10 enero 2009

Amor en el desierto; Esclavas

Durante la semana que siguió al accidente, Lucas permaneció casi siempre en la tienda. Sara se resignó a vivir con él un tiempo y decidió aprovechar lo mejor posible la situación. Incluso comenzó a gozar de su compañía, puesto que ahora él no le pedía nada. Conversaba y reía con ella, e incluso le enseñó a jugar a los naipes. Sara llegó a dominar con bastante facilidad el juego de póquer y pronto fue capaz de derrotar al propio Lucas.

Comenzó a sentirse cómoda en presencia de Lucas, como si lo conociese de toda la vida. Él le habló de su venida a Egipto, en busca de su padre, y de la vida que había llevado con la tribu. Le explicó que viajaban de un oasis a otro, o recorrían el desierto en busca de pastos para los rebaños, y de vez en cuando atacaban a las caravanas o a otras tribus de beduinos.

Cuando le preguntó por qué prefería esta vida, él se limitó a decir:

—Mi padre está aquí.

Cuatro días después del accidente, Lucas comenzó a mostrarse irritable, a causa del encierro y de la inactividad. Reprendía a Sara por cosas nimias, pero ella no prestaba atención a su malhumor. Había reaccionado del mismo modo cuando al principio él la había confinado en la tienda. Cuando el humor de Lucas se hacía insoportable Sara escapaba de la tienda y visitaba a Lorén.

Lorén Alhamar recibía con agrado las visitas de la joven. Sus viejos ojos castaños se encendían y en su rostro se dibujaba una sonrisa cuando la veía aparecer en la tienda. Lorén era tan diferente del padre de Sara, que al morir aún era un hombre joven y vital. Pero Sara sabía que Lorén no tenía, ni mucho menos, la edad que aparentaba. El clima tórrido de Egipto y las privaciones de la vida que llevaba lo habían envejecido prematuramente.

Ahora el padre de Lucas estaba muriéndose. Estaba pálido, más débil que el día que ella lo había conocido, y a menudo su atención se dispersaba.

Sara le leía fragmentos de las mil y una noches, un libro que agradaba mucho al anciano. Pero Lorén dormitaba después de una hora, o simplemente miraba fijamente el espacio, como si ella ni siquiera estuviese allí.

Cuando Sara mencionó a Lucas la debilidad cada vez más acentuada de Lorén, él se limitó a contestar:

—Lo sé.

Pero ella vio que el dolor se reflejaba en sus ojos verde oscuro. Lucas sabía que su padre no viviría mucho más.

El séptimo día después de la curación de Lucas, Sara despertó de un profundo sueño a causa de la mano de Lucas, que la acariciaba audazmente. Somnolienta, se volvió y enlazó los brazos alrededor del cuello de Lucas, arqueando su cuerpo contra el cuerpo masculino, para corresponder cálidamente a su beso.

—¡No! –gritó, cuando comprendió que no estaba soñando. Trató de apartarlo, pero él le sujetó los brazos.

—¿Por qué no? –preguntó bruscamente—. Mi hombro se ha curado bastante. La semana pasada, antes de herirme, te entregaste sin resistencia. Ahora me he curado casi por completo, y necesito satisfacer el deseo.

Acercó los labios hambrientos a la boca de Sara, y su beso largo y ardiente la dejó sin aliento.

—Lucas, basta –imploró Sara—. Me entregué una vez a ti por cierta razón, pero no volveré a hacerlo. ¡Ahora déjame en paz!

Trató de liberar los brazos, pero era inútil. Lucas había recuperado todo su vigor.

—Bien... de modo que esa noche sólo estabas jugando conmigo. Pues mira, querida, no escaparás... de modo que lucha si quieres. ¡Resiste hasta que mueras de gozo!

Aquella tarde, Sara oyó voces irritadas frente a la tienda. Corrió hacia la entrada, y vio a Lucas y a Jimîl discutiendo acaloradamente. Tres mujeres estaban sentadas en el suelo, al lado de los dos hombres. Lucas se apartó bruscamente de Jimîl y caminó hacia la tienda con una expresión sombría en su rostro.

—Entra, Sara –rezongó Lucas al entrar en la tienda. Fue directamente al gLutfiete, llenó de vino una copa y bebió.

—¿Qué pasa, Lucas? –preguntó Sara. Se preguntaba por qué estaba tan irritado, y abrigaba la esperanza de que ella no fuese la causa—. Veo que tenemos visitantes.

—¡Vaya visitantes! –explotó Lucas, paseándose de un extremo al otro de la habitación—. Esas mujeres no son visitantes. Son esclavas que Jimîl robó anoche de una caravana de traficantes. Se propone llevarlas mañana al norte, para venderlas.

—¡Esclavas! –exclamó Sara, horrorizada. Corrió hacia Lucas, y Tomándolo de los hombros lo obligó a mirarla—. Te educaste en España. No puedes aceptar este comercio de seres humanos. ¡Dime que no lo aceptas!

—No lo acepto, pero eso nada tiene que ver con el asunto.

—¿Las dejarás libres? –preguntó, buscando la mirada de Lucas para asegurarse.

Pero él rehusaba mirarla a los ojos.

—No –replicó secamente—. Maldita sea, sabía que ocurriría esto.

Si Lucas permitía que Jimîl vendiese a las mujeres, ¿qué le impediría vender a la propia Sara? Todas sus esperanzas volvieron a esfumarse.

—¿Por qué no las liberas? –preguntó con voz serena.

—Mujer, ¿siempre tienes que interrogarme acerca de mis motivos? Las esclavas son propiedad de Jimîl. Él las robó. Como ya te dije una vez, le permito conservar lo que roba. No vuelvas a preguntarme acerca de Jimîl. ¿Me entiendes?

—Entiendo lo siguiente –explicó Sara—. Eres un bárbaro cruel e implacable. ¡Si llegas a ponerme las manos encima otra vez, mis tijeras tocarán un lugar más vital!

Corrió a la tienda de Lorén, y abrigó la esperanza de que Lucas no la siguiese allí. Pero Jimîl compartía la tienda con su padre y Sara cayó directamente en los brazos del árabe.

—Usted –murmuró indignada Sara—. Es peor que Lucas. Son todos una pandilla de bárbaros.

Jimîl la soltó y retrocedió un paso, fingiendo no entender.

—Sara, ¿qué he hecho para que te ofendas? –preguntó.

—¿No siente el más mínimo respeto por otros seres humanos? –exclamó la joven, las manos firmemente en la cintura—. ¿Por qué tiene que vender a esas mujeres?

—No necesito hacerlo –dijo Jimîl, examinándola con ojos hambrientos de la cabeza a los pies—. Nada deseo menos que hacer algo que irrite a una mujer hermosa. Si deseas que libere a esas esclavas, lo haré.

Sara lo miró fijamente. De modo que Jimîl no era el individuo codicioso que Lucas describía.

—Gracias, Jimîl, y siento lo que he dicho. Me parece que lo he juzgado mal. –Sonrió—. ¿Cenará con nosotros esta noche? Creo que prefiero no estar sola con Lucas.

—Ah, ¿no eres feliz aquí? –preguntó Jimîl con voz suave—. ¿No va todo bien entre tú y Fahd?

—Vaya, ¿acaso ha creído que nos llevábamos bien? –preguntó ella riendo.

Quizás había encontrado un amigo en Jimîl.

—Qué lástima, Sara –dijo Jimîl.

Ella leyó el deseo en los ojos oscuros, pero el rostro tenía una expresión tan blanda y juvenil, que casi podía imaginárselo más joven que ella misma.

Esa noche Sara representó el papel de amable anfitriona, dispuesta a atender todas las necesidades de Jimîl. Entretuvo a su huésped con relatos de España y de su niñez.

Jimîl no podía apartar los ojos de Sara, y no le importaba que su deseo se manifestase de un modo tan franco. Pensaba que difícilmente habría en el mundo entero una mujer que pudiese compararse con aquélla por su belleza. Vestía una falda y una blusa de seda verde claro, y se había cubierto los hombros blanquísimos con un chal de la misma tela. Tenía los cabellos recogidos sobre la nuca, y los rizos dorados descendían sobre su espalda. Cuando la miraba casi podía olvidar sus planes; pero en realidad había esperado demasiado tiempo el momento de realizarlos.

Lucas miraba también a Sara, pero por una razón diferente. Lo dominaba una cólera silenciosa cuando veía cómo ella coqueteaba francamente con Jimîl. Con cada vaso de vino Lucas pensaba en un modo diferente de matarlos a los dos. Se había enojado cuando ella se marchó de la tienda, pero ahora no era sólo enojo, sino el deseo de retorcerle el bonito cuello. Lucas no había dicho una sola palabra cuando Sara le informó que Jimîl pensaba liberar a las mujeres. Ahora él esperaba, y su humor se agriaba cada vez más; quería ver hasta dónde se atrevía a provocarlo.

Durante toda la comida Sara ignoró del todo a Lucas. Sabía que estaba furioso, porque tenía en los ojos una expresión sombría e irritada. Sara deseaba verlo tan encolerizado como ella había estado aquella tarde. A su propio modo estaba ajustándole las cuentas y la situación le complacía enormemente.

Cuando se marchó Jimîl, Sara se sentó frente a Lucas y se dedicó a beber su café y a esperar que él dijera o hiciera algo. Pero se sentía un poco nerviosa, porque continuaba mirándola fijamente, en absoluto silencio.

—Sara, ¿te ha gustado que esta noche hiciera el papel de tonto?

Sobresaltada, ella lo miró con cautela.

—Por favor, dime de qué modo te he obligado a representar el papel de tonto –inquirió con expresión inocente.

Un escalofrío le recorrió la columna vertebral cuando él contestó:

—Mujer, ¿no sabes cuándo has ido demasiado lejos?

—Me temo que llegaré aún más lejos antes de que termine la noche –murmuró ella.

Cuando Lucas se puso de pie, Sara se apoderó rápidamente de las tijeras que había escondido bajo la falda. Pero Lucas vio el movimiento y adivinó la intención. Antes de que ella pudiese agarrar las tijeras, le aprisionó las dos manos con una de las suyas. Con gesto brusco obligó a Sara a ponerse de pie, le desató la falda y arrojó las tijeras al fondo de la habitación.

—Sarita, ¿de veras estarías dispuesta a matarme? –preguntó con una expresión dura en el rostro.

A decir verdad, había subestimado a esta mujer.

—¡Sí, podría matarte! –gritó Sara. ¡Qué humillante estar semidesnuda e impotente frente a él!—. Te odio.

Lucas la asió todavía con más fuerza que antes.

—Dijiste lo mismo muchas veces. Sara, ahora has llegado demasiado lejos y mereces un castigo.

Con movimientos lentos, en apariencia serenos, se sentó y cruzó el cuerpo de Sara sobre las rodillas.

—¡Lucas, no! –gritó ella, pero él descargó la mano con toda su fuerza sobre las nalgas desnudas.

Sara profirió un grito de dolor, pero él descargó de nuevo la mano poderosa, esta vez con más fuerza, y dejó otra marca roja sobre la carne blanca.

—¡Por favor, Lucas! –exclamó Sara—. Sería incapaz de matarte. ¡Lo sabes!

Pero él no le prestó atención y la castigó por tercera vez.

—¡Lucas, juro que jamás volveré a intentarlo! –exclamó ella, y las lágrimas le corrían por las mejillas. Ahora estaba rogándole, pero eso ahora no le importaba—. ¡Lo juro, Lucas! ¡Por favor, basta!

Con movimientos tiernos y gentiles Lucas la obligó a cambiar de postura y la acunó en sus brazos. Sara se sentía como una niña, y sollozaba sin control. Nadie, ni siquiera sus padres, la habían golpeado así. Pero por humillante que hubiese sido, Lucas tenía razón; se lo había merecido. Tenía que haber previsto que Lucas trataría de comprobar si hablaba o no en serio. Y ella no quería apuñalarlo; no tenía valor para eso.

Finalmente, Sara dejó de llorar y apoyó la cabeza sobre el ancho pecho de Lucas. Aún temblaba cuando él la llevó al dormitorio. No tenía fuerza para protestar y no le importaba lo que él se proponía hacer. La depositó en la cama y le quitó la blusa y la tela que ella había envuelto alrededor de su pierna para sostener las tijeras. Cubrió con las mantas el cuerpo tembloroso y apartó del rostro los cabellos dorados. Se inclinó sobre Sara, la besó tiernamente en la frente y salió del cuarto; pero tampoco ahora ella le prestó mucha atención.

Lucas cruzó la habitación, Tomó el vaso de vino y bebió tratando de olvidar los acontecimientos del día. Se recostó en el diván y miró a la mujer que dormía en la cama.

Llevaba toda la noche pensando que sería muy grato obligarla a sufrir por sus coqueteos con Jimîl. Había querido forzarla a pedir piedad a gritos. Pero después que ella le había ofrecido un motivo válido para castigarla, Lucas se sentía avergonzado. Le molestaba la idea de que la había obligado a gritar de dolor. Pero maldición, ¡ella lo había enfurecido y merecía lo que había recibido! Esa actitud tan estúpida... pero ahora era él quien sufría, no ella. Nunca había pegado a una mujer y por cierto que no se sentía cómodo después de hacerlo. ¡Y ella había parecido dispuesta a apuñalarlo si la tocaba! ¡Maldita sea, esa mujer comenzaba a perturbarlo!

Lucas se preguntó a qué estaría jugando el tonto de Jimîl. Lucas le había pedido que liberase a las esclavas o las llevase fuera del campamento. Pero Jimîl se había negado, y después había cambiado de actitud y había aceptado libertar a las mujeres... a petición de Sara.

Lucas sabía que Jimîl estaba fascinado por Sara y no lo criticaba por eso. Era tan hermosa que todos los hombres tenían que desearla. Quizás intentaba conquistar el afecto de la joven... algo en lo cual Lucas había fracasado. Tendría que vigilar a Jimîl. Sara le pertenecía. Y aunque ella lo odiase, Lucas no estaba dispuesto a permitir que nadie se la quitase.


*AQUI ESTA AYLA, SIENTO MUCHO LA ESPERA, QUE ENTRE EL CURRO Y LAS FIESTAS, PUES.....

OS QUIERO MIS NIÑAS, A VER QUE OS PARECE LO QUE HA HECHO EL MUCHACHO. JEJE

6 comentarios:

Anónimo dijo...

¿De verdad quieres saber que nos parece???.... pues allá va: un chulo, prepotente, maltratador, altivo, egoista, posesivo, sinvergüenza, humillante, castigador... ahora mismo no me viene nada más a la cabeza, pero ya me vendrá, ya...será cretino el tío... ponerle la mano encima a Sara... y encima ahora se siente avergonzado, pues muy poca vergüenza ha tenido él.

Dicho esto.... espero con ansia la continuación...jajaja... a ver si Sara le pone en su sitio, que se lo tiene merecido.

María A.

¿soñamos? dijo...

jajajajajaja, niña que se te van a ocurrir mas adjetivos si los has usado todos, aunque seguro que a blue se le ocurren algunos mas, jajajaja.

esta tarde la continuacion!!!!

gracias maria por seguir aqui.

Anónimo dijo...

Pues se lo voy a poner más difícil a Blue Jjjajajjaajj necio,violento, bruto, hipócrita,zafio, loco, majadero, obstinado, ridículo y ultrajoso Jjajajajjaajja pero... qué bueno está !!! jajajajjaja

Besitos Himara te esperamos a ver si cambiamos de opinión jjajjajaaj


Ayla.

Anónimo dijo...

Hasta a mí, que había dicho que se lo perdonaba todo, que la diferencia cultural, la época y bla, bla, bla...me parece que lo de dejarle el culo como un tomate es ir más allá de lo admisible. Así que esperando me quedo a que le ponga Sara en su lugar.

Anónimo dijo...

Es un energúmeno, vamos me ha parecido desde el principio un engreído, ahora me parece un maltratador, que quereis que os diga...no me gusta este tio. Y ella, dioss me parece excesivamente estúpida.

Blue.

Anónimo dijo...

Niñas me habeis dejado sin adjetivos!!! jejejeejej.

Pienso como vosotras ,esto es imperdonable .Demasiado tiene que cambiar el ritmo de la historia para que le perdone esto....Demasiado.

Gracias Himara por dejarnos este trocito y ya sabes ansiosa espero más...A pesar de todo ejejejej.
un besazo.

Lluvia.