30 octubre 2011

Farsante, 4º

Los días para Sara pasan lentamente, demasiado, y las noches se le hacen eternas, muchas de ellas, mientras oye el respirar pausado del capital al otro lado del camarote, que el mismo la ha obligado a compartir, se pregunta si se puede odiar a alguien por defecto, por que así es como odia ella al lince. El no había hecho nada para merecer su odio pero aun así, no lo puede evitar. Odia su arrogancia, su suficiencia, sus dotes de mando y hasta su caminar, pero sobre todo lo odia por el malestar que siente en el estomago cuando esta en su presencia, malestar que casi la hace vomitar de las nauseas y que tras mucho meditar, ha llegado a la conclusión que es precisamente debido a ese odio, por que si no… a que mas? 


Al parecer tiene que estarle agradecida por el trabajo de ayudante de cámara que el le ha proporcionado, incluso su padre se mostró aliviado con la situación; según el, en cualquier momento, mas tarde o mas temprano, mientras dormía en la bodega, alguno de los marineros se habría percatado de su condición de mujer, así que el hecho de que el capitán la hubiese escogido para encargarse de sus cosas y de su camarote, era una suerte, pero ella no se siente de ningún modo afortunada y preferiría mil veces dormir rodeada de patanes sucios y ordinarios a hacerlo, o mas bien intentarlo, al lado de un hombre que le pone los nervios de punta y le revuelve el estomago, sin lograr entender por que…. Sabe por su madre que hay mujeres que padecen de nervios pero ella jamás fue una mujer impresionable, e incluso cuando estuvieron escondidos en la isla temiendo por sus vidas, o los días posteriores a embarcar, estos no se manifestaron, en realidad siendo sincera con ella misma, tiene que reconocer que solo los siente en presencia del capitán, un hombre al que odia, por eso…. por defecto.


Para colmo tiene que aguantar las risas y burlas que todos, cuidándose de que no los oiga el capitán, le hacen cuando va o viene de la cocina. Sin ningún tipo de pudor, se refieren a ella como el chico del capitán, y no hay que ser muy inteligente para saber de que hablan, no después de haber pasado varias semanas durmiendo con ellos en la bodega.


Los minutos pasan lentamente mientras permanece acostada en su camastro, sabiendo de antemano que el amanecer la va sorprender despierta nuevamente. Empecinada en olvidarse de la presencia del capitán a solo unos metros de ella, intenta evocar recuerdos felices que la trasporten lejos de de ese barco, intenta pensar en su madre, a la que añora terriblemente, en su nana, y sus amorosos cuidados, en sus amigos, en su isla, su maravillosa isla, en su dorada playa donde ha vivido los mejores momentos de su vida. Intenta infructuosamente recordar la letra de alguna canción, algún poema perdido en su memoria, las letras de sus partituras de piano, en definitiva, cualquier cosa que la mantenga distraída y que mantenga su mente ocupada, lejos de la respiración acompasada del lince que una noche mas, le ponen los nervios de punta impidiéndole cualquier tipo de descanso, por mínimo que este sea.


De no tenerlo prohibido por el capitán y por su propio padre, se iría a pasear por cubierta para que la brisa nocturna la ayudase a relajarse, es tan frustrante permanecer horas y horas acostada, sin apenas moverse, por miedo a perturbar el sueño del capitán, que si pudiese gritaría de impotencia y desesperación. Seria tan divertido ver la cara del lince al escuchar un grito femenino en su camarote que solo por gozar de ese divertimento, estaría dispuesta luego a sufrir las consecuencias de su farsa.


Incomoda se revuelve inquieta sintiendo como la áspera tela del pantalón le raspa la piel del trasero al roce con el burdo camastro y sin poder evitarlo, tan solo con la luz que entra por el ojo de buey del camarote, mira, con envidia, y por que no decirlo con ansias, la cama del capitán, donde este, bocabajo, descansa placidamente en un mullido colchón, tapado únicamente con una suave sabana de lino hasta la cintura. Ella daría media vida solo por dormir una noche en esa cama. 


Sin percatarse si quiera, y cansada ya de las largas horas de insomnio, resopla malhumorada despertando al capitán de su profundo, o quizás no tan profundo, sueño. Hace rato que la esta oyendo maldecir en susurros, en un lenguaje bastante impropio de la señorita, que Mariano, asegura que es. Y en más de una ocasión ha tenido que esconder la cara en la almohada para que en el silencio de la noche, ella no escuchase sus carcajadas. 




Todas las noches se repite la misma ceremonia, ella le da las buenas noches, o más bien se las escupe, se acuesta en su camastro y se pone a dar vueltas, sin dormir hasta que llega el amanecer. Durante esas horas lo maldice a el, no sabe por que, la mayoría de las veces, aunque también se la puede oír murmurando algún poema, tatareando en susurros alguna canción, para terminar nuevamente maldiciéndolo otra vez.




-Sarafin –aunque esta despierta el sonido de su nombre en el silencio de la noche la sobresalta, haciendo que le lata el corazón desbocadamente.


-Capi… capi… capitán… esta usted despierto?


-Hasta hace un momento no, pero es imposible dormir con la bulla que estas haciendo, que demonios murmuras?


-Nada capitán, tonterías sin importancias


-Pues tus tonterías sin importancia me han despertado y ahora, desvelado, no voy a poder dormir… ven aquí y acerca esa silla.


-Como dice? La silla? A donde? Para que?


-Tranquilo chico, tan solo quiero que me leas un rato a la luz de farol.


-Y por que yo… usted no sabe leer? –la respuesta se le escapa de la boca antes siquiera de poder recapacitarla, y horrorizada mira al lince que divertido suelta una sonora carcajada.


-Por todos los infiernos, si prefieres que te azote vas por buen camino soltando esa lengua descarada… si no es lo que quieres, por lo menos esta noche, arrastra esa silla de una maldita ves y acércala a la cama antes de que me enfade.


Sin tardanza, y tomándose muy en serio la amenaza del capitán sobre los azotes, arrastra la silla que el le ha indicando haciendo que esta chirrié por el suelo sin pesar. Bien podría haberla levantado pero una orden, es una orden, y así se lo especifico el, que molesto se lleva las manos a los oídos entre enfadado y divertido.


-Vas seguir haciendo ruido, maldita sea!!!!!!


-Perdón capitán, solo cumplía sus ordenes – estar tan cerca del lince la pone extremadamente nerviosa, casi histérica, mientras su estomago se revela antes su cercanía, y ese hecho hace que sea mucho mas audaz en sus contestaciones y maneras.


-Piensas leerme a gritos Sarafin? –esta empezando a enojarse, ya no le parece tan divertido que ella intente evitarlo a toda costa.


-A gritos capitán? No!


-Pues desde esa distancia para oírte vas a tener que gritarme… -la interrumpe antes de que ella pueda abrir la boca- y no, no estoy sordo así que ahórrate el comentario y acerca esa silla de una endemoniada ves.


Muy a su pesar acerca la silla hasta casi tocar el borde de la cama y con cuidado de no rozarlo coge el libro que el capitán le ofrece, ya abierto, por la página que quiere que le lea. Hasta esa noche había conseguido, con un poco de suerte, mantenerse alejada del Lince cuando este andaba tan escaso de ropa, sabiendo que le costaría mucho explicar el porque del rubor de sus mejillas ante la visión de su cuerpo desnudo, pues era un hecho bien sabido que el lince bajo las sabanas, dormía completamente desnudo. Es por ello que en silencio agradece que tan solo la tenue luz del farol ilumine el camarote.


Como una autómata, de forma mecánica, comienza a leer sin prestar atención ni a la lectura, ni al hombre que relajado, escucha su voz con los ojos cerrados, mientras una sonrisa insolente asoma a sus labios, vanidoso de su propia diablura; la cual, ella no va a tardar mucho en descubrir.


“El le lamió los pezones. Ya había conseguido endurecérselos sólo con sus palabras y en ese momento volvieron a hacerlo. Le lamió el ombligo. Le lamió entre las piernas… Le rodeó el cuello con los brazos. Él había introducido la otra mano entre sus cuerpos para acariciarle un pecho y pellizcarlo. Todavía podía sentirlo más abajo, entre las piernas, llenándola por completo pero sin moverse, a la espera. De todos modos, el simple hecho de saber que estaba allí, de que se sentía tan bien teniéndolo dentro, le provocó una oleada de placer..”


Al ser consciente de lo que esta leyendo, totalmente ruborizada, se calla de forma súbita, mientras mira el libro como si fuese a morderla, sin poder creer que contenga esas palabras que ella misma acaba de pronunciar, entre perpleja y aturdida. 


-Algún problema con la lectura Sarafin? –Con toda la fuerza de voluntad que posee logra reprimir la carcajada que lucha por brotar de su garganta al ver la mascara de indignación en su rostro.


Si en algún momento del viaje, ha necesitado decir la verdad de su disfraz es en este preciso momento. Con los ojos pegados al piso y con el rostro como la grana siente que se muere de vergüenza ante la situación que este patán la esta haciendo vivir, creyendo que es un muchacho. A causa de lo incomoda de la lectura las nauseas aparecen y el estomago se le revuelve como si tuviese mariposas revoloteando dentro. Sin ninguna duda, puede decir, sin temor a equivocarse, que odia al lince con toda su alma.

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