26 febrero 2009

Amor en el desierto; Hermanos y verdades

«Condenación; amenaza otro día pegajoso», pensó irritado Gonzalo Miranda sentado frente a su escritorio mientras revisaba la correspondencia de la mañana. Era invierno. No hacía tanto calor como los primeros tiempos de estar en este país horrible, pero aquella última semana sin lluvia había traído días calurosos y húmedos. El maldito tiempo comenzaba a irritarlo.

Por lo menos, se le ofrecía la perspectiva de ver aquella noche a Kareen Hendricks. La dulce y bella Kareen. Gonzalo agradeció a su buena suerte que lo había inducido a aceptar la invitación de William Dowson para ir a la Opera; si hubiera rehusado ir no habría podido conocer a Kareen.

Un escalofrió recorrió el cuerpo de Gonzalo cuando recordó el infierno que había soportado durante los primeros tres meses en Egipto. Pero todo había cambiado después de recibir la carta de Sarita... y también su suerte había variado.

Unos golpes en la puerta de Gonzalo interrumpieron sus pensamientos.

—¿Qué hay? —rezongó Gonzalo.

Se abrió la puerta y el sargento Townson entró en el invernadero sofocante que era el despacho de Gonzalo. Era un hombre apuesto, que doblaría la edad de Gonzalo, de cabellos rojizos y espeso bigote del mismo rojo intenso.

—Teniente, fuera un árabe quiere hablar con usted. Dice que es un asunto importante —explicó.

—¿No es lo mismo que dicen todos? Entiendo que estamos aquí para mantener la paz, pero ¿esa gente no podría acudir a otros con sus mezquinas disputas?

—Así debería ser, señor. Estos malditos egipcios no entienden que estamos aquí sobre todo para evitar que vengan los franceses. ¿Le traigo a este hombre?

—Imagino que no hay otra alternativa, sargento. Maldita sea... me alegraré cuando pueda salir de este país.

—Lo mismo digo, señor —dijo el sargento Towneson, saliendo en busca del árabe.

Un momento después Gonzalo oyó cerrarse suavemente la puerta y, alzó los ojos, vio a un árabe desusadamente alto que se acercaba al escritorio. El joven era el árabe más alto que Gonzalo hubiese visto jamás, más alto incluso que el propio Gonzalo Miranda.

—¿Usted es Gonzalo Miranda? —preguntó el joven deteniéndose frente al escritorio de Gonzalo.

—Teniente Miranda —lo corrigió Gonzalo —. ¿Puedo preguntar su nombre?

—Mi nombre no importa. He venido a buscar la recompensa que usted prometió por la devolución de su hermana.

«Otro que viene con la misma música —pensé Gonzalo —. ¿A cuántos hombres codiciosos y oportunistas, ladrones sin escrúpulos, tendré que soportar todavía?» Había perdido la cuenta de las muchas personas que lo habían visto y afirmado que tenían informes... datos falsos con los cuales pretendían obtener la recompensa. La mayoría esquivaba el bulto cuando Gonzalo les decía que primero tendría que comprobar la información. De este modo había realizado muchas búsquedas infructuosas en la ciudad y el desierto.

Incluso después de recibir la carta de Sarita, entregada por un joven árabe que había huido inmediatamente, Gonzalo no había renunciado a la búsqueda. Deseaba creer que ella era feliz donde estaba, pero tenía que comprobarlo con absoluta certeza. Después de todo, habría podido ser una mentira. Quizá la habían obligado a escribir esa nota. Le habría agradado poner las manos sobre el hombre que había secuestrado a Sarita, y que la tenía por amante en lugar de casarse con ella. ¡ Gonzalo obligaría al rufián a desposaría!

—¿No desea recuperar a su hermana?

—Disculpe —dijo Gonzalo —. Me he distraído. ¿Sabe dónde está mi hermana?

—Sí.

—¿Y puede llevarme hasta ella?

—Sí.

Este hombre era diferente. No vacilaba en sus respuestas como habían hecho los otros. Gonzalo entrevió una luz de esperanza.

—¿Cómo sé que me dice la verdad? Me han engañado muchas veces.

—¿Puedo formularle una pregunta?

—Por supuesto.

—¿Cómo sé que me dará el dinero cuando lo reúna con su hermana. —Una buena pregunta –dijo Gonzalo con expresión sombría. Abrió el último cajón de su escritorio y retiró un saquito muy pesado,. Preparé este dinero el día que secuestraron a Sara. Puede contarlo si lo desea, pero le aseguro que la suma total prometida está aquí y que será suya si dice la verdad. El dinero no me importa. Simplemente deseo recuperar a Sara. —Gonzalo se interrumpió y estudió el rostro del joven—. Dígame... ¿cómo sabe dónde está mi hermana?

—Estuvo viviendo en mi campamento.

Gonzalo se puso de pie tan velozmente que la silla cayó al suelo. —¿Usted es el hombre que la secuestró? —No —replicó sencillamente el joven, sin intimidarse ante la mirada colérica de Gonzalo.

Gonzalo se calmó cuando vio que no tendría que luchar. —¿A qué distancia está su campamento? —No tendremos que ir allí.

—¿Entonces?

—Su hermana está fuera.

—¿Fuera?

—Hemos viajado muchos días. Duerme sobre su caballo. Puede verla desde la ventana.

Gonzalo corrió hacia la ventana que daba a la calle. Después de un momento, se volvió hacia el árabe, y en su rostro curtido se veía la cólera.

—¡Usted miente! Allí veo sólo a un joven árabe inclinado sobre un caballo. ¿Qué pretendía obtener con este truco?

—Ah, qué escépticos son los ingleses. ¿Suponía que su hermana vestiría de acuerdo con los usos de su país? Estuvo viviendo con mi gente y viste como ella. Si sale, comprobará la verdad de mis palabras —replicó el árabe, y dio media vuelta abandonando la habitación.

«Es demasiado sencillo para ser una trampa», pensé Gonzalo. Lo único que necesitaba hacer era salir y comprobar personalmente la verdad. ¿Qué esperaba? Gonzalo recogió el saquito de dinero y siguió al árabe. Tenía que ser verdad.

Fuera, en la calle quemada por el sol, Gonzalo corrió hacia los dos caballos atados frente al edificio. Se detuvo al lado del oscuro corcel árabe, montado por una figura ataviada con una túnica negra cubierta de polvo. Si se trataba de otra mentira, temía ser incapaz de controlarse; haría pedazos al joven que esperaba a su lado.

Para saberlo, bastaría con retirar la kufiyab oscura que le cubría el rostro y comprobarlo. Así de sencillo.

En ese momento el caballo se movió y la figura dormida comenzó a caer lentamente. Gonzalo la recibió en los brazos. Al hacerlo, la kufiyah cayó hacia atrás y reveló un rostro sucio y surcado por las lágrimas, un rostro que él habría identificado en cualquier rincón del mundo.

—¡Sarita! ¡Oh, Dios mío... Sarita!

Sara abrió los ojos un momento y murmuró el nombre de Gonzalo, inclinando la cabeza, y apoyándola luego contra el hombro de su hermano.

—Como le he dicho, pasó dos días con sus noches sin descansar. Sólo necesita dormir.

Gonzalo se volvió para mirar al joven que le había devuelto a su hermana.

—Le debo una disculpa por haber dudado de su palabra. Estaré eternamente agradecido por lo que hizo. Tomase el dinero. Es suyo.

—Gracias. Me siento más que feliz de haberle prestado este servicio. Ahora me marcharé, pero cuando Sara despierte dígale que le deseo todo el bien que se merece.

Recogió las riendas del caballo negro, montó en su propio corcel y se alejó por la calle.

Gonzalo miré a Sara que dormía pacíficamente en sus brazos. Pensó: ¡gracias, Dios mío! Por favor, ayúdame a compensar a Sara por lo que ha sufrido.

Gonzalo entró con Sara en el edificio. Se sentó en una silla frente al escritorio del sargento Towneson, sosteniendo tiernamente en brazos a su hermana.

—¡Teniente! ¿Se desmayó en la calle? Será mejor que la deje en la silla. El polvo de la túnica está ensuciándole el uniforme.

—Déjese de tonterías, sargento. No haré nada por el estilo. Pero le diré lo que usted tiene que hacer. Primero, ordene que acerquen mi carruaje a la puerta principal. Después, informe al coronel Barceló que no volveré hoy.

—¿No volverá? ¿Y si el coronel pregunta la razón? —Dígale que he encontrado a mi hermana, y que la llevo a mi casa. ¿Podrá arreglarse solo, sargento?

—Sí, señor. ¿Pero no querrá decir que esta joven es su hermana?

El sargento lamentó haber formulado la pregunta cuando vio el frío resplandor en los ojos del teniente Miranda.

—Sargento, diga que traigan inmediatamente mi carruaje. ¡Es una orden!

Gonzalo llegó a su casa cerca del mediodía. Consiguió abrir la puerta de su departamento sin despertar a Sara, pero cuando se dirigía al dormitorio, su ama de llaves, la señora Greene, le salió al paso.

—Gonzalo Miranda, ¿qué demonios hace a mediodía en esta casa? ¿Y qué trae usted? —preguntó la mujer con expresión de reproche.

—A mi hermana.

—¿Su hermana? —La señora Greene se mostró impresionada—. ¿Quiere decir que esta es la jovencita que usted estuvo buscando día y noche? Bien, ¿por qué no lo dijo antes? No se quede ahí, inmóvil; lleve a su hermana al dormitorio.

—Es lo que estaba haciendo cuando usted me interrumpir, señora Greene —dijo Gonzalo.

Entró en la habitación que contenía todas las pertenencias de Sara y depositó suavemente a su hermana en la cama.

—¿Está herida? ¿Cómo la halló?

—Necesita dormir un poco, eso es todo –dijo Gonzalo. Miró afectuosamente a Sara—. Tal vez usted pueda quitarle la túnica, para que se sienta más cómoda; pero no la despierte.

—Bien, si no quiere que despierte será mejor que me ayude.

Gonzalo vio que la mano de Sara ocultaba un pedazo de papel arrugado. Consiguió soltarlo, y lo puso sobre la mesita de noche junto a la cama. Después, con la ayuda de su ama de llaves, despojó a Sara de la túnica y las pantuflas. Sara abrió los ojos una vez, pero los cerró de nuevo y continuó durmiendo.

La señora Greene y Gonzalo salieron de la habitación, y él cerró discretamente la puerta. Fue al gLutfiete de licores del salón, se sirvió una abundante dosis de whisky y se desplomó en su sillón favorito.

—Señor, ¿qué hago con todo esto? ¿Lo envío al cubo de los residuos? —preguntó la señora Greene, que tenía en las manos las ropas sucias de Sara.

Gonzalo miró a la matronil señora Greene, de pie en el umbral.

—Por el momento deje a un lado esas ropas. Sara decidirá. Gonzalo deseaba volver cuanto antes a España con Sara. Egipto había provocado en ambos nada más que sufrimientos; pero ahora que Sarita había regresado, volverían a ser felices.

Hubiera deseado saber por qué Sara se había separado del hombre a quien decía amar. Había escrito que continuaría con él hasta que ya no la deseara más. ¿Se trataba de eso? El bastardo la había secuestrado, la había usado y después abandonado para cobrar el dinero de la recompensa. Sarita había dicho que lo amaba. ¡Sin duda ahora sufría mucho!

Gonzalo bebió el último sorbo de whisky, se levantó y, después de cruzar el pequeño comedor, entró en la cocina igualmente reducida. Encontró a la señora Greene inclinada sobre el horno.

—Señora Greene —dijo—, tendré que salir aproximadamente una hora. No creo que mi hermana despierte. Pero si lo hace, dígale que he ido a anular una cita, pero que regresaré muy pronto. Y atienda todas sus necesidades.

—¿Y su almuerzo?

—Comeré a mi regreso —dijo Gonzalo, Tomando una manzana de una fuente de frutas sobre el armario—. No tardaré mucho.

No estaba lejos de la vivienda del mayor Hendricks, y Gonzalo confiaba en que hallaría en casa a Kareen, pues deseaba cancelar personalmente la cita concertada para esa misma noche.

Kareen era un año menor que Gonzalo y estaba realizando una corta visita a su tío, el mayor Hendricks. Vivía en España, y su madre tenía sangre española. Pero Gonzalo nada más sabía de ella... si se exceptuaba el hecho de que la joven lo atraía intensamente.

Kareen parecía española, con sus sedosos cabellos negros y sus ojos oscuros. Tenía el cuerpo delgado, pero perfectamente redondeado en los lugares apropiados. Gonzalo había ansiado que llegase la noche para volver a verla; pero ahora tenía que posponer la salida. Abrigaba la esperanza de que Kareen lo entendiese.

Llamó a la puerta del modesto apartamento del mayor Hendricks. Después de unos instantes, aparecía una joven que le sonreía alegremente. Gonzalo la miró atónito, porque esa muchacha parecía tener a lo sumo dieciséis o diecisiete años, y al mismo tiempo...

—¿Kareen?

La joven se rió de la confusión de Gonzalo.

—Teniente, ocurre a menudo. Soy Estelle, la hermana de Kareen. ¿Quiere pasar?

—Ignoraba que tenía una hermana —dijo Gonzalo, entrando en el vestíbulo—. Se parecen muchísimo.

—Ya lo sé... como mellizas. Pero Kareen tiene cinco años más que yo. Mi padre siempre dice que Kareen y yo somos la viva imagen de nuestra madre cuando era joven. Mamá todavía es una hermosa mujer, de modo que es agradable saber lo que seremos en el futuro. —Sonrió dulcemente y ofreció a Gonzalo una mirada seductora—. Perdóneme. Todos dicen que hablo demasiado. ¿Desea ver a Kareen, teniente ... ?

—Gonzalo Miranda —dijo él con una breve reverencia—. Sí, deseo hablar con ella si es posible.

—Creo que podrá. Está descansando en su habitación. Este tiempo tan caluroso... todavía no estamos acostumbradas... sí, es agotador. De modo que usted es Gonzalo Miranda —dijo la joven, que lo examinó de la cabeza a los pies—. Kareen habló mucho de usted, y veo que no ha exagerado nada.

—Señorita Estelle, usted es muy franca.

—Creo que una persona debe decir lo que piensa. —Eso a veces trae dificultades —observó amablemente Gonzalo. —Sí, lo sé. Pero me agrada impresionar a la gente. Aunque no puedo decir que a usted lo haya impresionado. Seguramente está acostumbrado a los cumplidos de las damas —continué, mostrando en su rostro una expresión de picardía.

—No exactamente. Suelo ofrecer cumplidos... no recibirlos —dijo Gonzalo riendo.

—Habla como un verdadero caballero. Pero, ya estoy charlando otra vez. Si espera en el salón, iré a decir a Kareen que usted está aquí.

—Gracias, y le aseguro señorita Estelle que ha sido un placer conocerla.

—Puedo decir lo mismo de usted teniente Miranda. Pero estoy segura de que volveremos a vemos —agregó, y desapareció por el corredor.

Después de unos minutos, Kareen apareció en la puerta, tan bella como él la recordaba después de la última vez.

—Creí que mi hermana bromeaba cuando aseguró que usted había venido —dijo—. A veces se burla de mí. Teniente Miranda, ¿por qué ha venido tan temprano?

—Kareen... sé que es la segunda vez que nos vemos, pero ¿querría llamarme Gonzalo? —pidió él, tratando de formular el pedido del modo más seductor posible.

—Muy bien, Gonzalo —sonrió Kareen—. ¿Por qué has venido?

—No sé cómo explicarlo exactamente —empezó Gonzalo, que evitó los ojos inquisitivos de la joven. Se acercó a la ventana abierta y miró hacia la calle, las manos unidas a la espalda—. Kareen, hace apenas un mes que estás aquí, pero ya sabes de la desaparición de mi hermana.

—Sí, mi tío me habló del asunto cuando dije que te había conocido —dijo la joven.

—Sara fue raptada en su habitación nuestra primera noche en El Cairo. Ella y yo estábamos muy unidos. La busqué por todas partes y casi enloquecí por la preocupación. Y bien, me la devolvieron hoy... esta mañana.

—Gonzalo... ¡qué maravilloso! Me alegro por ti. ¿Está bien?

Gonzalo se volvió para mirarla y comprobó que, en efecto, Kareen se alegraba de la ocurrido.

—Está muy bien, pero aún no he podido hablar con ella. Ha cabalgado casi una semana entera y ahora descansa. Quería explicarte la situación porque necesito que comprendas por qué no iré contigo esta noche a la ópera. Tengo que estar en casa cuando despierte Sarita.

—Lo comprendo perfectamente y te agradezco la explicación. ¿Puedo prestar ayuda?

—Eres muy amable, Kareen. Quizá dentro de unos días puedas visitarla. No sé si podrá adaptarse nuevamente a la vida del hogar. Sólo ruego a Dios que sea capaz de olvidar sus terribles experiencias.

—Gonzalo, estoy segura de que con el tiempo todo se arreglará —replicó Kareen.

—Yo espero lo mismo.

Sara había dormido doce horas. Era casi medianoche y Gonzalo continuaba paseándose impaciente por el salón. Necesitaba averiguar muchas cosas. No quería apremiarla apenas despertase, pero tenía que obtener algunas respuestas. ¿Era la misma persona o esos cuatro meses la habían cambiado?

Gonzalo se acercó a la puerta y la abrió discretamente. Pero Sarita continuaba hecha un ovillo con la cabeza apoyada en una mano. Gonzalo entró en la habitación y se detuvo frente a la cama, observándola exactamente como había hecho muchas veces durante la noche.

No estaba más delgada y parecía estar sana, aunque se la veía sucia. Vestía una falda y una blusa del estilo que era típico en la gente del desierto. Pero las prendas habían sido confeccionadas con un fino terciopelo verde, y tenían los bordes adornados con encaje. Tenía todo el aspecto de una princesa árabe.

Sarita ya había dicho en su carta que no necesitaba nada. Probablemente ese hombre la había cuidado bien. Por eso mismo la situación era todavía más desconcertante; en efecto, Gonzalo se preguntaba cómo era posible que la hubiera liberado tras haberla poseído. Sara poseía una belleza tan peculiar. En ella había algo diferente —asombroso y al mismo tiempo indescriptible—, algo que la distinguía de todas las mujeres a quienes uno solía considerar bellas.

De pronto, Sara abrió los ojos y parpadeó varias veces; sin duda se preguntaba dónde estaba.

—Tranquilízate, Sarita —dijo Gonzalo. Se sentó en el borde de la cama. —Estás de nuevo en casa.

Ella lo miré con los ojos llenos de lágrimas y un instante después se abrazaba a él como si quisiera salvar su vida.

—¡ Gonzalo! Oh, Gonzalo... abrázame. Dime que fue sólo un sueño... que jamás ocurrió en realidad sollozó Sara.

—Lo siento, Sarita, pero no puedo decirte eso... ojala pudiese —replicó Gonzalo, abrazándola fuertemente—. Pero todo se arreglará... ya lo verás.

La dejó que llorase, sin decir más. Cuando ella se calmó, Gonzalo la apartó y retiró de las mejillas húmedas los cabellos apelmazados.

—¿Te sientes mejor ahora?

—En realidad, no. —Sara sonrió débilmente.

—¿Por qué no te lavas la cara mientras te traigo algo de comer? Después, podremos hablar.

—Lo que realmente desearía es sumergirme en agua caliente horas enteras. Los últimos cuatro meses tuve únicamente baños fríos. —Eso tendrá que esperar un poco. Primero, conversaremos. —Oh, Gonzalo, no quiero hablar de eso... sólo deseo olvidar. —Comprendo, Sarita, pero necesito saber ciertas cosas. Sería mejor que hablásemos ahora, y después podremos olvidar el asunto.

—Muy bien, quizá tengas razón. —Bajó de la cama y paseó la mirada por la habitación—. Dame un minuto para...

Se interrumpió bruscamente cuando vio el pedazo de papel arrugado que Gonzalo había depositado horas antes sobre la mesa de luz.

—¿Cómo llegó aquí ese papel? —Su voz trasuntaba irritación. —Sarita, ¿qué te ocurre? Lo he retirado de tu mano antes de acostarte.

—Pero creí que lo había arrojado... —Se volvió hacia su hermano, el ceño fruncido—. ¿Lo has leído?

—No. ¿Por qué estás tan nerviosa?

—Podría decirte que es mi nota de despido —dijo Sara como de pasada, aunque sus ojos tenían una expresión colérica. Pero no importa. ¿Me traerás de comer?

Después de la cena, Gonzalo sirvió dos copas de jerez y entregó una a Sara, instalada en el comedor. Se sentó frente a ella, con las piernas extendidas bajo la mesa, y estudió el rostro de su hermana.

—¿Todavía lo amas? —preguntó Gonzalo.

—No... ¡ahora lo odio! —se apresuró a decir Sara con los ojos fijos en la copa de licor.

—Pero hace apenas un mes...

Ella miró a Gonzalo, en los ojos una luz peligrosa.

—Eso fue antes de que descubriese que era un hombre cruel y egoísta.

—¿Por eso lo has abandonado?

—¿Abandonarlo? ¡Él me expulsó! Me escribió esa nota donde dice que ya no me desea, y que quiere que desaparezca antes de su regreso. Ni siquiera me lo dijo personalmente.

—¿Por eso lo odias ahora... porque te apartó de su lado?

—¡Sí! Nada le importa de mi persona o de mis sentimientos. Creí que lo amaba, y abrigaba la esperanza de que él llegaría a amarme. Pero ahora comprendo que fui muy estúpida. ¡Ni siquiera le importó la posibilidad de que yo estuviese embarazada!

—¡Oh, Dios mío, Sarita... ese hombre te violó!

—¿Qué me violó? No... en realidad, nunca lo hizo. Creí que te había aclarado eso, Gonzalo, en la carta que te envié. Creí que decía claramente que yo me había entregado a él. Por eso te pedía perdón.

—Creo que no he podido aceptarlo. No quise creerlo. Pero Sarita, si él no te violó... ¿quiere decir que te entregaste a él desde el comienzo?

—¡Me resistí! —exclamó ella, indignada, tratando de defenderse—. Me resistí con todas mis fuerzas.

—Entonces, ¿te violó?

Sara inclinó la cabeza, avergonzada.

—No, Gonzalo, nunca necesitó llegar a eso. Mostró paciencia... se Tomó su tiempo, y poco a poco despertó mi cuerpo. Por favor, entiende esto, Gonzalo ... yo lo odiaba, pero al mismo tiempo lo deseaba. Encendió en mí un fuego cuya existencia yo ignoraba. Me hizo mujer.

De nuevo se echó a llorar. Gonzalo se sintió muy deprimido, porque le atribuía la culpa de algo que ella no había podido evitar. Pero, ¿por qué defendía a ese bastardo?

Gonzalo se inclinó sobre la mesa, obligándola a levantar el rostro, y contempló los dulces ojos azules.

—Está bien. No eres culpable. Fue exactamente como si te hubiese violado.

—Luché y me resistí, pero la situación se repitió constantemente. Trate de huir, pero amenazó capturarme y castigarme si volvía a hacerlo. Al principio le temía mucho, pero a medida que pasé el tiempo me calmé un poco. Una vez lo apuñalé y sin embargo no me hizo nada. Luego una tribu me robó y él casi murió en el intento de libertarme. Entonces comprendí que lo quería, y después ya no me opuse. No podía resistirme al hombre a quien amaba. Si no puedes perdonarme por eso, lo siento mucho.

—Te perdono, Sarita, en el amor no hay reglas. Pero dijiste que ahora lo odias. ¿Por qué insistes en defenderlo?

—¡No lo defiendo!

—Entonces, dime su nombre, y así podré encontrarlo. Merece que lo castiguen por lo que te hizo.

—Su pueblo lo llama Fahd.

—¿Y el apellido?

—Oh, Gonzalo... qué importa. No quiero que lo castiguen. —¡Maldita sea, Sarita!—explotó Gonzalo, descargando un puñetazo sobre la mesa—. Te usó, y luego te devolvió para cobrar la recompensa.

—Recompensa?

—Sí. El hombre que te trajo pidió el dinero, y yo se lo di.

Sara se recostó en el asiento, una semisonrisa en los labios.

—Debí imaginar que Jimîl procedería así. Se apodera del dinero donde puede encontrarlo. Fahd probablemente nunca sabrá que Jimîl recibió la recompensa. Y ésa no es la razón por la cual Phi... por la cual Fahd me devolvió... Es el jeque de su tribu, y no necesita dinero. Incluso cierta vez lo vi rechazar un saquito lleno de joyas.

—Comenzaste a llamarlo de otro modo —dijo Gonzalo, enarcando el ceño.

—Bien... tiene otro nombre, pero no es importante. —Se levantó para apurar su jerez—. Gonzalo, ¿podremos olvidar el asunto? Deseo olvidarlo del modo más completo posible.

—¿Puedes llegar a eso, Sara? —Él la miró escéptico—. Todavía lo amas, ¿verdad?

—¡No! —gimió Sara, pero luego se mordió los labios, y las lágrimas volvieron a rodar por sus mejillas—. ¡Oh, Dios mío... sí! No puedo evitarlo. Gonzalo, ¿por qué tuvo que hacerme esto? Lo amo tanto... que desearía morir.

Gonzalo la abrazó fuertemente, consciente del sufrimiento de Sara. No podía soportar que sufriese de ese modo... y que se le destrozaba el corazón por un hombre que no merecía tanto amor.

—Sarita, llevará tiempo, pero lo olvidarás. Encontrarás un nuevo amor... alguien que te ofrezca el tipo de vida que tú mereces.


Un nuevo amor???? Aitor Carrasco quizás? Que opináis vosotras? Volvera Sra a casa? Y que hara Lucas... se lo permitira?


besotes a todas.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

También vamos a tener al Pollo dando por saco aquí? Válgame Dios!!! no es bastante lo del Jimîl que ha estropeado ese amor que empezaba a florecer? jajajajajaj que cursilada jajaajaj serán las horas ya...pues mira corazón, al Pollo le van a dar por cu..cubanitos, al Jimîl le van a poner en su sitio cuando se entere Lucas y a Sara le van a rilar las piernas cuando le vea de nuevo jajajajajja uyyyy esa hermanísima me da un peligro...tenemos dosis de celos? muy ligerita la veo yo jajajajjaj nada, a esperar que nos depara el destino jajajajaj Continuaaaaa!!!!

Al día estoy ya Himara, vaya horas de hacer los deberes....

Besos.
Ayla.

Anónimo dijo...

Como me vuelvas a nombrar al "pollo", me da un telele...Yo quiero a Lucaaaaaaaas (y no a nadie que se le parezca).

Por Dios, que Lucas reaccione y vaya a buscar a su Sarita del alma, que llega el finde y nos vamos a quedar con la intriga.

Ay¡, lo que nos gusta sufrir con esta pareja (pero sabemos que tus historias acaban bien, lo malo es lo otro, lo de la tele...jaja).

Muchos besotes,
María A.

Anónimo dijo...

No esperaba una continuación tan pronto, y...... estoy encantada.

Esto no se va a quedar así, verdad ? Estos chicos tienen que verse de nuevo, aunque sea en un baile de alta sociedad.

Claro que al principio..... Sara estará muy dolida con él, pero.... todo tiene arreglo, no ? ( al menos aquí, que lo de la tele.... ya se verá ).

Un beso.

adriana.

Anónimo dijo...

Seguro que ella vuelve a casa y seguro que él no se digna a ir detrás de ella, muy típico siendo tan machista y tan "moro".

Muchos besos Himara.

Blue.