19 marzo 2009

Amor en el desierto; Caos

Lucas se detuvo en la entrada de la habitación, contemplando cómo dormía Sara. Muchas veces había hecho lo mismo, pero antaño si lo deseaba podía hacerle el amor; y ahora lo deseaba. Era tan bella, con los cabellos dorados extendidos sobre la almohada, en el rostro una expresión dulce e inocente. Hubiera bastado que ella correspondiera a sus sentimientos para que él se sintiera el hombre más feliz de la tierra.

Se preguntó por qué no había bajado a cenar la noche anterior. Él estaba dispuesto a demostrarle que podía adoptar una actitud tan indiferente como la de la propia Sara; y se había propuesto consagrar su atención entera a Estelle. La ausencia de Sara lo había decepcionado. Estelle era una hermosa joven, pero no podía compararse con Sara... nadie podía compararse con ella. ¿Por qué tenía que ser tan falsa y perversa?

El pequeño Lucas comenzó a llorar y Lucas se escondió cm la puerta de modo que podía observar a Sara sin ser visto cuando ella entrase en su cuarto. En efecto, Sara apareció en la habitación y a él le sorprendió ver que usaba la túnica negra que había confeccionado en Egipto. ¿Por qué no la había quemado? Al parecer, a diferencia de lo que le ocurría a Lucas, esa prenda nada representaba para ella.

Se acercó directamente a la cuna, los largos rizos dorados cayéndole en la espalda, y el pequeño Lucas dejó de llorar apenas la vio.
—Buenos días, amor mío. Esta mañana me has dejado dormir hasta tarde, ¿verdad? Lucas eres la alegría de mi vida. ¿Qué haría sin ti?

Lucas se sintió reconfortado cuando vio cuán intenso era el amor de Sara por su hijo. Pero le desconcertaba que ella hubiese dado al niño su mismo nombre.

Sara se volvió bruscamente, porque sintió la presencia de Lucas en la habitación: pero nada dijo cuando lo vio junto a la puerta. Se volvió hacia el pequeño Lucas, lo retiró de la cuna y se sentó en una silla tapizada, con tela azul y puesta en el rincón del cuarto. Se desabrochó lentamente el camisón.

El silencio de Sara irritó a Lucas. Prefería que ella le gritase y no que lo ignorase.
—No has necesitado mucho tiempo para perder nuevamente tu pudor —observó cruelmente.

—Lucas, ayer aclaraste bien las cosas. No puedo mostrarte nada que no hayas visto ya —dijo serenamente Sara, y sus labios dibujaron una semisonrisa que no se extendió a sus ojos tan azules.

Lucas se echó a reír. Esta mañana no conseguiría que ella perdiese los estribos. Observó a su hijo que chupaba ávidamente el seno de Sara, y el espectáculo lo conmovió profundamente. Eran su hijo, y la mujer que él aún deseaba. Lucas rehusaba aceptar la derrota. Hallaría el modo de tenerlos a ambos.
—Tiene mucho apetito. ¿No necesitas una nodriza? —preguntó Lucas.

—Tengo leche suficiente para satisfacer sus necesidades. El pequeño Lucas está bien atendido —dijo ella con voz tensa.

Lucas suspiró profundamente. Aparentemente, no necesitaba buscar mucho para hallar una observación acre que la irritase... una sencilla pregunta producía ese efecto.
—No quise insinuar que no eres buena madre —dijo. Más aún, Sara, diría que la maternidad te sienta. Te has comportado muy bien con mi hijo —dijo Lucas con voz serena, mientras acomodaba un mechón de los cabellos de Sara que se había desordenado, y al hacerlo lo acariciaba delicadamente entre los dedos.

—Gracias —murmuró ella.

—¿Dónde lo bautizaste? —preguntó Lucas, de pasada. No deseaba retirarse, y pensó que era necesario decir algo porque de lo contrario su presencia silenciosa acabaría por irritar a Sara.

—Aún no está bautizado —dijo Sara.

—¡Santo Dios, Sara! Debieron bautizarlo un mes después de nacer. ¿Qué estás esperando? —estalló y rodeó la silla para enfrentarse a la joven.

—Maldito seas... ¡no me grites! Sencillamente, no pensé en el asunto. No estoy acostumbrada a tener hijos —replicó con la misma voz colérica, y sus ojos cobraron un tono azul zafiro.

Dando grandes zancadas, Lucas llegó a la puerta de la habitación, pero se volvió para enfrentarse de nuevo a Sara, con el cuerpo tenso de cólera.
—Lo bautizaremos hoy... ¡esta mañana! Prepárate y prepara a mi hijo porque saldremos dentro de una hora.

—Ésta es mi casa, Lucas, no tu campamento en las montañas. No puedes decirme qué debo hacer aquí.

—Prepárate, o yo mismo lo llevaré.

Dicho esto, se volvió y salió del cuarto.

Sara sabía que hablaba en serio. Procuró tranquilizarse y terminó de alimentar al pequeño Lucas; después, lo depositó en la cuna, llamó a una de las criadas y le ordenó que la ayudase a prepararse. No podía confiar el niño a Lucas... quizá no regresara.

Depositó sobre la cama la túnica y vio que era la prenda árabe, de lienzo negro. Sin prestar mucha atención al asunto, se la había puesto cuando el pequeño Lucas empezó a llorar. Sara se preguntó si Lucas habría advertido el hecho. Pero no... probablemente ni siquiera recordaba la túnica; de lo contrario, habría formulado alguna maligna observación.

Sara se peinó y después eligió un sencillo vestido de algodón con mangas largas y cuello alto, una prenda adecuada para la ocasión. Como disponía de tiempo, vistió con cuidado al pequeño Lucas y una hora después descendió la escalera.

Lucas esperaba solo, y Tomó al niño de los brazos de la madre.
—¿Dónde está Gonzalo? —preguntó ella nerviosamente.

—Salió temprano esta mañana: fue a Valencia por asuntos de negocios. Dijo que trataría de regresar antes de mediodía —replicó Lucas y echó a andar hada la puerta.

—Pero... no iremos solos... ¿verdad?

—Oh, vamos, Sara —dijo él riendo—. No volveré a raptarte, si eso es lo que te inquieta. Aunque a decir verdad la idea me pasó por la mente.

—¡Oh!—Sara pensó irritada: «Qué fácil es mentir para este hombre.» —Lucas, la próxima vez que proyectes un rapto, ¡tu víctima probablemente será Estelle! —replicó Sara.

—Caramba, Sara, a decir verdad pareces celosa —se burló él.

—¡No estoy celosa! —dijo secamente Sara—. Al contrario, agradezco que desvíes en otra dirección tus atenciones.

No les llevó mucho tiempo llegar a la pequeña iglesia cercana a Miranda. Sara esperó en el carruaje abierto mientras Lucas entraba en la iglesia para comprobar que el sacerdote estaba disponible. Regresó poco después y la ayudó a descender del carruaje.
—¿Todo está arreglado? —preguntó ella cuando Lucas volvió a apoderarse del pequeño.

—Sí. Llevará sólo un minuto —respondió Lucas y escoltó a la joven hacia el interior de la iglesia pequeña y sombría.

Un hombre grueso, de baja estatura, los esperaba al extremo del corredor y Lucas le entregó al niño. El pequeño Lucas no lloró cuando sintió el agua en la frente, pero Sara ahogó una exclamación cuando oyó las palabras pronunciadas claramente en la sala oscura. —Yo te bautizo... Lucas Fernández, hijo.

Lucas recuperó a su hijo y Tomó del brazo a Sara para acompañarla fuera de la iglesia. Ella nada dijo hasta que estuvieron en el carruaje y el cochero inició el camino de regreso a la Residencia
Miranda.
—¡No tenías derecho de hacer eso, Lucas! —exclamó Sara, mirándolo con ojos hostiles.

—Todo el derecho del mundo... soy su padre —sonrió Lucas.

—No eres su padre legal... no estamos unidos. ¡Maldito seas! Se llama Lucas Junior Miranda según se lee en su partida de nacimiento.

—Sara, es muy fácil cambiar eso.

—Primero tendrás que encontrar el documento original. ¡Es mi hijo, y llevará mi nombre, no el tuyo!

—Y cuando te cases, ¿le darás el nombre de tu marido?

—En realidad, no he pensado en ello, pero si Aitor desea adoptarlo, sí, llevará su nombre.

—No permitiré que ese joven vanidoso críe a mi hijo –replicó Lucas con el ceño fruncido.

—Lucas, nada tendrás que ver en eso. Además, Aitor será un buen padre.

Pero Sara no creía realmente en sus propias palabras.

—Veremos —murmuró Lucas, y ninguno de los dos volvió a hablar durante el resto del viaje de regreso a la Residencia Miranda. Gonzalo los recibió en la puerta, y su rostro expresaba profunda irritación.

—¿Dónde demonios estuvisteis? ¡Me sentí muy inquieto!

—Gonzalo, fuimos a bautizar a Lucas Junior. No había motivo para preocuparse —replicó Sara. Miró inquisitivo a Lucas, que se echó a reír.

—¿Por qué no dijisteis a nadie adónde ibais? Cuando volví a casa descubrí que habíais salido y que os habíais llevado al niño, pensé que...

—Sabemos lo que pensaste, Gonzalo —rió Sara—. Pero como ves, te equivocaste. Lamento que te hayas inquietado... no volverá a ocurrir.

Sara subió al primer piso para acostar al pequeño Lucas. Después de cambiarlo, cerró las puertas de la habitación, de modo que nadie lo molestase y más tarde fue a su propio cuarto para quitarse el sombrero. A través de la puerta abierta Sara oyó los movimientos de Lucas que entraba en su habitación. Su voz llegó claramente a los oídos de la joven, y lo que oyó la indujo a permanecer inmóvil, sin hacer el más mínimo gesto.
—¿Qué haces aquí? Tu hermana se enojará mucho si te encuentra en el dormitorio de un caballero.

—Lucas, no es necesario que actúes así. Seguramente estás acostumbrado a recibir damas en tu dormitorio —dijo amablemente Estelle—. He esperado aquí para hablarte a solas. ¿Por qué no cierras la puerta y te sientas? Estarás mucho más cómodo.

—No será necesario... no permanecerás mucho tiempo en este cuarto, Estelle, no deseo que me pidan que abandone la casa sólo porque a ti te interesa jugar a ciertos juegos.

Sara no quiso escuchar más, pero en verdad no atinó a reaccionar.
—¡Lucas Fernández, no estoy haciendo juegos! Vine a buscar una respuesta. ¿Aún amas a Sara? ¡Tengo derecho de saberlo!

—¡Amor! ¿Qué tiene que ver el amor con esto? Hace un tiempo la he deseado, del mismo modo que te deseo ahora —dijo Lucas, y en su voz profunda no había sentimiento alguno.

—Entonces, ¿ella nada significa para ti ahora? —preguntó Estelle.

—Sara es la madre de mi hijo... eso es todo. Y ahora, Estelle, debo pedirte que salgas, antes de que alguien te encuentre aquí. La próxima vez que desees hablarme a solas busca un lugar más apropiado.

—Lo que tú digas, Lucas —replicó Estelle con una risita, era evidente que se sentía muy complacida consigo misma. —¿Te veré a la hora del almuerzo?

—Bajaré dentro de algunos minutos.

Sara se sentó en el borde de la cama; sentía que le habían hundido un cuchillo en el corazón. Un rato antes tenía apetito, pero ahora la idea de comer le parecía insoportable. ¡Necesitaba marcharse!

Se quitó el vestido, se puso el traje de montar y descendió de prisa la escalera. Un momento después, salia de la casa.

Tras ordenar a un caballerizo que ensillara a Cachis, esperó impaciente. Después descendió por el sendero que conducía a los campos abiertos y al fin prorrumpió en llanto.

El viento se llevó las lágrimas de sus ojos cuando Sara obligó a Cachis a correr cada vez más velozmente. De los cabellos se desprendieron las horquillas, y los mechones cayeron sobre su espalda, flotando en el aire. Deseaba terminar de una vez, pero de pronto recordó al pequeño Lucas. No podía abandonar a su hijo. Tenía que afrontar el hecho de que aún amaba a Lucas, pero jamás lo recuperaría. Tendría que aceptar la situación y comprender que su hijo era el único motivo de alegría en su vida. Aitor la amaba y quizá llegaría el día en que podría ser feliz con él.

Hacía dos horas que había oscurecido cuando al fin Sara llegó a la puerta principal y después de entrar se apoyó contra la hoja de madera, agotada. Lucas salió del salón, y en su rostro se veía una expresión irritada e inquieta; pero se tranquilizó y sonrió cuando vio a Sara. Gonzalo y Kareen estaban detrás de Lucas. Kareen preocupada y Gonzalo dominado por la cólera.
—Sara, ¿dónde demonios has estado? –exclamó Gonzalo—. Dos veces en el mismo día te marchas sin decir palabra. ¿Qué te ocurre?

—¿El pequeño Lucas está bien? —preguntó Sara.

—Muy bien. Lola mandó llamar a una nodriza al ver que tú no regresabas. El niño estaba un tanto nervioso, pero ahora duerme. Sarita, ¿estás herida? –preguntó Gonzalo—. Parece que te hubieras caído del caballo.

Sara examinó su propio aspecto. Era una desastre. Tenía los cabellos enmarañados, le caían sobre los hombros llegándole a la cintura. El traje de montar de terciopelo verde estaba desgarrado en muchos lugares a causa de la desenfrenada cabalgada a través de los bosques.
Se apartó de la puerta y enderezó orgullosamente el cuerpo. —Estoy muy bien, Gonzalo. Sólo cansada y hambrienta.

Comenzó a caminar, pero Gonzalo la obligó a volverse.
—Un minuto, joven. No has contestado a mis preguntas. ¿Dónde has estado tantas horas? La casa entera ha estado buscándote.

Sara vio la expresión divertida de Lucas y se enojó.
—¡Maldita sea! Gonzalo, ya no soy una niña... ¡puedo cuidarme sola! Que me aleje unas pocas horas no es motivo que justifique despachar partidas encargadas de buscarme.

—¡Unas pocas horas! Estuviste fuera todo el día.

—Estuve cabalgando... ¡eso es todo! ¡Y precisamente tú deberías saber por qué lo hice!
Gonzalo sabía a qué atenerse. Al parecer la presencia de Lucas en la casa inquietaba a Sara más de lo que él había previsto.

—Sarita, quiero hablar contigo... a solas —dijo Gonzalo.

—Esta noche no, Gonzalo... ya te lo dije, estoy cansada.

Gonzalo la acompañó hasta la escalera, para quedar fuera del alcance del oído de los presentes.
—Sarita, si Lucas te inquieta tanto, le pediré que se marche.

—¡No! —gritó Sara, y después, en voz más baja—: Gonzalo, no deseo que se vaya. No puedo negarle el derecho de estar con su hijo. He acabado por reconciliarme conmigo misma... en adelante podré soportar su presencia.

Abrigaba la esperanza de estar diciendo la verdad.

Gonzalo volvió adonde estaba Kareen cuando Sara comenzó a subir la escalera.
—Ordenaré a un criado que le lleve una bandeja de comida, y le prepare agua caliente para darse un baño —dijo Kareen, que miraba inquieta a su marido—. ¿Has descubierto por qué salió esta tarde?

—Lo sé —replicó Gonzalo, mientras dirigía a Lucas una mirada de desaprobación—. Pero no sé qué hacer al respecto.

* Mañana mas niñas.... espero vuestros comentarios.... quedan 5 capis para el final....

besotes

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Himara esto está muy interesante pero Estelle me fastidia tanto como el pollo......Y Lucas me irrita,un hombre tan seguro "aparentemente" de si mismo debería decir las cosas claras y soltarle todo lo que siente a sara. Supongo que llegará ese momento pero de momento me tienes con las uñas más que mordidas jejejejeje.Que no puedo con la intriga.....

gracias guapa por dejarnos cada noche este regalito,si te soy sincera lo espero con mas emoción que los capis del miercoles!!!!

un besazo.

Lluvia.

Anónimo dijo...

Coincido totalmente con Lluvia, muchísima más emoción desprenden estos relatos que nuestros pacos (leyéndote tengo "mariposas" en el estómago...)

Pero insisto que al que le toca sufrir un poquito es a Lucas (sólo un poquito, no seas demasiado mala..ajjaa)

Gracias y hasta mañana a la misma hora y en el mismo lugar.

María A.

Anónimo dijo...

Que dos! Ninguno da el primer paso para aclarar sus setimientos. Anda que no están llenos de prejuicios y de orgullo. Y mientras tanto.....Estelle y Aitor ahí, haciendo más difícil lo que de por sí ya es bastante difícil.

Un beso.

Adriana.

Anónimo dijo...

Eso a ver si dan ya el paso los dos que eso se encona y luego difícil de sacárlo. Cómo le va a poner de apellido al niño Moco? ahhh no que es Carrasco jajajajj pués dónde estén los Fernández de toda la vida que se quite el resto jijiijjji ahora no cuenta quién le engendró? vámos!!! y las cosas claras con Estella no vaya a ser que se piense tiene derechos.

Achuchón pa tí Himara que sigo jajajaja

Ayla.