08 diciembre 2008

Amor en el desierto; Despertando a la la pasion

Lucas pensó que Sara podía ser perversa cuando quería. Bien, le llegaría la hora, y a él le complacería mucho obligarla a reconocer que también ella le deseaba.
Aunque era tarde, salió de la tienda para visitar a su padre, el jeque Lorén Alhamar; sabía que el anciano estaría esperándole.

Lorén Alhamar había sido jeque de la tribu durante más de treinta y cinco años. Había raptado a su primera esposa, una dama española de familia noble, al asaltar una caravana. Ella había vivido cinco años con Lorén y le había dado dos hijos, Lucas y Mariano.

Durante aquel tiempo, la tribu se desplazaba por el desierto y el clima y la vida dura envejecieron rápidamente a la madre de Lucas. Pidió volver a España con sus hijos. Lorén la amaba profundamente y se lo permitió. Pero ella le prometió que dejaría que sus hijos regresaran a Egipto una vez que alcanzaran la mayoría de edad, si así lo preferían.

Lucas se había criado y educado en España; cuando cumplió los veintiún años su madre le habló de su padre. Lucas decidió buscar a Lorén y vivir con él. A la muerte de su madre, ocurrida hacía cinco años, Lucas había heredado la propiedad. La había dejado al cuidado del administrador de los Fernández, pues él no deseaba vivir en España y su hermano entonces aún estaba cursando sus estudios.

Lucas vivió once años con la tribu de su padre, pero al fin había regresado a España, hacía un año, para asistir a la boda de su hermano. Mariano había tratado de convencerlo de que debía permanecer en España un tiempo. Después había conocido a Sara Miranda y había decidido que sería suya.

Lucas había seguido los pasos de Sara y Gonzalo Miranda hasta el muelle, y había esperado pacientemente a que la nave partiese. La suerte lo había favorecido al conseguir pasaje en un barco de carga. Embarcó el mismo día, pero llegó a destino una semana antes que la nave de Sara.

Nada más llegar, fue a ver a Currti y Jolûtfi para pedirles que le trajesen su caballo, Magnum. Currti y Jolûtfi eran buenos camaradas; y además, eran primos lejanos de Lucas. La tribu entera estaba más o menos emparentada con él.
Lucas tenía un medio hermano ocho años más joven. Pero no se llevaban muy bien. Lucas comprendía perfectamente las razones para ello, pues Jimîl habría sido el jefe de la tribu si Lucas hubiese permanecido en España.

Lorén Alhamar estaba sentado sobre las pieles de oveja que eran su lecho. Aún vivía en el tradicional estilo nómada, con escasos muebles y pocas comodidades. Lucas recordaba cómo se había reído su padre cuando su hijo había subido hasta el campamento, entre las montañas, acarreando su cama y otros muebles.
—De modo, Fahd, que aún eres español. Creí que después de tanto tiempo te habrías acostumbrado a dormir en el suelo –había dicho Lorén.

—Por lo menos, padre, lo he probado todo –había replicado Lucas.

—Ah, de modo que todavía podemos alentar cierta esperanza contigo –replicó riendo Lorén.

Cuando Lorén vio a Lucas, lo invitó a entrar y a sentarse a su lado.
—Ha pasado mucho tiempo, hijo mío. Me han hablado de la mujer que esta noche has traído al campamento. ¿Es tu mujer?

—Lo será, padre. La conocí en Madrid, y comprendí que tenía que ser mía. Arreglé las cosas de modo que enviasen aquí al hermano, y ahora ella es mía. Todavía me rechaza, pero no necesitaré mucho tiempo para domarla.

Lorén se echó a reír.
—Eres realmente mi hijo. Has raptado a tu mujer, como yo rapte a tu madre. Ella también me rechazó al principio, pero creo que acabó amándome tanto como yo a ella, pues se casó conmigo. Quizá si entonces hubiésemos vivido en las montañas, habría permanecido a mi lado, pero no fue así y ella no podía soportar el clima del desierto. Yo la habría acompañado, pero he vivido aquí toda mi vida, y no hubiera logrado sobrevivir en tu civilizada España –dijo—. Tal vez me des nietos antes de que muera.

—Tal vez, padre, ya lo veremos. Mañana te la traeré, pero ahora debo regresar.
El padre asintió y Lucas volvió a su tienda. Al entrar en ella vio que lo esperaba una fuente con comida y se sentó a comer y a meditar acerca de la muchacha que dormía en su lecho.

No podría esperar mucho para tenerla, sobre todo ahora que siempre estaba cerca. Hacía mucho tiempo que no se acostaba con una mujer y el cuerpo de Sara le enloquecía. Recordó sus pechos, llenos bajo la caricia masculina; la cintura minúscula y las caderas suaves y esbeltas; las piernas largas, bien formadas; la piel como satén; los cabellos... con gusto se sumergiría en esa dorada masa de rizos.
Los ojos de Sara lo fascinaban. Habían cobrado un tono azul colérico cuando descubrió quién la había raptado. Lucas había esperado mucho tiempo para ver esa reacción. Volvió a reírse cuando recordó el asombro que se reflejaba en el rostro de Sara, el sentimiento que prontamente se había convertido en cólera.
Bien, tal vez le concediese un poco de tiempo para acostumbrarse a su nuevo hogar; pero no mucho. Un día sería suficiente.

Se desvistió y se deslizó bajo las mantas. Sara estaba acurrucada y le daba la espalda. Lucas contempló la posibilidad de desvestirla, pero si lo hacía únicamente conseguiría despertarla y él estaba muy fatigado para soportar la cólera femenina. Sonrió pensando en la reacción de Sara cuando lo hallase en la cama, junto a ella, por la mañana. Bien, por lo menos Sara lo acompañaba, aunque fuese contra su voluntad. Con el tiempo tendría que aceptar la situación. Lucas cerró los ojos y se sumió en el sueño.

A la mañana siguiente, cuando Sara Miranda se despertó, tenía una sonrisa en los labios, porque había estado soñando que corría por el campo, en su hogar de Valencia. Sus ojos verde azules se agrandaron sorprendidos cuando vio al hombre acostado en la cama, a su lado. De pronto recordó donde estaba y cómo había llegado a esta situación.

Enfurecida pensó: “¡Qué audacia! Jamás habría creído que tendría que compartir el lecho con este hombre. ¡Eso es demasiado! ¡Tengo que huir de este individuo!”
Sara abandonó el lecho con movimientos cautelosos y se volvió para ver si le había despertado. Lucas Fernández dormía profundamente; en el rostro mostraba una expresión inocente, satisfecha. Sara lo maldijo en silencio y con movimientos cautelosos rodeó la cama y pasó entre las pesadas Cortinas que separaban el dormitorio del resto de la tienda.

Cuando percibió el aroma de la comida que venía de algún lugar del campamento, comprendió lo hambrienta que estaba. No había probado bocado la noche anterior. Pero no podía pensar en la comida. Tenía que huir mientras Lucas dormía.
Sara apartó el lienzo que cubría la entrada de la tienda y miró hacia fuera. Felizmente no había nadie a la vista. “Bien –pensó—, ahora o nunca.”

Reunió valor y comenzó a salir del campamento. Apenas había dejado atrás la ultima tienda, empezó a correr desesperadamente, apartándose del sendero principal para evitar la posibilidad de que Lucas saliese a buscarla. Las piedras le lastimaban los pies desnudos mientras corría entre los olivos silvestres.

Rogó en silencio que nadie la hubiese visto abandonar el campamento. Si lograba llegar al pie de la montaña, podría ocultarse y esperar que alguna caravana de las que debían pasar por allí la devolviese a su hermano.

De pronto, oyó el galope de un caballo entre los matorrales, detrás de ella. Todas sus esperanzas se esfumaron cuando se volvió y descubrió que Lucas se acercaba montando su hermoso caballo árabe. Sus ojos mostraban un verde sombrío y colérico, y su expresión era la imagen misma de la furia.
—¡Maldita sea! –gritó Sara—. ¿Cómo ha podido encontrarme tan pronto?

—¡Y encima me maldices! Jolûtfi me ha despertado de un profundo sueño para decirme que habías salido huyendo montaña abajo. ¿Qué tengo que hacer? ¿He de atarte por las noches a mi cama, para asegurarme de que no huirás mientras duermo? ¿Eso deseas?

—¡No se atreverá!

—Sara, ya te dije una vez que me atrevo a hacer todo lo que me place.— Lucas desmontó del caballo con la agilidad de un gato montes. Tenía una expresión endurecida en sus ojos que mostraban una cólera fría y peligrosa. La asió por los hombros y la sacudió brutalmente—. ¡Debería castigarte por huir de mí! Eso es lo que un árabe que se respete haría a su mujer.

—¡No soy su mujer! –dijo Sara, y sus ojos relampaguearon con expresión asesina—. ¡Y jamás lo seré!

—En eso te equivocas, Sara, porque eres y continuarás siendo mi mujer hasta que me canse de ti.

—¡No, no lo seré! Y no tiene derecho a retenerme aquí. Dios mío, ¿no comprende cuánto le odio? Usted representa todo lo que yo desprecio en un hombre. ¡Usted es un ... bárbaro!

—¡Sí, tal vez así es: pero si yo fuera un caballero civilizado, no te tendría aquí, donde quiero que estés! Y te agrade o no, te retendré aquí, atada a mi cama si es necesario –replicó Lucas fríamente.

La alzó y la depositó a lomos de su caballo.
—¿Por qué debo viajar así? –preguntó indignada Sara.

—Yo diría que es necesario que aceptes un castigo tan benigno –dijo él—. Mereces algo mucho peor.

Lucas montó detrás de Sara, y cuando ésta comenzó a debatirse él descargó su pesada mano sobre las nalgas de ella. Sara dejó de moverse y rabió en silencio todo el camino de regreso al campamento.
“¡Maldita sea! –pensó irritada—. Llegaría el momento en que gozaría intensamente con el sufrimiento de Lucas. ¿Por qué tenía que soportar esa tortura? Siempre había sido una joven orgullosa... orgullosa de su familia, de su propiedad, de su belleza y su independencia. Por eso era doblemente doloroso caer tan bajo. Era degradante no ser más que un juguete de este hombre odioso. No lo merecía. ¡Nadie merecía una cosa como ésta!”

Cuando llegaron a la tienda, Lucas desmontó, obligó a descender a Sara y la empujó dentro. Ella se sentó en uno de los divanes y esperó a ver qué ocurría.
Lucas habló con alguien que estaba fuera, entró y se sentó junto a Sara.
—Ahora traerán comida. ¿Tienes apetito? –preguntó, y su voz ya no era dura.

—No –mintió Sara.

Pero cuando una joven trajo una fuente repleta de alimentos nada hubiera podido impedir que Sara devorase cumplidamente su ración.
Lucas terminó de comer antes que ella y se recostó en el diván, detrás de Sara. Ella sintió sus manos, que recogían los mechones de cabellos y jugaban distraídamente con ellos. Sara dejó de comer y se volvió para mirar los sonrientes ojos verdes.
—Querida, ¿desearías bañarte? –preguntó Lucas, mientras deslizaba entre los dedos un mechón de cabellos dorados.

Sara no podía negar que le hubiera encantado un baño. Mientras ella terminaba de comer, Lucas abandonó la tienda y regresó poco después con una falda, una blusa, unas zapatillas y lo que ella supuso que sería una toalla. Se preguntó a quien pertenecerían, pero no quiso interrogar a Lucas.

Lucas salió de la tienda con Sara y cruzó el campamento. Frente a la tienda que se levantaba a la izquierda de la que ocupaba Lucas había una joven que tendría más o menos la edad de Sara, y que jugaba con un niño. Las cabras y las ovejas pastaban en las colinas, a cierta altura sobre el campamento. En un corral había diez o doce de los mejores caballos árabes que Sara hubiese visto jamás y entre ellos dos potrillos nacidos poco antes. Quiso detenerse a observar los caballos, pero Lucas la alejó del campamento y comenzó a subir por un sendero que serpenteaba entre las montañas.

Sara se apartó de él.
—¿Adónde me lleva? –preguntó.

Pero él la asió nuevamente de un brazo y continuó caminando.
—Querías bañarte, ¿no es así? –preguntó Lucas, mientras la llevaba al interior de un pequeño claro rodeado por altos enebros.

Las lluvias de la región habían formado un ancho estanque en medio del claro. Era un lugar hermoso, pero Sara hubiera deseado saber por qué Lucas la había llevado allí. Él le entregó una pastilla de jabón perfumado.
—No pretenderá que me bañe aquí, ¿verdad? –preguntó Sara con altivez.

—Mira, Sarita, ya no estás en España, donde puedes Tomar un soberbio baño caliente que las criadas preparan en tu habitación. Ahora estás aquí y si quieres bañarte harás como todos.

—Muy bien. Necesito bañarme después de un viaje tan horrible. Si éste es el único modo en que puedo hacerlo, lo aceptaré. Ahora, señor Fernández, márchese.
Lucas le sonrió.

—No, señora mía. No tengo la más mínima intención de irme.

Se sentó sobre un tronco y cruzó perezosamente las piernas. Ella vio que los reflejos amarillos de los ojos se le avivaban a la luz del sol.

Un lento sonrojo cubrió el rostro de Sara.
—No querrá decir que piensa permanecer aquí y... –hizo una pausa, porque no deseaba completar la frase—completamente.

—Es exactamente lo que me propongo hacer. De modo que si desea bañarse, adelante.
La miraba atentamente, con una mueca perversa en los labios. A Sara le hirvió la sangre.

—¡Bien, vuélvase, y así podré desvestirme!

—Ah, Sarita, tendrás que comprender que no permitiré que me niegues el placer de contemplar tu cuerpo, aunque todavía no lo haya poseído –replicó Lucas.
Sara lo miro: sus ojos azules reflejaban hostilidad. Ese hombre no le dejaba ni un resto de dignidad.

—Lo odio –murmuró.

Se volvió y desató la túnica. La túnica y el camisón desgarrado se deslizaron de su cuerpo y cayeron al suelo. Sara se apartó de las ropas y entró en el agua; cada vez más hondo, hasta que pudo ocultar los pechos.

Ella no quería complacerlo, si podía evitarlo. Continuó de espaldas a Lucas y se lavó en ese estanque de aguas deliciosamente frescas. Se sumergió para mojarse los cabellos, pero necesitó bastante tiempo para hacer espuma suficiente y lograr un buen lavado.

Cuando al fin lo logro, oyó un ruidoso chapoteo.
Sara se volvió prontamente, pero no logró ver a Lucas. De pronto lo encontró directamente enfrente. Y ella sabía perfectamente que ambos estaban desnudos bajo el agua fría.

Lucas se sacudió el agua de los espesos cabellos negros y trató de abrazar a Sara, pero ella estaba preparada, le arrojó la pastilla de jabón y se alejó nadando rápidamente. Se detuvo cuando oyó la risa de Lucas y cuando se volvió advirtió que él no se había movido; ahora estaba enjabonándose.

El alivio se reflejó en el rostro de Sara cuando terminó de enjuagarse los cabellos y salió del agua. Se secó deprisa, se ató la toalla alrededor de los cabellos y se ajustó la larga falda parda alrededor de la cintura, anudándola por delante. Después, se puso la blusa sin mangas, con un escote bajo y redondo. La áspera tela de algodón le irritaba la piel, pero tendría que arreglarse con lo que él le daba.
Sara se sentó y trataba de peinarse con los dedos los cabellos enmarañados cuando Lucas se acercó por detrás.
—Querida, ¿te sientes mejor ahora? –dijo con voz suave.

Ella rehusó contestarle o mirarlo, y se dedicó a su peinado mientras Lucas se vestía. Pero Sara no pudo guardar silencio mucho rato, porque su curiosidad era más intensa que su negativa a hablarle.
—Lucas, ¿qué hace en esta región, y cómo es posible que esa gente lo conozca tan bien? –preguntó.

La risa de Lucas resonó en el claro.
—Ya echaba de menos que no lo preguntases –dijo—. Este es el pueblo de mi padre.
Sara lo miró atónita.

—¡Su padre! ¡Pero usted es español!

—Sí, soy español por mi madre, pero mi padre es árabe, y éste es su pueblo.

—Entonces, ¿usted es medio árabe? –lo interrumpió Sara, a quien esa hipótesis le pareció increíble.

—Sí, mi padre capturó a mi madre de la misma forma que yo te he capturado a ti. Después le permitió regresar a España con mi hermano y con migo. De modo que me criaron en España hasta que fui mayor de edad. Luego decidí volver y vivir con mi padre.

—¿Su padre está aquí?

—Sí, ya lo conocerás después.

—¿Seguramente su padre no aprueba que me haya raptado? –preguntó ella, calculando la posibilidad de que el padre de Lucas la ayudase.

—Todavía no te he hecho nada... pero sí, mi padre lo aprueba –dijo, con una sonrisa en los labios—. Sarita, olvidas que esto no es España. Mi pueble acostumbra a Tomar lo que desea, cuando puede. Y yo me aseguré previamente de que fuese posible traerte. Comprenderás mejor después de estar un tiempo aquí.

La acompañó de regreso a la tienda y allí la dejó sola.
¿Podría comprender jamás a Lucas Fernández? Sara paseó la mirada por la tienda, preguntándose qué podría hacer consigo misma. De pronto se sintió muy sola y eso la abrumó.

Sin pensarlo demasiado, Sara corrió fuera de la tienda y vio a Lucas que montaba su caballo, acompañado por cuatro jinetes. Corrió hacia él y le aferró la pierna.
—¿Adónde va? –preguntó.

—Volveré en poco tiempo.

—Pero, ¿qué debo hacer yo mientras usted está ausente?

—Sara, qué pregunta más absurda. Haz lo que las mujeres suelen hacer cuando están solas.

—Ah, por supuesto, señor Fernández –dijo ella con altivez—. ¿Cómo no lo había pensado? Puedo utilizar el cuarto de costura, aunque en realidad no es necesario... estoy acostumbrada a vestir ropa de confección. O tal vez podré ocuparme de su correspondencia. Estoy segura de que usted es un hombre atareado y no tiene tiempo para ocuparse personalmente. Pero si usted lo prefiere, puedo revisar su bien provista biblioteca. Estoy segura de que allí podré encontrar lecturas interesantes. ¡Señor Fernández, además de cuerpo tengo mente!

—Sara, el sarcasmo no te sienta bien –dijo Lucas irritado.

—Por supuesto, usted es mejor autoridad que yo cuando se trata de decidir qué me conviene –replicó Sara.

—Sara, no continuaré tolerando esta charla. ¡Puedes comportarte como te plazca en la tienda, pero en público debes mostrarme respeto! –replicó Lucas y los músculos de la mandíbula se le contraían peligrosamente mientras la miraba.

—¡Respeto! –Ella retrocedió un paso para mirarlo, un tanto divertida—. ¿Desea que lo respete después de cómo me ha tratado?

—En este país, cuando una mujer se muestra irrespetuosa con el marido, se la castiga físicamente.

—Usted no es mi marido –le corrigió Sara.

—No, pero tengo los mismos derechos que un marido. Soy tu amo y me perteneces. Si deseas que busque un látigo y te desnude la espalda en público, con mucho gusto te complaceré. Si no es así, regresa a mi tienda.

Habló con tal frialdad que Sara no esperó para comprobar si estaba dispuesto a ejecutar su amenaza. Regresó a la tienda y se arrojó a la cama para aliviar en el llanto sus frustraciones.

¿Ahora debía temer los golpes, además de la violación? ¡Ese demonio exigía respeto después de lo que había hecho! Pero ella prefería morir antes que demostrarle nada que no fuera odio y desprecio.

Detestaba la autocompasión, pero ¿qué podía hacer mientras él estaba ausente? Y a propósito, ¿qué haría cuando Lucas regresara? Lloró largo rato y al fin se durmió.

Sara se despertó bruscamente a causa de una enérgica palmada en el trasero. Se volvió con rapidez y vio a Lucas junto a la cama, con las manos en las caderas y una sonrisa burlona en su rostro armonioso.
—Querida, pasas demasiado tiempo durmiendo en esta cama. ¿Deseas que te muestre otro modo de usarla?

Sara se incorporó de un salto. Ahora interpretaba más fácilmente que antes las groseras alusiones de aquel hombre.
—Señor Fernández, estoy segura de que puedo prescindir de esa clase de conocimiento.
Sara se le enfrentó con los brazos en jarras y se sintió más segura con la cama entre los dos.

—Bien, muy pronto aprenderás. Y prefiero que me llames Lucas o Fahd, como me llaman aquí. Creo que es hora de que prescindas de los formalismos.

—Bien, Fernández, preferiría continuar con los formalismos. Por lo menos su gente sabrá que no estoy aquí voluntariamente –dijo Sara con altivez.
Lucas sonrió perversamente.

—Oh, saben que no estás aquí por propia voluntad, pero también saben que no soy hombre a quien pueda mantenerse esperando. Suponen que fuiste desflorada anoche. Quizás eso ocurra esta noche.

Sara abrió desorbitadamente los ojos, que adquirieron el tono más oscuro del azul.
—¡Pero usted... usted prometió! Me dio su palabra de que no me violaría. ¿No tiene el más mínimo escrúpulo?

—Sarita, siempre cumplo mi palabra. No tendré que violarte. Como te dije antes, me desearás tanto como yo te deseo.

—Seguramente usted está loco. ¡Jamás lo desearé! ¿Cómo puedo amarlo cuando lo detesto con todo mi ser? –exclamó la joven—. Me apartó de mi hermano y de todo lo que amo. Me tiene prisionera aquí, con un guardia en la puerta cuando usted se marcha. ¡Lo odio!

Sara salió airada de la habitación y en su fuero íntimo maldijo a Lucas con las palabras más horribles que se le ocurrieron. De pronto, vio dos montones de libros y por lo menos una docena de cortes de lienzo depositados sobre el diván. Olvidó su irritación y corrió a examinar las cosas.

Había lienzos, sedas, satén, terciopelo y brocado, y los colores eran los más bellos que ella había visto jamás. Incluso encontró un corte de algodón semitransparente que podía utilizar para confeccionar camisas. Hilos de todos los colores, tijeras y todo lo que podía necesitar para confeccionar hermosos vestidos.

Se volvió hacia los libros, y los examinó uno tras otro. Shakespeare, Defoe, Homero... Algunos ya los había leído, y otros pertenecían a autores de los que nunca había oído hablar. Al lado de los libros, un juego de peines y cepillos de marfil bellamente tallados.

Sara se sintió muy complacida. Durante un instante le pareció que era una niña pequeña que el día de su cumpleaños recibía tantos regalos que éstos podían durarle hasta el aniversario siguiente. Lucas se había acercado y veía su alegría ante la sorpresa. Sara se volvió bruscamente para mirarlo y sus ojos habían recobrado el suave color verde azulado, en el centro de un circulo oscuro.
—¿Todo esto es para mí? –preguntó, mientras con la mano acariciaba un retazo de terciopelo azul que hacía juego con sus ojos.

—Era para ti, pero no sé si debería dártelos después de todo lo que has hecho –respondió Lucas.

Los ojos del hombre no indicaban si estaba burlándose de ella o no. De pronto, Sara tuvo un impulso de desesperación.
—¡Por favor, Lucas! Si no tengo con qué ocupar el tiempo, moriré.

—Quizá deberías darme algo a cambio –replicó él con voz ronca.

—Usted sabe que no puedo. ¿Por qué me tortura así?

—Querida, te apresuras a extraer conclusiones. Lo que había pensado era un beso... un beso honesto, con un poco de sentimiento.

Sara echó otra ojeada al tesoro literario depositado sobre el diván. Pensó: ¿Qué daño podía hacer un beso, si de ese modo ella obtenía lo que deseaba? Se acercó a él y esperó con los ojos cerrados, pero Lucas no se movió. Sara abrió los ojos y vio la expresión divertida de su interlocutor.
—Señora mía, le pedí que usted me diese el beso y que lo hiciese con un poco de calor.

Dirigió una sonrisa a su prisionera.
Después de un momento de vacilación, Sara enlazó con brazos el cuello de Lucas y atrajo hacia ella los labios del hombre. Al hacerlo, entreabrió la boca. El beso comenzó suavemente, pero de pronto la lengua de Lucas penetró hondo. Ese extraño cosquilleo volvió a dominarla, pero esta vez ella no lo rechazó. Lucas la abrazó con fuerza inusitada y Sara percibió el crujido de sus propios huesos. Podía notar la erección entre las piernas del hombre, mientras sus labios dejaban un reguero de fuego en el cuello de la muchacha.

Lucas la alzó y comenzó a llevarla a la cama. Sara empezó a luchar.
—¡Usted pidió sólo un beso! Por favor, suélteme –rogó.

—¡Maldición, mujer! Llegará el momento en que de buena gana vendrás a mí. Te lo prometo.

La depositó en el suelo. Una sonrisa se dibujo en los labios de Sara cuando vio que había triunfado otra vez. Pero, ¿cuánto tiempo pasaría antes de que se le terminara la suerte? El beso de Lucas había suscitado en ella sentimientos que la propia Sara no comprendía. La había dejado como vacía, deseosa de algo más: pero ella no sabía qué era lo que anhelaba.
—Ahora comeremos y después te llevaré a conocer a mi padre. Está esperándonos.
Comieron en silencio, pero Sara se sentía excesivamente nerviosa para paladear los manjares. Temía el encuentro con el padre de Lucas. Si se parecía a su hijo, Sara tenía sobrados motivos para estar preocupada.

—¿No sería posible postergar unos pocos días este encuentro, de modo que yo pueda vestir algo más presentable que esto? –preguntó.

—Lucas la miró con el ceño fruncido.

—Mi padre vivió siempre aquí. No está acostumbrado a los vestidos lujosos de las mujeres. Lo que llevas ahora es muy apropiado para la ocasión.

—¿Y de quién son estas ropas? ¿Pertenecieron a tu última amante? –preguntó agriamente Sara.

—Sarita, tienes la lengua muy afilada. Las ropas pertenecen a Silvina, la joven que trajo la comida. Es la esposa de Qüisim, uno de mis primos lejanos.

Sara se sintió avergonzada, pero prefería no reconocerlo.
—¿Vamos? Mi padre desea conocerte.

Lucas le Tomó la mano y la condujo a una tienda más pequeña a la derecha de la que él ocupaba. Entraron, y Sara vio a un anciano sentado en el suelo, en el centro de la tienda.
—Adelante, hijos míos. Ansiaba este encuentro.

El viejo les hizo señas de que entraran.
Lucas cruzó con ella la habitación, se sentó sobre una piel de oveja, frente a su padre, y obligó a Sara a acomodarse a su lado.
—Quiero presentarte a Sara Miranda –dijo Lucas a su padre, y luego miró a la joven—. Mi padre, el jeque Lorén Alhamar.

—Fahd, no debes llamarme jeque. Ahora eres tú el jeque —le reprendió su padre.

—Padre mío, siempre pensaré en ti como en el jeque. No me pidas que deje de tratarte con respeto.

—Bien, entre nosotros eso poco importa. De modo que ésta es la mujer sin la cual no podías vivir –dijo Lorén, mirando fijamente a Sara—. Sí, ahora entiendo por qué la necesitabas. Sara Miranda, contemplarte es un placer. Espero que me darás muchos y hermosos nietos antes de que yo muera.

—Sara abrió los ojos desmesuradamente, y el rostro se le cubrió de sonrojo en un instante.

—¡Nietos! Caramba, yo...

Lucas la interrumpió bruscamente.
—No digas más.

La miró hostil, como desafiándola a que desobedeciera.
—Esta bien, Fahd. Veo que tu Sara tiene mucho carácter. Tu madre era igual la primera vez que vino a mi campamento. Pero yo no era tan bondadosa como tú y tuve que castigarla una vez.

Sara contuvo una exclamación de horror, pero Lorén le dirigió una sonrisa comprensiva.
—¿Te impresiona eso, Sara Miranda? Bien, la verdad es que cuando lo hube hecho, tampoco a mí me agradó mucho. Tendrías que saber que yo había estado bebiendo bastante, y la cólera me cegaba, porque ella coqueteaba sin recato con los hombres de mi campamento. Después me confesó que su intención había sido despertar mis celos para que me viese obligado a proponerle matrimonio. Al día siguiente nos casamos y ya no volví a castigarla nunca más. Pasé con ella los cinco años más hermosos de mi vida, y me dio a mis hijos Fahd, el lince, y Lutfi, el amigo. Pero no podía soportar el calor del desierto, y cuando me rogó volver a su patria no pude negarme. Todavía lloro su muerte y siempre la lloraré.

El padre de Lucas tenía una expresión dolorida en los ojos oscuros, como si recordase ese antiguo pasado feliz. Cuando Lucas le dijo que volverían a visitarle, se limitó a asentir, sin mirarlos.

Sara compadecía a Lorén, que había vivido apenas cinco años con la mujer amada: pero no alentaba los mismos sentimientos por Lucas. Cuando regresaron a la tienda, lo miró, con los ojos oscuros centelleantes de ira.
—¡No le daré nietos! –gritó.

—¿Qué? –Lucas se echó a reír—. No es más que el sueño de un anciano. Yo tampoco pretendo que me des hijos. No te he traído aquí para eso.

—Entonces, ¿para qué lo has hecho? –explotó Sara.

—Sarita, ya te lo dije. Estas aquí para mi placer. Porque te deseo –contesto sencillamente.

Extendió la mano hacia ella y Sara se apartó veloz, la cólera sustituida por el miedo.
—¿Dónde puedo poner estos cortes de tela? –preguntó para distraerlo.

—Me ocuparé de traerte un armario la semana próxima. Por ahora puedes dejarlos donde están. Ven, vamos a la cama –dijo, y comenzó a caminar hacia el dormitorio

—Apenas ha oscurecido y no estoy cansada. Además, no dormiré en esa cama contigo. ¡Y no tienes derecho a obligarme!

Sara se sentó y comenzó a desatarse las trenzas. Lucas se acercó al diván y la Tomó en brazos.
—Querida, no dije que nos acostaríamos para dormir –sonrió con gesto perverso.

—¡No! –exclamó Sara—. ¡Déjame ahora mismo!

Lucas le sonrió mientras la introducía en el dormitorio y la arrojaba sobre la cama:
—Te dije que estabas aquí para complacerme. Sarita, desnúdate.

—No haré nada de eso –replicó indignada Sara.

Comenzó a salir de la cama, pero fue un gesto inútil porque Lucas la devolvió en un instante al centro del lecho, y con las rodillas se sujetó las caderas. Le pasó la blusa sobre la cabeza, y con una mano le sostuvo los brazos, pese a que ella se debatía con toda su fuerza. Después, le desabrochó la falda y la hizo girar sobre sí misma para quitársela.
—No puedes hacer esto. ¡No lo toleraré! –exclamó ella, tratando desesperadamente de apartarlo.

Lucas rió de buena gana.
—Querida, ¿cuándo aprenderás que aquí soy el amo? Lo que deseo hacer... lo hago.
Lucas vio el miedo en los ojos oscuros de Sara, pero no se detuvo.

—Maldita sea, Sarita. Te di mi palabra de que no te violaría, pero no prometí que no haría de besarte o tocarte. Ahora, ¡quieta! –dijo con dulzura.
Aplicó con fuerza sus labios sobre los de la joven.

Lucas la besó, con un beso largo y brutal. Sara experimentaba una sensación muy extraña. ¿Le agradaban realmente los besos de este hombre? Sentía extrañamente vivos los pechos, el vientre, el cuerpo entero.

Lucas la soltó y permaneció de pie junto a la cama. Le acarició y el cuerpo con sus ojos verdes mientras se quitaba sus propias ropas, prenda por prenda, y las echaba a un lado. A Sara se le agrandaron los ojos cuando vio la desnuda exposición física del deseo de Lucas. El miedo la dominó y saltó de la cama, tratando por última vez de escapar. Pero Lucas, agarrando su larga trenza, la obligó a caer en sus brazos.
—Sarita, no tienes que temer de mí –dijo, empujándola hacia la cama.

Lucas posó los labios en el rostro de la joven, descendió al cuello, pero cuando llegó a los pechos, ella comenzó a debatirse otra vez. Lucas le asió los brazos y con una mano los sostuvo firmemente sobre la cabeza de Sara.
—No te resistas, Sarita. Relájate y goza con lo que yo te haga –murmuró con voz ronca.

Mientras Lucas continuaba besando los pechos, apoyaba la mano libre en los muslos de Sara. Cuando llevó la mano hacia el triangulo dorado de vello, bajo el ombligo, Sara gimió y rogó a Lucas que se detuviese.
—Sarita, si no he hecho más que comenzar –murmuró él y deslizó la rodilla entre las piernas de Sara, para separárselas.

Sara sintió una oleada de fuego cuando Lucas la acarició delicadamente entre los muslos. Cubrió la boca de la muchacha con la suya y ella comenzó a gemir suavemente. Ahora no deseaba que él se interrumpiese. Quería conocer en qué terminaba esa extraña sensación que experimentaba en lo más hondo de su ser.
Lucas le soltó la mano y deslizó su cuerpo sobre el de Sara. Le sostuvo la cabeza con sus manos enormes y la besó con besos hambrientos. Ella sintió la endurecida virilidad del hombre entre sus piernas, pero ahora ya no le importaba. Su mente pedía que él se detuviese, pero su cuerpo exigía que continuara. Entonces Sara comprendió que Lucas tenía razón. Ella odiaba a aquel cuerpo que la traicionaba, pero deseaba al hombre.

Sintió que él comenzaba a penetrarla lentamente. Pero Lucas se detuvo y la miró a los ojos.
—Te deseo, Sarita. Eres mía y quiero hacerte el amor. ¿Deseas que lo interrumpa? ¿Deseas que te libere? –La miraba sonriente, porque sabía que había triunfado—. Dímelo, Sarita, dime que no me detenga.

Ella lo odiaba, pero ahora no podía permitir que la abandonase. Le rodeó el cuello con los brazos.
—No te detengas –murmuró jadeante.

Sintió un dolor desgarrador cuando él la penetró profundamente. Los labios de Lucas ahogaron el grito de Sara y ella le hundió las uñas en su espalda.
—Lo siento, Sarita, pero era necesario. No volverá a dolerte... te lo prometo.

Comenzó a moverse suavemente en el interior de Sara.
Tenía razón. No volvió a sentirlo. El placer de Sara se acentuó cuando Lucas aceleró el ritmo. Sara se abandonó por completo al amor y correspondió a cada movimiento de Lucas con un movimiento de sus propias caderas. Él la elevó a alturas cada vez mayores, hasta que ella, con los ojos desorbitados, sintió que se unía por completo al hombre.

Lucas le reveló un placer cuya existencia ella jamás había conocido. Pero ahora que yacía exhausta al lado de Lucas lo odiaba todavía más que antes. Se maldijo por mostrarse débil. Juró no entregarse nunca más a él: pero lo había hecho y eso no podía perdonárselo.

Sara abrió los ojos y descubrió a Lucas que la miraba fijamente, con una expresión inescrutable en el rostro.
—Sarita, nunca voy a renunciar a ti. Siempre serás mía –murmuro en voz baja. Después se apartó de ella, pero la atrajo hacia él de modo que la cabeza de la joven descansó en su hombro—. Y te advierto una cosa. Si alguna vez intentas huir de mi, te encontraré y a latigazos te arrancaré la piel de la espalda. Te lo prometo.
Sara guardó silencio. Enseguida oyó una respiración profunda y regular y comprendió que Lucas se había dormido. Con movimientos cautelosos se apartó de él y abandonó el lecho.

Cogió la túnica de Lucas, se la puso y salió de la tienda. En el centro del campamento el fuego ardía luminoso y proyectaba sombras móviles que confundían todas las cosas: pero ella no vio a nadie. Avanzó con cuidado en la misma dirección que Lucas la había llevado esa mañana y llegó al pequeño claro. Se quitó la túnica y se sumergió en el agua tibia.

Hasta ahora, nadie la había visto. Pensó un instante en la posibilidad de robar uno de los caballos del corral y escapar mientras Lucas dormía. Pero quizá la suerte no la acompañara y por otra parte estaba segura de que alguien oiría el ruido de los cascos. No deseaba comprobar si Lucas era capaz de cumplir su palabra y si llegado el momento estaría dispuesto a castigarla con el látigo. De modo que renunció a la idea y dejó que el agua tibia lavase el olor del hombre con quien se había acostado.

*Niñas sigo sin pc, aqui os dejo un nuevo capi, ahora os reto a que descubrais a quienes se corresponden los personajes en la historia... os atreveis?

muchos besotes.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Menudo pedazo enorme de relato nos has dejado hoy (y eso que no tienes pc.... jajajaja).... un juego de adivinar personajes???? bieeeeeeeen (haré lo que pueda...)

Gracias, pero que muchas gracias.

María A.

Anónimo dijo...

Joder que tio más machista, espero que cambie de actitud porque me parece un chulo...tas.

Himara, ya siento que tu pc haya fenecido, a ver si puedes arreglarlo pronto.

Un besote.

Blue.

Anónimo dijo...

Uffffffffff , al final lo ha conseguido, pero esa prepotencia que manifiesta lo hace un poco despreciable, supongo que algo lo hara cambiar.

Himara ¿que juego es ese que nos propones?(siempre y cuando tu pc, lo permita).

Besos.


CHIQUI.

Anónimo dijo...

Jolines con el machista moro que está hecho jajajaajj a este hombre no se le resiste nada? a ver Sarita si le hace sufrir un poco... que no le viene mal.

A los personajes te refieres Himara en descifrar quién es? Pues yo me he perdido un poco jajajaj

Lorén Alhamar no hay problema de saberlo no?
Currti y Jolûtfi jajajaj Curtis y Pove no?
Buenísimo los nombres de los caballos jajajajaj Cachis el de Sara y ahora Magnum? jajajajaj
Jimîl, el medio hermano, será Jimmy.
Silvina y Qüisim has casado a Sivia con Quique? jajajajajaj
Y ahora viene algo que me descentra...cuando dice el Jeque Lorén "y me dio a mis hijos Fahd, el lince, y Lutfi, el amigo." ¿Qué me estás contando Himara? jajajajaj ni me mientes al Lince Ufffffff jajajajaj Besitos corazón.

Ayla.

Anónimo dijo...

¿ Así que ni el uno ni la otra quieren hijos y compromiso ? Mira que me da a mí.... que a los dos se les van a caer los esquemas.

Que el deseo está aquí, y con un poco de suerte pasamos al amor y los chicos empiezan a entrar en razón.

Eso sí, a Lucas le veo yo un poco radical en las estrategias, no ?

El relato, como siempre, fenomenal.

Un beso.

Adriana.