pechos de Sara, besando primero uno de ellos y después el otro. Sara sintió que una oleada de fuego inundaba su cuerpo.
Tenía que decir algo para detenerlo. No tenía fuerza física suficiente para rechazarlo.
—Señor Fernández, usted no es un caballero. ¿Tiene que violarme, contra mi voluntad –preguntó fríamente—, sabiendo que le odio?
Lucas la miró y ella advirtió que el deseo se disipaba en los ojos verdes. La soltó y se puso de pie frente a la cama. La miró desde su altura y su boca cobró una expresión dura que concordaba con el frío resplandor de sus ojos.
—Jamás pretendí ser un caballero, pero no te violaré. Cuando hagamos el amor, será porque tú lo deseas tanto como yo. Y lo desearás, Sarita, te lo prometo.
—¡Nunca! –gritó Sara cubriéndose el cuerpo con la túnica—. Jamás le desearé. Lo odio con todo mi ser.
—Ya veremos, Sarita –contestó Lucas volviéndose.
—¿Dejará de llamarme Sarita? ¡No es mi nombre! –gritó ella, pero él ya había salido de la tienda.
Sara aseguró la túnica alrededor del camisón desgarrado y contempló el cuarto. Pero no había nada que ver: sólo un armario junto a la enorme cama, con su gruesa manta de piel de oveja.
Mientras se deslizaba bajo la manta, Sara pensó en lo que él había dicho. No quería violarla. Si él era hombre que hacía honor a su palabra, podía considerarse segura, porque sabía que ella jamás lo desearía. ¿Por qué tenía que desear a ningún hombre? El deseo era un sentimiento masculino, no femenino.
Pero, ¿y si él no respetaba su palabra? Sara no tenia fuerza suficiente para contenerlo si él deseaba Tomarla por la fuerza. ¿Qué ocurriría entonces? Y a propósito, ¿qué demonios estaba haciendo en Egipto? Se comportaba como un nativo, y la tribu parecía aceptarlo como uno de los suyos. Sara no podía comprender la situación, y el interrogante continuaba agobiándola, sin hallar una respuesta adecuada.
Cuando pensó en todo lo que había hecho Lucas Fernández para traerla a este lugar, se enfureció de nuevo. ¡Pensar que ella había atravesado el océano sencillamente para que la raptara un loco! Bien, si podía evitarlo no permanecería allí mucho tiempo. Pensando en la posibilidad de la fuga, Sara al fin consiguió dormirse.
4 comentarios:
Pues claro que es un caballero, aunque él no quiera reconocerlo.... eso sí... un pelín machista jajajaja.
A ver cuando Sarita se entrega a él por propia voluntad .. aunque todavía es pronto para eso porque de momento lo odia, pero del odio al amor.... hay medio pasito... jajaja.
Muchas gracias por este trocito y ya espero ansiosa el siguiente.
Besos
María A.
princesas!! pero que precioso relato nos habeis traido!!! Bueno la verdad es que he sacado el poco tiempo que tengo para empezar con el relato y no he podido evitarlo,me he enganchado...Me encanta aunque imaginarme a Lucas en plan machista y con el solo deseo de hacerla suya sin importarle los sentimeintos de ella...me cuesta un poco la verdad porque si a mi me propone matrimonio este hombre ...no me lo pensaría jejeejje.
Un placer enorme leer este relato y millones de gracias por colgarlo.
Un besazo enorme.
Lluvia
¡¡¡Toma ya !!!, sera salvaje el tio, pero mirandolo bien es muyyyyy romantico , lo que ha hecho solo por que la desea y seguro que algo mas, Le veremos tragarse sus palabras de que nunca mas le va a proponer matrimonio, ja, le va a durar ese proposito un suspiro , igual que a Sarita el no desearlo.
Precioso el relato , me he leido 4 de una vez , que estos dias ando con problemillas tecnicos, espero que los tuyos se vayan soluccionando Himara.
Besos.
CHIQUI.
Madreee que hombre más emocionante!!! será bruto, salvaje y lo que querais pero... qué morbazo tieneeeeee jajajajjaajaj nos vamos a deshacer con el apasionamiento que recorre al 1,85 jajjajjaaj hacemos porra para ver cuánto aguanta? Himaraaaaaaaaaa continúaaaaaaaa please!!!
Besitos corazón !!! y para la dulzura de Laurys que se la hecha de menos... muchos besitos.
Ayla.
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