13 febrero 2009

Amor en el desierto; reconocimiento

Habían pasado diez días desde que Lucas llevó a Sara al campamento. Diez días de sufrimiento, quejas y frustraciones. Diez noches miserables en su lecho solitario. El dolor ya había desaparecido por completo, y quedaba a lo sumo una piel parda que comenzaría a caer pocos días después. Abrigaba la esperanza de que muy pronto recuperase su aspecto anterior. Y aquella noche... trataría de que Sara volviese a compartir el lecho con él. Aquella noche volvería a tenerla, después de esperar tanto tiempo.

Lucas se sentía como un niño que espera la Nochebuena. De hecho, faltaban pocos días para Navidad. Pero aquella noche él recibiría su regalo y era difícil soportar la espera. Hubiera podido poseer a Sara aquella misma mañana, pero deseaba hacer las cosas bien, de modo que ella no tuviese excusas.
Lucas había reanudado su vida rutinaria e incluso había llevado al baño a Sara. Contemplar a la joven en el estanque había sido una prueba suprema para la fuerza de voluntad de Lucas. Pero ya había llegado la noche.

Sara se hallaba acurrucada en el diván, frente a Lucas. Cosía una túnica para el pequeño Qüisim y casi había terminado; pero su mente estaba distraída. Se preguntaba qué le ocurría a Lucas. Él ya se sentía bien, pero ella continuaba durmiendo en el diván. Una idea ingrata comenzaba a agobiaría... ¿qué ocurriría si él ya no la quería más?

Pronto sabría a qué atenerse, porque había decidido que esa noche dormiría en la misma cama que Lucas.
—Lucas, voy a acostarme —dijo.

Se puso de pie y entró en el dormitorio, como había hecho las últimas diez noches... para desnudarse y ponerse la túnica de Lucas con la cual dormía. Pero esta noche no pensaba usar la túnica, ni regresar al cuarto contiguo.
Cuando Sara se quitó la blusa y la depositó sobre el arcón que guardaba sus ropas, sintió una corriente de aire; se habían abierto las Cortinas. Pero no se volvió. Comenzó a desatarse los cabellos. Lo hizo con movimientos lentos porque los dedos le temblaban nerviosos.

Era el momento que ella había esperado. Sabía que Lucas estaba en la misma habitación, pero ignoraba que haría. Quizás él se acostara... sin pedirle nada o se acercase a ella. ¡Oh, Dios mío, ojala viniese!

De pronto, Sara sintió detrás la presencia masculina. Se volvió lentamente para mirarlo, los ojos dulces y amantes, y los de Lucas dominados por un anhelo intenso.
—Sara.

Ella se acercó a Lucas y le rodeó el cuello con los brazos, y acercó sus labios a los del hombre. Los brazos de Lucas la oprimieron estrechamente. Cuando la depositó sobre la cama, ella se preguntó si jamás volvería a ser tan feliz.
Después de hacer el amor, Sara descansó con la cabeza apoyada en el hombro de Lucas. Con los dedos dibujó pequeños círculos sobre el vello de su pecho. Ahora estaba segura de una cosa... Lucas todavía la deseaba. Y mientras la deseara, no la obligaría a alejarse.

Se sentía demasiado feliz para dormir, y le pareció sorprendente no sentirse culpable después de haberse entregado sin resistencia a Lucas. Pero, ¿por qué sentirse culpable de su propia entrega? Lo amaba y era muy natural que deseara hacerlo feliz. Deseaba entregarse por completo al hombre a quien amaba. Y era un goce más que cuando ella se entregaba a Lucas él a su vez le ofreciera el mayor placer concebible.

Y de todos modos, ¿qué era el matrimonio? Nada más que un contrato firmado que podía mostrarse a la civilización. Bien, ella no estaba viviendo precisamente en un mundo civilizado y lo que importaba era lo que sentía. ¡Al demonio con el mundo civilizado! No estaba aquí para condenarla, y ella no pensaba regresar a él.
Pero tenía que pensar en Gonzalo.
—Lucas, ¿estás despierto?

—¿Cómo puedo dormir si estás acariciándome? —replicó él con buen humor.

Sara se sentó en la cama y lo miró.
—Lucas, ¿puedo escribir a mi hermano para decirle que estoy bien?

—¿Esto te haría feliz? —preguntó.

—Sí.

—Entonces, escríbele. Ordenaré a Currti que entregue tu carta; pero no digas a tu hermano dónde estás. No me agradaría que todo el ejército británico apareciese en la montaña.

—¡Oh, Lucas, gracias! —exclamó, y se inclinó y lo besó tiernamente.
Pero Lucas la rodeó con los brazos y no le permitió apartarse. —Si hubiese sabido qué resultados obtendría, te habría permitido antes escribir a tu hermano —dijo sonriendo.

Rodó en la cama con Sara en los brazos, y ninguno de los dos pudo pensar ya en otra cosa.

A la mañana siguiente, Sara despertó consciente de que tenía ante sí una tarea urgente. Después recordó que había pensado en escribir a Gonzalo. Entusiasmada comenzó a levantarse. Y entonces sintió la mano de Lucas que descansaba perezosa entre sus pechos y una excitación diferente la apresó.
Lucas continuaba durmiendo y no había nada tan importante que la indujese a apartarse de su lado. Sara pensó fugazmente en la posibilidad de despertarlo, pero entonces los ojos de Lucas se abrieron lentamente y él le sonrió.
—Pensé que ya estarías escribiendo tu carta —dijo somnoliento y la mano se movió un poco, aferrando el seno firme y redondo.

—Dormías con tanta serenidad que no quise molestarle —mintió ella—. ¿Tienes apetito?

—Sólo de ti, querida.

Lucas sonrió y puso los labios en el otro pecho, y una oleada de fuego recorrió el cuerpo de Sara.
—No quisiera negar alimento a un hombre hambriento —murmuré ella, y lo abrazó mientras él estrechaba su cuerpo.

Después, Silvina pidió permiso para entrar; en ese mismo instante, Sara y Lucas sYamaidan del dormitorio. Cuando Silvina entró con el desayuno y vio la alegría en el rostro de Sara, se sintió muy feliz por su amiga.
—Creo que será un hermoso día —observó alegremente Silvina, mientras depositaba sobre la mesa la bandeja.

—Sí, un bello día —suspiró satisfecha Sara, sentándose en el diván. Se sonrojó profundamente cuando vio que Lucas la miraba con aire inquisitivo, pues ella aún no había salido de la tienda y no podía tener idea del tipo de día que era—. Ah... ¿cómo está el pequeño Qüisim? —preguntó, tratando de ocultar su embarazo.

—Muy bien —dijo Silvina, a quien la pregunta no engañé,. Ahora va a todas partes con su padre, y Qüisim se alegra de tenerlo consigo.

—También yo me alegro —replicó Sara, que había conseguido recuperar el aplomo,. Así tiene que ser. Oh... casi he terminado la túnica del pequeño Qüisim. Se la llevaré después.

—Eres muy amable, Sara —Silvina sonrió tímidamente. Nunca había tenido una amiga como Sara, que se mostraba tan bondadosa y le dedicaba mucho tiempo. La quería mucho, y habría hecho cualquier cosa por ella—. Te veré más tarde.
Durante todo el desayuno Lucas miró fijamente a Sara, y ésta se sintió nerviosa y embarazada. Cuando terminaron de comer, él se decidió a hablar.

—Antes de regresar a España solía escribir a Mariano, y en mi armario encontrarás los útiles necesarios para escribir. Iré a decir a Currti lo que tiene que hacer y después regresaré.

Apenas Lucas abandonó la tienda, Sara entró en el dormitorio. La colmaba de felicidad la idea de volver a comunicarse con Gonzalo y decirle que estaba bien. Encontró la caja que contenía los útiles de escribir, y regresó a la habitación principal. Se sentó y, a los pocos minutos, comenzó la carta.

Querido hermano:
Perdóname Gonzalo, por no haberle escrito antes, pero hace poco tuve la idea de hacerlo. Comenzaré diciéndote que me siento perfectamente bien, tanto de cuerpo como de espíritu, y que soy muy feliz.

Probablemente creíste que había muerto, porque han pasado tras meses. Lamento haber provocado tu angustia, pero deseaba que pensaras así. Al principio no sabía qué sería de mí, de modo que era mejor que tú no supieras que yo vivía. Pero ahora todo ha cambiado.

No pienses mal de mí cuando sepas que estoy viviendo con un hombre. No deseo decirte quién es, porque eso no importa. Lo que importa es que lo amo y deseo continuar con él. No estamos casados, pero tampoco eso importa. Mientras yo sepa que él me desea, me sentiré feliz.

El hombre a quien amo es el mismo que me separó de ti y al principio lo odié. Pero la convivencia diaria convirtió lentamente el odio en amor. Ni siquiera sabía que había ocurrido este cambio hasta que hace dos semanas él casi me perdió. Pero después he aprendido que deseo continuar siempre con él. No sé si me ama o no, pero espero que a medida que pase el tiempo llegue a quererme.
Quizás en el futuro se case conmigo, pero aunque no lo haga permaneceré con él hasta que ya no me desee. Te diría dónde estoy, pero él no quiere. En el fondo de mi corazón sé que un día volveré a verte. Hasta ese momento, te ruego no te preocupes por mí. Me siento feliz aquí y no necesito nada.

Gonzalo, te ruego que no me juzgues con dureza porque no pueda evitar lo que mi corazón siente por este hombre. Haría lo que fuera por él. Por favor, compréndeme y perdóname si te hice sufrir. Sabes que no lo habría hecho intencionadamente. Me deseaba y me Tomó. Y como dice él, es la costumbre de este país, y ahora yo lo amo y lo deseo más que a nada. Trata de comprender mi situación.
Te quiere

Sarita


Sara cerró la carta. Lo que había escrito la satisfacía, pero no podía permitir que Lucas viese la carta. Se preparó para salir de la tienda y buscar a Currti, y en ese momento entró Lucas.
—Querida, si has terminado tu carta la entregaré a Currti. Espera afuera.

—No —dijo ella con voz un tanto tensa—. Yo se la daré. Lucas la miró con expresión interrogante.

—No habrás dicho dónde estás a tu hermano, ¿verdad? —Lucas, me pediste que no lo hiciera, y no lo hice. Te doy mi palabra. Si no confías ahora en mí, jamás lo harás.

—Está bien. Puedes entregar la carta a Currti —dijo él, y le dio paso.
Currti esperaba montado en su caballo. Sara le entregó la carta y murmuró:
—Ve con Dios.

Él le dirigió una tímida sonrisa, los ojos colmados de admiración, después espoleó al caballo y comenzó a descender la ladera de la montaña. Sara lo miró hasta que desapareció de la vista. Después, se volvió hacia Lucas, que estaba a su lado, y apoyó la mano nerviosa en el brazo del hombre.
—De nuevo gracias, Lucas. Me siento mucho mejor ahora que Gonzalo sabrá que estoy bien. Querida, ¿eso no justifica otro beso?

—Sí, lo justifica —replicó ella.

Y le rodeó el cuello con los brazos y obligó a Lucas a bajar la cara para acercarla a sus propios labios.

Veis, el muchacho no es tan malo!!! un poco, mucho moro si, pero no malo, jejejeje

A ver que os parece?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Moro de la Morería Himara jajajajaj por lo menos se ha fiado de la palabra de Sara. Ayyyyy qué bonito es el amor... jajajajaj a ver si lo reconoce el moro, no creo que llegue tarde no? mira que está por ahí rondando el hermanito de los eggs jajaj que no me fíooo ni un pelo.

Besitos corazón y no pareees sigueee, sigueeee jajajaaj

Ayla.

Anónimo dijo...

Bueno, bueno, ya se va haciendo un huequito en el corazón del "morito", a ver si no lo estropea ahora la niña con la carta a su hermano y se vuelve a liar todo.

Gracias y ya sabes lo de siempre "siguen prontoooo".

Besitos

María A.

Anónimo dijo...

...que se me van las teclas...ajjaja ...quiero decir "sigue pronto"...jajaj

María A.

Anónimo dijo...

Bueno, pues ni por que se ha fiado de que ella no le ha dicho nada a su hermano de dónde se encuentra, a mi este tio no me gusta ni un pelo, ya lo siento, pero no me ha calado.

Un besote Himara

Blue.