21 agosto 2011

Volver

Mete su ropa dentro de la maleta sin prestar atención y no se da cuenta de que está metiendo ropa de verano y de invierno porque está demasiado ocupado en imaginar una escena que, si tiene valor, debe ocurrir dentro de menos de una hora. Si tiene valor…. Tampoco sería tan difícil si hiciera las cosas a su manera, pero como siempre, Lucía le recuerda que las cosas para hacerlas mal, mejor no se hacen. Se lo prometió anoche, después de hacer el amor una y otra vez celebrando que ya Lucía no tiene porque buscar un piso nuevo lejos de Lucas.
Ahora desearía no habérselo prometido, porque se siente incapaz de ir hasta la casa de al lado y darle el billete a Sara, y cerrar, en ese momento, una historia que siempre vuelve. Pero le dijo a su mujer que lo haría, por ella, por su matrimonio. Le dijo que sería capaz, incluso le aseguró que lo haría sin dificultad. Pero sabe, como lo sabía ayer cuando lo dijo, que no es cierto. Le fallan las fuerzas, le faltan las ganas para echarla de su vida con un simple adiós.
Hace tiempo paseando por su casa antes de dirigirse hacia casa de Sara, intentando alargar lo inevitable. Finalmente camina hasta allí con paso cansado, despacio, y toca la puerta sin fuerza, esperando que ella no esté.
Pero oye unos pasos al otro lado de la puerta, y sabe que es ella.

- Hola Lucas. Mi padre no está.
- Mejor
- ¿Mejor?
- He venido a hablar contigo.
- Ummmmmm… ¿algo importante? –como si hubiera vuelto el tiempo hacia atrás, vuelve a sentirse como la quinceañera que perdía el norte cuando le tenía delante. Vuelve a notar el temblor de piernas, y como el compás de su pecho pierde el ritmo constante habitual. Solo cinco palabras, cinco. “He venido a hablar contigo” Cinco palabras, y se vuelve a sentir llena de vida como entonces.
- Sí. No.
- ¿Cómo?
- Mira, lo diré más rápido para que sea más fácil para mí. Para ti. Vamos para los dos… -Lucas parece preocupado, y al mirarlo, se da cuenta de que las cosas no han cambiado tanto. Sigue conociéndole como entonces, sigue sabiendo cuando está nervioso, aunque ahora el motivo de que lo esté no tiene nada que ver con ella.
- ¿Quieres tomarte algo? Mi madre ha dejado hecho café esta mañana ¿o aún sigues prefiriendo colacao?
- Sí
- Yo también. Hay cosas que nunca cambian, ¿Verdad? –Ambos se miran y sonríen y los recuerdos regresan a sus cabezas con más fuerza que nunca. Lucas pierde sus ojos en el mar azul de los ojos de ella, en su melena rubia, brillante. En su forma de sonreírle descarada. Pícara. Y allí, en la misma cocina donde han vivido tantas cosas, es consciente, por primera vez desde que ella volvió, de que podría perdonarla, de que sería capaz de olvidar que ella se fue. Que no sería tan duro volver a sentir su cuerpo junto al de ella, ni perderse entre sus piernas. Sabe, y duele, que podría volver a amarla tanto o más como hace años.
- Sara, por favor… siéntate –recupera la cordura por un momento y, apoyando sus manos en las caderas de Sara la acerca hasta la mesa. Con la mirada le anima a sentarse. Y los dos saben que el otro ha sentido lo mismo: el mismo pinchazo en el pecho al tocarse de nuevo. – Sara, mira…… -se levanta y da vueltas por la cocina sin rumbo. Se toca la cara, se mesa el cabello. Vuelve a sentarse y a levantarse. Y finalmente, apoyado en la encimera, lejos de Sara, protegiéndose de todo lo que le hace sentir tenerla tan cerca, deja escapar las palabras de su boca –Toma. Esto es tuyo.
- ¿Mi billete? ¿dónde estaba? –disimula, preguntándose a sí misma si él será capaz de ser sincero.
- Por ahí. Que tengas buen viaje –y evitando pasar cerca de ella se escabulle hacia la puerta. Pero Sara está cansada de fingir, y a ella, no le faltan las palabras.
- ¿Sabes Lucas? Desde tu cama a la mía sigue habiendo diecisiete pasos. Demasiados para que yo los pueda cruzar ahora, pero pocos para que pueda escuchar lo que hablas.
- ¿Cómo?
- Me quitaste el billete. Escuché como se lo decías. Solo quiero saber por qué.


Años atrás hubiera dicho la verdad. Quizás en otras circunstancias. Quizás en otra vida. Quizás si el anillo que lleva ahora en el dedo pulgar de su mano derecha no le pesara como una losa. Podría haber sido tan distinto solo con decir la verdad.

- Me lo pidió tu padre. No quiere que vuelvas a irte. Como si yo pudiera retenerte. Lo intenté hace años y……. – No sabe por qué pero no se marcha a pesar de que necesita huir de allí para asimilar todo lo que siente. Está de espaldas a ella y por eso, no puede ver la cara de decepción de Sara al saber el motivo que le llevó a robarle el billete.

Ninguno habla. Esperan que el otro lo haga. O quizás no. Quizás solo desean que todo pudiera ser distinto.
Lucas vuelve a apoyar su mano, la izquierda que duele menos, en el pomo de la puerta pero no empuja, ni siquiera lo mueve. Solo quiere que ella sepa que está dispuesto a alejarse.

- Tú podrías
- ¿Qué?
- Podrías retenerme. Las cosas han cambiado mucho y…
- Claro que han cambiado mucho. Ya no quiero retenerte. Ya no necesito que estés aquí –Sara advierte el tono de dolor en sus palabras, el mismo dolor que ella siente al escucharlas.
- Puede que ahora no lo necesites. Pero si me dijeras que hay la más mínima posibilidad de que algún día me mires y yo no pueda distinguir en tus ojos el mismo odio que ahora veo, me quedaría. No pido que me quieras, ni siquiera ser tu amiga. Solo que no me odies.
- Sara yo…
- Dímelo Lucas. Dime que serías capaz de perdonarme. Dime que existe la más mínima posibilidad de que algún día, olvides el daño que te hice, y no cogeré ese avión.

Lucas se queda en silencio, luchando contra sí mismo como siempre ha tenido que hacer desde que empezó a amar a Sara. Silencio es lo único que puede darle. No puede prometer que dejará de odiarla, porque en realidad, jamás lo ha hecho. Pero no puede decírselo, todo se complicaría demasiado.
Al final se da la vuelta y la mira. Treinta segundos, quizás menos.

Pero Sara siempre supo leer en sus ojos…


Cuando la azafata retira su bandeja del desayuno, Lucía se recuesta en su pecho, y él, agradeciendo por primera vez desde que salieron de casa el silencio de su esposa también intenta relajarse apoyándose sobre la ventanilla del avión.
Quisiera dormir, pero solo puede pensar en la posibilidad de que, por él haber callado, ella coja de nuevo un avión sin billete de vuelta a Argentina, y no vuelva a verla hasta dentro de muchos años. La idea le aterra, y aunque sabe que se evitaría muchos problemas, la sola idea de que ella pueda haber vuelto a dejarlo atrás le aterra.
Reservó un viaje de siete días, con sus siete noches. Lejos de España, de San Antonio y de ella. Siete días preguntándose si ella ha vuelto a decir adiós.

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