21 agosto 2011

Volver

Se levanto, esa mañana, de mal humor y dolorida. Las cervicales la estaban matando, otra vez, y de seguir así, esa misma semana tendría que volver a visitar al fisio. Esta rendida pero, desgraciadamente, ese es hoy el menor de sus problemas. La imagen de Lucas y Sara se le ha aparecido continuamente en su mente, alterando por completo su sueño y su despertar. Debería confiar en él, debería de confiar como lo ha hecho desde que están juntos, pero cada vez le resulta más difícil, porque también es cada día más difícil acercarse a él. Parece siempre ausente, distante, con la cabeza en cualquier otro sitio, y el corazón, probablemente, en la puerta de al lado.

Preparó desayuno para dos, y cuando fue a dejar una nota avisando a Lucas de que se iba, le vio allí dormido, totalmente ajeno a la batalla que ella siente en su interior, y la rabia, de nuevo la amarga rabia, se apoderó de ella. No dejó nota, tiró el desayuno a la basura, y maldijo a Lucas Fernández por haber entrado en su vida con la misma facilidad con la que parece que ahora se está yendo.

El día en el trabajo ha sido duro, muy duro. Su jefe la ha atosigado con muchas tareas que no la pertenecen, pero que ha tenido que realizar deprisa y corriendo. Su estado de ánimo tampoco mejora en el resto del día, hasta que, un poco antes de la hora de la comida, abre un cajón olvidado de su oficina y allí, entre montones de papeles, ve una cajita rosa, pequeña. La abre con cuidado, recordando como lo hizo la primera vez y lo que sintió al ver como Lucas le regalaba las llaves de su piso. Ahora ya no están en esa caja, sino en su bolso, junto con el resto de sus cosas. Y eso, por muy absurdo que parezca, la hace sentir mejor.

Enfadada se pregunta donde estuvo Sara cuando Lucas la amaba con toda su alma, cuando lloraba por las noches culpándose de su marcha, cuando estuvo enfermo, cuando recibió el disparo que casi le cuesta la vida. Dónde había estado Sara aquellas vacaciones en las que ellos descubrieron lugares remotos, exploraron paraísos perdidos. Y dónde había estado cuando Lucas la hizo participe a ella de sus sueños: niños correteando por la corrala, domingos en familia, tardes abrazados sin hacer nada. Si, probablemente en el mismo sitio donde ella misma había estado cuando Lucas supo que su padre no había muerto, que tenía una hermana o que su felicidad pendía de un hilo. Ambas han compartido con él momentos muy importantes en su vida, pero la diferencia es que Sara decidió dejar todo eso atrás marchándose durante años de su vida y ella está más dispuesta a luchar que nunca.

De mejor humor se marchó hacia casa dando un paseo por San Antonio. Se paró en el mercado para comprar algo para prepararle a su marido una cena especial, una cena para celebrar que hoy era hoy y que estaban juntos y felices. Pasó por una joyería y compró a Lucas una pulsera que sabía, le iba a encantar: el negro cuero hacía juego con el moreno de su piel y de sus ojos. Se la daría en la cena, después de pasar una velada absolutamente maravillosa.

Terminó de cocinar antes de la hora prevista, y, en un intento de no ponerse a pensar, prefirió estar ocupada poniendo la colada de la semana. Y fue cuando, al coger los pantalones de Lucas, vio el billete a Argentina a nombre de Sara Miranda, y todas sus buenas intenciones, todo su buen humor y sus esperanzas, se esfumaron de nuevo.

Las lágrimas no la dejan pensar con claridad, y solo consigue, en un acto casi inconsciente, llenar la vieja maleta roja con sus cosas, para salir huyendo de allí, para no seguir viviendo engañada.

Las fuerzas le flaquean al intentar cruzar el umbral que le separará de él, y cuando todo empieza a nublarse a su alrededor, cuando cree que va a perder el equilibrio y caer, se sienta en el sofá, intentando encontrar las fuerzas suficientes, dentro de ella, para poder salir de allí. Solo cuando escucha las llaves y nota como él la mira desde la puerta se queda sin fuerzas y acierta a decir:

- Lucas tenemos que hablar.

Lucas mira a su mujer, incrédulo, y cuando repara en que, al otro lado del sofá está su maleta, esa misma maleta que un día la trajo hasta él, siente que todo está perdido. Que la pierde, que no la ha cuidado, que se ha dedicado a soñar con el pasado sin darse cuenta que lo no que quiere es vivir de recuerdos toda la vida, sino ser feliz con la mujer que le devolvió hace años ya, la alegría.

- Lucía, te lo puedo explicar…
- Dime que tienes una explicación que no me haga sentir idiota, dime que nada es lo que parece, que no vuelves a estar pillado hasta las trancas por ella, dime que no voy a ser yo la que salga perdiendo en toda esta historia… dime que me prefieres antes que a ella… dímelo y te escucharé, escucharé tus excusas. Escucharé tus razones por las que has estado detrás de ella desde que llegó, por las que has dejado abandonada a tu mujer.
- Lucía yo… no sé que decir.
- Lo imaginaba. Es mejor no decir nada. Me voy a casa de mi hermana, estaré allí hasta que encuentre algún pisito que me guste. De momento prefiero alejarme de ti…. Del todo. Pediré a mi hermana y a mi cuñado que vengan a por mis cosas, sino te importa podrías ir separándolas de las tuyas.
- Cariño no…
- No lo hagas más difícil por favor… solo te pido eso.

Acaricia la cara de su marido, sabiendo que, probablemente sea la última vez que pueda hacerlo sin rencor, y se levanta dispuesta a marcharse. Pero al tocar el pomo, la voz de él, su suplica, la para, la ata al suelo y la impide salir de ahí.

- No lo hagas. No me dejes Lucía. No sé vivir sin ti. Si sé, pero no quiero.
- Aprenderás
- No se puede aprender a sentir lo que uno no siente. Eso me lo enseñaste tú. Tú lo eres todo para mí, todo. Sin ti estoy perdido…
- Yo soy todo, no? Y ella, ¿ella también lo es todo?
- No. Sara es nada. Sara lo fue todo, pero cerró la puerta y salio sin importarle que yo me quedará detrás. Y tú me ayudaste a superarlo. Tú me devolviste la vida. Y quiero que siga siendo así.
- ¿Ella no es nada? Seguro.
- Lucía, mi amor –la toma de las manos y la conduce hasta el sofá. Se sienta muy cerca de ella, buscando su contacto, aferrándose a su cuerpo para evitar que alguien a quien ama con todo el alma vuelva a abandonarle –no te voy a decir que su vuelta me ha hecho sentir algo, pero te puedo asegurar que no es amor. Yo te quiero a ti, solo a ti. Ella es el pasado. Te lo juro Lucía, si tú te vas…

Algo en sus ojos hace que crea en él y en sus palabras. Se abrazan con fuerza, permanecen en silencio mientras las lágrimas de ambos se confunden. Pero se sienten más unidos que nunca.

Ya más calmados, Lucas promete a Lucía que devolverá el billete a Sara ese mismo día y que dejara que sea ella la que decida que hacer con su vida.

Después le enseña los billetes que ha comprado y ella, mientras salta sobre el sofá, regala besos por todas partes a Lucas, porque ha cumplido su sueño, y lo que es más importante, ha cumplido la promesa que le hizo, el primer día que se atrevió a abrirle su corazón a Lucía frente a una bola del mundo.

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