15 enero 2009

Amor en el desierto; Tragedia

Pasó rápidamente un mes, y después otro. Aunque era invierno, había días cálidos, con suaves brisas del este; pero las noches eran ente frías. Sara lamentaba necesitar del cuerpo de Lucas para tener calor durante las noches prolongadas y frías. Despertaba por la mañana y se encontraba acurrucada al lado de Lucas, o él tenía su cuerpo abrazado a la espalda de la joven.

El tiempo actuaba contra Sara, porque el estrecho contacto de los cuerpos deseosos de calor excitaba el deseo de Lucas. Si él despertaba primero, Sara no tenía modo de escapar.

A Lucas le complacían esos encuentros matutinos porque así no perseguir a Sara por toda la tienda y contrarrestar sus golpes y puntapiés. Por la mañana, le sujetaba los brazos antes de que ella despertase del todo y supiese qué estaba ocurriendo. Después, se Tomaba su tiempo, y a lo sumo tenía que afrontar unas débiles protestas antes de que ella se entregase por completo a las caricias.

Lucas pasaba los días cazando; era buen cazador. Rara vez erraba el tiro y a menudo llevaba a su tribu un bienvenido refuerzo de carne.

Los días de Sara eran bastante atareados y ella se ajustaba ahora a una rutina. Pasaba las mañanas en la tienda cosiendo o leyendo. Silvina solía visitarla. A Sara le gustaban los niños y se complacía en jugar con los hijos de Silvina, especialmente con el menor.

Cuando Sara veía jugar a los niños, a veces se preguntaba qué ocurriría si llegaba a quedar embarazada. Le habría encantado tener un hijo, pero no deseaba un hijo de Lucas. Lo odiaba demasiado. ¿Y cómo reaccionaría el propio Lucas? ¿La expulsaría de su tienda si ella perdía su belleza y ya no lograba satisfacerlo? Había dicho que ella no estaba allí para engendrar niños. Quizá no le agradaban los hijos. Pero si ella le daba un hijo, ¿lo aceptaría? ¿O decidiría expulsarla sin el pequeño? De todos modos, tales interrogantes carecían de sentido, de modo que ella no caviló demasiado tiempo acerca del asunto.

Después del almuerzo, todos los días Sara iba a visitar a Lorén. Su salud había mejorado mucho. Podía concentrar mejor la atención y hablaba más con ella; su tema preferido era Lucas. Cuando comenzaba a hablar de su hijo nada podía detenerlo. Le hablo de la infancia de Lucas y cómo había crecido en el desierto. También le explicó que había enseñado a Lucas a caminar y hablar.
—La primera frase de Fahd fue medio árabe y medio española —dijo Lorén—. ¡No sabía que eran dos idiomas diferentes!

Sara compadecía un poco a Jimîl. Era evidente que Lorén reservaba todo su afecto para Lucas. Quizá Lucas también compadecía a Jimîl y por eso siempre le permitía salirse con la suya.

Después de visitar a Lorén, Sara salía a cabalgar. Esperaba ansiosamente el momento de montar. Si Lucas no estaba, partía con Jolûtfi o Currti, y a veces incluso con Jimîl, si éste se encontraba en el campamento, lo cual no era frecuente.

Mientras Sara atravesaba el desierto montada en Cuervo, imaginaba que estaba sana y salva en Valencia y que no tenía problemas ni preocupaciones. No existía Lucas, no afrontaba dificultades, y nada provocaba la añoranza de una felicidad pasada. Sólo Cachis bajo su cuerpo y Aitor o Gonzalo con ella corriendo a través de los prados, el viento fresco acariciándole el rostro. Pero el soplo árido del desierto siempre destruía sus sueños y le recordaba el perfil de la realidad.

Sara rogaba desesperadamente que Lucas se fatigase muy pronto de ella. Pero el deseo de su secuestrador parecía insaciable. Ella consagraba las tardes a idear modos de evitar lo inevitable, pero muy pronto se le agotaban las ideas y nada parecía eficaz. Se mostraba irritable y estaba descontenta. Fingía somnolencias y jaquecas. Pero él siempre adivinaba sus planes.

Si provocaba la cólera de Lucas, de ese modo sólo conseguía que él la poseyera brutalmente. Una noche fue a acostarse con los pantalones de montar puestos, pero después lo lamentó porque la prenda terminó en el suelo desgarrada de un extremo al otro. El único respiro de Sara era cuando él estaba agotado; pero en general, Lucas lo compensaba a la mañana siguiente.

Sara no había visto a Lucas durante el día entero. Jimîl había cenado con ellos la noche anterior y había regalado a la joven un hermoso espejo con mango tallado. Ella le había dado un beso fraternal en la mejilla, como reconocimiento por el regalo. Lucas se había mostrado hosco y taciturno el resto de la velada.

Se preguntaba cuál era la causa de la reacción de Lucas mientras miraba de prisa hacia el corral donde Currti esperaba para acompañarla en su paseo diario. En la prisa no vio a Neva que se apartaba del fuego; Sara chocó con la joven y la arrojó al suelo.
—Lo siento —jadeó Sara, mientras extendía la mano—. Vamos, permíteme ayudarte.

—No me toques —zumbó Neva, la voz cargada de odio—. ¡Mujer perversa! Con tu magia conseguiste que Fahd te desee. Pero yo romperé el encanto. Fahd no te ama. Pronto te echará de su lado y me desposará. Aquí nadie te quiere. ¿Por qué no te marchas?

Sara no supo qué decir. Necesitaba evitar el odio que veía en lo ojos de Neva. Nunca había imaginado que los celos podían provocar un sentimiento tan intenso. Corrió hacia los caballos y vio Currti que esperaba; en su rostro se veía una expresión de asombro ante las palabras de su hermana. Comenzó a decir algo a Sara, pero ella montó de prisa a Cuervo y sin perder un segundo salió del campamento.

Currti montó e hizo todo lo posible para alcanzar a Sara. Sabía que el jeque Fahd lo despellejaría vivo si algo le ocurría a su mujer. Ella descendía tan velozmente la colina que fácilmente podía caer del caballo y herirse. Sería culpa de Neva, que la había perturbado; pero Currti tendría que afrontar la responsabilidad.
—Ah, esa Neva! Currti le haría pagar caro su desplante. La obligaría a comprender que el jeque se sentía feliz con esta extranjera, a pesar de que aún no la había desposado. Neva debía renunciar a sus esperanzas.

—Sara tenía la visión enturbiada por las lágrimas. No lloraba a causa de las palabras de Neva, porque poco le importaba que Lucas la amase o no. Lloraba porque Neva la odiaba y porque ella no tenía la culpa de lo que ocurría. De buena gana Sara habría dejado el lugar de esposa o amante de Lucas. De buena gana se habría marchado del campamento. No había pedido a nadie que la secuestrasen.

Sara contuvo a Cuervo al pie de la colina, para enjugarse las lágrimas antes de continuar la marcha. Deseaba internarse en el desierto hasta donde Cuervo pudiese llevarla, y no le importaba lo que le ocurriese.

De pronto, a lo lejos vio a dos jinetes. Se habían detenido, y eran dos figuras inmóviles al pie de las montañas. Sara pensó cabalgar hacia ellos, y de pronto el más alto de los dos hombres se acercó.

Podía ser Lucas o Jimîl, porque era demasiado alto para tratarse de otra persona. No podía reconocerlo, porque aún estaba lejos y la kufiyab disimulaba los rasgos.
Si era Lucas, ella no podría evitarlo. Oyó el ruido de los cascos del caballo que montaba Currti y al volverse vio los ojos inquietos del joven.
—Deseo pedir disculpas por mi hermana —Consiguió decir Currti cuando recuperó el aliento—. No tenía derecho de decir lo que te dijo, y por eso la castigaré.

—Está bien, Currti. No deseo que castigues a Neva por mí. Comprendo sus sentimientos.

Cuando volvió los ojos hacia el lugar donde había visto a los dos hombres, Sara advirtió que ambos habían desaparecido. Continuó el paseo acostumbrado con Currti y antes del anochecer regresó al campamento.

Cuando Sara entró en la tienda encontró a Lucas que la esperaba para ir al pozo del baño. Lucas parecía estar de buen humor, y cuando ella pasó a su lado, para buscar las toallas y el jabón, le aplicó una palmada en las nalgas. Sara no le preguntó si él era uno de los hombres a quienes ella había visto en el desierto. Lucas había dicho muchas veces que no le agradaba que lo interrogasen.

Hacia el final de la mañana siguiente, Sara estaba remendando el ruedo de una de sus faldas cuando Silvina entró en la tienda. Se detuvo frente a Sara, retorciéndose las manos.

Una angustia terrible oprimió el corazón de Sara. Comprendió que tenía que haber ocurrido algo muy grave, pero ella misma no sabía por qué experimentaba un dolor tan profundo.
—¿Qué pasa, Silvina? —exclamó—. ¿Le ocurrió algo a Fahd?

—No —contestó Silvina, y una lágrima se deslizó en su mejilla—. Es su padre... el jeque Lorén Alhamar ha muerto.

—¡Pero es imposible! —exclamó Sara, que se incorporó de un salto—. Lorén estaba muy bien ayer, y todos estos meses se ha recuperado mucho. Yo... ¡no lo creo!

Sara salió corriendo de la tienda, indiferente a los gritos de Silvina. Pero antes aún de entrar en la tienda de Lorén y encontrarla vacía, comprendió que Silvina había dicho la verdad. En efecto, estaba muerto. Sara lloró y las lágrimas cayeron incontenibles mientras ella miraba las pieles de oveja sobre el piso que apenas la víspera habían sido el lecho del anciano. Se arrodilló, y acarició los suaves vellones. Ella había acabado por amar a Lorén y él había muerto.

Notó los brazos de Silvina, que la ayudó a incorporarse.
—Ven, Sara, no es bueno que permanezcas aquí. —Silvina la condujo de regreso a su tienda, y se sentó con ella en el diván, apretándola fuertemente contra su propio cuerpo para reconfortarla. Guardó silencio mientras Sara lloraba—. El jeque Lorén murió mientras dormía, durante la noche. Jimîl lo descubrió por la mañana temprano y él y el jeque Fahd fueron a enterrarlo al desierto.

—¿Por qué no me lo dijeron antes? —preguntó Sara. —Era un asunto privado entre dos hijos y su padre. El jeque Fahd no deseaba que te molestasen.

—¿Dónde está ahora Fahd? —preguntó Sara, que comprendía muy bien cómo debía sentirse Lucas.

Recordó el sufrimiento que ella había experimentado cuando había perdido a sus dos padres. Por extraño que pareciese, deseaba reconfortar a Lucas, abrazarlo y compartir su dolor.
—Cuando Jimîl volvió al campamento dijo que Fahd fue a cabalgar por el desierto, y después... después también Jimîl se marchó.

Sara esperó pacientemente el regreso de Lucas. Trató de mantenerse atareada, para evitar pensar en Lorén; pero era imposible. Veía constantemente su rostro, como se le aparecía siempre que ella entraba en la tienda del anciano. Continuaba oyendo su voz cuando él conversaba afectuosamente de Lucas.

La luna se elevó sobre las montañas y proyectó una suave luz grisácea que se filtraba suavemente a través de los árboles de enebro que rodeaban el campamento. Lucas estaba de pie frente al fuego y calentaba sus miembros agotados.

Había necesitado la mayor parte del día, horas y horas de desenfrenada cabalgada a través del desierto, para reconciliarse con la muerte de Lorén. Ahora pensaba que era mejor que el fin hubiese sobrevenido. Lorén siempre había vivido una vida muy activa, y los meses que habían transcurrido después de su enfermedad lo habían convertido en un inválido irritado por su propio encierro.

Lucas hubiera deseado pasar más tiempo con Lorén; pero se sentía agradecido por esos años que la vida le había concedido. Tenía muchos recuerdos afectuosos que lo sostendrían el resto de su vida, pues él y Lorén habían tenido una relación más estrecha de la que suele darse entre padre e hijos; habían sido buenos amigos; y compartido muchas cosas.

Después de alimentar y cepillar a Magnum, Lucas atravesó con paso rápido el campamento dormido, y se acercó a su tienda. Se sentía física y mentalmente agotado, y ansiaba sentir la presencia cercana de Sara.

Lucas fue directamente al dormitorio, pero lo halló vació. Muchos sentimientos se expresaban en su rostro... sufrimiento, cólera, pesar; en efecto, se preguntaba por qué había elegido precisamente ese momento para huir.

Pensó: Maldición, cuánto más tendré que sufrir antes de que acabe este día. Se volvió con su movimiento brusco, y salió corriendo de la tienda mientras se preguntaba qué delantera llevaba Sara. Una voz suave lo detuvo antes de que hubiese llegado a la entrada.
—Lucas, ¿eres tú?

Lucas sintió que había apartado de su pecho un terrible peso, y se acercó lentamente al diván. Sara estaba recostada, la cabeza apoyada en una mano, los pies protegidos por una gruesa piel de oveja. Lo miraba con una expresión inquieta en el hermoso rostro.

Se sentó al lado de la joven y vio que tenía los ojos enrojecidos por el llanto. Sara extendió lentamente una mano y habló en voz baja.
—Lo siento, Lucas.

—Ahora estoy bien, Sarita. Lo lloraré un tiempo, pero lo peor ha pasado y tengo que continuar viviendo mi vida.

Miró los Ojos de Sara y comprendió que también ella sufría. No sabía que había amado tanto a Lorén. Lucas la abrazó y la sostuvo tiernamente contra su pecho, y Sara volvió a llorar.

Durante los días que siguieron, el campamento mantuvo una extraña suerte de duelo. No había gritos de alegría ni conversaciones en voz alta.

A su modo Silvina trató de reconfortar a Sara. Y Sara se sentía agradecida de tener una amiga con quien poder conversar. De no haber sido por Silvina y sus hijos, se habría sentido realmente muy sola.

Aparentemente, Sara no lograba arrancar a Lucas del abismo de depresión en que había caído. Sara charlaba acerca de esto y aquello siempre que él estaba cerca, pero Lucas se limitaba a permanecer sentado y a mirar fijamente el vacío, como si ella no estuviese allí. Contestaba a las preguntas de Sara y la saludaba, pero eso era todo. Sara recordaba que ella había pasado por lo mismo después de la muerte de sus propios padres; pero Gonzalo la había ayudado a superar el momento. Ella misma no sabía cómo ayudar a Lucas.

De noche, cuando se acostaban, Lucas la abrazaba y eso era todo. Sara comenzaba a sentirse cada vez más nerviosa. Se preguntaba a cada momento cuándo volvería a poseerla. Pensaba que la situación actual no le agradaba, porque no estaba acostumbrada a esta actitud de Lucas.

Trató de imaginar modos de arrancarlo de su depresión, pero no los halló. Además, ¿no había deseado que él sufriera? Sí, era lo que ella había deseado antes; pero ahora no lo quería. Le dolía ver desgraciado a Lucas y ella misma no comprendía la razón de su propia actitud.

* Que os parece, no os da un poquito de penita????? contadme que os parece.

os quiero

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Ahhhh.... eso no vale, nos estás tocando la fibra sensible porque sabes que el niño es nuestra debilidad....jajajaj.... y a mí ya se me está ablandando un poco el corazoncito, perooooo aún le queda mucha prepotencia al muchacho y tiene que bajar esos humos que tiene.... a ver si después de la muerte de Lorén en lugar de seguir siendo un bruto se humaniza y se da cuenta de lo que ya empieza a sentir por Sarita... (digo yo que ya siente algo por ella y viceversa).

Gracias un día más por esta maravilla que me tiene absolutamente "relato dependiente" jajajaj.

María A.

Anónimo dijo...

¿Pena? ¡¡anda ya y que sufra un rato largo!! ¡¡menudo cerdo está hecho!! Lo que me molesta es que ella ya siente pena, yo por un tio así, no podría sentir lástima.

Un besote

Blue.

Anónimo dijo...

Pena, pena.... de momento ni pizca jajajajjaja porque aún sigue tratándola como a un pedazo carne y no le disculpa que ella al final consienta, sigue siendo moro moro de narices. Lo del padre es un stand by ya veremos si eso cambian las cosas, primero creo... es dejarla libre y que ella decida, entonces es cuando veremos ese amor libre de ataduras y disfrutaremos.

Creo que aún tendremos para rato hasta llegar no? no pierdas tiempo jajajajjajj besitos corazón.

Ayla.

Anónimo dijo...

No me deja poner comentario en el Cbox Himara, por qué? lo traslado aquí a ver si puedo.

"Himaraaa ya estás toqueteando de nuevo? jajajjaja Where is my boy? jajajaj no nos dejes sin su imagen please. Blue, reclamaaaaa!!! jajajajaaj"

Ayla.

Anónimo dijo...

Ok. me dice que está bloqueado y la publicación deshabilitada.

Ayla.

Anónimo dijo...

Sarita ya siente más de lo que ella quiere reconocerse a sí misma. ¿ Y él ? Piensa que sólo es deseo, pero me da a mí que va a descubrir ahora en Sara una amiga muy especial, y no...... no va a querer que se vaya, pero al final.... imagino que hará como su padre, le dará la libertad de elegir. Será interesante ver esa negociación.



Un beso.

Adriana

Anónimo dijo...

Me gusta, me deja con ganas de más (como siempre), aunque ahora Sara no tendrá el consuelo de sus conversaciones con Loren, debe sentirse tan sola... y encima con enemigos declarados con Neva, q como se alie con Jimyl... porque éste algo está tramando contra Fahd, aunque todavía no sepamos qué, q el chaval tiene un complejo de inferioridad...

Nemrac