Era el 5 de enero de 1885. Los últimos siete días habían sido una sucesión de momentos de gran tensión para todos los ocupantes de la Residencia Miranda, pero sobre todo para Sara. Estelle la desairaba groseramente siempre que se encontraban y, por su parte, Lucas contemplaba el espectáculo con una sonrisa divertida. Pero la cena era el momento más difícil. El pobre Gonzalo y Kareen ocupaban los dos extremos de la mesa y esperaban nerviosamente la explosión. Sara y Aitor ocupaban un lado de la mesa y Aitor miraba irritado a Lucas. Lucas y Estelle ocupaban el lado opuesto, y Estelle demostraba francamente su desprecio por Sara. Parecía que todos estaban sentados sobre un barril de pólvora.
Lucas había cambiado desde la desaparición de Sara, una semana antes. Ya no disputaba con ella y, en cambio, la trataba con una actitud cortes y fría. jamás mencionaba el pasado y eso molestaba a Sara, que esperaba constantemente una observación mordaz que nunca llegaba.
No quería encontrarse a solas con Lucas, pero esa situación se repetía siempre en la habitación del niño. Sara insistía en que Lola la acompañase, pero apenas aparecía Lucas, Lola formulaba una excusa fútil y se alejaba de prisa.
Sin embargo, Lucas parecía interesado únicamente en su hijo, y se mantenía a cierta distancia de Sara. La veía bañar al pequeño Lucas o jugar con él sobre la suave alfombra. Pero cuando llegaba el momento de darle el pecho, Lucas se retiraba discretamente. Esa actitud desconcertaba por completo a Sara.
Aitor era el peor de los problemas que Sara afrontaba. Después de la llegada de Lucas había adoptado una actitud muy exigente. Continuamente pedía a Sara que fijase la fecha del matrimonio; pero hasta ahora ella se había negado a dar aquel paso.
Sin embargo hoy Sara había encontrado un motivo de alegría.
Kareen entró en el comedor cuando Sara Tomaba un almuerzo tardío.
—Estelle al fin decidió volver a casa. Ahora está en su habitación preparando las maletas —informó.
Sara nada dijo, aunque sentía deseos de saltar de alegría.
—Pese a que es mi hermana y a que la quiero mucho —continuó Kareen—no me importa reconocer que me alegro de que se marche. Sin embargo, me gustaría saber por qué adopta esa actitud ... y ella no quiere decirme una palabra. Ayer mismo intente convencerla de que se alejase, y ella rechazó enérgicamente mi propuesta. Esta mañana, fue a cabalgar con Lucas, y cuando regresó, hace una rato, afirmó enojada que no pensaba permanecer aquí un minuto más. Es mejor así, porque sé que le esperaba una gran decepción; de todos modos, aún no comprendo la verdadera situación.
Tampoco Sara sabía a qué atenerse. Pero poco importaba por qué Estelle se iba... si realmente lo hacía. Sara no tendría que sufrir la presencia de otra mujer que se asiera a Lucas. Aunque ahora que Estelle se iba, quizá Lucas también se marchase. De pronto Sara no se sintió tan feliz como antes.
Lucas estaba recostado en la gran cama de bronce con las manos unidas en la nuca, escuchando atentamente los sonidos que venían de la habitación contigua. Volvió los ojos hacia el antiguo reloj de la repisa de la chimenea. Las diez menos cinco... no necesitará esperar mucho tiempo más.
Lucas esbozó una mueca cuando recordó lo que había ocurrido aquella mañana. Se había cansado del juego de Sara y Estelle, y había tratado de pensar en algún modo de terminarlo. La audacia de Estelle había aportado la solución al problema.
Después del desayuno Estelle lo había arrinconado y le había pedido que la llevase a cabalgar. Lucas no vio motivos para negarse. Sara estaba en el primer piso amamantando al pequeño Lucas. Pero después de alejarse un poco de la casa, Estelle había desmontado a la sombra de un gran roble. Se había sentado bajo el árbol; se quitó el sombrero de montar, se soltó los espesos cabellos negros y con un gesto seductor invitó a acercarse a Lucas.
—Estelle, monta tu caballo. No tengo tiempo para juegos —había dicho Lucas con voz dura.
—¡Juegos! —había exclamado Estelle. Se puso bruscamente de pie y se enfrentó con él, con los brazos en jarras—. ¿Piensas casarte conmigo o no?
Lucas se sorprendió, pero de pronto vio la solución de su problema. Podía terminar de una vez con el juego mediante una respuesta negativa.
—Estelle, no tengo la más mínima intención de casarme contigo y lo lamento si te induje a creer lo contrario.
—¡Pero dijiste que me deseabas! —replicó ella con voz colérica.
—Tuve una razón egoísta para decirlo. Además, era lo que tú querías oír. Una sola mujer en el mundo me inspira deseos y sólo con ella quiero casarme.
—Y está comprometida con otro —rió amargamente Estelle.
Un momento después, la joven montaba en su caballo y galopaba de regreso a la Residencia Miranda.
Esa noche, durante la cena, Lucas comprobó que Aitor Carrasco estaba muy nervioso. El joven sabía que, cuando Estelle se hubiese marchado, Lucas dispondría de más tiempo que consagrar a Sara. Lucas se preguntaba cómo hubiera reaccionado él si la situación hubiera sido a la inversa... Si el ex amante de su prometida hubiera vivido en la misma casa que ella habitaba, y él no pudiese evitarlo.
Bien, no compadecía a Carrasco. Más aún, odiaba al joven. No podía soportar la idea de que Carrasco muy pronto sería el marido de Sara. Tendría el derecho de imponerse y hacerle el amor. Lucas trató de alejar esos pensamientos. ¡Ciertamente, no permitiría que las cosas llegaran a ese punto! ¡Y si Aitor Carrasco ya se había acostado con Sara, lo mataría!
Saber que Sara dormía en el cuarto contiguo y que los separaba sólo un delgado tabique, era algo que ponía a dura prueba su voluntad. Oír sus movimientos en el cuarto, escuchar su voz vibrante... no podría soportarlo mucho más. Debía recuperarla antes del día de la boda, o volver a secuestrarla.
Prefería soportar su odio antes que vivir sin ella.
Finalmente, Lucas oyó los movimientos de la criada que salia del cuarto de Sara. Abrió la puerta de su propia habitación y vio que el corredor mal iluminado estaba vacío. El dormitorio de Gonzalo y Kareen estaba en el extremo contrario de la casa y Lucas confiaba en que ellos ya estarían durmiendo.
Salvó los pocos metros que lo separaban de la puerta de Sara y la abrió sin hacer ruido. La joven estaba bañándose frente al fuego vivo del hogar; no advirtió la presencia de Lucas. Éste permaneció largo rato mirándola mientras Sara alzaba una esponja y dejaba correr el agua a lo largo del brazo. Estaba de espaldas a Lucas, y lo único que él podía ver era el suave perfil blanco de los hombros sobre el borde de la ancha bañera. Tenía los cabellos sujetos en un rodete y las innumerables trenzas brillaban como oro líquido; la luz del fuego bailoteaba alrededor.
La toalla y la bata de Sara estaban sobre el taburete, cerca de la bañera. Lucas se acercó a ellas y las Tomó. Sara contuvo una exclamación.
—¿Qué haces aquí? —exclamó Sara, y se sumergió aún más en el agua. Advirtió enojada la expresión divertida de Lucas, y después vio que sostenía en la mano la bata y la toalla—. Deja eso, Lucas. ¡Ahora! ¡Y sal de aquí!
—¿Hablas de estas cosas? —preguntó él burlonamente, y las llamas se reflejaban móviles en sus ojos de matices dorados—. Lo que usted diga, señora. —Arrojó las prendas a la cama, lejos del alcance de Sara.
Lucas rodeó la bañera y se acercó a la silla que estaba en un rincón del cuarto. Sara miró estúpidamente la bata y la toalla depositadas sobre la cama. Luego volvió bruscamente la cabeza y miró hostil al hombre. Él había ocupado la silla y miraba a Sara; tenía las piernas abiertas y las manos entrelazadas, los antebrazos apoyados en los muslos.
—¿Qué demonios estás haciendo, Lucas? ¡Maldito seas! ¿Quieres que te expulsen de esta casa? ¿Necesitas una excusa para irte, ahora que Estelle se ha marchado? ¿Se trata de eso?
Lucas sonrió, sin apartar los ojos verdes del rostro irritado de Sara.
—Sara, no deseo salir de aquí, y si lo quisiera no necesitaría una excusa. Si tienes la bondad de bajar la voz, nadie se enterará de mi presencia y no me descubrirán.
La confusión dominó a Sara. Lucas estaba oculto parcialmente por las sombras. Pero Sara aún podía ver su expresión ardiente en los ojos. La deseaba, de eso ella estaba segura, y un peculiar cosquilleo comenzó a recorrerle el cuerpo. Lo deseaba con todo su corazón, pero sabía que ese amor duraría a lo sumo una noche. Al día siguiente él se mostraría tan frío e indiferente como antes y ella no podría soportarlo.
—Lucas, fuera de mi cuarto. No tienes derecho a estar aquí.
—Sarita, esta noche estás muy bella —murmuró Lucas—. Podrías tentar a un hombre a hacer lo que quisiera... excepto abandonarte.
Rió de buena gana.
Ella se movió en la bañera. No podía soportar la imagen de ese hombre, con sus cabellos muy negros y rizados, la camisa blanca y tersa abierta hasta la cintura, de modo que mostraba el pecho bronceado con los rizos de vello negro. ¡Era la tentación! Sara tuvo que apelar a toda su voluntad para resistir, porque hubiera deseado abrazarlo así como estaba, empapada de la cabeza a los pies; ¡ansiaba hacer el amor! Era lo que ella deseaba, y lo que él deseaba; pero ella no podía. No podía soportar la idea de amarlo y después afrontar de nuevo su odio por la mañana. Pasaron veinte minutos. Lucas nada dijo, y Sara tampoco habló. Estaba de espaldas a Lucas, pero sabía que él continuaba mirándola.
—Lucas, por favor... el agua se enfría ——rogó.
—Propongo que salgas de ahí —replicó él en voz baja.
—¡Vete, así podré salir! —exclamó Sara.
—Sarita, me sorprendes. Te he visto en el baño cien veces... y siempre salias desnuda del agua. Entonces no eras tímida; con que, ¿por qué finges serio ahora? Una vez incluso hicimos el amor acostados sobre la tierra dura, detrás del estanque. Ese día te acercaste y...
—¡Basta! —exclamó ella, descargando un puñetazo en el agua—. Lucas, no tiene sentido hablar del pasado. Es asunto concluido. Vamos, sal de aquí antes de que me enfríe.
—¿El embarazo y el parto perjudicaron tu cuerpo? —preguntó Lucas—. ¿Por eso rehúsas mostrarlo?
—¡Claro que no! Mi figura recuperó su forma anterior.
—Entonces, Sarita, incorpórate y demuéstralo —murmuró él con voz ronca.
Sara casi cayó en la trampa; y en efecto, comenzó a incorporarse. Pero después se hundió en el agua aún más que antes, y por lo bajo maldijo a Lucas. Las burbujas de jabón se habían disuelto y su cuerpo ahora era bastante visible. La única esperanza de Sara era que él no se acercara. ¡Tenía que marcharse! Si se atrevía a tocarla, ella bien sabía que estaba dispuesta a ceder.
En ese momento se oyeron pasos en el corredor y Sara se inmovilizó cuando oyó golpes suaves en la puerta.
—Sara, tengo que hablarte. Sara, ¿estás despierta?
Sara volvió la cabeza para mirar a Lucas, pero él continuaba tranquilamente sentado en su silla, y era evidente que le divertía el aprieto en que ella estaba.
—Aitor, por Dios, ¡vuelve a tu casa! Estoy bañándome... te llamaré por la mañana —dijo Sara en voz alta.
—Esperaré a que hayas terminado —gritó Aitor.
—¡No, Aitor, no esperarás! —Estaba más temerosa que enojada—. Es muy tarde. Te veré por la mañana... ¡ahora no!
—Sara, maldita sea, ¡esto no puede esperar! No soportaré que ese hombre continúe viviendo en esta casa. ¡Tiene que irse!
La risa profunda de Lucas resonó en la habitación. La puerta se abrió bruscamente, golpeando contra la pared y Aitor entró en el cuarto. Lucas continuaba refugiado en las sombras, y Aitor tuvo que mirar alrededor dos veces antes de verlo.
Indignado, Aitor apretó los puños junto a su cuerpo y miró a Sara, después a Lucas y luego otra vez a Sara. Antes de que ella pudiese decir nada, Aitor dejó escapar un grito y comenzó a acercarse a Lucas.
Ella se puso de pie, salpicando agua sobre la espesa alfombra azul.
—¡Basta, Aitor! —gritó.
Aitor se detuvo. Abrió la boca al verla, olvidando que Lucas estaba en la habitación. Pero Lucas, que medio se había incorporado para afrontar el ataque de Aitor, miró sombrío a Sara.
—Siéntate, mujer —gruñó irritado Lucas.
Ella obedeció inmediatamente, desbordando agua por los costados de la bañera y un intenso sonrojo le cubrió el rostro.
—¿Qué demonios hace aquí, Fernández? —preguntó Aitor.
—Aitor, no tienes por qué enojarte —trató de tranquilizarlo Sara—. Lucas vino aquí poco antes que tú... a hablarme de su hijo. Cuando entró ignoraba que yo estaba bañándome.
—Entonces, ¿por qué está sentado ahí, mirándote mientras te bañas? Sara, ¿cómo le permites entrar aquí? ¿O esto es una vieja costumbre?
—No seas absurdo. Te digo que fue perfectamente inocente. ¡Dios mío! Este hombre me ha visto en el baño cientos de veces. Como recordarás, Lucas vino aquí por su hijo... no por mí. Y ocupó esa silla sólo el tiempo indispensable para formularme unas pocas preguntas... eso es todo. Aitor, no sYamaid ni un segundo de la bañera. Me vio únicamente cuanto tu absurda actitud me indujo a hacer un movimiento.
—¡Maldito sea, de todos modos no tiene derecho a estar aquí! —Baja la voz, Aitor, no sea que despiertes a Gonzalo! —exclamó Sara.
—Despertar a Gonzalo... es exactamente lo que me propongo hacer.
Fernández, no continuará aquí mucho tiempo.
Aitor rió amargamente y salió con paso rápido del cuarto.
—¡Mira lo que has hecho! —exclamó Sara—. ¿Por qué no me dejas en paz? Ahora Gonzalo se verá obligado a pedirte que salgas de la casa. Lo has hecho a propósito, ¿no es así?
—Sara, mi intención no era ser descubierto —replicó serenamente Lucas—. Es tu casa tanto como la de Gonzalo. No tendré que salir si tú no lo deseas. Si quieres que nuestro hijo crezca sin conocer a su verdadero padre, tuya es la decisión.
Era la primera vez que Lucas hablaba de «nuestro hijo» y Sara se sintió sorprendida y al mismo tiempo complacida de oírlo hablar así.
—De prisa... ¡entrégame la bata antes de que llegue Gonzalo! —dijo Sara con voz apremiante—. ¡Bien, vuélvete, maldita sea!
—¡Oh, por Dios, Sara!
Pero Lucas se volvió y se acercó a la ventana.
Sara abandonó la bañera y consiguió ponerse la bata sobre el cuerpo húmedo y ajustarla a la cintura, todo antes de que Gonzalo entrase en la habitación, seguido a poca distancia por Aitor.
—Sara, ¿qué demonios ocurre? —preguntó Gonzalo.
Lucas se volvió, y Aitor lo miró con fiera expresión.
—Te dije que era verdad. Gonzalo, es un insulto, y exijo que Fernández salga inmediatamente de esta casa! —explotó Aitor.
—Basta, Aitor. Te pido que vuelvas a tu casa. Yo atenderé este asunto —replicó Gonzalo.
—¡No me iré!
—¡Aitor... vamos! Deseo hablar a solas con Sara. Haré todo lo que sea necesario.
Aitor se volvió y salió de la habitación.
—También yo me iré si usted desea hablar a solas —dijo Lucas. —Sí —replicó secamente Gonzalo—. Por la mañana le informaré de mi decisión.
—Muy bien, por la mañana. Buenas noches, Sarita.
Lucas cerró la puerta tras de sí.
Sara comprendió que él le pedía que lo defendiese para poder continuar con su hijo. Aflojó un poco los músculos y se sentó al borde de la cama.
—Sarita, ¿cómo es posible que hayas permitido a Lucas venir a tu habitación a esta hora de la noche? —preguntó Gonzalo—. ¿Acaso tú y Lucas habéis resuelto finalmente vuestras diferencias? ¿Se trata de eso?
—Gonzalo, no sé de qué estás hablando. Nada hay que resolver entre nosotros. Lo que hubo terminó... y no se repetirá. Y no invite a Lucas a venir a mi habitación. Sencillamente, entró y no quiso irse.
—¿Quizás él ... ?
Sara sonrió levemente.
—Lucas se sentó en ese rincón mientras estuvo aquí, pero yo sabía que él me deseaba. Y sé que no puedo impresionarte más de lo que ya hice hasta ahora si te digo que también yo lo deseaba... lo deseaba más que a nada en el mundo —murmuró, temerosa de que Lucas la oyese desde su cuarto—. Pero me he resistido, porque sabía que me querría sólo esta noche. Mañana me habría odiado de nuevo.
—Pero Sarita, Lucas jamás dejó de desearte.
—¡A veces sí lo ha hecho! —replicó ella con voz airada.
No tenía objeto discutir con Sara cuando se mostraba obstinada. Gonzalo meneó la cabeza.
—Bien, Sarita, le pediré que se marche. Si no hubiera sido Lucas, a estas horas estaría muerto.
—Gonzalo, no quiero que se vaya.
—¡Seguramente no hablas en serio! Acabas de decirme que no podrás resistirlo si él... Sarita, esto volverá a ocurrir si él se queda aquí.
—Gonzalo, esta situación no se repetirá. Lo sé muy bien. Y además, en adelante cerraré con llave la puerta. Quiero que Lucas se quede aquí hasta que este preparado para irse. No le negaré el derecho de conocer a su hijo.
—¿Y qué me dices de Aitor? No comprenderá por qué Lucas se queda en la casa. —Gonzalo hizo una pausa, y meneó la cabeza—. Sarita, la culpa es mía. Nunca debí insistir en que te casaras con Aitor.
—Ahora eso no importa. Por la mañana conversaré con Aitor. Conseguiré que comprenda que fue un encuentro inocente.
—Dudo que lo crea. ¿Qué piensas hacer cuando te cases con Aitor? jamás permitirá que Lucas ponga los pies en su casa.
—No lo sé. Resolveré ese problema cuando llegue el momento. Y cuando hables con Aitor dile que conversamos acerca de Lucas Junior. Y que sí bien es una actitud un tanto impropia, tú olvidarás todo el asunto si no vuelve a repetirse.
—¿Es lo que le has dicho esta noche a Aitor? No me extraña que se haya enojado tanto. ¿Crees que Aitor es tan ingenuo que puede aceptar eso? No es tonto.
—Bien, tendré que insistir en que es verdad —dijo Sara—. No quiero más choques entre Lucas y Aitor.
—Trata de hablar con Aitor antes de que se cruce conmigo. Por mi parte, yo no sabría cómo explicar la prolongación de la presencia de Lucas en esta casa. Yo mismo no sé muy bien a qué atenerme.
—Gonzalo se acercó y besó suavemente la mejilla de Sara—. Imagino que Aitor volverá temprano, de modo que es mejor que descanses un poco. Buenas noches, hermanita. Ojala sepas lo que haces.
Sara sonrió levemente, pero no contestó a su hermano. Cuando Gonzalo se marchó, Sara paseó la vista por la habitación vacía y experimentó un sentimiento de pesar. Se preguntó qué habría ocurrido si Aitor no hubiese entrado repentinamente. Se puso el camisón, se acostó y un deseo ardiente la dominó... el mismo deseo que había experimentado tantas noches. Deseaba a Lucas... las manos del hombre amado acariciando su cuerpo, sus labios transportándola, la sensación de sus músculos tensos en la espalda cuando ella lo acariciaba. De bruces y con el rostro hundido en la almohada, lloró en silencio por lo que nunca podría ser.
*Ya se ha liado la gorda.... Si es que este Lucas y sus deseos.... ainsssssssssssss... Que pasara ahora?
mucho temo la reacción de Aitor... que hará????
Mañana mas mis niñas.
Besotes
3 comentarios:
Si es que el pollo está siempre metiendo las narices donde no debe....Que huviese pasado si no llega a interrumpir????
Que nervios que tengo!!!Quiero que Lucas le confiese la verdad ,porque como tarde mucho la veo casada y fugándose con su amante al desierto...Menudo lioooooo!!!!
Gracias Himara una noche más por este relato y un besazo enorme.
Lluvia.
Que inoportuno Aitor jiji, si no llega a entrar, ahí saltan chispas.
Blue.
La Estellita para su casa que bastante ha incordiado ya y el Pollo ya podía haberse quedado fuera que poniendo esa voz ronca el niño hubieramos tenido MAMBOOOOO!!! jajajaj ayyyy como le sale el moro... me le veia arrancandole los ojos al Pollo por mirar a su mujer jajajaj
Tenemos venganza gitana del Pollo? yaaaaa voyyyyyy!!!
Muackssssssss!!!
Ayla.
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