- Si me pidieras mi opinión te diría que es demasiado masculino para ti.
Creía que estaba sola en la joyeria y al escucharle y sentirle detrás de ella, se ha asustado pegando un respingo. Sonríe porque ha reconocido su voz, lo haría entre millones de voces juntas. Él también sonríe, porque siempre fue ella la que llegaba por sorpresa, en silencio, saliendo de la nada, asustándole, y hoy es él.
- Me ha mandado mi padre a cambiarle la correa del reloj ¿Y tú qué haces aquí?
Busca una excusa en su cabeza. Intenta pensar lo más rápido posible. Y se siente estúpido, muy estúpido, y tremendamente culpable porque ha estado a punto de mentirle como si lo que fuera a hacer estuviera mal.
- En realidad, vengo a elegir un regalo.
- ¿Para Lucía?
- Sí, para ella.
El silencio vuelve a invadirlo todo. Durante años aprendieron a comunicarse a través de los silencios, solo con miradas, con gestos. Hoy los silencios son solo eso, silencios. Y eso es lo único que comparten. Eso, y el deseo escondido de estar en otro sitio, en otro lugar, y que las cosas fueran un poco distintas.
- ¿Te puedo ayudar? Quizás te venga bien la opinión de otra mujer.
- No creo que sea buena idea.
Y no lo es. Claro que no lo es.
Les ha visto besarse, darse abrazos. Les ha visto cegados por el deseo de fundirse en uno. Les ha visto compartir un helado, y reirse a carcajadas. Pocas cosas le queda ya por ver, quizás acompañarle a comprar un regalo para ella sea lo siguiente, pero no quiere hacerlo, duele demasiado ser testigo de lo enamorado que está un hombre de su mujer, el mismo hombre del que está enamorada ella. Pero necesita pasar un tiempo con él, sin que alrededor esté Lucía. Necesita saber que se le pasa por la cabeza, si ha cambiado estos años. Necesita sentirse parte de su vida de nuevo.
- Venga, Lucas. Hace años que me fui. Sé que no me porté bien, sé que debí hacer las cosas de otra manera y creeme, si pudiera volver a atrás lo haría. Pero no puedo estar toda la vida pidiendo perdón. No pido que seamos amigos, no te pido ni siquiera que vuelvas a verme como parte de tu familia. Solo te pido que no me trates como si fuera una extraña. Solo eso. -Intenta controlar unas lágrimas que luchan por salir, pero finalmente tiene que mirar hacia otro lado para que Lucas no vea como recorren sus mejillas.
- Busco un anillo. Dentro de dos días hace tres años que nos casamos y es mi forma de darle las gracias por aguantarme todo este tiempo -no dice nada más, pero no hace falta. Sara sabe que es la forma que tiene Lucas de darle una oportunidad, de hacerle un hueco en su vida, aunque sea únicamente por un par de horas y solo por encontrar el anillo que él busca para su mujer. Pero eso le vale, estar con él aunque sea unas horas le es más que suficiente.
En la pequeña joyeria de San Antonio no logran encontrar el anillo que Lucas busca. Él le explica a Sara que no sabe como es el que está buscando, pero sabe que cuando lo vea sabrá que es él. Mira sus ojos mientras le explica lo que busca. Se explica mal, con torpeza, no encuentra las palabras exactas. Confunde el oro, con la plata, y para él no existen más metales. No sabe ni que hay tamaños de anillos, ni que puede grabarlos por detrás. Pero habla de ese anillo como se le fuera la vida en ello; explica a Sara la cara que desea que ponga Lucía cuando abra el paquete y lo hace con tanta ilusión que a ella se le saltan las lágrimas. Él sueña con el anillo capaz de hacer tan feliz a su mujer como él desea verla siempre. Puede ver en sus ojos y sentir con sus palabras todo el amor que siente hacia Lucía, y eso, aunque le duela, le parece mágico. Se pregunta si él también le amó a ella así algún día, si se puso tan nervioso cuando fue a comprar su bola del mundo. Si alguna vez él también dedicó todo su tiempo y su energía en hacerle feliz a ella. Sabe qeu sí, que para él hace tiempo, ella también lo significó todo y solo de pensarlo, vuelve a maldecir el día que huyó de su lado sin atreverse a explicarle sus razones.
Recorren el centro de Madrid mirando en todas las joyerias, y el tiempo se les pasa volando.
La casualidad de haberse encontrado, les da la oportunidad de pasar un tiempo juntos, y a solas. Buscando un anillo para otra mujer, Sara puede volver a compartir con Lucas cosas que ya creía haber perdido para siempre: su risa limpia y sincera, su gesto fruncido cuando algo no le gusta, su forma de tocarse el pelo...
A media tarde, Lucas dice que se niegra a entrar en ninguna tienda más. Todos los anillos le parecen iguales, y cree que ninguno es lo suficientemente bueno para alguien como Lucía. Se desespera por momentos, y es Sara la que tiene que tranquilizarle y prometerle que ella le acompañará hasta que encuentren el anillo de sus sueños.
Andando y andando, disfrutando de la conversación llegan hasta el retiro y abrumados y muertos de calor deciden parar a descansar y a tomarse un helado, como tantas veces hicieron en el pasado. Se dejan embargar por el ambiente primaveral del parque, por el aire de fiesta que allí se respira, por la imagen a las parejas enamoradas paseando y abrazandose entre los arboles. Todo lo que les rodea es agradable, y ellos, en ese momento, se sienten tranquilos y felices.
Sara mira su gesto y le ve disfrutar por primera vez con ella y por eso se atreve a preguntar. Quiere saber muchas cosas, necesita saberlas, y probablemente, él no vuelva a permitir que se presente una oportunidad así.
- Lucas, ¿por qué un anillo?
- ¿Cómo?
- Podrías regalarle cualquier cosa, una pulsera, un collar, un viaje, no sé, lo que sea. Porque precisamente un anillo.
- ¿Y por qué no?
- No sé. Un anillo suele regalarse cuando se va a pedir algo... -Lucas sonríe y mira a Sara, como siempre, desde abajo, sin mirarla directamente a los ojos.
- Ya le he pedido todo lo que la tenía que pedir. Solo lo hago para recordarla su promesa.
- ¿Su promesa?
- Me prometió que ella no se iba a marchar nunca.
Y nota como el golpe la sacude entera. Lucía prometió no cometer el mismo error que ella, y con eso, se ganó a Lucas para siempre, reduciendola a ella, a un mero recuerdo del pasado.
- Si yo no me hubiera.... vamos que si yo.... -intenta sacar las fuerzas de donde no las tiene para formular la pregunta que lleva haciéndose cada día desde hace cinco años- ¿crees que si yo no me hubiera ido tú .....? -lo intenta pero no puede hacerla. Porque no le da tanto miedo hacerla como la respuesta.
- ¿Si creo que si no te hubieras ido tú y yo estariamos juntos?
- Sí
- Estoy seguro. Creo que no habría habido ni un solo motivo que me hubiera impedido pasar el resto de mi vida contigo si no te hubieras marchado porque así lo quisiste.
- Lo siento.
- Y yo -Y los dos saben que lo sienten, de verdad, de corazón, desde hace cinco años, cada día sienten el momento en que ella se fue y acabó con todo.
Cuando vuelve el camarero y les deja la cuenta sobre la mesa, ambos quieren invitar al otro y acercan sus manos a la vez hacia la bandeja de plata que contiene la nota. Sienten el calor del otro en ese contacto, y sin poder evitarlo, lo prologan durante un tiempo en el que todo deja de existir, salvo sus dos manos, y todas las sensaciones que eso les provoca en el resto del cuerpo. Lucas, en un reflejo casi irracional, acerca más su mano y acaricia el dedo de Sara, muy suavemente, despacio, con miedo. Y allí, los dos, rodeados de gente, saben que aún habiendo estado separados tantos años, jamás podrán dejar de ser alguien especial para el otro. Y eso, tantos años después, les da aún más pavor que cuando lo descubrieron por primera vez.
Creía que estaba sola en la joyeria y al escucharle y sentirle detrás de ella, se ha asustado pegando un respingo. Sonríe porque ha reconocido su voz, lo haría entre millones de voces juntas. Él también sonríe, porque siempre fue ella la que llegaba por sorpresa, en silencio, saliendo de la nada, asustándole, y hoy es él.
- Me ha mandado mi padre a cambiarle la correa del reloj ¿Y tú qué haces aquí?
Busca una excusa en su cabeza. Intenta pensar lo más rápido posible. Y se siente estúpido, muy estúpido, y tremendamente culpable porque ha estado a punto de mentirle como si lo que fuera a hacer estuviera mal.
- En realidad, vengo a elegir un regalo.
- ¿Para Lucía?
- Sí, para ella.
El silencio vuelve a invadirlo todo. Durante años aprendieron a comunicarse a través de los silencios, solo con miradas, con gestos. Hoy los silencios son solo eso, silencios. Y eso es lo único que comparten. Eso, y el deseo escondido de estar en otro sitio, en otro lugar, y que las cosas fueran un poco distintas.
- ¿Te puedo ayudar? Quizás te venga bien la opinión de otra mujer.
- No creo que sea buena idea.
Y no lo es. Claro que no lo es.
Les ha visto besarse, darse abrazos. Les ha visto cegados por el deseo de fundirse en uno. Les ha visto compartir un helado, y reirse a carcajadas. Pocas cosas le queda ya por ver, quizás acompañarle a comprar un regalo para ella sea lo siguiente, pero no quiere hacerlo, duele demasiado ser testigo de lo enamorado que está un hombre de su mujer, el mismo hombre del que está enamorada ella. Pero necesita pasar un tiempo con él, sin que alrededor esté Lucía. Necesita saber que se le pasa por la cabeza, si ha cambiado estos años. Necesita sentirse parte de su vida de nuevo.
- Venga, Lucas. Hace años que me fui. Sé que no me porté bien, sé que debí hacer las cosas de otra manera y creeme, si pudiera volver a atrás lo haría. Pero no puedo estar toda la vida pidiendo perdón. No pido que seamos amigos, no te pido ni siquiera que vuelvas a verme como parte de tu familia. Solo te pido que no me trates como si fuera una extraña. Solo eso. -Intenta controlar unas lágrimas que luchan por salir, pero finalmente tiene que mirar hacia otro lado para que Lucas no vea como recorren sus mejillas.
- Busco un anillo. Dentro de dos días hace tres años que nos casamos y es mi forma de darle las gracias por aguantarme todo este tiempo -no dice nada más, pero no hace falta. Sara sabe que es la forma que tiene Lucas de darle una oportunidad, de hacerle un hueco en su vida, aunque sea únicamente por un par de horas y solo por encontrar el anillo que él busca para su mujer. Pero eso le vale, estar con él aunque sea unas horas le es más que suficiente.
En la pequeña joyeria de San Antonio no logran encontrar el anillo que Lucas busca. Él le explica a Sara que no sabe como es el que está buscando, pero sabe que cuando lo vea sabrá que es él. Mira sus ojos mientras le explica lo que busca. Se explica mal, con torpeza, no encuentra las palabras exactas. Confunde el oro, con la plata, y para él no existen más metales. No sabe ni que hay tamaños de anillos, ni que puede grabarlos por detrás. Pero habla de ese anillo como se le fuera la vida en ello; explica a Sara la cara que desea que ponga Lucía cuando abra el paquete y lo hace con tanta ilusión que a ella se le saltan las lágrimas. Él sueña con el anillo capaz de hacer tan feliz a su mujer como él desea verla siempre. Puede ver en sus ojos y sentir con sus palabras todo el amor que siente hacia Lucía, y eso, aunque le duela, le parece mágico. Se pregunta si él también le amó a ella así algún día, si se puso tan nervioso cuando fue a comprar su bola del mundo. Si alguna vez él también dedicó todo su tiempo y su energía en hacerle feliz a ella. Sabe qeu sí, que para él hace tiempo, ella también lo significó todo y solo de pensarlo, vuelve a maldecir el día que huyó de su lado sin atreverse a explicarle sus razones.
Recorren el centro de Madrid mirando en todas las joyerias, y el tiempo se les pasa volando.
La casualidad de haberse encontrado, les da la oportunidad de pasar un tiempo juntos, y a solas. Buscando un anillo para otra mujer, Sara puede volver a compartir con Lucas cosas que ya creía haber perdido para siempre: su risa limpia y sincera, su gesto fruncido cuando algo no le gusta, su forma de tocarse el pelo...
A media tarde, Lucas dice que se niegra a entrar en ninguna tienda más. Todos los anillos le parecen iguales, y cree que ninguno es lo suficientemente bueno para alguien como Lucía. Se desespera por momentos, y es Sara la que tiene que tranquilizarle y prometerle que ella le acompañará hasta que encuentren el anillo de sus sueños.
Andando y andando, disfrutando de la conversación llegan hasta el retiro y abrumados y muertos de calor deciden parar a descansar y a tomarse un helado, como tantas veces hicieron en el pasado. Se dejan embargar por el ambiente primaveral del parque, por el aire de fiesta que allí se respira, por la imagen a las parejas enamoradas paseando y abrazandose entre los arboles. Todo lo que les rodea es agradable, y ellos, en ese momento, se sienten tranquilos y felices.
Sara mira su gesto y le ve disfrutar por primera vez con ella y por eso se atreve a preguntar. Quiere saber muchas cosas, necesita saberlas, y probablemente, él no vuelva a permitir que se presente una oportunidad así.
- Lucas, ¿por qué un anillo?
- ¿Cómo?
- Podrías regalarle cualquier cosa, una pulsera, un collar, un viaje, no sé, lo que sea. Porque precisamente un anillo.
- ¿Y por qué no?
- No sé. Un anillo suele regalarse cuando se va a pedir algo... -Lucas sonríe y mira a Sara, como siempre, desde abajo, sin mirarla directamente a los ojos.
- Ya le he pedido todo lo que la tenía que pedir. Solo lo hago para recordarla su promesa.
- ¿Su promesa?
- Me prometió que ella no se iba a marchar nunca.
Y nota como el golpe la sacude entera. Lucía prometió no cometer el mismo error que ella, y con eso, se ganó a Lucas para siempre, reduciendola a ella, a un mero recuerdo del pasado.
- Si yo no me hubiera.... vamos que si yo.... -intenta sacar las fuerzas de donde no las tiene para formular la pregunta que lleva haciéndose cada día desde hace cinco años- ¿crees que si yo no me hubiera ido tú .....? -lo intenta pero no puede hacerla. Porque no le da tanto miedo hacerla como la respuesta.
- ¿Si creo que si no te hubieras ido tú y yo estariamos juntos?
- Sí
- Estoy seguro. Creo que no habría habido ni un solo motivo que me hubiera impedido pasar el resto de mi vida contigo si no te hubieras marchado porque así lo quisiste.
- Lo siento.
- Y yo -Y los dos saben que lo sienten, de verdad, de corazón, desde hace cinco años, cada día sienten el momento en que ella se fue y acabó con todo.
Cuando vuelve el camarero y les deja la cuenta sobre la mesa, ambos quieren invitar al otro y acercan sus manos a la vez hacia la bandeja de plata que contiene la nota. Sienten el calor del otro en ese contacto, y sin poder evitarlo, lo prologan durante un tiempo en el que todo deja de existir, salvo sus dos manos, y todas las sensaciones que eso les provoca en el resto del cuerpo. Lucas, en un reflejo casi irracional, acerca más su mano y acaricia el dedo de Sara, muy suavemente, despacio, con miedo. Y allí, los dos, rodeados de gente, saben que aún habiendo estado separados tantos años, jamás podrán dejar de ser alguien especial para el otro. Y eso, tantos años después, les da aún más pavor que cuando lo descubrieron por primera vez.
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