21 agosto 2011

Volver

Después de colocar la caja en su sitio y cerrar las puertas del armario la culpa se apodera de ella. No puede hacerle eso a Lucas, ni puede, ni quiere.
Esa es una parcela de su vida de la que ha sido testigo mudo desde que le conoció. Sabe toda su historia, el mismo se la contó el día que le conoció, y siempre ha sabido lo que para él significó Sara.

Hacia tiempo que apenas llegaban noticias de Buenos Aires. Día a día, todos se habían ido haciendo a la idea que Sara iba a tardar en volver pero cuando esa mañana, un cartero trajo el telegrama, esa certeza se avivó más que nunca. Sara, su pequeña Sara, anunciaba a todos que un mes después de iba a casar con su novio, al que apenas había conocido seis meses antes. Mandaba invitaciones, una para cada uno.
Lucas, al oír la noticia de labios de Paco, se marchó a su casa, cabizbajo sin decir nada. Al día siguiente se encontró la invitación encima de la mesa del salón con una nota dentro junto a un billete de avión.

“Lucas, le he pedido a mi padre que te de la invitación directamente y se asegure de que vas a leer esta nota. Por favor, no la rechaces. Sé que lo nuestro ha sido difícil, que me fui sin decirte nada, pero ha pasado el tiempo. Dos años ya. Tenemos que intentar seguir para adelante con nuestra vida. Me gusta estar aquí, vivir aquí me da paz. Y voy a quedarme. Lo cual significa que me alejo de ti, y que tengo que aprender a vivir sin ti. Y esta es mi forma de hacerlo. Me caso Lucas. Nunca imaginé que lo fuera a hacer con alguien que no fueras tú, pero la vida sigue. Y nosotros ya no estamos juntos.
Te espero el mes que viene aquí, por favor no dejes de venir. Te necesito a mi lado en este día.”

Lucas guardó esa nota en su caja de recuerdos, y nunca más volvió a leerla. Demasiado fría una corta nota para acabar con aquello que para él había significado todo.
Ese mismo día dejó de esperar a que ella volviera. Volvió a salir, a intentar conocer gente. Dejó de encerrarse en sí mismo y luchó por tirar hacia delante. Y una noche, cuando los recuerdos le asaltaron volviendo a trastocarlo todo, la conoció a ella.
La fría barra de un bar casi vacío fue testigo de cómo él ahogaba sus penas en la bebida. Cuando entró ella, y viéndole solo y tan desesperado, sintió la necesidad de acercarse a él.

- ¿Cómo se llama ella?
- ¿Perdona?
- El hombre que bebe así en la barra de un bar vacío y más solo que la una o tiene problemas de dinero o de mujeres. Así que tú me dirás.
- Ojalá fuera el dinero.
- Eso no dirías si no lo tuvieras…

Consigue que Lucas sonría, que le invite a una copa y en menos tiempo del que ellos mismos se esperaban, consigue que le cuente su historia. Le habla de Sara, le explica cómo se siente, se abre a ella. Y finalmente, le dice que muy a su pesar, acaba de dar por finalizado todo lo suyo y que siente que algo dentro de él se ha muerto con ella.

- ¿Y cómo se llama él?
- ¿Él?
- La mujer que viene sola a una bar vacío o tiene mal de amores o está demasiado loca. Venga, cuéntame tu historia.

Lucía le habla de su amor imposible; hace muchos años que se enamoró de un hombre que tiempo después, acabó convirtiéndose en el marido de su hermana. Y desde entonces, se dedica a esperar que algún día se le pase el amor.

Poco a poco las citas se hacen más frecuentes, las confidencias más intimas y sin darse cuenta, a las dos semanas de conocerse prácticamente viven juntos.
El día que se despide de Paco y Lola que se marchan a Buenos Aires para asistir a la boda de su hija, Lucas prepara una cena y allí, de forma improvisada, le pide a Lucía que comparta el resto de su vida con él, que se casen y sigan compartiéndolo todo.
Y el mismo día que Sara debería estar diciendo que si a su novio en un altar al otro lado del mundo, Lucas promete querer y respetar para toda la vida a Lucía en un pequeño pueblo de la sierra.

Y desde entonces han sido uno solo. Amigos, compañeros, cómplices. Lucas no recuerda haberse sentido tan unido a nadie jamás, ni siquiera a Sara.


Vuelve a abrir el armario mientras recuerda aquel día y los que le siguieron. No puede hacerle eso a Lucas. Va a respetar su vida, su intimidad, y sus sentimientos. Aunque el fantasma de Sara Miranda esté más vivo que nunca y viva en la casa de al lado, y eso la llene de temores y dudas.
Guarda de nuevo las fotos en su caja, y cierra la puerta, prometiéndose no volver a abrirla jamás. La historia de Lucas y Sara solo le pertenece a ellos.

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