A Sara le parecía que hacía una eternidad que estaba corriendo. Los kilómetros se sucedían interminables, pero ella no llegaba a ninguna parte. Sólo alcanzaba a ver arena... arena por doquier y un sol implacable que la golpeaba. Pero detrás estaba la muerte y ella no tenía modo de huir. Las piernas le dolían terriblemente, y le parecía que se habían desprendido de su cuerpo. El pecho le dolía cada vez que respiraba, pero la muerte continuaba persiguiéndola. Tenía que correr más velozmente... ¡escapar de allí! Oyó que la muerte pronunciaba su nombre. Miró hacia atrás, y el miedo la dominó, porque ésta se acercaba más y más. El cuerpo se le cubrió de sudor a causa del miedo. Volvió a oír su nombre, pero Sara continuó corriendo y rogando que un milagro la salvase. Ahora la voz de un hombre era cada vez más estridente e insistía en pronunciar el nombre de Sara. Ella volvió a mirar hacia atrás. Dios mío, ya estaba encima, y extendía las manos; y de pronto, ella vio su rostro. Era ese individuo horrible que la había golpeado, y ahora quería matarla. ¡Lucas! ¿Dónde estás?
—¡Sara!
Sara se incorporó bruscamente en el diván, los ojos asustados muy abiertos. Pero se serenó cuando vio el ambiente conocido de la tienda.
Sonrió. Había sido un sueño... un sueño estúpido. Se enjugó la transpiración de la frente. Maldición, hoy hará mucho calor.
—Qué estúpido fui. No debí confiar en ella.
Sara se preguntó con quién estaría hablando Lucas. Se levantó de prisa y entró en el dormitorio. Cuando abrió las Cortinas vio a Lucas sentado sobre el borde de la cama, tratando de ponerse los pantalones.
—Lucas, ¿qué demonios estás haciendo? Aún no debes levantarte —lo reprendió Sara. Paseó la mirada por la habitación, pero no vio a nadie—. ¿Y con quién estabas hablando?
Lucas la miró, en el rostro una expresión sorprendida, que un segundo después se convirtió en irritación.
—¿Dónde demonios estabas?
—¿Qué?
—¿Dónde estabas, maldita sea? Hace diez minutos que estoy llamándote. ¿Dónde estabas? —gritó.
—De modo que hace un momento hablabas solo. Bien, eres un estúpido si no puedes tenerme ni siquiera un poco de confianza. Estaba en el diván, durmiendo. Te dije que no me iría y mi palabra vale tanto como la tuya.
—Entonces, ¿por qué no me han contestado?
—Lucas, tuve una pesadilla. Soñé que ese hombre que me golpeó me perseguía a través del desierto. El sueño era tan vívido... pensé que él pronunciaba mi nombre. Cuando desperte, oí que tú estabas murmurando.
—Está bien, lamento haber pensado mal.
Lucas se levantó de la cama y trató de calzarse los pantalones.
—Lucas, no deberías levantarte —se apresuró a decir Sara cuando vio la expresión dolorida en el rostro de él.
—Sarita, permaneceré acostado, pero en esta tienda hace demasiado calor. Y la decencia exige que me vista.
Sara se acercó y le ayudó a ponerse los pantalones, y después lo obligó a recostarse nuevamente.
—Lucas, ¿puedo traerte comida?
—Por eso te llamaba. Tengo mucho apetito.
Sara comenzó a salir de la habitación y de pronto se volvió.
—Después que te haya traído la comida, ¿me dirás cómo te quemaste?
—Ahora te diré una sola cosa. No necesitas tener pesadillas con ese hombre... está muerto.
—¡Muerto! —exclamó Sara—. ¿Cómo? —Yo lo mate.
—¡Lucas! ¿Por qué tuviste que matarlo? ¿Por mí?
—¡Suponía que deseabas verlo muerto!
—Hubiera sido necesario castigarlo con un látigo, no asesinarle. Sara experimentó una sensación de náusea... Lucas había matado a un hombre por ella.
—Ese hombre también hirió a Jolûtfi, y yo prometí a Qüisim que pagaría por lo que había hecho. Ahora no me complace haberío muerto, pero de todos modos lo habrían ejecutado por desobedecer órdenes. Esperaba su muerte cuando llegué al campamento. Por lo menos conmigo tuvo una oportunidad... los dos estábamos armados.
—Pero, ¿por qué has tenido que hacerlo tú?
—¡Maldita sea, Sarita! Cuando vi cómo te había castigado, me dominó la cólera. Y cuando descubrí que era el mismo hombre que había herido a Jolûtfi... tuve que hacerlo. De todos modos, ese individuo habría muerto a manos de sus propios tribeños. Además, ya me habían dicho que yo moriría de muerte lenta, de modo que si ese hombre vencía hubiera podido ahorrarme la tortura.
—¿Por qué tenías que morir? ¿Quizá por eso estás quemado... querían quemarte vivo?
—Sí.
—¿Por qué?
—Sarita, como dije anoche es una historia bastante larga. Por favor, ¿puedo comer antes de hablar?
Ella asintió sin decir más, y salió de la habitación.
Pero no tuvo que abandonar la tienda, porque sobre la mesa la esperaba una bandeja con alimentos. Sara sonrió: Esa Silvina, siempre se adelanta a mis pensamientos. Sara llevó la comida al dormitorio, e insistió en alimentar personalmente a Lucas. Sabía que el movimiento mismo de los brazos lo hacía sufrir.
También ella comió, y esperó a que él se hubiera saciado antes de decir palabra. Era necesario responder a muchas preguntas. ¿Por qué querían matar a Lucas?
Cuando terminaron de comer, Sara retiró la bandeja, volvió y se puso una falda y una blusa. Lucas la miró sin decir palabra. Cuando terminó, se sentó en la cama, al lado de Lucas.
—¿Estás dispuesto ahora? —preguntó la joven.
Lucas le relató la historia completa. Al principio ella reaccionó con cólera... sobre todo cuando supo que la habían usado para atraer a Lucas a su propia destrucción. Pero después compadeció a Unriart, que había vivido todos esos años dominado por el odio. Quizás era mejor que ella hubiese pasado esos días en el sueño provocado por drogas. No hubiera podido soportar el espectáculo del sufrimiento de Lucas.
Cuando él le relató cómo había escapado, Sara agradeció a Dios que Amair hubiese tenido valor para ayudarlo. Lucas le había mencionado la angustia y el dolor que había soportado bajo el sol ardiente. Había una dificultad: No podía agradecer a Lucas que la hubiese salvado. Eso hubiera equivalido a reconocer que prefería estar con él; en efecto, sus secuestradores la hubiesen devuelto a Gonzalo, y ahora ella no se atrevía a decirle cuánto lo amaba, puesto que él no le devolvía ese sentimiento.
Sara miró tiernamente a Lucas. Cuánto había sufrido para salvarla. Sintió que tenía cierta esperanza...¡quizá la amase!
—Lucas, ¿por qué viniste a buscarme? —preguntó. —Eres mía, Sarita. Nadie me quita lo mío.
A Sara se le endureció el rostro. Se apartó de la cama y con pasos lentos salió de la habitación. Eso era lo que significaba para él. Una propiedad que podía usar hasta que se cansara; pero no permitía que nadie se la quitara. Había sido una estúpida. ¿Qué esperaba que dijese... que había venido a buscarla porque la amaba? ¿Que no podía soportar la idea de perderla?
De pronto, se detuvo. No tenía derecho a enojarse ante la respuesta de Lucas. Pretendía demasiado. Por lo menos, Lucas había dicho que ella era suya, y eso era lo que Sara deseaba ser. Sólo necesitaba tiempo... tiempo para conseguir que él la amase, tiempo para darle un hijo que los uniese.
Sara necesitaba algo que apartase su mente de Lucas. Se acercó al gLutfiete y Tomó uno de los libros que él le había traído; después se sentó en su lecho provisional y comenzó a leer.
Unos minutos después Jimîl entró en la tienda. Cuando vio a Sara, en su rostro se dibujó la sorpresa. Sara se mostró igualmente sorprendida, porque desde la advertencia de Lucas su hermano Jimîl no entraba directamente en la tienda.
—¿Qué... haces aquí? —preguntó Jimîl después de un silencio extrañamente prolongado.
—Vivo aquí... ¿acaso podría estar en otro sitio? —dijo ella riendo. —Pero tú... ¿Cómo llegaste?
—¿Qué te pasa, Jimîl? ¿Nadie te explicó lo que ha ocurrido? Me secuestraron, y tu tío casi mató a Lucas; pero consiguió escapar y me trajo de regreso. Creí que lo sabías.
—¿Está aquí?
—Por supuesto. Jimîl, tu conducta es extraña. ¿Te sientes bien? —¡Jimîl! —llamó Lucas desde el dormitorio.
—Ahí lo tienes —dijo Sara, que tenía la extraña sensación de que Jimîl no le creía—. Será mejor que entres, porque él no puede caminar.
—¿Qué le pasa?
—Tiene graves quemaduras, de modo que será mejor que permanezca un tiempo en cama —replicó Sara.
Tras vacilar un momento, Jimîl entró en el dormitorio. Sara lo siguió y se sentó en la cama, al lado de Lucas.
—¿Dónde has estado, Jimîl? —preguntó serenamente Lucas.
—Bien... he explorado el desierto, buscando a Sara. Regresé la noche que se la llevaron, y Qüisim me relató lo que había ocurrido.
—¿Y Sara no te explicó nuestra aventura? —Habló de mi tío.
—Dime una cosa, Jimîl. ¿Sabías del odio de tu tío a nuestro padre? —Sí, pero mi tío es un anciano. No creí que intentara hacer algo al respecto —contestó Jimîl, un tanto nervioso.
—Cuando dijiste a Yamaid Unriart que nuestro padre había fallecido, él volcó sobre mí su odio.
—No lo sabía —murmuró Jimîl.
—Como resultado de tu charla imprudente, usaron a Sara para atraerme al campamento de tu tío. La golpeó un hombre de su tribu y tu tío casi consiguió matarme. —Lucas hizo una pausa y miró fijamente a Jimîl—. En el futuro te agradeceré que evites mencionar mi nombre o nada que tenga que ver conmigo a tu tío... o para el caso, a nadie. Si llegara a ocurrir algo que perturba mi vida como resultado de tus comentarios, lo Tomaré a mal. ¿Está claro?
—Sí —contestó nerviosamente Jimîl.
—Ahora, puedes marcharte. Necesito descansar.
Sara observó a Jimîl mientras éste sYamaida de la habitación, y después se volvió a mirar a Lucas.
—¿No crees que te has mostrado demasiado duro con él? En realidad, no tiene la culpa de lo que ocurrió.
—¡Siempre tienes que defender a Jimîl! La culpa puede corresponder a muchos... a Amair, que me liberó, pero comenzó por secuestrarme; al padre de Amair, que aceptó el plan; a Unriart, que me odia; y a Jimîl, que suministró la información. Que la culpa recaiga sobre uno y otros, mientras no se repita el episodio. ¿No estás de acuerdo, Sarita?
—Sí —sonrió sumisamente Sara.
—Bien, no hablemos más de esto. Ahora, ¿quieres tener la bondad de traerme dos odres de vino? Cuando me haya vencido el sopor del alcohol, me harás el favor de quitarme esta condenada grasa.
—Pero la necesitas para calmar el dolor.
—Necesito varias cosas, pero esta grasa no es una de ellas. El dolor ya no es tan intenso pero la grasa me molesta mucho.
—Oh, está bien; puedo quitártela ahora, si lo deseas —propuso ella con aire de inocencia.
—¡No! Primero beberé el vino. El dolor se ha atenuado, pero no ha desaparecido.
—Sí, amo, lo que tú digas —se burló ella, y salió de la habitación.
«Bien –pensó—por lo menos su actitud está mejorando.»
Bueno niñas, aquí tenéis la continuación, siento mucho el retraso, Que os parece? que bonito es el amor, verdad? lastima que dure tan poco, jejejejeje
5 comentarios:
¿Qué quieres decir con eso de que el amor dura pocooooooo???? Ya me has dejado "mosqueada" hasta la siguiente entrega.... no nos hagas sufrir mucho que tenemos nuestro corazoncito... aunque he de reconocer que cuanto más sufrimos... mejores son las reconciliaciones....jajajaja
Un besazo enorme, gracias por el relato de hoy... y por favooooor, sigue pronto!!!!!.
María A.
El amor dura pocoooooooooo? Uy, uy...... no quiero pensar la que nos espera.
Un placer, como siempre.
Adriana.
¿El amor dura poco? pues mira en este caso casi que me alegraré, este tio es lo más ruín que he leído en muchísimo tiempo, vamos que todo lo que le ocurra me parecerá poco. Vamos, vamos que le dice "si, amo" y el tio lo único que puede pensar es en que la actitud de ella está mejorando.....a este lo querría ver a mi lado para quitarle la gasa....se iba a .....mejor no lo digo.
Un besote Himarita que nos tienes abandonadas con tanto pepinillo y tan poco ordenador.
Blue.
Uy, Jimîl no me gusta nada, nada.
Y a Lucas le queda todavía un largo camino por recorrer, que de momento, ahí sólo pone de su parte para entenderle a él Sara. Esperando estoy a que él se humanice un poco.
Un beso.
Ya sospechaba yo que el hermanito se las trae y la líaaaa... gorda gorda jajajaajaj ya veremos si no tiene nada que ver para que digas que el amor dura poco. Por otra parte estoy con Blue, no que me alegre, peo es un tío ruin y más moro que Alí jajajaaj le tiene que dar un escarmiento Sara, que sufra en su cuerpo las penas de amor jjajajjaj a ver si su actitud va cambiando. Himara continua cuando puedas cielo, esperamos lo que haga falta.Muchos Muaaaaaaackssssssss!!!!
Ayla.
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