30 octubre 2011

Doble Mascara 1º

La tarde transcurre deprisa y a el, que ya esta preparándose para salir de la comisaría, los minutos se le pasan todavía mas rápido si cabe. No le apetece nada una cena familiar esta noche y mucho menos para conocer a la novia de su hermano; un hermano que no había conocido hasta hacia tres años y que era el polo opuesto a el. No tenían nada en común salvo que eran hijos del mismo padre. Un padre al que el había dejado de ver durante diez años y que había aparecido de la nada para llevárselo lejos de la que hasta ese momento era su familia. La que lo habían arropado cuando su padre se “ahogo” en aquel pantano. 


Termina de ducharse y sacude la cabeza intentando alejar los recuerdos que lo atosigan. Ni siquiera pudo despedirse de ellos, hacerlo y contarles lo que estaba pasando habría sido ponerlos en peligro innecesariamente, y eso le dolía en el alma; Una fría nota era lo único que se había atrevido a dejarles. En ella le exponía al que, hasta ese momento, era su mejor amigo que se iba por que ya no soportaba estar cerca de ella. Escribió con dedos temblorosos que nunca había podido perdonarle que lo abandonara en aquel apartamento estudio y que el verla lo único que hacia era recordarle lo cruel que había sido y el daño irreparable que le había hecho como si día a día un cuchillo de hoja afilada se le clavase en el corazón. Nada más lejos de la realidad. Ella había sido su vida, su norte, el puerto a donde regresar. En esos tres años no había pasado ni un minuto que no se acordara de ella, de sus ojos, de su risa. Y probablemente todavía la amaba como el primer día aun sabiendo que ambos estaban condenados, ya no a no estar juntos, si no a no volverse a ver nunca mas. Esa era su verdad, lo que en su corazón guardaba celosamente y que no compartió con su recién recuperado padre por mucho que este le insistió, pero en ese momento no se le ocurrió un motivo mejor que justificara su huida, su desaparición de la vida de su familia, de la comisaría, de San Antonio.


Salio de noche de su casa como si fuese un delincuente. La carta que le dejo a Mariano venia a decir mas o menos lo mismo. A el si le confeso sus sentimientos. Sin ella su vida allí ya no tenia sentido; Paco nunca iba a entender ni a permitir que ellos estuviesen juntos. Al final ella era su hija, sangre de su sangre ¿y el?, el solo era su hijo de adopción, su mejor amigo si cabe, nada mas. Demasiado poco para su niña, para su princesa y eso le dolía. A lo mejor era un puto loco, un puto descerebrao pero nadie podría amarla nunca como la había amado el… nadie. Por ello tomo la decisión de marcharse con su padre, su verdadero padre. Ese que miraría por el como Paco miraba por Sara. Si, se lo merecía, se merecía que alguien mirara por el de forma incondicional, como la familia Miranda hacían entre ellos.


Tras un año en el extranjero, habían vuelto a Madrid, hacia ya dos largos años. La comisaría de Chamartín estaba bien. Lo único que ahora ya no era Lucas Fernández, ahora se llamaba Lucas Carrasco. Hijo del empresario Tomas Carrasco, afincado por muchos años en Cartagena de Indias, Colombia; donde había hecho fortuna en el negocio hostelero, y que había regresado a España junto a sus dos hijos. Un subinspector de policía, forjado en las calles de Medellín, pero con un acento de San Blas innegable, y un universitario criado en uno de los mejores internados de España, el “Laguna negra”, con todo lo que eso conllevaba. Dos hijos que, al final, nada tenían que ver el uno con el otro.


El programa de protección de testigos les había dado una nueva identidad, tras la declaración de Tomas contra Uriarte, un capo de la mafia para el que este habia trabajado durante los últimos 10 años de topo. Su padre era todo un héroe en la sombra. Uriarte estaba entre rejas y toda su organización había caído. Los polis corruptos habían sido detenidos y ya nada quedaba que los pudiese amenazar de la anterior organización, pero estas tendían a crearse de la nada y por mucho tiempo no podrían ni estar seguros, ni recuperar su antigua identidad, ni acercarse a las personas que habían formado parte de su pasado. Al final, el programa les había dado una vida, pero no les habían inhibido sus recuerdos, sus vivencias, sus tristezas ni sus alegrías; en definitiva, siempre vivirían en una mentira. 


El que menos lo había notado era su hermano. Como el, se había criado sin padre. Unas escasas visitas al año le recordaban que no había nacido de un champiñón, como el decía. Pasaba prácticamente todo el año, incluidas las vacaciones escolares, en el internado. Tomas se había encargado de darle el nombre de su madre al nacer, pues era fruto de una infidelidad a la madre de Lucas, Sonia, su esposa. Una mujer de frágil salud a la que había adorado desde que la conoció pero a la que no pudo serle fiel tras la incapacidad de ella para seguir manteniendo su unión marital a causa de su enfermedad. Cosa que no disculpaba la traición pero atenuaba un poco su sentimiento de culpa y su decisión de criar a su hijo pequeño lejos de el; Todo para no dañar a la mujer a la que había amado con toda su alma. Su madre también había estado de acuerdo en que lo internaran cuando tuvo edad. Ella poco tiempo después se había casado con un ricachon, su único objetivo en la vida, y se había ido a Suiza, donde vivía demasiado ocupada en partidos de padel y obras benéficas, como para acordarse de que tenía un hijo. 


Los tres, tras la declaración de Tomas, vivieron por un año en Cartagena. Ya con sus nuevas identidades se supone que podían moverse tranquilamente pero durante meses volteaban cada vez que sentían un ruido extraño, sobre todo Tomas y Lucas, o les entraba la paranoia si alguien los miraba mas de la cuenta. Cuando por fin se celebro el juicio y condenaron a Uriarte. El programa considero que el peligro inminente había pasado y que podían volver a España si es lo que deseaban. Podían elegir cualquier comunidad autónoma, cualquier región, pero Lucas adelantándose a su padre y sin dudarlo un momento eligió Madrid. Por lo menos así estaría cerca de aquellos que añoraba hasta dolerle. Y los sentiría cerca aunque no los pudiese ver.


Se habían instalado en una casa terrera en una zona media acomodada y allí, habían comenzado su nueva vida los tres juntos. El, comenzando una nueva vida en la comisaría donde lo habían ubicado, y su hermano matriculado en la Complutense, cursando su segundo año de derecho. Iban a tener en la familia Fernández un abogado tocapelotas, la pesadilla de cualquier policía o miembro de la ley y orden. Ver para creer.


Sale de comisaría y se monta en su coche. De buena gana se iría para su apartamento. No tiene nada contra el capullo de su hermano, es mas, casi diría que lo quiere, pero no se llevan especialmente bien. Los separan 15 años y toda una vida de experiencias distintas. Supone que ambos se quieren como hermanos pero no son, ni llegaran a ser amigos. Eso es un hecho. Sus caracteres son incompatibles. Nada que ver entre uno y otro. El había aprendido a currarse las cosas, a trabajar para conseguir lo que quería. En cambio su hermano era un niño mimado de papa acostumbrado a tenerlo todo hecho. Con la mensualidad que le daba Tomas vivía a cuerpo de rey sin dar un palo al agua. Todo era fácil para el por que no sentía apego por las cosas. Estaba todo el día rodeado de amigos, igual de capullos que el, niños ricos que presumían con el dinero de sus papas.


En cambio, el con su edad ya sabía lo que era patrullar 14 horas. Dejarse la piel en demostrarles a sus superiores que valía para la calle y luchar para convertirse en un buen policía. Y había tenido que superar con esa edad la muerte de su madre y la “fingida” de su padre. Y de no haber tenido a sus amigos que lo apoyaron, no lo habría conseguido. El si sabía el valor de la amistad. El valor de tener un hermano aun sin sangre común que los uniera. Un hermano al que extrañaba y recordaba cada dia.


Por fin llega a la urbanización y después de identificarse con el segurita, a los que había aprendido a respetar después de currar de segurata durante los tres meses que vivió con Sara, traspasa la barrera y conduce recordando ese tiempo. El tiempo más feliz de toda su vida. Como le pasa siempre que piensa en ella sus ojos se le llenan de lágrimas pero, enfadado consigo mismo, se las seca con el dorso de la mano. De nada le vale torturarse con un pasado que no va a volver. De nada le vale amarla hasta la saciedad si nunca va volver a saber de ella. Con su carta el mismo propicio que fuese así. Sara debía odiarlo. Y hasta que no volviese a ser Lucas Fernández no podría acercarse a ella para explicarle y seguramente cuando eso pasase, seria ya demasiado tarde para ambos. 


Aparca al lado del todo terreno de su hermano. Ya ha llegado y eso significa que va a tener que entrar en la sala con todos allí ya. No conoce a su novia. Ni siquiera sabía que esta existía, pero si es de la misma clase esnobs que todos sus amigos. Tendría que soportar que lo mirara de arriba abajo, con aire de superioridad, como hacia el capullo siempre que coincidían. Acaso no podían entender que el hecho de ir siempre trajeados, con corbata y zapatos, no los hacia mas importantes. Y que probablemente sus camisetas y sus vaqueros le costaran más pasta que a ellos sus trajecitos.


Entra con su propia llave, a pesar de que ya no vive allí dispone de una por si las moscas. La casa, aunque no es grande dispone de un jardín trasero y allí lo dirigen las voces. No le apetece nada estar ahí y esta tentado a darse la vuelta cuando una risa cantarina, Una risa que el conoce muy bien, llega a sus oídos y lo transporta al pasado. 

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